Drogas y tiempos 'nublados'
Siempre los padecimientos humanos se presentan como caricatura del contexto cultural en el que vivimos
19 de Septiembre de 2018
Es hoy época de superficialidad, no de profundidad. Vivimos patinando sobre un lago congelado. Todo es tránsito.
Zygmunt Bauman
* * *
Siempre los padecimientos humanos se presentan como caricatura del contexto cultural en el que vivimos. El mundo de mediados del siglo pasado se ha desmoronado, emergiendo uno nuevo -con sus respectivos claroscuros y matices. A esa transición entre realidades se le ha dado en llamar modernidad, portadora de discursos predominantes que el público incorpora, ya se esté en el propio hogar, en la calle, en la escuela, o en cualquier entorno social. A la postre, todo ha mutado en lo que hoy se denomina postmodernidad.
Todo lo cual se verifica en los padecimientos y adversidades de quienes se acercan a nuestra consulta. En tal escenario, las drogas se presentan -dada la masividad de su consumo- como un sendero a través del cual algunos exhiben el vacío de su modo de vida. Lo propio sucede con trastornos como el ataque de pánico o de ansiedad, y las depresiones en la edad media de la vida de la persona. De tal suerte que se multiplican las adicciones y las patologías mentales, al igual que los intentos de suicidio. En consecuencia, la empatía y el esfuerzo a la hora de devolver sentido a muchas existencias se convierte en el imperativo ético en la tarea del profesional.
A partir de mediados del siglo XX, tres remarcables relatos que supieron disputarse el control político y el control de los sistemas educativos -el cristianismo, el comunismo y el iluminismo, con su fe éste último en la razón y la confianza ilimitada en el progreso- entran en crisis. El precipicio de tales discursos ha allanado el camino para el emerger de un novedoso ciclo cultural cuya meta es trascender a la modernidad; se asiste, entonces, a la postmodernidad.
Como ejemplos, el Holocausto perpetrado por el nacionalsocialismo nazi y la masacre de millones de personas a manos del stalinismo sintetizan la notoria fragilidad de todo un sistema de creencias; la noción del Estado nacional se precipitó en un abismo. En este contexto, las grandes urbes se muestran como un mero conjunto de individuos en donde el aislamiento y la despersonalización son moneda corriente, y la noción de comunidad pasa a formar parte del olvido. Invariablemente, el fenómeno también acusa impacto sobre la familia, que se debilita y desintegra. Los hijos se sienten o son abandonados. Disminuyen marcadamente los índices de natalidad en las naciones centrales de Occidente.
De la misma forma en que el individualismo emerge victorioso, el narcisismo de potencia. Los tiempos actuales desprecian los planes y la estrategia: el tiempo es hoy. Todo se agota en el instante, y el mañana ha extraviado todo sentido o preferencia.
Así las cosas, el hombre prometeico que hurtó el fuego de los dioses del Panteón, previendo un futuro para sí mismo, terminaría siendo desplazado por el hombre dionisíaco, que privilegia el placer y el 'aquí y ahora'. La gran invención que consignara Gutenberg con su imprenta ha cedido espacio a la imagen, que todo lo controla e invade. En su diseño presente, el mundo ha pasado a ser uno de consumidores; aspecto que cobra particular relevancia con las drogas. En simultáneo, la técnica y la cibernética han suplantado al diálogo, a las vivencias y a la palabra.
Este homo novus quizás sea más plástico y, si se quiere, líquido. Pero también revela un costado de franco abandono, especialmente durante su infancia y durante su educación. El hombre ha dejado de ser tal, y ha cedido su rol de ciudadano, para convertirse -a lo mucho- en un cliente.
Zygmunt Bauman
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Siempre los padecimientos humanos se presentan como caricatura del contexto cultural en el que vivimos. El mundo de mediados del siglo pasado se ha desmoronado, emergiendo uno nuevo -con sus respectivos claroscuros y matices. A esa transición entre realidades se le ha dado en llamar modernidad, portadora de discursos predominantes que el público incorpora, ya se esté en el propio hogar, en la calle, en la escuela, o en cualquier entorno social. A la postre, todo ha mutado en lo que hoy se denomina postmodernidad.
Todo lo cual se verifica en los padecimientos y adversidades de quienes se acercan a nuestra consulta. En tal escenario, las drogas se presentan -dada la masividad de su consumo- como un sendero a través del cual algunos exhiben el vacío de su modo de vida. Lo propio sucede con trastornos como el ataque de pánico o de ansiedad, y las depresiones en la edad media de la vida de la persona. De tal suerte que se multiplican las adicciones y las patologías mentales, al igual que los intentos de suicidio. En consecuencia, la empatía y el esfuerzo a la hora de devolver sentido a muchas existencias se convierte en el imperativo ético en la tarea del profesional.
A partir de mediados del siglo XX, tres remarcables relatos que supieron disputarse el control político y el control de los sistemas educativos -el cristianismo, el comunismo y el iluminismo, con su fe éste último en la razón y la confianza ilimitada en el progreso- entran en crisis. El precipicio de tales discursos ha allanado el camino para el emerger de un novedoso ciclo cultural cuya meta es trascender a la modernidad; se asiste, entonces, a la postmodernidad.
Como ejemplos, el Holocausto perpetrado por el nacionalsocialismo nazi y la masacre de millones de personas a manos del stalinismo sintetizan la notoria fragilidad de todo un sistema de creencias; la noción del Estado nacional se precipitó en un abismo. En este contexto, las grandes urbes se muestran como un mero conjunto de individuos en donde el aislamiento y la despersonalización son moneda corriente, y la noción de comunidad pasa a formar parte del olvido. Invariablemente, el fenómeno también acusa impacto sobre la familia, que se debilita y desintegra. Los hijos se sienten o son abandonados. Disminuyen marcadamente los índices de natalidad en las naciones centrales de Occidente.
De la misma forma en que el individualismo emerge victorioso, el narcisismo de potencia. Los tiempos actuales desprecian los planes y la estrategia: el tiempo es hoy. Todo se agota en el instante, y el mañana ha extraviado todo sentido o preferencia.
Así las cosas, el hombre prometeico que hurtó el fuego de los dioses del Panteón, previendo un futuro para sí mismo, terminaría siendo desplazado por el hombre dionisíaco, que privilegia el placer y el 'aquí y ahora'. La gran invención que consignara Gutenberg con su imprenta ha cedido espacio a la imagen, que todo lo controla e invade. En su diseño presente, el mundo ha pasado a ser uno de consumidores; aspecto que cobra particular relevancia con las drogas. En simultáneo, la técnica y la cibernética han suplantado al diálogo, a las vivencias y a la palabra.
Este homo novus quizás sea más plástico y, si se quiere, líquido. Pero también revela un costado de franco abandono, especialmente durante su infancia y durante su educación. El hombre ha dejado de ser tal, y ha cedido su rol de ciudadano, para convertirse -a lo mucho- en un cliente.
Mundo de clientes y usuarios
La perspectiva del profesional de la psiquiatría certifica la multiplicación de desórdenes adictivos, mentales y nutricionales. Pero este discurso parece comportar cierta antigüedad: el pretendido paciente -en opinión del sistema- es, en rigor, un cliente. Para el profesional, lo que se explicita como un padecimiento compulsivo que compromete la libertad de las personas es, para otros, un síntoma de liberación -y así lo proponen los exponentes de la matriz política progresista. Para éstos, la sociedad antigua disciplinaria debe caer, y la liviandad o el costado light de la existencia individual deben prevalecer, sin discusión. Poco después, esa misma liviandad es la que terminará dictando incluso normas sanitarias.
Perspectiva que el discurso progresista comparte con la visión del narcotraficante, para quien quien padece nunca es un enfermo, sino un cliente. Siguiendo las leyes del mercado, el dealer de esquina o su mayorista se imponen la obligación de multiplicar esa clientela. Y esta interpretación mercadológica tampoco escapa a las gigantes farmacéuticas, tabacaleras y productoras de bebidas con alcohol: entienden que su agenda les exigirá amplificar sus redes de comercialización y distribución; y así lo demuestran las sociedades comerciales entre compañías privadas (que cotizan en Wall Street), dedicadas ahora a la investigación y desarrollo de productos que incorporen cannabis. En el terreno operativo, se privilegia como nunca antes el rol del Ingeniero Químico; el staff de marketing hará el resto. Es que, a fin de cuentas, han orientado sus ocupaciones y negocios hacia un público objetivo compuesto por sociedades químicas. Estas acusan rápidamente el impacto de la fuerza de la imagen. Finalmente, un grupo de especialistas asistirá en la farmacopea de sustancias que impacten; detrás de ellos, otra clase de especialistas potenciará el efecto de la imagen que acompañará al producto. El público consumirá ambos (imagen y producto).
Poblaciones en crisis
De tal suerte que el resultado ilustrará sobre tres poblaciones bien distinguibles que rematarán epidémicamente comprometidas ante el abuso de alcohol y las drogas; todo ello en medio de un marco de profunda incertidumbre postmoderna. Realidad a la que asistimos con frecuencia en nuestra consulta en GRADIVA:
1. Jóvenes con iniciación en el alcohol a los 11 o 12 años, acompañando al líquido con la siempre presente marihuana. Tiempo después, proseguirán su 'carrera académica' con otras sustancias como la cocaína, el éxtasis y otros sintéticos. Este grupo se caracteriza por jóvenes sin tutela alguna. Personifican la aguda crisis de los transmisores de cultura como padres y escuelas. Estos jóvenes lucen desorientados, o bien como 'amaestrados' por la sociedad tecnológico-multimedial -allí donde revistan protagonismo el YouTuber, Instagram y formatos variopintos de explotación y difusión de imágenes en alta cadencia. El lema de estos chicos se sintetiza en el 'No Future' que el rock alguna vez sentenciara, acaso anticipatoriamente, en los años noventa. Privilegian el 'Yo' y el 'Ahora'; ni más ni menos, el instante.
Aunque también será lícito observar que este hombre dionisíaco que tiene al placer como eje primordial, espera por una promesa: se muestra en la búsqueda de una Palabra que lo ayude a ordenar y dar sentido a su existencia. Parece haber sido privado de un Padre.
Estas personas exploran jerarquías para detectar afecto, valores y límites que les brinden orientación en el arduo sendero de la vida. Acaso no lo confiensen abiertamente, pero persiguen aquello de lo que, precisamente, la postmodernidad los ha privado; añoran la transmisión de sabiduría.
2. Otro segmento, compuesto por adultos agobiados, que consultan cuando ya el vodka y la cocaína pierden el encanto de la luna de miel inicial, para terminar convirtiéndose en una peligrosa compulsión. Atrás han abandonado empresas y emprendimientos, familias, y a sus propios hijos. Estas personas arriban a la consulta, extenuados en la derrota ante el sinsentido de sus vidas; al punto en que persiguieron una fuga imposible en alcohol y drogas, o en vínculos tan fugaces como transitorios. Pero, al final del sendero, solo se toparon con la profundización de un sentimiento opresivo de recurrente melancolía. En una importante cantidad de casos, atravesarán dolencias que partieron del sedentarismo y luego se extendieron en gravedad: diabetes, infartos de miocardio, insomnio. Aquí reside el principal desperfecto de la proposición postmodernista: en ninguna de sus góndolas se ofrece esperanza, ni salida alguna.
En la caída del telón, la adicción como evento central los empujará con mayor periodicidad a las salas de guardia. En tales sitios, la persona se percibe como un anónimo más, cada vez más cercano a cruzar la frontera de la muerte sin dignidad.
3. Familias laceradas por el consumo del que abusan sus integrantes. Ha triunfado, en este espectro, el eslogan con forma de oxímoron que ventila 'Consumo responsable' por doquier. Infortunadamente, los promotores progresistas del mismo obviaron una variable fundamental, esta es, la función cerebral y el impacto acumulativo de la ingesta de sustancias en claro perjuicio de las conexiones neuronales y, por ende, de todo principio ordenador familiar y societario. Desde este espacio, hemos citado ya ejemplos sobre hijos que consumen drogas junto a sus propios padres, deshilachándose el núcleo familiar como organizador social primigenio. Pernicioso efecto que, más tarde o más temprano, proyectará sus funestos resultados sobre la sociedad en su conjunto.
'Tiempos nublados' fue la metáfora de la que el célebre Octavio Paz echara mano, para referirse a la era presente, en la cual la espiritualidad (no tomada literalmente, sino para referirse al sentido de la vida o al espíritu comunitario) terminara en una nebulosa.
Urge, a la postre, proceder con la sana restauración del diálogo y de la cultura de la palabra. Unico sendero para vencer la compulsión a consumir y al sinsentido.