Drogas y 'post-50'
Llegan a nuestra consulta en GRADIVA decenas de personas a las que denominamos 'post-50'...
06 de Octubre de 2018
Sola y desesperadamente sola
Hasta que el tiempo del amor regrese
Desesperadamente Sola (María Graña/Chico Novarro)
* * *
Llegan a nuestra consulta en GRADIVA decenas de personas a las que denominamos 'post-50'. Se trata de adultos que temen al paso del tiempo, como signo de lo que entienden se relaciona con lo inservible o descartable; personas que se perciben a sí mismos como una síntesis de idearios emparentados con los siglos XIX, XX y XXI. Son contingentes de 'solos y solas' que recurren a su botella o al polvo blanco, como compañías.
Vodka, tequila, vino y otros estimulantes, son parte de la vida de estas personas. La cocaína también forma parte del cóctel, y lo propio sucede con amores fugaces -una realidad vivida en la noche, que se condimenta ineludiblemente con una profunda desvinculación (abandono de los hijos, de relaciones antiguas, y de trabajos o empresas propias). Estos atribulados ciudadanos arriban a nuestra consulta portando síndromes metabólicos (obesidad, diabetes incipiente, trastornos cardiovasculares). Será lícito decirlo: la carrera adictiva les ha compartido sus secuelas.
Estas personas fueron educados por padres y abuelos que les imprimieron pautas de comportamiento originadas en el siglo XIX (esto es, los valores de una sociedad con marcos disciplinarios rígidos pero que, a la postre, ofrercián seguridad), pero nacieron en el siglo XX, instancia en la que hizo su ingreso la sociedad líquida y frágil. Existencia que se caracteriza por la mutación de los valores y la relativización recurrente de los mismos; aquí, el amor 'para siempre' es una utopía, extraviada ya en un maremágnum de incertidumbres. Precisamente, es la incertidumbre su realidad diaria, acompañada de una remarcable fragilidad. En el remate, acusan el impacto del siglo XXI de la mano del Internet, la química, la preeminencia de la imagen, la falsa promesa de la eterna juventud y un formato de amor que se colorea con la excitación sexual en compañía de la pornografía. Para colmo, los aqueja la sociedad del rendimiento y del hiperconsumismo, depositándolos en una frontera de cansancio, agotamiento y, por propia dinámica, el dopaje.
De tal suerte que, al tomar Usted un taxi, muy probablemente se tope con un chófer acelerado e hiperquinético que salta de un tema a otro en su conversación, frenando, acelerando e insultando a todo aquel que se le cruza. Recordé entonces al autor e investigador Roberto Saviano -italiano que, tras investigar el mundillo de la cocaína y ser perseguido por las mafias de la península itálica, debió buscar refugio en los Estados Unidos de América. Supo escribir Saviano, en su libro Triple Cero (referencia para la cocaína de máxima pureza): consume cocaína 'quien ahora está sentado a tu lado en el tren, el conductor del autobús, si no es tu hijo es tu jefe, el agente de bolsa, etcétera'. Fiel retrato de la cocaína, promocionado como ayuda imprescindible para rendir. Y donde destacan las palabras de Pablo Escobar: 'Conmigo, no van a poder; vendo algo necesario'.
La Era de la Velocidad
Nadie se detiene a contemplar. En la realidad actual, el ocio creativo no existe ya -al menos, no en el formato explicitado por los griegos como contemplación, para dedicar a la autoconsciencia, a la observación de la maravilla del vivir y del contacto con el Otro. Al cierre, las personas se esmeran en 'rendir', para terminar en un proceso de agotamiento que devolverá al individuo a otra instancia del dopaje. Porque hoy se habla de una existencia carente de finalidad ni trascendencia, esto es, sin teleología (finalidad, objetivo) ni teologías (trascendencia).
Todo es velocidad. Un suceso sigue al otro, y no hay ninguna finalidad en las acciones más que la descarga inmediata; razón por la cual decimos que se vive una Era sin Trascendencia. No se conoce relato histórico: algo sucede y, luego, otra cosa... y otra. Las personas viven presentes sin rumbo.
Se trata de los prisioneros de la sociedad de la seducción, de la tentación y del espectáculo, en donde rendir y aparentar es fundamental. Y la arruga parece ser ese infierno tan temido. El cirujano estético parece ser el pensador o confidente de estos tiempos. La estética es el valor supremo, pero ha cobrado un formato en el cual ninguna oscuridad, lunar ni arruga deberá emerger. Los individuos se miden a sí mismos comparándose con una imagen ideal, aunque inalcanzable, que promociona la sociedad del espectáculo. Y la química ayuda en esta vida de zozobra permanente. Por eso, están ahí -a la mano- el tranquilizante, las bebidas blancas, el vino, la cerveza y los estimulantes con el siempre presente combo de sildenafil y cocaína -para muchos, infaltables. Todo se reduce a un planteo de narcisismo individualista.
Nadie mejor que el filósofo Byung-Chul-Han (pensador de origen surcoreano), quien ha retratado este mundo líquido emparentándolo con la agonía del Amor, del Tiempo y la vigencia del descarte del ser humano.
El ego es egolatría individualista. El Eros agoniza, en un proscenio de rendimiento sexual artificial, siempre despojado del encuentro más profundo. De esta manera, muchas personas se topan con un profundo sentimiento de soledad, que los persigue especialmente después de los cincuenta años de edad, cuando ya la persona se ha desembarazado de los vínculos que le aportaban profundidad. Retomamos el aporte de Zygmunt Bauman, quien supo consignar que el gran miedo del hombre de hoy es el miedo a ser excluído, abandonado -en definitiva, un temor irracional a ser depositado en la más absoluta oscuridad. Por su parte, Carl Jung (1875-1961) lo explicitó con similar crudeza: 'La soledad es el verdadero infierno'.
Sociedad de agotamiento
Las comunidades terapéuticas se exhiben hoy repletas con la visita de estas personas. Todos ellos (y también mujeres) que intentan recuperar intimidad y empatía; en las expresiones del eterno José Ortega y Gasset, encontrar un proyecto, una vocación, una misión.
La Era de la Velocidad y su correspondiente sociedad de agotamiento dificultan la elaboración de todo duelo que hace al vivir: la muerte, el paso del tiempo, las ausencias, las pérdidas, etcétera. Son las 'situaciones límite' a las que se refería Karl Jaspers (1883-1969), que el ser humano debe atravesar, pero sin narcotizarlas. Es decir, que la persona habrá de aprender a asimilar aquellos procesos sin echar mano de alucinaciones perentorias.
'La forma de curar esa depresión es dejar atrás el narcisismo, mirar al otro, darse cuenta de su dimensión, de su presencia', compartió Byung-Chul-Han ante el matutino español El País en 2014. Para asistir al 'post-50', es menester que el profesional lo ayude a ingresar en el tiempo de la lentitud, que no es otra cosa que la etapa del autoconocimiento y la terapia. A estas personas, les compete superar la medición temporal hiperdigitalizada, para arribar a un escenario de elaboración sin mediar allí las drogas. Para lo cual habrá de evitar caer en la trampa narcisista, e inaugurando una temporada de profunidad -allí donde ganan fuerza la palabra (el diálogo) y los vínculos.
Hasta que el tiempo del amor regrese
Desesperadamente Sola (María Graña/Chico Novarro)
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Llegan a nuestra consulta en GRADIVA decenas de personas a las que denominamos 'post-50'. Se trata de adultos que temen al paso del tiempo, como signo de lo que entienden se relaciona con lo inservible o descartable; personas que se perciben a sí mismos como una síntesis de idearios emparentados con los siglos XIX, XX y XXI. Son contingentes de 'solos y solas' que recurren a su botella o al polvo blanco, como compañías.
Vodka, tequila, vino y otros estimulantes, son parte de la vida de estas personas. La cocaína también forma parte del cóctel, y lo propio sucede con amores fugaces -una realidad vivida en la noche, que se condimenta ineludiblemente con una profunda desvinculación (abandono de los hijos, de relaciones antiguas, y de trabajos o empresas propias). Estos atribulados ciudadanos arriban a nuestra consulta portando síndromes metabólicos (obesidad, diabetes incipiente, trastornos cardiovasculares). Será lícito decirlo: la carrera adictiva les ha compartido sus secuelas.
Estas personas fueron educados por padres y abuelos que les imprimieron pautas de comportamiento originadas en el siglo XIX (esto es, los valores de una sociedad con marcos disciplinarios rígidos pero que, a la postre, ofrercián seguridad), pero nacieron en el siglo XX, instancia en la que hizo su ingreso la sociedad líquida y frágil. Existencia que se caracteriza por la mutación de los valores y la relativización recurrente de los mismos; aquí, el amor 'para siempre' es una utopía, extraviada ya en un maremágnum de incertidumbres. Precisamente, es la incertidumbre su realidad diaria, acompañada de una remarcable fragilidad. En el remate, acusan el impacto del siglo XXI de la mano del Internet, la química, la preeminencia de la imagen, la falsa promesa de la eterna juventud y un formato de amor que se colorea con la excitación sexual en compañía de la pornografía. Para colmo, los aqueja la sociedad del rendimiento y del hiperconsumismo, depositándolos en una frontera de cansancio, agotamiento y, por propia dinámica, el dopaje.
De tal suerte que, al tomar Usted un taxi, muy probablemente se tope con un chófer acelerado e hiperquinético que salta de un tema a otro en su conversación, frenando, acelerando e insultando a todo aquel que se le cruza. Recordé entonces al autor e investigador Roberto Saviano -italiano que, tras investigar el mundillo de la cocaína y ser perseguido por las mafias de la península itálica, debió buscar refugio en los Estados Unidos de América. Supo escribir Saviano, en su libro Triple Cero (referencia para la cocaína de máxima pureza): consume cocaína 'quien ahora está sentado a tu lado en el tren, el conductor del autobús, si no es tu hijo es tu jefe, el agente de bolsa, etcétera'. Fiel retrato de la cocaína, promocionado como ayuda imprescindible para rendir. Y donde destacan las palabras de Pablo Escobar: 'Conmigo, no van a poder; vendo algo necesario'.
La Era de la Velocidad
Nadie se detiene a contemplar. En la realidad actual, el ocio creativo no existe ya -al menos, no en el formato explicitado por los griegos como contemplación, para dedicar a la autoconsciencia, a la observación de la maravilla del vivir y del contacto con el Otro. Al cierre, las personas se esmeran en 'rendir', para terminar en un proceso de agotamiento que devolverá al individuo a otra instancia del dopaje. Porque hoy se habla de una existencia carente de finalidad ni trascendencia, esto es, sin teleología (finalidad, objetivo) ni teologías (trascendencia).
Todo es velocidad. Un suceso sigue al otro, y no hay ninguna finalidad en las acciones más que la descarga inmediata; razón por la cual decimos que se vive una Era sin Trascendencia. No se conoce relato histórico: algo sucede y, luego, otra cosa... y otra. Las personas viven presentes sin rumbo.
Se trata de los prisioneros de la sociedad de la seducción, de la tentación y del espectáculo, en donde rendir y aparentar es fundamental. Y la arruga parece ser ese infierno tan temido. El cirujano estético parece ser el pensador o confidente de estos tiempos. La estética es el valor supremo, pero ha cobrado un formato en el cual ninguna oscuridad, lunar ni arruga deberá emerger. Los individuos se miden a sí mismos comparándose con una imagen ideal, aunque inalcanzable, que promociona la sociedad del espectáculo. Y la química ayuda en esta vida de zozobra permanente. Por eso, están ahí -a la mano- el tranquilizante, las bebidas blancas, el vino, la cerveza y los estimulantes con el siempre presente combo de sildenafil y cocaína -para muchos, infaltables. Todo se reduce a un planteo de narcisismo individualista.
Nadie mejor que el filósofo Byung-Chul-Han (pensador de origen surcoreano), quien ha retratado este mundo líquido emparentándolo con la agonía del Amor, del Tiempo y la vigencia del descarte del ser humano.
El ego es egolatría individualista. El Eros agoniza, en un proscenio de rendimiento sexual artificial, siempre despojado del encuentro más profundo. De esta manera, muchas personas se topan con un profundo sentimiento de soledad, que los persigue especialmente después de los cincuenta años de edad, cuando ya la persona se ha desembarazado de los vínculos que le aportaban profundidad. Retomamos el aporte de Zygmunt Bauman, quien supo consignar que el gran miedo del hombre de hoy es el miedo a ser excluído, abandonado -en definitiva, un temor irracional a ser depositado en la más absoluta oscuridad. Por su parte, Carl Jung (1875-1961) lo explicitó con similar crudeza: 'La soledad es el verdadero infierno'.
Sociedad de agotamiento
Las comunidades terapéuticas se exhiben hoy repletas con la visita de estas personas. Todos ellos (y también mujeres) que intentan recuperar intimidad y empatía; en las expresiones del eterno José Ortega y Gasset, encontrar un proyecto, una vocación, una misión.
La Era de la Velocidad y su correspondiente sociedad de agotamiento dificultan la elaboración de todo duelo que hace al vivir: la muerte, el paso del tiempo, las ausencias, las pérdidas, etcétera. Son las 'situaciones límite' a las que se refería Karl Jaspers (1883-1969), que el ser humano debe atravesar, pero sin narcotizarlas. Es decir, que la persona habrá de aprender a asimilar aquellos procesos sin echar mano de alucinaciones perentorias.
'La forma de curar esa depresión es dejar atrás el narcisismo, mirar al otro, darse cuenta de su dimensión, de su presencia', compartió Byung-Chul-Han ante el matutino español El País en 2014. Para asistir al 'post-50', es menester que el profesional lo ayude a ingresar en el tiempo de la lentitud, que no es otra cosa que la etapa del autoconocimiento y la terapia. A estas personas, les compete superar la medición temporal hiperdigitalizada, para arribar a un escenario de elaboración sin mediar allí las drogas. Para lo cual habrá de evitar caer en la trampa narcisista, e inaugurando una temporada de profunidad -allí donde ganan fuerza la palabra (el diálogo) y los vínculos.