Las drogas y la agonía del amor
Las drogas parecen ser solo 'frutilla del postre' de un malestar cultural en donde la crisis del Amor...
20 de Octubre de 2018
El 'Vivir Con' y el 'Vivir Para' están hoy en crisis.
Zygmunt Bauman
* * *
Las drogas parecen ser solo 'frutilla del postre' de un malestar cultural en donde la crisis del Amor (esto es, del Eros griego) permite que miles se agolpen en las distintas ventanas de venta -sin importar se trata de farmacias, licorerías, o de búnkers narco en villas o pabellones VIP de las prisiones del país-, con el objetivo de rastrear anestésicos o estimulantes en donde las gárgaras narcóticas ayuden a vivir de la 'mejor/peor' manera posible.
Jóvenes, adolescentes, ciudadanos post-50 años y grupos familiares (hijos, padres, hermanos) constituyen hoy la 'feligresía' de esta nueva era, buscando la pócima anhelada -al menos hasta que el próximo capítulo de abstinencia los devuelva, sin más, al sendero del consumo. El apagón de estadísticas oficiales entre 2010 y mediados del 2017 intentó ocultar el default humanístico-cultural que sacudió a la sociedad con respecto al consumo de drogas desde inicios del 2000, en donde parecieron saltar por los aires los índices de ingesta mientras la sociedad ingresaba en el desvarío de la confusión. Los estupefacientes comenzaron a ser prestigiados y aceptados socialmente, mientras se denigraban los efectos dañinos sobre la salud de la comunidad.
En la sociedad postmoderna, parecen sobrar los niños (hijos) y los ancianos. Se asiste a una epidemia de niños y adolescentes solos e itinerantes, que pululan por boliches, pubs, etcétera. Mientras, en Instagram y Facebook emerge la oferta de alcohol y otras yerbas en formato delivery, que en instantes y sin importar mayormente la edad, lleva a domicilio alcoholes de distinta graduación. Algún adulto -renunciando a su rol- observa como bajan las botellas y se bebe sin límites, como parte de la previa. Es que somos testigos de la acentuada crisis del mundo adulto: el argumento 'Mejor en casa' suena como una disculpa ante la evidente defección de la función parental; es ésta la que está en juego.
De tal suerte que la diversión actual sin consumo de sustancias fuera imposible de concebir para una mayoría. Sobreviene, tiempo después, el ataque de pánico, los delirios tóxicos o alucinaciones. En otros casos, trastornos hemodinámicos con secuelas orgánicas, renales, cardiacas o respiratorias, etc. La sociedad ha sido cooptada y seducida por el canto de sirena de los archiconocidos vendedores de ilusiones (comercien estos drogas, alcohol, erotismo desenfrenado y demás).
Hay padres que trabajan y otros declaradamente inexistentes. La familia se ha disgregado ya, multiplicándose las madres solas que luchan en condiciones críticas para sostener una familia numerosa. Y la calle parece ser el refugio en donde esta falta de contención se nuclea. Y la computadora o la Playstation parecen ser hoy las guaridas favoritas de niños y adolescentes solos. Es que ya no hay escuela ni oficio alguno que -según parece- valga la pena enseñar; la experiencia laboral quedará cada vez más lejos -y lo propio habrá de suceder con la educativa.
El inicio en el alcohol y las drogas se inicia a los once años de edad. Las familias son hoy multiproblemáticas (varios miembros en un mismo núcleo acusan problemas penales o psiquiátricos) o inocultablemente tóxicas, con el consumo como único destino; y solo nominales (la heladera está llena, pero sus integrantes desconocen cualquier vínculo real).
Mientras que la libertad es amistad, filiación y encuentro, la soledad y la esclavitud se dan la mano. En muchas personas, esta realidad habla de la agonía del Eros, es decir, del Amor. En tanto representa la caída del narcisismo y vara de altruismo, el amor es la base de la ética en las sociedades. Pero, hoy, el Otro parece declinar, o bien ha dejado de existir (llámese hijo, pareja, sentido de comunidad). Surge entonces la intemperie como única realidad en la cotidianeidad de miles de individuos, donde el abandono es protagonista central y eje en sus vidas.
¿Para qué recordar? El adicto a las sustancias experimenta un dolor y un abandono sin palabras, donde el vínculo está ausente. Ayudarlo es lograr que algún integrante de su grupo familiar, acaso herido por el consumo, logre posicionarse con firmeza en un rol de ayuda y de complemento con el equipo tratante. Alguien que efectivamente se juegue por él y que oficie de partero de su libertad.
Zygmunt Bauman
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Las drogas parecen ser solo 'frutilla del postre' de un malestar cultural en donde la crisis del Amor (esto es, del Eros griego) permite que miles se agolpen en las distintas ventanas de venta -sin importar se trata de farmacias, licorerías, o de búnkers narco en villas o pabellones VIP de las prisiones del país-, con el objetivo de rastrear anestésicos o estimulantes en donde las gárgaras narcóticas ayuden a vivir de la 'mejor/peor' manera posible.
Jóvenes, adolescentes, ciudadanos post-50 años y grupos familiares (hijos, padres, hermanos) constituyen hoy la 'feligresía' de esta nueva era, buscando la pócima anhelada -al menos hasta que el próximo capítulo de abstinencia los devuelva, sin más, al sendero del consumo. El apagón de estadísticas oficiales entre 2010 y mediados del 2017 intentó ocultar el default humanístico-cultural que sacudió a la sociedad con respecto al consumo de drogas desde inicios del 2000, en donde parecieron saltar por los aires los índices de ingesta mientras la sociedad ingresaba en el desvarío de la confusión. Los estupefacientes comenzaron a ser prestigiados y aceptados socialmente, mientras se denigraban los efectos dañinos sobre la salud de la comunidad.
En la sociedad postmoderna, parecen sobrar los niños (hijos) y los ancianos. Se asiste a una epidemia de niños y adolescentes solos e itinerantes, que pululan por boliches, pubs, etcétera. Mientras, en Instagram y Facebook emerge la oferta de alcohol y otras yerbas en formato delivery, que en instantes y sin importar mayormente la edad, lleva a domicilio alcoholes de distinta graduación. Algún adulto -renunciando a su rol- observa como bajan las botellas y se bebe sin límites, como parte de la previa. Es que somos testigos de la acentuada crisis del mundo adulto: el argumento 'Mejor en casa' suena como una disculpa ante la evidente defección de la función parental; es ésta la que está en juego.
De tal suerte que la diversión actual sin consumo de sustancias fuera imposible de concebir para una mayoría. Sobreviene, tiempo después, el ataque de pánico, los delirios tóxicos o alucinaciones. En otros casos, trastornos hemodinámicos con secuelas orgánicas, renales, cardiacas o respiratorias, etc. La sociedad ha sido cooptada y seducida por el canto de sirena de los archiconocidos vendedores de ilusiones (comercien estos drogas, alcohol, erotismo desenfrenado y demás).
Hay padres que trabajan y otros declaradamente inexistentes. La familia se ha disgregado ya, multiplicándose las madres solas que luchan en condiciones críticas para sostener una familia numerosa. Y la calle parece ser el refugio en donde esta falta de contención se nuclea. Y la computadora o la Playstation parecen ser hoy las guaridas favoritas de niños y adolescentes solos. Es que ya no hay escuela ni oficio alguno que -según parece- valga la pena enseñar; la experiencia laboral quedará cada vez más lejos -y lo propio habrá de suceder con la educativa.
El inicio en el alcohol y las drogas se inicia a los once años de edad. Las familias son hoy multiproblemáticas (varios miembros en un mismo núcleo acusan problemas penales o psiquiátricos) o inocultablemente tóxicas, con el consumo como único destino; y solo nominales (la heladera está llena, pero sus integrantes desconocen cualquier vínculo real).
Mientras que la libertad es amistad, filiación y encuentro, la soledad y la esclavitud se dan la mano. En muchas personas, esta realidad habla de la agonía del Eros, es decir, del Amor. En tanto representa la caída del narcisismo y vara de altruismo, el amor es la base de la ética en las sociedades. Pero, hoy, el Otro parece declinar, o bien ha dejado de existir (llámese hijo, pareja, sentido de comunidad). Surge entonces la intemperie como única realidad en la cotidianeidad de miles de individuos, donde el abandono es protagonista central y eje en sus vidas.
¿Para qué recordar? El adicto a las sustancias experimenta un dolor y un abandono sin palabras, donde el vínculo está ausente. Ayudarlo es lograr que algún integrante de su grupo familiar, acaso herido por el consumo, logre posicionarse con firmeza en un rol de ayuda y de complemento con el equipo tratante. Alguien que efectivamente se juegue por él y que oficie de partero de su libertad.
La experiencia de envejecer
Y hemos comentado en este espacio sobre los precoces niños viejos, que no han conocido infancia -mucho menos experiencia de juego. En ellos, todo parece haberse ejercido en soledad, con abandono de la escuela y años de curtirse en las calles. Estos jóvenes no han conocido clubes ni iglesia de barrio, la cual en muchos casos hubiese servido como eje emocional y espiritual. El abuso de sustancias a muchos incluso los deposita en un mundo de sedentarismo, que los profesionales de la medicina conocen hoy como síndrome higiénico-dietético-tóxico. Tengamos presente que un adolescente precisa una actividad promedio de casi 40 kilómetros semanales, si ha de otorgar importancia al desarrollo de su sistema muscular-esqueletal, y a la oxigenación de su cerebro. Pero, en la República Argentina, estas pautas directamente ni siquiera existen. El cerebro se alimenta con comida chatarra y funciona mal, e incluso registrándose la alteración continua de los ciclos biológicos día-noche. Para muchos, vivir es vagar -sin rumbo, de un lado a otro.
Jubilados precoces
El ejercicio cotidiano es necesario, a los efectos de que el propio organismo produzca antioxidantes que retarden el proceso natural de envejecimiento celular. En este escenario, cobran particular importancia una alimentación sana, una vida ordenada a base de caminatas, aerobismo, orden en el sueño, y lectura.
Infortunadamente, muchos jóvenes son adeptos a una realidad contraria, en donde la ausencia de información y de contención afectiva ha terminado por traducirse en un fanatismo por la oxidación celular y por una aceleración del deterioro: son los jóvenes-viejos o viejos prematuros. Así es que, por ejemplo, nuestros consultorios asisten al incremento en las visitas de personas con diabetes, síndromes metabólicos varios, daño cardíaco, obesidad, etcétera -dolencias que emergen habitualmente recién después de los 40 o 50 años de edad.
Pero estos nuevos viejos se deterioran a partir de las oportunidades que van perdiendo. La vida de estos chicos se fracciona entre aquellos grupos del segmento que logran 'zafar', estableciendo una vida digna sin drogas, con escuela o algún oficio, y aquellos que van desapareciendo porque pierden la vida, terminan en prisión, o con alguna grave discapacidad. Así, pues, los que 'hacen huevo' en la esquina, planeando no se sabe bien qué, terminan viendo cómo el tiempo de la vida pasa y ellos van quedando a un costado del camino. Es que han elegido ser jubilados precoces.
Para ocuparse verdaderamente de ellos, habrá de echar mano de aquello que jamás conocieron: educación. La República Argentina se caracteriza hoy por una infortunada ausencia de alertas tempranas y detección precoz. Sin embargo, a tal efecto, será necesario contar con instituciones creíbles que sean portadoras de la palabra y el diálogo. ¿Las hay?