Colombia y Brasil: sendero de grandeza
Nuevos rumbos en las naciones centrales de la América del Sur, que proponen un rápido descarte de políticas progresistas y populistas.
02 de Enero de 2019
La Teoría del Sistema-Mundo, o de la Economía-Mundo, si se quiere, la cual propone una visión postmarxista de la Historia, para el ámbito de las relaciones sociales y económicas (y que también comporta una renovada dinámica para la interacción internacional) ha consolidado un remarcable arraigo en el Hemisferio Sur, desde mediados del decenio de 1970. Las facultades de Sociología, de Ciencias Políticas y, en general, de Humanidades, convirtieron las tesis de Immanuel Wallerstein en una moda de larga duración en las naciones latinoamericanas, africanas y del sudeste asiático, que continúa replicándose hoy en día, amén de devenir en caducas merced a la insoslayable fuerza de la realidad. Así, pues, resulta frecuente escuchar en aulas de clase o salones de conferencias a renombrados académicos que insisten en la explotación y el sometimiento como destino inexorable de nuestros países, frente a la impiedad de los imperios occidentales.
Al parecer, a aquellos expertos del mundillo académico no les resulta de utilidad alguna el océano de evidencias que versa sobre la irrefutable transformación del contexto global y, dentro de éste, de los supuestos condenados al sufrimiento, como Colombia, Brasil, Vietnam, Kenia o Indonesia. Al contrario, los cambios positivos que documentan el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o centros de pensamiento y think tanks independientes, como McKinsey Global Institute o The Brookings Institution, son para ellos una expresión más del neocolonialismo y una faz que reposa en la imposición de los intereses de poder del gran capital. Si, por caso, la República Federativa del Brasil debe apostar por ingresar al club de las superpotencias, el único camino -en la perspectiva de los citados académicos- era el dictado por el Foro de Sao Paulo y la dictadura cubana, ingresando por esta vía en un conflicto perpetuo y recurrente con Occidente y ensayando, despropósito tras despropósito, las recetas estatistas de la desmantelada Unión Soviética, además de una tendencia al autoritarismo electoral tan característico del chavismo, o del observado en Bielorrusia y Zimbabwe. El norte de esta brújula exigía fogonear el agigantamiento del Estado y la amplificación de su maquinaria, en desmedro de la ciudadanía y del libremercado.
Por fortuna, la rebeldía contemporánea convoca a procurar reformas liberalizadoras de la economía y a ampliar la cooperación con la liga de los mejores y más exitosos. Tras varios años y miles de millones de dólares dilapidados en propaganda a favor de la construcción del Socialismo, la ciudadanía brasileña llevó a la presidencia de su país a Jaír Messias Bolsonaro, el cual asumió el pasado 1ero. de enero como nuevo jefe de Estado. Entre sus propuestas de inauguración, se cuentan la erradicación del adoctrinamiento ideológico en las aulas, la restauración de las políticas de seguridad y de orden con miras a restablecer garantías para la vida en sociedad, y el retorno de Brasil a su posición de líder regional con alcance y proyección mundial.
Como signo indiscutible del cambio que llega, los dictadores Raúl Castro, Nicolás Maduro y Daniel Ortega no fueron invitados al evento de toma de posesión. Por su parte, el presidente de Colombia, Iván Duque, recibió el dos de enero pasado a Mike Pompeo, Secretario de Estado de los Estados Unidos de América, a los efectos de mantener una reunión y lidiar con temáticas centrales que hacen a la cooperación bilateral entre la República de Colombia y EE.UU., allí donde revistan variables de magnitud como la lucha contra el tráfico de drogas, el combate contra el crimen organizado transnacional y el terrorismo, la amenaza que encarna el régimen chavista para la seguridad hemisférica, cerrando también con un tratamiento sobre los mecanismos para optimizar aún más el intercambio comercial entre Washington y Bogotá.
Wallerstein y sus seguidores han argumentado que tanto Colombia como Brasil ofician de meros satélites o tributarios del imperialismo yanqui, y que resignan independencia y soberanía, al permitir una aparente expoliación de sus ingentes riquezas y abundantes recursos naturales. La alternativa que han propuesto en el plano real se ha sintetizado en una alineación con la República Islámica de Irán, con la República Popular China y con la Federación Rusa, para que, antes bien, resigasen esa soberanía ante estos países y, en el proceso, permitirles instalarse cómodamente en sus territorios. Acaso para intentar refritar una Guerra Fría que ya han perdido.
Al parecer, a aquellos expertos del mundillo académico no les resulta de utilidad alguna el océano de evidencias que versa sobre la irrefutable transformación del contexto global y, dentro de éste, de los supuestos condenados al sufrimiento, como Colombia, Brasil, Vietnam, Kenia o Indonesia. Al contrario, los cambios positivos que documentan el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o centros de pensamiento y think tanks independientes, como McKinsey Global Institute o The Brookings Institution, son para ellos una expresión más del neocolonialismo y una faz que reposa en la imposición de los intereses de poder del gran capital. Si, por caso, la República Federativa del Brasil debe apostar por ingresar al club de las superpotencias, el único camino -en la perspectiva de los citados académicos- era el dictado por el Foro de Sao Paulo y la dictadura cubana, ingresando por esta vía en un conflicto perpetuo y recurrente con Occidente y ensayando, despropósito tras despropósito, las recetas estatistas de la desmantelada Unión Soviética, además de una tendencia al autoritarismo electoral tan característico del chavismo, o del observado en Bielorrusia y Zimbabwe. El norte de esta brújula exigía fogonear el agigantamiento del Estado y la amplificación de su maquinaria, en desmedro de la ciudadanía y del libremercado.
Por fortuna, la rebeldía contemporánea convoca a procurar reformas liberalizadoras de la economía y a ampliar la cooperación con la liga de los mejores y más exitosos. Tras varios años y miles de millones de dólares dilapidados en propaganda a favor de la construcción del Socialismo, la ciudadanía brasileña llevó a la presidencia de su país a Jaír Messias Bolsonaro, el cual asumió el pasado 1ero. de enero como nuevo jefe de Estado. Entre sus propuestas de inauguración, se cuentan la erradicación del adoctrinamiento ideológico en las aulas, la restauración de las políticas de seguridad y de orden con miras a restablecer garantías para la vida en sociedad, y el retorno de Brasil a su posición de líder regional con alcance y proyección mundial.
Como signo indiscutible del cambio que llega, los dictadores Raúl Castro, Nicolás Maduro y Daniel Ortega no fueron invitados al evento de toma de posesión. Por su parte, el presidente de Colombia, Iván Duque, recibió el dos de enero pasado a Mike Pompeo, Secretario de Estado de los Estados Unidos de América, a los efectos de mantener una reunión y lidiar con temáticas centrales que hacen a la cooperación bilateral entre la República de Colombia y EE.UU., allí donde revistan variables de magnitud como la lucha contra el tráfico de drogas, el combate contra el crimen organizado transnacional y el terrorismo, la amenaza que encarna el régimen chavista para la seguridad hemisférica, cerrando también con un tratamiento sobre los mecanismos para optimizar aún más el intercambio comercial entre Washington y Bogotá.
Wallerstein y sus seguidores han argumentado que tanto Colombia como Brasil ofician de meros satélites o tributarios del imperialismo yanqui, y que resignan independencia y soberanía, al permitir una aparente expoliación de sus ingentes riquezas y abundantes recursos naturales. La alternativa que han propuesto en el plano real se ha sintetizado en una alineación con la República Islámica de Irán, con la República Popular China y con la Federación Rusa, para que, antes bien, resigasen esa soberanía ante estos países y, en el proceso, permitirles instalarse cómodamente en sus territorios. Acaso para intentar refritar una Guerra Fría que ya han perdido.
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@JuanDavidGR82
Sobre Juan David García Ramírez
Columnista regular en el periódico El Colombiano (Medellín) y en El Quindiano (Armenia, Colombia). También se desempeña como analista político para diversos programas radiales y televisivos en América Latina, compartiendo apuntes y notas sobre temas políticos vinculados a Colombia, y asuntos internacionales.