Venezuela: el rufián Nicolás Maduro
Hace poco más de veinte años, la hermana república de Venezuela era un paraíso envidiable...
17 de Enero de 2019
Hace poco más de veinte años, la hermana república de Venezuela era un paraíso envidiable en Latinoamérica, no solo por establecer un sistema democrático personalista, respetuoso de la dignidad humana y de las libertades individuales, sino también por gozar de una economía vigorosa, respetuosa de la iniciativa privada, el libremercado y la creación de riqueza desde el sector privado. Referirse a Venezuela era, entonces, obligarse a exponer un sinnúmero de cualidades propias de una nación próspera, encaminada al éxito. El petróleo, su sistema agrario, sus materias primas y, las condiciones para invertir eran caldo de cultivo para triunfar inexorablemente.
Tanto así, que los inversionistas extranjeros consideraban que el emprendimiento y la innovación de los venezolanos impactaban positivamente cualquier mercado internacional; y era así como, de esta manera, existía plena factibilidad a los efectos establecer cualquier alianza, joint venture o asociación comercial. Esto fue, sin lugar a dudas, lo que convirtió a Venezuela en un referente absoluto para las naciones hermanas. Luego, en el año 1998 -para el infortunio mundial- arribó el populismo disfrazado de buenas intenciones, con un discurso dizque alternativo, pluralista y pacifista, que se autoproclamó 'respetuoso de las libertades individuales'. Aquel no fue más que encarnado por un militar embustero, revanchista, e incendiario de apellido Chávez Frías.
Ejercitando un acto de buena fe, la ciudadanía venezolana optó por creer en la palabra del sátrapa. Pero, posteriormente y con el trasegar de los años, su legítima ilusión comenzó a desvanecerse. El daño estaba consumado ya, y difícilmente se presentaría una pronta reparación, que pudiere arrebatarle el poder a una dictadura enquistada en el Palacio de Miraflores. Los ciudadanos venezolanos padecieron la demagogia del proverbial lobo disfrazado de oveja, de tal suerte que el farsante logró engañar a todos. Tiempo después, Chávez falleció -a consecuencia del deterioro en su estado de salud. Pero compartiendo un extensamente pernicioso legado de homicidios y ejecuciones extrajudiciales, persecuciones políticas, expropiaciones, atentados contra la empresa privada, pobreza extrema, familias muertas, contrabando de estupefacientes a gran escala -convirtiéndose el territorio nacional en refugio para los guerrillos genocidas de FARC, en lo que otrora era el paraíso venezolano. El chavismo aniquiló a la democracia.
No siendo suficiente con todo aquéllo, el difunto Chávez se atrevió a condenar definitivamente a su nación, transfiriéndole el poder a un pelele despótico y homicida conocido como Nicolás Maduro. El mencionado, obrando cual potencial rufián, se dio entonces a la faena de consolidar la nefanda herencia de su amo enterrado. En virtud de ello, la Venezuela se ha transformado en una brutal sinonimia de anarquía en donde nadie manda, y donde lleva el control un canalla ilegitimo que masacra y pisotea el sentir popular. A la postre, este país ha mutado en un espacio geográfico que exhibe la tasa de homicidios más elevada del globo, una inflación igualmente récord, un verdadero cártel del hambre -dada la escasez de alimentos-, y ha cobrado forma de un proverbial basurero de donde solo emergen roedores y buitres buscando mil desechos. Difícil imaginar un personaje que encarne consecuencias más devastadoras que Maduro.
Dantesco escenario que no habrá de ignorar el masivo éxodo de ciudadanos venezolanos hacia otros Estados latinoamericanos; en Colombia, verbigracia, reside ya casi un millón de ellos, que ha llegado suplicando por asistencia humanitaria. Uno de los costados más obscuros de tamaña destrucción remite a la inabarcable cantidad de niños y jóvenes que, habida cuenta de profundos problemas de nutrición, padecen una irreversible insuficiencia física (y, en muchos casos, mentales). Siendo éstos el futuro de la nación, nada más intolerable que el futuro que la dirigencia madurista les ha reservado.
Por su parte, el ya bien identificado Cártel de los Soles -banda criminal dirigida por Diosdado Cabello, Néstor Reverol y Tareck El Aissami- continúa haciendo de las suyas, traqueteando a más no poder y acribillando a la sagrada población. Empero, a quienes formamos parte de una América Latina conmovida y preocupada por los padecimientos de la hermana república de Venezuela, nos cabe albergar la esperanza de que, en un futuro no demasiado lejano, estos bandidos caigan, quedando a 'buen recaudo' de la justicia estadounidense (habida cuenta de que el territorio de los Estados Unidos es el principal mercado al que dirigen embarques de cocaína, y remesas de ganancias de origen ilícito). Todos ellos están en la mira, mientras numerosos analistas proponen como necesaria a una eventual intervención militar. Entretanto, el futuro renacer de dicha nación reposa hoy en valientes líderes como Leopoldo López, Enrique Capriles, Juan Guaidó o María Corina Machado; a ellos les cabe un protagonismo central en los próximos años, en tanto habrán de perseguir la construcción de estabilidad en un nuevo horizonte. Estos ciudadanos venezolanos deben contar con todo el respaldo posible, a los efectos de que jamás desistan de ejercitar tan admirable labor, la cual hoy se sintetiza en hacer frente a una dictadura declaradamente asesina y totalitaria. Nada hay de fácil en esta faena y, sin embargo, López, Capriles, Guaidó y Machado cuentan con más que suficiente coraje y determinación para encararla.
Tanto así, que los inversionistas extranjeros consideraban que el emprendimiento y la innovación de los venezolanos impactaban positivamente cualquier mercado internacional; y era así como, de esta manera, existía plena factibilidad a los efectos establecer cualquier alianza, joint venture o asociación comercial. Esto fue, sin lugar a dudas, lo que convirtió a Venezuela en un referente absoluto para las naciones hermanas. Luego, en el año 1998 -para el infortunio mundial- arribó el populismo disfrazado de buenas intenciones, con un discurso dizque alternativo, pluralista y pacifista, que se autoproclamó 'respetuoso de las libertades individuales'. Aquel no fue más que encarnado por un militar embustero, revanchista, e incendiario de apellido Chávez Frías.
Ejercitando un acto de buena fe, la ciudadanía venezolana optó por creer en la palabra del sátrapa. Pero, posteriormente y con el trasegar de los años, su legítima ilusión comenzó a desvanecerse. El daño estaba consumado ya, y difícilmente se presentaría una pronta reparación, que pudiere arrebatarle el poder a una dictadura enquistada en el Palacio de Miraflores. Los ciudadanos venezolanos padecieron la demagogia del proverbial lobo disfrazado de oveja, de tal suerte que el farsante logró engañar a todos. Tiempo después, Chávez falleció -a consecuencia del deterioro en su estado de salud. Pero compartiendo un extensamente pernicioso legado de homicidios y ejecuciones extrajudiciales, persecuciones políticas, expropiaciones, atentados contra la empresa privada, pobreza extrema, familias muertas, contrabando de estupefacientes a gran escala -convirtiéndose el territorio nacional en refugio para los guerrillos genocidas de FARC, en lo que otrora era el paraíso venezolano. El chavismo aniquiló a la democracia.
No siendo suficiente con todo aquéllo, el difunto Chávez se atrevió a condenar definitivamente a su nación, transfiriéndole el poder a un pelele despótico y homicida conocido como Nicolás Maduro. El mencionado, obrando cual potencial rufián, se dio entonces a la faena de consolidar la nefanda herencia de su amo enterrado. En virtud de ello, la Venezuela se ha transformado en una brutal sinonimia de anarquía en donde nadie manda, y donde lleva el control un canalla ilegitimo que masacra y pisotea el sentir popular. A la postre, este país ha mutado en un espacio geográfico que exhibe la tasa de homicidios más elevada del globo, una inflación igualmente récord, un verdadero cártel del hambre -dada la escasez de alimentos-, y ha cobrado forma de un proverbial basurero de donde solo emergen roedores y buitres buscando mil desechos. Difícil imaginar un personaje que encarne consecuencias más devastadoras que Maduro.
Dantesco escenario que no habrá de ignorar el masivo éxodo de ciudadanos venezolanos hacia otros Estados latinoamericanos; en Colombia, verbigracia, reside ya casi un millón de ellos, que ha llegado suplicando por asistencia humanitaria. Uno de los costados más obscuros de tamaña destrucción remite a la inabarcable cantidad de niños y jóvenes que, habida cuenta de profundos problemas de nutrición, padecen una irreversible insuficiencia física (y, en muchos casos, mentales). Siendo éstos el futuro de la nación, nada más intolerable que el futuro que la dirigencia madurista les ha reservado.
Por su parte, el ya bien identificado Cártel de los Soles -banda criminal dirigida por Diosdado Cabello, Néstor Reverol y Tareck El Aissami- continúa haciendo de las suyas, traqueteando a más no poder y acribillando a la sagrada población. Empero, a quienes formamos parte de una América Latina conmovida y preocupada por los padecimientos de la hermana república de Venezuela, nos cabe albergar la esperanza de que, en un futuro no demasiado lejano, estos bandidos caigan, quedando a 'buen recaudo' de la justicia estadounidense (habida cuenta de que el territorio de los Estados Unidos es el principal mercado al que dirigen embarques de cocaína, y remesas de ganancias de origen ilícito). Todos ellos están en la mira, mientras numerosos analistas proponen como necesaria a una eventual intervención militar. Entretanto, el futuro renacer de dicha nación reposa hoy en valientes líderes como Leopoldo López, Enrique Capriles, Juan Guaidó o María Corina Machado; a ellos les cabe un protagonismo central en los próximos años, en tanto habrán de perseguir la construcción de estabilidad en un nuevo horizonte. Estos ciudadanos venezolanos deben contar con todo el respaldo posible, a los efectos de que jamás desistan de ejercitar tan admirable labor, la cual hoy se sintetiza en hacer frente a una dictadura declaradamente asesina y totalitaria. Nada hay de fácil en esta faena y, sin embargo, López, Capriles, Guaidó y Machado cuentan con más que suficiente coraje y determinación para encararla.
Recientemente, Nicolás Maduro volvió a tomar posesión del mando del país, con la única meta de hurtarlo para siempre. Sin embargo, el grueso de las naciones del planeta ha optado por no reconocer su autoridad. Novedad que consigna el principio del fin del rufián y de su séquito: más pronto que nunca, su poder ha de desmoronarse.
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@JuanDaEscobarC
Sobre Juan David Escobar Cubides
Escobar Cubides reside en Medellín (Colombia), y se desempeña como Editor político en el sitio web Al Poniente, colaborando también con análisis sobre la realidad política colombiana en otros medios de comunicación de la región.