La inflación se aproxima al millón por ciento en la languideciente Venezuela
La inflación en Venezuela podría tocar el un millón por ciento hacia fin de año...
La inflación en Venezuela podría tocar el un millón por ciento hacia fin de año, conforme lo anunciara hace pocos días el Fondo Monetario Internacional. Esta increíble hiperinflación deviene en una reminiscencia de la Alemania de Weimar en los años inmediatamente posteriores a la Primera Guerra Mundial, en donde barriles repletos de dinero en efectivo eran necesarios para adquirir artículos esenciales, como piezas de pan. A los efectos de contrarrestar el problema hiperinflacionario, la respuesta de Venezuela se sintetiza hoy en quitarle cinco ceros a la moneda, lanzando en simultáneo una criptomoneda respaldada por el Estado.
No fue mucho tiempo atrás que la izquierda, en todo el globo, lanzaba elogios al modelo socialista venezolano, ante el esquema pretendidamente 'impiadoso' de los Estados Unidos. 'Desde que el gobierno de Hugo Chávez se hizo del control de la industria petrolera nacional, la pobreza ha sido reducida a la mitad, y la extrema pobreza, en un 70 por ciento', supo escribir el columnista Mark Weisbrot del New York Times, ni bien se consolidara la reelección del entonces jefe de Estado Hugo Chávez en 2012. 'La inscripción en las universidades ha conseguido duplicarse; millones de personas tienen ahora acceso al sistema de salud por vez primera, y la cifra de ciudadanos elegidos para pensiones estatales se ha cuadruplicado', se dijo.
Pero solo seis años más tarde, el país se ha convertido en una catástrofe. En apariencia, el denominado socialismo del siglo XXI no ha funcionado mejor que el socialismo del siglo XX, como tampoco ha podido superar el pernicioso legado de ningún tipo de socialismo. Pero el presente estado de situación en Venezuela nada tiene que ver con la carencia de recursos. El país continúa siendo la nación más rica del mundo en lo que respecta a petrólero, y supo ser una de las naciones más ricas en la América Latina. Ahora, coquetea con el desastre económico absoluto. La magnitud del desmoronamiento venezolano es sorprendente. La economía se ha contraído al 50% de su PBI desde 2013, y el desempleo ha alcanzado los 30 puntos porcentuales. Productos básicos como leche para bebés y papel higiénico han desaparecido de las góndolas de almacenes y supermercados.
La gente se dedica a la 'canibalización de vehículos' (o transporte masivo en automóviles particulares), a los efectos de reducir al mínimo la cantidad de autos en circulación. El transporte público ya no funciona. Las huelgas de hambre por parte de trabajadores en la firma estatal de provisión de energía eléctrica ha llevado a la amplificación de interrupciones en el servicio a nivel nacional, y lo propio sucede con la distribución de agua potable en hogares.
Venezuela hoy se debate en la extracción de crudo del suelo, mientras la firma petrolera nacional (ahora en propiedad del Estado), según informa CNN, 'se ha visto forzada a importar petróleo liviano desde los Estados Unidos, a los efectos de reducir la perforación pesada en Venezuela'. Irónicamente, la política de nacionalización -que, en teoría, buscaba devolver la energía al público- ha dejado al pueblo sin el producto. Ningún país, mientras tanto, se ha desmoronado tan rápidamente en el Indice de Libertad Económica como Venezuela.
'En 1995, primer año en que se publicó el Indice, Venezuela registraba un puntaje de 59.8 sobre una escala de entre 0 y 100, más de dos puntos por encima de la media mundial', escribió Patrick Tyrrell, coordinador de investigación económica en el think tank estadounidense The Heritage Foundation (Washington, D.C.). 'La pretendida prosperidad no pudo sostenerse en el tiempo. Bajo los presidentes Hugo Chávez y Nicolás Maduro, la libertad económica se ha evaporado, y Venezuela cuenta hoy con una de las economías más reprimidas del mundo, seguida de Corea del Norte'.
Con la pérdida de la libertad económica, sobrevino el extravío de las libertades políticas. Las elecciones se han vuelto una charada, en tanto lo que fuera otrora una de las naciones más democráticas ha mutado en una dictadura bajo el control de un solo hombre, Nicolás Maduro. En este país, la oposición al régimen es rápidamente aplastada. La criminalidad y la corruptela se han vuelto rampantes. Por estas horas, el país se exhibe bajo control de un cártel dirigido por bien vinculados capos de la droga y otros matones que utilizan el poder del gobierno para enriquecerse ellos mismos, y a sus familias. Centenares de miles de ciudadanos venezolanos han abandonado ya el país, en lo que consigna una crisis humanitaria que en mucho se asemeja a la de Siria -excepto que esta versión latinoamericana no se ha disparado a consecuencia de una guerra civil. Venezuela es hoy un país en donde los 'millonarios son pobres', tal como lo expresara una enfermera venezolana en oportunidad de una entrevista concedida al matutino británico The Guardian.
Otro dato de valor en este concierto es que, mientras la tragedia venezolana se acentúa, la izquierda estadounidense continúa flirteando con el ideario socialista, y se esmera para explicar lo bueno que ese modelo sería para el pueblo estadounidense. En particular, el segmento etario de los denominados millennials se ha mostrado susceptible a la posibilidad de abrazarse a tal formato, al menos en la teoría. El socialismo se muestra como una filosofía política que, en el mejor de los casos, ha probado conducir a la bancarrota económica, fallando contundentemente a la hora de producir nada similar a un sistema de libremercado. En el peor de los mundos, el socialismo es un instrumento mortífero para aspirantes a tiranos que buscan autopromocionarse mientras exprimen los recursos de un país y pasan por encima de los derechos de la ciudadanía en su conjunto con inenarrable impunidad -y tal ha sido el caso de Venezuela.
Entre los pensadores progresistas, se ha vuelto cada vez más popular el rebautizar al socialismo como 'socialismo democrático', acaso para intentar distinguir a su propia ideología de su similar estatista y, obviamente, separándola del destructivo formato encarnado por el socialismo venezolano. Aquéllos ven en su propio socialismo una versión más feliz y amable. Pero la distinción fenece en una mera evasiva. En rigor, el socialismo venezolano dio inicio bajo la pretensión de 'democrático', previo a encaminarse velozmente hacia la tiranía. La conversión se vio facilitada, al no existir normas constitucionales, provisiones institucionales y el credo en un gobierno limitado.
Los progresistas de los Estados Unidos suelen apuntar como ejemplos de socialismo a los países nórdicos -explicitando que se trata de un 'socialismo que funciona'. El problema con esta prerrogativa es que, mientras que algunas de esas naciones ofrecen generosos programas sociales de protección, no son del todo socialistas. Todos ellos califican en altas posiciones en el Indice de Libertad Económica desarrollado por la Fundación Heritage. Dinamarca y Suecia, por ejemplo, incluso tienen puntajes más elevados que los propios Estados Unidos. En 2015, el presidente de Dinamarca remarcó que su país no era socialista, sino que contaba con una 'economía de libremercado'. El grueso de los países nórdicos ya contaban con relucientes economías previo a que promocionaran los actuales esquemas de Estado de bienestar, y algunos incluso han recortado de manera importante esos beneficios. Finlandia, por ejemplo, experimentó con un ingreso básico universal, pero le puso fin a dos años de su implementación.
Así, pues, los países nórdicos han evitado todo sistema coincidente con el exceso de regulación e intervención estatal, iniciativas que han aniquilado economías como la de Venezuela y otras naciones en el siglo pasado. ¿Puede entonces hablarse de 'misión cumplida'? En lo absoluto. Aún en estas utopías escandinavas, el neto de la seguridad social y los altos impuestos han contribuído a construir países con estándares de vida bastante inferiores a los de Estados Unidos, en lo general. Por ejemplo, los ciudadanos estadounidenses de ascendencia danesa se han beneficiado de un incremento drástico en sus ingresos, al comparárselos con los daneses que residen en Dinamarca. Y lo propio ha sucedido con tasas inferiores de pobreza.
'Un error de concepto que se ha vuelto moneda corriente es que los países nórdicos son social y económicamente exitosos gracias a la introducción de Estados de bienestar financiados con altos impuestos', escribió Nima Sanandaji, autor de 'Desmitificando la Utopía: Exponiendo el Mito del Socialismo Nórdico'. 'En rigor, el éxito económico y social de estos países se materializó durante un período en el que estas naciones combinaron un muy reducido sector público con políticas de libremercado. El Estado de bienestar fue introducido a posteriori. El hecho de que los países nórdicos sean tan exitosos hoy se debe a una cultura excepcional que pone énfasis en la cohesión social y en la responsabilidad individual'.
Las políticas públicas de orden socialista erosionan esas normas culturales, comprometen la responsabilidad individual y el Estado de derecho, y generan una carrera destructiva hacia la escasez. Amén de las distinciones reales o imaginarias, el socialismo ha probado holgadamente ser un fracaso, en toda geografía donde se ha implementado. Sus defensores declaman que el modelo socialista eleva al pobre pero, en realidad, lo que logra es reducir los estándares de vida para todos, amplificando la miseria económica para ricos y pobres por igual.
El 'final de la historia' -tal como a los marxistas les gusta decir- para Venezuela es el colapso definitivo. Destino que, próximamente, caerá también sobre sus vecinos socialistas, como Nicaragua.
Es esta una lección fundamental para la ciudadanía estadounidense, particularmente para aquellos que buscan promocionar que la utopía socialista sería viable aquí.
Artículo original, en inglés, en éste link
* Fotografía: toneladas de bolívares venezolanos acopiados en Shenzhen, República Popular China | Crédito: El Ojo Digital
Jarrett Stepman se desempeña como colaborador y columnista en el sitio web The Daily Signal (Estados Unidos). Reside en Washington, Distrito de Columbia.