INTERNACIONALES | REALPOLITIK: PHILIP GIRALDI

El odio contra Rusia, un trabajo de tiempo completo

El neoconservadurismo estadounidense resucita recuerdos tribales, a efectos de inflamar el escenario.

07 de Junio de 2018

Habiendo retornado recientemente de un periplo por Rusia, en lo personal me satisface informar que el pueblo ruso y el espectro político oficialista de ese país -con quienes me ha tocado tratar- no desplegaron formato alguno de desprecio contra los Estados Unidos; a juzgar por la vilificación de Moscú y todo lo que Rusia hace, que se explicita en los medios y el establishment estadounidenses. En lo que a mí respecta, los numerosos ciudadanos rusos con los que intercambié opiniones se apresuraron a criticar a la Administración Trump dada su cálida y, al mismo tiempo, gélida performance vis-à-vis en lo que hace al vínculo bilateral con Moscú, al tiempo que los rusos expresaron algún pensamiento para explicar por qué la relación se ha muerto tan rápidamente. Pero estas broncas contra la política exterior no necesariamente se traducen, reitero, en un desprecio por el pueblo de los Estados Unidos, ni por el estilo de vida que imperó durante el período soviético. Al menos, no por el momento.

Bolcheviques rusosPara mi sorpresa, los ciudadanos rusos promedio sí se apresuraron a criticar abiertamente al presidente Vladimir Putin, dadas sus tendencias autocráticas y su predisposición para continuar tolerando esquemas de corrupción; pero todo aquel con quien hablé también concedió que Putin, en general, había actuado de manera constructiva, y en gran medida había logrado mejorar la calidad de vida para el ciudadano de a pie en el país. Putin continúa siendo tremendamente popular.

Una pregunta que emergió con frecuencia fue: '¿Quién fogonea la hostilidad contra Rusia en los Estados Unidos?'. Respondí que la respuesta no es tan sencilla, y que existe una serie de funcionarios públicos que, por una u otra razón, precisan contar con un enemigo poderoso a la hora de justificar políticas que, de otra manera, serían insostenibles. Los contratistas de la Defensa en los EE.UU. necesitan de ese enemigo para justificar su existencia, mientras que los congresistas necesitan de los contratistas de la Defensa para financiar sus campañas electorales. Los medios de comunicación, por su parte, requieren de un buen relato que genere miedo, a los efectos de venderse ante sí mismos y ante el público, todos ellos acostumbrados a un mundo en el que se acostumbra a ver amenazas terribles acechar en el horizonte. Y, por lo tanto, todo ello orientado a incrementar el respaldo para el control gubernamental de cada aspecto de la cotidianeidad, para mantener a todo el mundo 'seguro y a salvo'.

Y ahí están los neoconservadores (neocons). Como es costumbre, representan a una fuerza orientada hacia la destrucción creativa -como suelen decirlo ellos mismos-, que ciertamente son los primeros en la fila extendiendo las manos para obtener el financiamiento para sus fundaciones y think tanks. Pero los neoconservadores también se exhiben motorizados por la ideología, lo cual los convierte en la vanguardia intelectual del partido político de la guerra. Estos proporcionan un marco intelectual agradable para que Estados Unidos se apropie del mundo, metafóricamente hablando. Los neocons constituyen la fuerza de ataque siempre dispuesta a mostrarse en talk shows televisivos y a ser citada en los medios -con oraciones que suenan apropiadas e inteligentes, y que pueden eventualmente ser empleadas para justificar lo impensable. A cambio, son extensamente recompensados con dinero y posiciones de status.

Los neocons creen solamente en dos cosas. En primer lugar, que Estados Unidos es la única superpotencia, y que cuenta con una suerte de permiso divino para ejercitar un liderazgo global, por la fuerza -si fuera necesario. Esto ha sido traducido al lenguaje corriente como 'excepcionalismo americano'. En efecto, en la práctica, el intervencionismo estadounidense -y por la fuerza- ha sido conducido en general por la fuerza, conforme deja poco margen para el debate o la discusión. El segundo principio fundante del neoconservadurismo es aquel que indica que debe hacerse todo lo posible para proteger y promocionar a Israel. Si estas dos creencias denotan ausencia, entonces Usted no se encuentra frente a un neocon.


Los padres fundadores del neoconservadurismo fueron los 'intelectuales' judíos de Nueva York, quienes evolucionaron (o involucionaron) de trotskistas tirabombas a 'conservadores' -proceso que ellos mismos definen como 'idealismo asaltado por la realidad'. La única realidad es que ellos siempre han sido conservadores de la primera hora, abrazándose a una cifra de posiciones agresivas en materia de seguridad nacional y política exterior mientras que, en privado, respaldan a la línea progresista judía en temáticas sociales. El fanatismo neoconservador en los temas que fogonean también sugiere que existen aún rasgos trotskistas en su personalidad; de allí provienen su tenacidad y capacidad para deslizarse entre los partidos Demócrata y Republicano en los Estados Unidos, mostrándose graciosamente en canales de comunicación ponderados por progresistas o conservadores -como ser, tanto en Fox News como en MSNBC, Rachel Maddow.

Durante mucho tiempo, creí que el núcleo del odio contra Rusia provenía de los neoconservadores y de su extendido tribalismo -o, si se quiere, de su base etnorreligiosa. ¿Por qué? Porque, si acaso los neoconservadores fuesen, en rigor, realistas de la política exterior, entonces no habrá razón alguna para que expresen un desprecio visceral contra Moscú o contra su gobierno. Los argumentos que explicitan que Moscú interfirió con la elección presidencial americana en 2016 es, a todas luces, un fraude, al igual que los relatos que versan sobre el pretendido envenenamiento ruso de la familia Skripal en Winchester (Inglaterra) y, más recientemente, que el supuesto asesinato del periodista Arkady Babchenko en Kiev (que terminó siendo una operación del tipo false flag). Incluso un examen más profundo de los recientes episodios en Georgia y Ucrania revelan que Rusia solo reaccionaba para plantar cara a amenazas de magnitud en materia de seguridad nacional (ingeniadas por los Estados Unidos, y con algo de ayuda de parte de Israel y otros). Desde terminada la Guerra Fría, Rusia no ha amenazado a los Estados Unidos realmente, y la capacidad de Moscú para reabsorber a sus otrora Estados asociados en la Europa Oriental es una fantasía. Entonces, ¿por qué el odio?

De hecho, los neocons supieron llevarse bastante bien con Rusia cuando ellos y sus oligarcas mayormente judíos y otros ladrones de materias primas -junto a sus amigos financistas- saqueaban los recursos de la vieja Unión Soviética, cuando esta se hallaba bajo el mando del extraviado Boris Yeltsin en los años noventa. Las alarmas sobre la supuesta amenaza rusa sencillamente resurgieron en los medios de comunicación y think tanks dominados por los neocons cuando los viejos nacionalistas como Vladimir Putin se hicieron del control del gobierno en Moscú y redactaron como objetivo principal de su Administración invertir los términos del flujo de dinero.

Ya con el saqueo detenido por Putin, los neocons y sus amigos no contaban ya con razones para jugar limpio, de tal suerte que recurrieron a sus considerables recursos en los medios y los pasillos del poder en sitios tales como Washington, Londres y París, para volverse contra Moscú. Asimismo, bien pudieron haber percibido que había una amenaza peor en marcha. El gobierno de Putin pareció resucistar a los que los neocons percibieron como un pogrom que portaba el mantra de 'Madre Rusia'. Las viejas iglesias arrasadas por los bolcheviques fueron reconstruídas, y las personas regresaron a misa, respaldándose en su credo sobre Jesucristo. La otrora Plaza Roja ahora cuenta con un mercado navideño, mientras que la cercana tumba de Lenin solo permanece abierta durante un día en la semana, y lo cierto es que atrae a pocos visitantes.

En lo que a mí respecta, me atrevería a sugerir que es muy plausible que los históricamente bien informados neocons sienten hoy nostalgia ante los viejos días del bolcheviquismo en Rusia. El hecho es que gran parte del ateísmo inspirado por los bolcheviques se vio motorizado por la amplia sobrerepresentación con que contaban los judíos en el partido, cuando el núcleo se hallaba en formación. El periodista británico Robert Wilton investigó meticulosamente en su estudio de 1920 intitulado 'Los Ultimos Días de los Romanov'. Allí describe cómo David R. Francis, por entonces Embajador de los Estados Unidos en Rusia, advirtió en un mensaje de enero de 1918 a Washington: 'Los líderes bolcheviques aquí, el grueso de los cuales son judíos y, en un 90%, exiliados que regresaron, se interesan muy poco por Rusia y por cualquier otro país; puesto que son internacionalistas y se proponen iniciar una revolución social a nivel mundial'.

Dutch Ambassador William Oudendyke echoed that sentiment, writing that “Unless Bolshevism is nipped in the bud immediately, it is bound to spread in one form or another over Europe and the whole world as it is organized and worked by Jews who have no nationality, and whose one object is to destroy for their own ends the existing order of things.”

El mayor escritor ruso del siglo XX, Alexander Solzhenitsyn, se hizo popular en Occidente, dada su férrea resistencia contra el autoritarismo soviético. De pronto, se encontró a sí mismo sin amigo alguno en los medios y el mundo de las editoriales, tras escribir su obra 'Dos Siglos Juntos: Historia Ruso-judía, hasta 1972'. Conmemoraba allí algunos de los costados más obscuros de la experiencia ruso-judía. En particular, Solzhenitsyn citó a la significativa sobrerrepresentación de los judíos rusos como bolcheviques.

Los judíos desempeñaron un rol particularmente desproporcionado en la policía secreta soviética, que dio inicio como la Cheka y que, eventualmente, mutó en la KGB. El historiador judíoa Leonard Schapiro observó el modo en que 'Cualquiera que había tenido la mala fortuna de caer en las manos de la Cheka se topaba con elevadísmas probabilidades de ser confrontado -y posiblemente ejecutado- con un investigador de origen judío'. En Ucrania, 'los judíos llegaron a ocupar casi el 80% de los puestos controlados por la Cheka'.

A la luz de todo esto, a nadie debería sorprender que el nuevo gobierno ruso de 1918 emitió un decreto, pocos meses luego de hacerse del poder, convirtiendo al antisemitismo en un delito en Rusia. El régimen comunista se convirtió en el primero de la Historia en reprimir legalmente a cualquier conducta o sentimiento antisemita.

Wilton echó mano de documentos oficiales del gobierno ruso a los efectos de identificar la mascarada del régimen bolchevique entre 1917 y 1919. Los 62 miembros del Comité Central incluían a 41 judíos, mientras que la Comisión Extraordinaria de la Cheka en Moscú contaba con 23 miembros judíos sobre un total de 36. Entre los poderosos 22 Comisarios del Consejo del Pueblo, se contaba a 17 judíos. De acuerdo a información elaborada por las autoridades soviéticas, de los 556 más prominentes funcionarios del Estado bolchevique entre 1918 y 1919, había: 17 rusos, dos ucranianos, once armenos, 35 latvios, 15 alemanes, un húngaro, 10 georgianos, tres polacos, tres finlandeses, un checo y 458 judíos.

En 1918 y 1919, el poder real del gobierno ruso reposaba en el Comité Central del partido bolchevique. En 1918, este cuerpo contaba con doce miembros, de los cuales nueve eran de origen judío, y había tres rusos. Los nueve judíos eran: Trotsky, Zinoviev, Larine, Uritsky, Volodarski, Kamenev, Smidovich, Yankel, y Steklov. Los tres rusos eran: Lenin, Krylenko, y Lunacharsky.

La diáspora comunista en Europa y en el continente americano era ampliamente de origen judío, incluyendo al conglomerado de fundadores del neoconservadurismo en la Ciudad de Nueva York. El Partido Comunista de los Estados Unidos, desde el comienzo, fue predominantemente judío en lo que hace al origen de sus miembros fundadores. En los años treinta, era liderado por el judío Earl Browder, abuelo del tiburón petrolero Bill Browder, quien alegremente profesara su deseo de reprimir a Vladimir Putin por supuestos delitos de magnitud. Browder se muestra como un completo hipócrita, tras haberse dedicado a fabricar y comerciar al Congreso de los EE.UU. una falseada narrativa que versa sobre la corrupción rusa. Lo que tampoco sorprende, Browder es un niño mimado de los medios neoconservadores en Estados Unidos. Se ha afirmado en reiteradas oportunidades -estando ello bien fundado- que Browder fue uno de los principales saqueadores de los recursos de Rusia en los años noventa, en tanto las cortes rusia lo han sentenciado por evasión de impuestos (entre otros delitos).

La innegable afinidad histórica de los judíos con la rama bolchevique del comunismo, en conjunto con la cercanía de aquellos a los denominados oligarcas, sugiere que el odio contra una Rusia que le ha dado la espalda a esos peculiares aspectos de la herencia judía podría, al menos en parte, estar siendo gerenciado por neoconservadores. Tal como es el caso de Siria, en donde los neocons -siguiendo a pies juntillas los intereses israelíes- prefieren ver allí al caos como normal. Algunos incluso gustarían de ver el renacimiento de los buenos viejos tiempos de saqueo -mayormente a manos de personas de origen judío-, tal como sucedió en Rusia con Yeltsin. O, por qué no, mejor aún; reproduciéndose lo sucedido en los días de 1918 y 1919 -cuando el bolcheviquismo controlaba a la totalidad de Rusia.


Artículo original, en inglés, en éste link | Artículo traducido y republicado en El Ojo Digital (Argentina), con permiso del autor y del Editor en la web estadounidense The UNZ Review


 

Sobre Philip Giraldi

Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.