Drogas: ¿dónde está el padre?
Al momento de tratar a pacientes dependientes de sustancias, esto es, aquellos que exhiben un comportamiento compulsivo...
02 de Junio de 2018
Asistimos hoy a la evaporación del Padre; éste se ha quedado sin voz, y los hijos aparecen 'des-heredados'.
M. Recalcatti | Telémaco
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M. Recalcatti | Telémaco
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Al momento de tratar a pacientes dependientes de sustancias, esto es, aquellos que exhiben un comportamiento compulsivo y que se muestran incapaces de hacer a un lado la obsesión por consumir, tenemos por costumbre apelar a una fórmula antigua pero aún vigente. Allí, tres elementos inter [retro] actúan entre sí: el tipo de personalidad y su historia evolutiva y de aprendizaje; las sustancias, con su poder de daño tóxico en perjuicio de los sistemas orgánicos y psicológicos; y el contexto (familiar, social, cultural) que rodea al paciente que pide ayuda.
La variable del contexto deviene en cada vez más relevante. En consulta, recibimos a jóvenes que buscan un Padre o Padres. Los progenitores están con ellos, pero solo en forma de 'niños que juegan' a drogarse junto a sus hijos. Se trata, a fin de cuentas, de padres cómplices, que hacen las veces de pares de sus hijos, comportándose también como adolescentes. El plato de los 'postres' es, pues, la comida tóxica que se comparte.
Jorge acude hacia mí en consulta, en compañía de sus padres; pero pide hablar a solas. Porta consigo la actitud del vencido y relata su ritual diario de muerte junto al crack, la cocaína, marihuana, alcohol, LSD y, en fin, junto a todo producto que emerge en las góndolas de esta suerte de decadente posmodernidad. Al consultarle yo en compañía de quién o quiénes consume, responde: 'Con todos'. He de confesarlo: su réplica me tomó por sorpresa, confirmando él mismo que sus padres se muestran separados desde siempre pero que, sin embargo, consume junto a ellos, junto a sus propios hermanos y primos. Recientemente, un miembro de la familia pereció a manos de una sobredosis. Y cabe consignarlo: se trata de familias de clase media-alta, pero en franca y declarada extinción, gracias a sus mortíferas pasiones. Desde su rol de sufrido paciente, Jorge se confiesa dedicado a la búsqueda de un límite sanador, de un horizonte que le permita vivir y acaso arribar a una sana vejez -sin perder la vida prisionero de delirios y alucionaciones en una fría y gris sala de guardias de algún hospital -allí donde será otro personaje anónimo.
Oscar, por su parte, se ha acercado a nuestra terapia, pero sin el deseo de tratarse porque, si bien se reconoce consumidor en estado de dependencia, lo que hace es llamar la atención de su padre (quien lo iniciara en el sendero de la marihuana). La respuesta del padre se resume en que no pudo controlar el hábito. Oscar contesta que ya no puede prescindir del consumo de cigarrillos de marihuana para dormir, y que su energía cognitiva se ha deteriorado, sin más.
Otro caso. Ernesto también ha sabido compartirnos los interdictos y peleas que sostiene con su propio padre: discuten recurrentemente sobre la tutela de una botella de aceite de cannabis que -según ha dicho- se hallaba en la heladera pero desapareció. Este aceite en particular hace las veces de curalotodo para el grupo familiar completo, mientras que el dolor es apenas una excusa para vivir en un 'paramundo' - aunque más no sea por unas cuántas horas.
Y podría -quien esto escribe- echar mano de otros muchos ejemplos, a efectos de ilustrar esta nueva clínica sobre consumo familiar. Los pacientes son numerosos; y son recibidos por nuestro equipo, en conjunto.
La búsqueda del padre
La variable del contexto deviene en cada vez más relevante. En consulta, recibimos a jóvenes que buscan un Padre o Padres. Los progenitores están con ellos, pero solo en forma de 'niños que juegan' a drogarse junto a sus hijos. Se trata, a fin de cuentas, de padres cómplices, que hacen las veces de pares de sus hijos, comportándose también como adolescentes. El plato de los 'postres' es, pues, la comida tóxica que se comparte.
Jorge acude hacia mí en consulta, en compañía de sus padres; pero pide hablar a solas. Porta consigo la actitud del vencido y relata su ritual diario de muerte junto al crack, la cocaína, marihuana, alcohol, LSD y, en fin, junto a todo producto que emerge en las góndolas de esta suerte de decadente posmodernidad. Al consultarle yo en compañía de quién o quiénes consume, responde: 'Con todos'. He de confesarlo: su réplica me tomó por sorpresa, confirmando él mismo que sus padres se muestran separados desde siempre pero que, sin embargo, consume junto a ellos, junto a sus propios hermanos y primos. Recientemente, un miembro de la familia pereció a manos de una sobredosis. Y cabe consignarlo: se trata de familias de clase media-alta, pero en franca y declarada extinción, gracias a sus mortíferas pasiones. Desde su rol de sufrido paciente, Jorge se confiesa dedicado a la búsqueda de un límite sanador, de un horizonte que le permita vivir y acaso arribar a una sana vejez -sin perder la vida prisionero de delirios y alucionaciones en una fría y gris sala de guardias de algún hospital -allí donde será otro personaje anónimo.
Oscar, por su parte, se ha acercado a nuestra terapia, pero sin el deseo de tratarse porque, si bien se reconoce consumidor en estado de dependencia, lo que hace es llamar la atención de su padre (quien lo iniciara en el sendero de la marihuana). La respuesta del padre se resume en que no pudo controlar el hábito. Oscar contesta que ya no puede prescindir del consumo de cigarrillos de marihuana para dormir, y que su energía cognitiva se ha deteriorado, sin más.
Otro caso. Ernesto también ha sabido compartirnos los interdictos y peleas que sostiene con su propio padre: discuten recurrentemente sobre la tutela de una botella de aceite de cannabis que -según ha dicho- se hallaba en la heladera pero desapareció. Este aceite en particular hace las veces de curalotodo para el grupo familiar completo, mientras que el dolor es apenas una excusa para vivir en un 'paramundo' - aunque más no sea por unas cuántas horas.
Y podría -quien esto escribe- echar mano de otros muchos ejemplos, a efectos de ilustrar esta nueva clínica sobre consumo familiar. Los pacientes son numerosos; y son recibidos por nuestro equipo, en conjunto.
La búsqueda del padre
Los casos aquí relatados en mucho recuerdan a Telémaco -hijo de Odiseo-. En Odisea, Telémaco encarna al joven que espera por su padre. Se trata del mito griego del joven que padece la ausencia de su progenitor. El protagonista posa su mirada sobre el horizonte marítimo, esperando a su padre para luego dedicarse a ordenar su hogar y los asuntos de la polis. La demanda en cuestión nada tiene que ver con el poder; sino que remite a cuestiones que versan con un testimonio. Estos hijos buscan Padres testigos que, a través del testimonio de la palabra, permitan hallar un sentido para sus vidas.
Y los hijos de la actual posmodernidad parecieran ser los nuevos Telémacos. Contemplan -nuestros hijos- ese horizonte, aguardando por la aparición de la función paterna. Necesitan de ese padre; tal es el carácter acuciante de esta demanda. Mientras tanto, la progresía de la política discute, en las Cámaras del Congreso de la Nación Argentina, la eventual liberalización del consumo de marihuana para los jóvenes del país. Jóvenes que se burlan de este mundo adulto 'decadente', conforme la marihuana es 'apenas' un ingrediente en el combo vigente y disponible de drogas y químicos. No hay que añorar al Padre-Padrone (padre-patrón), sino al Padre que permita heredar algo -esto es, que se muestre capaz de transmitir la Ley de la Palabra; capaz de cifrar con claridad que la vida nada tiene que ver con ejercer violencia contra uno mismo o contra terceros. Porque sin transmisión, no existe filiación. Nuestros hijos-pacientes del hoy, se muestran desheredados -pues no hemos sabido transmitirle la palabra.
Los 120 días de Sodoma
A partir del desmoronamiento de de la transmisión simbólica como fenómeno masivo en la sociedad, emergen la abulia, la depresión, la búsqueda ciega de la satisfacción, la tolerancia y la indiferencia frente al delito, el desprestigio del esfuerzo y el trabajo, así como la hipertrofia del Yo que se suicida diariamente como los Nuevos Narcisos. Descripción de un mundo de esclavos que entienden -erróneamente- haber hallado la verdadera libertad, mientras ni siquiera pueden ya ocultar sus obsesiones y compulsiones que los depositan en el territorio del consumo.
Parece haber llegado a su fin el ciclo del cineasta y poeta Pier Paolo Pasolini (1921-1975; 'Todo es bueno cuando es excesivo' ). Ciertamente, no es éste el camino de la salvación. En '120 días de Sodoma' (1975), el protagonista se diluye en una recurrencia de sadismo sexual por la transgresión misma, edulcorado ello en el culto al placer y al derroche sin fin. El celuloide es un ejemplo en todo ilustrativo frente a la reafirmación del exceso; actitud que denuncia y rechaza todo límite. Había que prestar particular atención: Pasolini no preanunciaba otra cosa que una era de erotismo desenfrenado, pansexualismo, sadismo y formatos variopintos de degradación humana. Síntesis de la debacle de todo ideal existente a manos de la cultura del exceso. Pero la responsabilidad recae también, sin espacio para mayor duda, en una sociedad que ha extraviado el norte de su brújula. Es la sociedad que ha extraviado el sentido de su existencia.
Y los hijos de la actual posmodernidad parecieran ser los nuevos Telémacos. Contemplan -nuestros hijos- ese horizonte, aguardando por la aparición de la función paterna. Necesitan de ese padre; tal es el carácter acuciante de esta demanda. Mientras tanto, la progresía de la política discute, en las Cámaras del Congreso de la Nación Argentina, la eventual liberalización del consumo de marihuana para los jóvenes del país. Jóvenes que se burlan de este mundo adulto 'decadente', conforme la marihuana es 'apenas' un ingrediente en el combo vigente y disponible de drogas y químicos. No hay que añorar al Padre-Padrone (padre-patrón), sino al Padre que permita heredar algo -esto es, que se muestre capaz de transmitir la Ley de la Palabra; capaz de cifrar con claridad que la vida nada tiene que ver con ejercer violencia contra uno mismo o contra terceros. Porque sin transmisión, no existe filiación. Nuestros hijos-pacientes del hoy, se muestran desheredados -pues no hemos sabido transmitirle la palabra.
Los 120 días de Sodoma
A partir del desmoronamiento de de la transmisión simbólica como fenómeno masivo en la sociedad, emergen la abulia, la depresión, la búsqueda ciega de la satisfacción, la tolerancia y la indiferencia frente al delito, el desprestigio del esfuerzo y el trabajo, así como la hipertrofia del Yo que se suicida diariamente como los Nuevos Narcisos. Descripción de un mundo de esclavos que entienden -erróneamente- haber hallado la verdadera libertad, mientras ni siquiera pueden ya ocultar sus obsesiones y compulsiones que los depositan en el territorio del consumo.
Parece haber llegado a su fin el ciclo del cineasta y poeta Pier Paolo Pasolini (1921-1975; 'Todo es bueno cuando es excesivo' ). Ciertamente, no es éste el camino de la salvación. En '120 días de Sodoma' (1975), el protagonista se diluye en una recurrencia de sadismo sexual por la transgresión misma, edulcorado ello en el culto al placer y al derroche sin fin. El celuloide es un ejemplo en todo ilustrativo frente a la reafirmación del exceso; actitud que denuncia y rechaza todo límite. Había que prestar particular atención: Pasolini no preanunciaba otra cosa que una era de erotismo desenfrenado, pansexualismo, sadismo y formatos variopintos de degradación humana. Síntesis de la debacle de todo ideal existente a manos de la cultura del exceso. Pero la responsabilidad recae también, sin espacio para mayor duda, en una sociedad que ha extraviado el norte de su brújula. Es la sociedad que ha extraviado el sentido de su existencia.
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@JYaria
Sobre Juan Alberto Yaría
Juan Alberto Yaría es Doctor en Psicología, y Director General en GRADIVA, comunidad terapéutica profesional en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Los artículos del autor en El Ojo Digital, compilados en éste link.