Suecia y el cambio que viene
Las elecciones generales celebradas este pasado 9 de septiembre en Suecia...
14 de Septiembre de 2018
Las elecciones generales celebradas este pasado 9 de septiembre en Suecia compartieron una serie de mensajes que los analistas bien deberían interpretar con mayor seriedad y objetividad, haciéndose a un lado -aunque más no sea por un instante- toda ponderación ideológica o emocional, que obnubilan la capacidad para entender la realidad. Al decir de Ben Shapiro, el polémico conferencista estadounidense, a los hechos no les importan tus sentimientos ('Facts don’t care about your feelings'), acaso replicando a los jóvenes universitarios que se quejan todos los días por la opresión y discriminación que dicen padecer en los Estados Unidos de América -una de las sociedades más libres, prósperas y abiertas del mundo contemporáneo.
En las principales cadenas globales de noticias, como Deutsche Welle, BBC o CNN, el cubrimiento sobre las elecciones generales suecas (donde los ciudadanos votaron por la renovación del Riksdag o Parlamento, que elegirá al primer ministro, y por mandatarios locales y regionales) se ocupó únicamente de las cifras y de recalcar con preocupación, como hizo el noticiero de DW en una nota de cinco minutos, y que grabé desde mi teléfono, que la 'ultraderecha xenófoba' se había hecho con el 17,6% de los votos, convirtiéndose en la tercera fuerza política del país. Durante ese lapso, la presentadora y el enviado especial en Estocolmo repitieron esa poco acertada expresión en no menos de diez oportunidades.
El primer hecho objetivo y destacable, siendo Suecia una de las democracias liberales más consolidadas de Europa y de todo Occidente, es que el partido Demócratas de Suecia (Sverigedemokraterna) lleva tres elecciones consecutivas ascendiendo en su participación en el parlamento, desde que en 2010 obtuviera 5,7% de los votos y veinte escaños en el legislativo; 12,9% en 2014 y cuarenta y nueve escaños, y en estas últimas elecciones, 17,6% y sesenta y dos escaños. Es decir que, en tan solo ocho años, ha logrado triplicado su llegada al votante.
Ciertamente, en muy pocos artículos de opinión o trabajos publicados por institutos de política pública o think tanks puede uno hallar una visión desapasionada, que se esfuerce por explicar las razones que han llevado a casi la cuarta parte del electorado a optar por los SD, siendo esta situación uno de los impulsores de la transformación del sistema y del escenario político sueco. En la mayoría de ellos, la insistencia en el asunto de la xenofobia y el racismo ha cobrado forma de obsesión, mientras que en ciertos programas radiales revistan quienes se atreven a decir que, de llegar algún día a gobernar, los Demócratas de Suecia pondrían a todos los inmigrantes en campos de concentración o, incluso, los llevarían a las cámaras de gas o los echarían al Mar Báltico. Explicitación que ningún representante de la agrupación política ha compartido aunque, como es bien sabido, en el nebuloso paraíso de la corrección política, cualquier alusión a la inmigración ilegal, a la islamización de Europa o al incremento de la delincuencia y la crisis de seguridad en ciudades como Malmö, es equiparado de inmediato con la peor colección de acusaciones a ser un odioso racista e islamófobo.
El segundo hecho objetivo remite al descalabro socialdemócrata, representados por el Partido Socialdemócrata Sueco (Socialdemokraterna), que ha cosechado el peor resultado de su historia, con el 28,4% de los votos. Tampoco abundan los argumentos sobre por qué este partido lleva tres elecciones perdiendo votantes y escaños en el Riksdag. Mientras tanto, el centro, que ocupa el Partido Moderado (Moderaterna), ha conseguido el 19,8% de los sufragios y se encumbra ahora como la segunda fuerza política. Adicionalmente, lidera el espectro de oposición y ha planteado un gobierno conjunto con los socialdemócratas, solicitando en el proceso la renuncia del primer ministro, Stefan Löfven, quien, de no dimitir, se enfrentaría a la temida moción de censura. En lo que ambos bloques están de acuerdo, es en no aceptar ninguna negociación o acercamiento a Demócratas de Suecia, con quienes declaran no exhibir afinidad.
Al cierre, aunque este partido no vaya a participar en el nuevo gobierno sueco, no debe subestimarse su evolución y la confianza que una parte importante de los ciudadanos ha depositado en él. Sí es muy probable, en todo caso, que prosiga su sendero de crecimiento, a medida que los partidos tradicionales continúen negando el fracaso de la actual política migratoria, y las gravosas consecuencias que aquélla ha significado para la sociedad sueca.
Foto: Stefan Löfven | Crédito: Metro.se
En las principales cadenas globales de noticias, como Deutsche Welle, BBC o CNN, el cubrimiento sobre las elecciones generales suecas (donde los ciudadanos votaron por la renovación del Riksdag o Parlamento, que elegirá al primer ministro, y por mandatarios locales y regionales) se ocupó únicamente de las cifras y de recalcar con preocupación, como hizo el noticiero de DW en una nota de cinco minutos, y que grabé desde mi teléfono, que la 'ultraderecha xenófoba' se había hecho con el 17,6% de los votos, convirtiéndose en la tercera fuerza política del país. Durante ese lapso, la presentadora y el enviado especial en Estocolmo repitieron esa poco acertada expresión en no menos de diez oportunidades.
El primer hecho objetivo y destacable, siendo Suecia una de las democracias liberales más consolidadas de Europa y de todo Occidente, es que el partido Demócratas de Suecia (Sverigedemokraterna) lleva tres elecciones consecutivas ascendiendo en su participación en el parlamento, desde que en 2010 obtuviera 5,7% de los votos y veinte escaños en el legislativo; 12,9% en 2014 y cuarenta y nueve escaños, y en estas últimas elecciones, 17,6% y sesenta y dos escaños. Es decir que, en tan solo ocho años, ha logrado triplicado su llegada al votante.
Ciertamente, en muy pocos artículos de opinión o trabajos publicados por institutos de política pública o think tanks puede uno hallar una visión desapasionada, que se esfuerce por explicar las razones que han llevado a casi la cuarta parte del electorado a optar por los SD, siendo esta situación uno de los impulsores de la transformación del sistema y del escenario político sueco. En la mayoría de ellos, la insistencia en el asunto de la xenofobia y el racismo ha cobrado forma de obsesión, mientras que en ciertos programas radiales revistan quienes se atreven a decir que, de llegar algún día a gobernar, los Demócratas de Suecia pondrían a todos los inmigrantes en campos de concentración o, incluso, los llevarían a las cámaras de gas o los echarían al Mar Báltico. Explicitación que ningún representante de la agrupación política ha compartido aunque, como es bien sabido, en el nebuloso paraíso de la corrección política, cualquier alusión a la inmigración ilegal, a la islamización de Europa o al incremento de la delincuencia y la crisis de seguridad en ciudades como Malmö, es equiparado de inmediato con la peor colección de acusaciones a ser un odioso racista e islamófobo.
El segundo hecho objetivo remite al descalabro socialdemócrata, representados por el Partido Socialdemócrata Sueco (Socialdemokraterna), que ha cosechado el peor resultado de su historia, con el 28,4% de los votos. Tampoco abundan los argumentos sobre por qué este partido lleva tres elecciones perdiendo votantes y escaños en el Riksdag. Mientras tanto, el centro, que ocupa el Partido Moderado (Moderaterna), ha conseguido el 19,8% de los sufragios y se encumbra ahora como la segunda fuerza política. Adicionalmente, lidera el espectro de oposición y ha planteado un gobierno conjunto con los socialdemócratas, solicitando en el proceso la renuncia del primer ministro, Stefan Löfven, quien, de no dimitir, se enfrentaría a la temida moción de censura. En lo que ambos bloques están de acuerdo, es en no aceptar ninguna negociación o acercamiento a Demócratas de Suecia, con quienes declaran no exhibir afinidad.
Al cierre, aunque este partido no vaya a participar en el nuevo gobierno sueco, no debe subestimarse su evolución y la confianza que una parte importante de los ciudadanos ha depositado en él. Sí es muy probable, en todo caso, que prosiga su sendero de crecimiento, a medida que los partidos tradicionales continúen negando el fracaso de la actual política migratoria, y las gravosas consecuencias que aquélla ha significado para la sociedad sueca.
Foto: Stefan Löfven | Crédito: Metro.se
Seguir en
@JuanDavidGR82
Sobre Juan David García Ramírez
Columnista regular en el periódico El Colombiano (Medellín) y en El Quindiano (Armenia, Colombia). También se desempeña como analista político para diversos programas radiales y televisivos en América Latina, compartiendo apuntes y notas sobre temas políticos vinculados a Colombia, y asuntos internacionales.