La Variante Bolsonaro y el desquite continental del Estado Nacional: veneno para Mauricio Macri
¿Logrará el evangelista Jair Messias Bolsonaro, Capitán del Ejército de Brasil, alzarse con la victoria...
¿Logrará el evangelista Jair Messias Bolsonaro, Capitán del Ejército de Brasil, alzarse con la victoria en la segunda vuelta de las presidenciales del vecino país, el próximo 28 de octubre? Mientras los analistas político-electorales se esmeran en descifrar esta compleja interrogante -por lo general aferrándose a cálculos matemáticos inconvenientemente lineales-, emergen consideraciones relevantes sobre el particular, que explicitan una tendencia de proyección continental.
Sería lícito colegir que el triúnfo del polemista profesional Donald Trump en los comicios presidenciales de los Estados Unidos de América en noviembre de 2016 supo anticipar el devenir de una tendencia, equívoca e ingenuamente consignada como un 'retorno de los populismos'. Esto, en razón de que el análisis político tradicional suele tener por costumbre el centrarse en la descripción de los personalismos, mientras elude la necesaria profundización del contexto más amplio. Así, pues, una ponderación más abarcativa no debería centrarse estrictamente en la personalidad de, por ejemplo, Trump o Bolsonaro, sino que habrá de tener en cuenta la interoperabilidad de variables que han conducido no ya a la elección de un personaje, sino al derrumbe de una filosofía política que ha fracasado a la hora de ofrecer resultados concretos. Esa filosofía política que reposa en el globalismo -ahora en franca declinación- se sintetiza en el sobretensionamiento de los derechos humanos para minorías, las denominadas 'políticas de género', el feminismo, y conceptuaciones subjetivas que pontifican sobre igualdad, 'redistribución de riqueza', y otros abstractos etcéteras. Puesto en limpio, este quintacolumnismo que hoy solo sabe acopiar derrotas electorales a escala continental no ocultaba su intención de aniquilar al Estado Nacional, negándole todo principio de soberanía territorial o migratoria, sino también disputarle sus decisiones soberanas en el quehacer judicial. De esta modo se explica, por ejemplo, la postura intervencionista de Naciones Unidas en los asuntos soberanos de países, arrogándose una interferencia jurisdiccional que, irónicamente, contradice a las mismas bases sobre las que el Estado Nacional ha sabido construir sus cimientos. Sin importar su formato (chavismo, kirchnerismo, indigenismo, petismo), este servomecanismo globalista jamás ha ocultado su costado autoritario, como tampoco ha sabido disimular su más criticable contribución, esto es, el surgimiento de nomenklaturas enquistadas en el poder que se han arrogado una suerte de derecho divino para amasar incalculables fortunas.
En los Estados Unidos, el speech proselitista de Hillary Rodham Clinton se desmoronó tras obviar la mención y oferta de soluciones reales para problemáticas de índole estratégica: auge del delito en todas sus formas, desempleo y caída de los estándares generales en calidad de vida (que en la cotidianeidad norteamericana se explicita en el American Dream, en tanto un deterioro sensible en el mismo deviene en un golpe letal para cualquier aspirante a competir por puestos electivos). Así fue que Rodham Clinton replicó con 'derechos humanos' y 'empoderamiento de la mujer' a una ciudadanía azotada por la pérdida del propio empleo, la disparada en los préstamos universitarios, la sobreprotección del delincuente, y otras variables. El resultado coincidió con una amarga derrota para los Demócratas, coloreado el proscenio con la recurrente preocupación de que Estados Unidos estaba adquiriendo una dinámica involucionista (deterioro institucional mediante) propia de cualquier nación de la América Latina.
La República Federativa del Brasil no ha escapado a la tendencia. Los logros aparentes del Partido dos Trabalhadores (PT) de Luiz Inácio Lula Da Silva y su protegé Dilma Rousseff se diluyeron, de manera relativamente veloz, en la pestilente ciénaga del Caso Odebrecht y de la laberíntica trama del Lava Jato, con Da Silva ejercitando un mustio proselitismo desde la crujía. Tras el derrumbe en el precio internacional de las materias primas -el cual los eminentes dignatarios petistas explotaron con sorprendente desaprensión-, el Estado de bienestar brasileño implosionó proporcionalmente, devolviendo al ciudadano promedio a la cruenta realidad del desempleo y su correlato en el agudo retroceso del PBI, a la violencia y a la fractura societaria -incluso mediando un peligroso agravamiento de estas problemáticas. La explicitación más cabal del toque de diana brasileño cobró fuerza en el cuarto puesto obtenido por Rousseff en su intento por alcanzar el senado del vecino país, carrera de la que quedó al margen. En la urna electrónica, los votantes la zurraron con un mensaje tan arrollador como hiriente: le hicieron saber que su gobierno ha pasado, prontamente, al olvido.
A la postre, la escenografía electoral en la República Federativa comparte, por estas horas, prolegómenos similares a la presidencial estadounidense. Previo a noviembre de 2016, el Beltway washingtoniano y el Partido Republicano se volcaron a un esfuerzo full-time para desbancar a Donald Trump, inclinándose por un candidato más 'políticamente correcto' y, por ende, maleable. Huelga decir que no lo lograron y, hacia el verano de 2017, sus principales críticos intestinos -muchos de ellos, referentes de peso en influyentes think tanks del Distrito de Columbia- terminaron trabajando para su equipo de transición. En el Brasil de hoy, los otrora contendientes de Bolsonaro, vinculados al centroderecha o al centro, ya advirtieron que de ninguna manera orientarán sus preferencias por el petista Fernando Haddad, al aproximarse la fecha de la segunda vuelta del comicio.
Pasando ya al andarivel operativo, tanto Trump como Bolsonaro consignan un impetuoso cambio de paradigma: a todas luces, se asiste al fracaso de la práctica que imponía la inversión multimillonaria en la adquisición de espacios de prensa -aspecto que, en su faz más obscena, involucra la abierta compra de periodistas y analistas, y el diseño de encuestas a piacere. Se han eliminado los espacios comunes de intermediación con el votante, y la promoción político-publicitaria tradicional parece no ser ya suficiente. Los aspirantes estadounidense y el brasileño han preferido recostarse en discursos efectistas y en la interlocución directa con su target o público objetivo, allí donde el community manager político adquiere una dimensión y relevancia a priori impensadas; convirtiéndose también en un integrante imprescindible en el proceso decisional pre y post comicios. No obstante, para el outsider de oportunidad no todo se sintetizará en soplar y hacer botellas: habrá de esforzarse sobremanera para reducir la brecha entre su caudal de promesas electorales y lo que, ya llegado al poder, cumplirá. Ejercitando siempre un autosinceramiento de orden fundamental: el outsider no emerge triunfador de un proceso electoral necesariamente gracias a lo que él mismo representa; antes bien, el votante/ciudadano ha decidido elegirlo, antes que por sus propios méritos, porque le resultaba imperativo deshacerse del oponente que no caía en su agrado. Donald Trump y Jair Bolsonaro no han acopiado decenas de millones de votos en sus respectivos países porque eran vistos como circunstanciales mesías: desde el inicio, han sido catalizadores útiles para que la ciudadanía removiese a los políticos tradicionales de la ecuación.
En lo que a la República Argentina respecta, el Presidente Mauricio Macri equivocó groseramente la lectura cuando su consorcio 'Cambiemos' logró imponerse, tres años atrás: se convenció de que su llegada a la Casa Rosada tuvo más que ver con sus virtudes, negando de plano que su plataforma ofrecía, a lo mucho, una oportunidad perentoria para que los votantes pudiesen eyectar al kirchnerismo. Acaso asistido por su sobrevaluado consultor electoral Jaime Durán Barba, el líder de Cambiemos ha logrado sobrevivir en la arena política, en todo este tiempo, gracias a la recurrente comparación de su figura con la de la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner. Una eventual victoria del capitán evangelista Jair Bolsonaro en Brasil depositaría a Macri en un mundo de problemas, no solo operativos (muy probable revaluación del real brasileño, factible eliminación del Mercosur): tras el error estratégico de prorrogar la comparativa versus el populismo kirchnerista, una vez barrida la viuda de Kirchner del escenario, el jefe de Estado argentino terminará siendo cotejado contra los resultadistas Bolsonaro y Sebastián Piñera (Chile). En cuyo caso, Mauricio Macri será contemplado a la luz de sus magros resultados de gestión (persistencia de la inflación, reiteradas crisis cambiarias, auge del delito, sobretensionamiento de la subsidización en claro desmedro de los sectores medios, insostenible incremento de la presión impositiva, etcétera), quedando más cerca del socialismo venezolano que del occidentalismo con el que Balcarce 50 tanto se ha esmerado en emparentar a Cambiemos.
Peor todavía: el electorado argentino podría comenzar a cuestionarse sobre la verdadera naturaleza del consorcio gobernante. ¿Se trata, como se afirma desde el circuito íntimo del Presidente, de un conglomerado que ha rescatado a la Argentina de la proposición socialistoide latinoamericana? ¿O, muy por el contrario, 'Cambiemos' no sería más que un espejismo de centroderecha que, en la práctica, ha postergado la oferta de soluciones reales para las problemáticas de fondo antes mencionadas, fogoneando ad eternum un creciente asistencialismo y su archiconocida mecánica de expoliar brutalmente a las clases medias para, de esos fondos, nutrir a los que califica como 'postergados' y continuar el despilfarro estatal? ¿Sería posible que el subsistema político gobernante haya explotado aquel espejismo socialdemócrata para apropiarse del sufragio del centroderecha con el fin de, tiempo después, alienarlo, y terminar volcándose a la absorción del votante socialista o del centroizquierda? En paralelo y, acaso sin saberlo, el Presidente Macri ha atado grandes porciones de su suerte futura a la plausible emulación de un Lava Jato local; prolegómeno judicial que, conforme todo insider y fuente se preocupan en explicitarlo crudamente, no conducirá a depuración comprobable alguna. En eso están ahora mismo -regulando el goteo de su propia simulación-, Claudio Bonadio y Carlos Stornelli.
La Variante Bolsonaro podría, a la postre, conducir a la ciudadanía argentina hacia un resbaladizo porvenir, allí donde no les quede otro camino que concluir que son taciturnos rehenes de una democracia de baja intensidad, esto es, un sistema de gobierno a medio camino entre una dictadura y un Estado fallido, en el que, aún cuando se verifique el desarrollo periódico de procesos electorales, las libertades individuales brillan por su ausencia.
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.