Colombia: ética y política
Conversaciones sobre la brújula moral de la clase dirigente en la República de Colombia.
20 de Diciembre de 2018
Cuando se habla de ética, se asiste a un conjunto de actos, comportamientos y patrones sociales encaminados a la transparencia, honradez y rectitud de parte de la totalidad de los ciudadanos, resaltando allí la capacidad de discernimiento (entre lo bueno y lo malo) y su relación con la moral y las buenas costumbres. Por política, es factible asumir varias concepciones, aunque viene al caso la asignada en la visión Aristotélica: la política es el arte de gobernar los pueblos, a los efectos de preservar el orden, la credibilidad y la estabilidad.
Luego, al elaborarse una fusión de ambos conceptos podemos observar que la ética política- o ésta dentro de la ética- resulta tan primordial como urgente, particularmente para un país como Colombia dado que, en estas geografías, parte importante de los políticos obra con observancia de cualquier disciplina, menos de la ética (existen honrosas excepciones). Y es esto lo inquietante, porque quienes asumen cargos públicos de responsabilidad para este país, deben estar ciento por ciento apegados a los parámetros éticos y morales; ese es el deber ser.
Sin embargo, pareciera un sarcasmo de mal gusto hablar en Colombia de ética y de política a su vez, pues existen aquellos que consideran a ambas como abiertamente incompatibles. Y no es para menos; aquí reside el problema.
Para el infortunio de la ciudadanía colombiana, no existen en éste país transparencia ni rectitud, mucho menos honestidad en el 80% de servidores públicos colombianos. Aún reinan la trampa, el chanchullo, el ardid, y la voltereta. La mayoría se inclina por lo fácil; sin ningún esfuerzo, sin méritos ni merecimientos. Y así obtienen a como dé lugar lo que les place, verbigracia, un puestico en alguna entidad administrativa o un contrato adjudicado a dedo por su amigo de la Administración, careciendo incluso de las aptitudes y cualidades para desempeñar la función. Razón que explica el hecho de que los asuntos públicos se hayan convertido en un aliciente de ilegalidad, siendo lo más grave que se ha llegado al exabrupto de considerar idóneo al que incurre en ello. Para muchos, es normal el que compra y vende fallos judiciales, el que saquea el dinero de las regiones, el que mueve fichas burocráticas para pagar favores electoreros, y el que se inventa obras innecesarias para robar a través de repugnantes sobrecostos.
Hemos de traer esto a colación por cuanto, el pasado lunes, quien esto escribe tomó nota de tres ciudadanos tomando café en algún parque en el que alegremente, uno le decía a otro algo que nos llamó la atención: “Hermano, para la política los tramposos”. Por lo que dimensioné de inmediato un nivel de resignación mayúsculo en el sentir popular, ya que considera como pillos y bandidos a la clase política colombiana. Algunas veces la cuestión no es de cultura, sino de repudio e incredulidad. Un escenario complejo, sin lugar a dudas.
Por ello, es indispensable que los ciudadanos de bien nos interesemos en lo público, participando activamente con grupos alternativos en las contiendas electorales municipales, regionales y nacionales. Esa es la única vía para recuperar la confianza, mutar esa triste concepción y reconocer con la frente en alto una verdadera ética política. De lo contrario, continuaremos padeciendo comentarios como el del señor del café, que, aunque doloroso, tiene motivos de sobra para manifestarlo.
Será hora, pues, de trabajar en pos del cambio.
Luego, al elaborarse una fusión de ambos conceptos podemos observar que la ética política- o ésta dentro de la ética- resulta tan primordial como urgente, particularmente para un país como Colombia dado que, en estas geografías, parte importante de los políticos obra con observancia de cualquier disciplina, menos de la ética (existen honrosas excepciones). Y es esto lo inquietante, porque quienes asumen cargos públicos de responsabilidad para este país, deben estar ciento por ciento apegados a los parámetros éticos y morales; ese es el deber ser.
Sin embargo, pareciera un sarcasmo de mal gusto hablar en Colombia de ética y de política a su vez, pues existen aquellos que consideran a ambas como abiertamente incompatibles. Y no es para menos; aquí reside el problema.
Para el infortunio de la ciudadanía colombiana, no existen en éste país transparencia ni rectitud, mucho menos honestidad en el 80% de servidores públicos colombianos. Aún reinan la trampa, el chanchullo, el ardid, y la voltereta. La mayoría se inclina por lo fácil; sin ningún esfuerzo, sin méritos ni merecimientos. Y así obtienen a como dé lugar lo que les place, verbigracia, un puestico en alguna entidad administrativa o un contrato adjudicado a dedo por su amigo de la Administración, careciendo incluso de las aptitudes y cualidades para desempeñar la función. Razón que explica el hecho de que los asuntos públicos se hayan convertido en un aliciente de ilegalidad, siendo lo más grave que se ha llegado al exabrupto de considerar idóneo al que incurre en ello. Para muchos, es normal el que compra y vende fallos judiciales, el que saquea el dinero de las regiones, el que mueve fichas burocráticas para pagar favores electoreros, y el que se inventa obras innecesarias para robar a través de repugnantes sobrecostos.
Hemos de traer esto a colación por cuanto, el pasado lunes, quien esto escribe tomó nota de tres ciudadanos tomando café en algún parque en el que alegremente, uno le decía a otro algo que nos llamó la atención: “Hermano, para la política los tramposos”. Por lo que dimensioné de inmediato un nivel de resignación mayúsculo en el sentir popular, ya que considera como pillos y bandidos a la clase política colombiana. Algunas veces la cuestión no es de cultura, sino de repudio e incredulidad. Un escenario complejo, sin lugar a dudas.
Por ello, es indispensable que los ciudadanos de bien nos interesemos en lo público, participando activamente con grupos alternativos en las contiendas electorales municipales, regionales y nacionales. Esa es la única vía para recuperar la confianza, mutar esa triste concepción y reconocer con la frente en alto una verdadera ética política. De lo contrario, continuaremos padeciendo comentarios como el del señor del café, que, aunque doloroso, tiene motivos de sobra para manifestarlo.
Será hora, pues, de trabajar en pos del cambio.
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@JuanDaEscobarC
Sobre Juan David Escobar Cubides
Escobar Cubides reside en Medellín (Colombia), y se desempeña como Editor político en el sitio web Al Poniente, colaborando también con análisis sobre la realidad política colombiana en otros medios de comunicación de la región.