Diferencias: cómo se desempeñan el socialismo y el capitalismo en el mundo real
Si el futuro del país se basara en una función lógica, entonces los conservadores tendrían ...
Si el futuro del país se basara en una función lógica, entonces los conservadores tendrían un trabajo demasiado sencillo por delante. En rigor, no sería necesario sostener debate alguno. En la disyuntiva entre los dos modelos en competencia que la civilización judeocristiana nos presenta, estando de un lado el argumento socialista del tipo 'big government' (agigantamiento del Estado), y del otro, el capitalista, que favorece las libertades individuales por sobre el poder o la discrecionalidad del Estado, no habría necesidad de competencia. De hecho, ese concurso debería clausurarse desde lo formal, conforme uno de los modelos citados jamás ha sido formulado para el mundo real en que todos vivimos.
Adam Smith, Friedrich Hayek, Ludwig von Mises y Milton Friedman pueden haber exhibido credenciales impecables en lo que a la teoría respecta, pero el objeto mismo de su trabajo tiene lugar dentro de las fronteras reales de los mercados libres en actividad.
No era el objetivo de la Curva de Laffer terminar encerrada en alguna torre de marfil, para ser leída exclusivamente en las páginas de una gacetilla preparada para un grupo de compañeros y académicos. Las ideas de estos destacados trabajos económicos fueron desplegadas en tiempo real, por hombres de Estado y líderes democráticamente elegidos como Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Y estas ideas funcionaron en la práctica. Aunque no puede decirse lo propio del ideario perteneciente a Karl Marx, Friedrich Engels o Mao Zedong.
Desde la publicación del 'Manifiesto Comunista' y, tiempo después, 'Das Kapital', en ninguna geografía del planeta ese sistema fue implementado exactamente como se ideara. Y, sí: más de cuarenta naciones, culturalmente diversas, como la Unión Soviética, Venezuela y Vietnam se han autodenominado Estados 'socialistas', o bien declararon haber implementado las construcciones teóricas de Marx, Mao y Lenin.
Sin embargo, ninguno de esos países consolidó jamás el objetivo de construir un 'Paraíso' para los 'Trabajadores'. Ni siquiera uno de esos experimentos se abrazó a la meta declarada por Marx en su teoría de 1875, y que rezaba: 'Cada cual, acorde a sus capacidades; a cada cual, acorde a su necesidad'. No se dio siquiera en un solo caso en la Historia.
En lugar de ello, allí donde se intentó implementar el socialismo, desde Moscú hasta Pekín, desde La Habana hasta Pyongyang, el mundo terminaría siendo testigo del mismo resultado: opresión de las masas, poder y riqueza solo para ser administrada por la nomenklatura partidaria de oportunidad y, cada vez de manera más recurrente, el colapso económico. Este final tuvo lugar incluso en el país donde naciera el comunismo, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que ingresó en un proceso de implosión hacia la Navidad de 1991, cediendo ante el peso específico de las contradicciones esenciales del marxismo.
La respuesta desde el conservadurismo
Como resultado, el marxismo y el socialismo se han quedado en la teoría, mientras que la democracia y el capitalismo se han vuelto, sorprendentemente, en realidades vibrantes desde la Gran Bretaña hasta Polonia, desde Estados Unidos hasta el Japón, desde Estonia hasta la India. Democracia y capitalismo han arribado a naciones tales otrora pobres como Singapur, convirtiéndolas -en un espacio temporal menor a dos generaciones- en historias internacionales de éxito que Marx -en su momento horrorizado por las columnas de humo de las fábricas y por la explotación de las textileras en la incipiente Era Industrial- jamás podría haber imaginado.
Así es que, ¿cómo debemos, los conservadores, responder al llanto de millennials que tan desesperadamente buscan convertir en presidente de los Estados Unidos de América a Bernie Sanders, quien nos dice: '¿Y qué hay de Escandinavia y de los Estados nórdicos? ¿Qué hay de Suecia, Noruega y Dinamarca, y de esos Estados socialistas de Europa que ofrecen igualdad y Estado de bienestar?'. Pues; en efecto: aquéllos Estados ciertamente valorizan al individuo por sobre el colectivo, y ofrecen increíbles beneficios estatales. Pero esto nada tiene que ver con los Estados unipartidistas con 'economías planificadas y centralizadas'.
En rigor, debe aclararse que el primer ministro danés Lars Lokke Rasmussen tuvo ya suficiente de la reiterada calumnia lanzada por las naciones del norte de Europa. En ocasión de un discurso reciente en los Estados Unidos, sentenció Rasmussen: 'Algunas personas en los Estados Unidos asocian el modelo nórdico a algún tipo de socialismo. Pero me gustaría dejar algo bien en claro: Dinamarca está lejos de ser una economía socialista centralmente planificada. Se trata de una exitosa economía de mercado, con la libertad suficiente como para que cada ciudadano persiga sus sueños y lleve adelante su vida como lo desee'.
¿A alguien le suena familiar esa última sentencia? La verdad es que los países nórdicos y los escandinavos han construído un sistema de sociedades que exhiben una sorprendente igualdad con provisiones que contemplaron a los necesitados, y esto fue logrado gracias a la historia de cada una de esas naciones, decididamente antisocialistas, y gracias al libremercado. Todas son historias de exitosas economías capitalistas, en general respaldadas en siglos de competencia económica mercantilista -a lo que ha de agregarse que Noruega es uno de los principales exportadores de crudo a nivel mundial, lo cual le permite financiar los destacados beneficios que ofrece a su ciudadanía.
Y, dígase la verdad también aquí: la generosidad defendida por los individuos de estos Estados, que han construído sistemas de bienestar gracias a los ingresos devengados en el pasado, está estrangulando sus arcas nacionales ahora mismo -conforme sus poblaciones envejecen y los costos de sus programas de beneficios sociales están devorándose los limitados impuestos que sus gobiernos pueden recolectar. Como resultado, espere Usted oír más expresiones tales como la compartida por el primer ministro danés, Rasmussen.
‘Un intento más’
Y, ¿qué sucede con aquella otra fraseología, la que subraya que la totalidad de los 'experimentos' socialistas del pasado han fracasado, simplemente porque el socialismo fue puesto en práctica por las personas equivocadas? La lógica aquí se sintetiza en que, todo lo que se precisa, es que la 'élite correcta' sea elegida para llevar a la realidad el sueño de Karl Marx. Puede ser que así sea; y puede que no.
Tal lo enseñara Albert Einstein, la reiteración sistemática del fracaso, acompañada por la expectativa de obtener resultados diferentes, es la verdadera definición de insanía. Después de un siglo de intentos, habiéndose visto cómo centenares de millones de personas fueron utilizados como ratones de laboratorio, ¿cuál es la justificación realista y ética de buscar 'un intento más'?
Más importante: atiéndase a los hechos compartidos por los historiadores de la propia izquierda, en la obra 'El Libro Negro del Comunismo', trabajo que ofrece detalle sobre todos los intentos en los que se buscó crear Estados marxistas sustentables. Los autores concluyeron que los esfuerzos en pos de hacer realidad el 'Estado socialista' condujeron a la muerte programada de más de 100 millones de almas, desde los gulags de Siberia hasta los campos de concentración de Camboya. En consencuencia, 'volver a intentar' el idilio marxista no solo sería algo inmoral, sino que deshonrraría la memoria de aquellos millones asesinados en pos de la utopía confeccionada por el hombre.
De tal suerte que, ¿cuál es el argumento de orden conservador que explica que el Sueño Americano aún no se haya consolidado? ¿Cómo es posible que, de todos los candidatos Demócratas que compitieron para puestos públicos en las pasadas elecciones legislativas de noviembre en los Estados Unidos, más de cuarenta se autoproclamaron orgullosamente 'socialistas', incluyendo al nuevo rostro del partido, Alexandria Ocasio-Cortez [foto]?
¿Y cómo es que, de acuerdo a la última encuesta anual -llevada a cabo por la Fundación para la Memoria de las Víctimas del Comunismo-, un increíble 52% de millennials desearía vivir en unos Estados Unidos socialistas o comunistas? ¿Cómo es esto posible? Muy sencillo: más que nunca, la política en la actualidad tiene menos que ver con la realidad, y más con una conexión emocional; un sentido de autenticidad, por encima de la rectitud que exige cualquier política pública sugerida.
No es un accidente que el presidente estadounidense Donald Trump se haya convertido en la estrella de su propio reality durante catorce temporadas, previo a lanzarse a competir en la campaña presidencial donde derrotó a 16 rivales nominados por el Partido Republicano, 14 de los cuales eran identidades políticas sólidamente establecidas. Debe destacarse que, como miembros de una comunidad filosófica que comparte el mismo compromiso ante principios económicos y políticos que definen nuestra visión de los Estados Unidos de América, hemos fracasado ruidosamente a la hora de intentar comprender el rol de ese temible concepto denominado 'narrativa'.
De vuelta a foja cero
El grueso de la ciudadanía estadounidense es apolítica, y no podría diferenciar a Matt Drudge de Paul Krugman. Esos ciudadanos aspiran a poder pagar sus cuentas hacia cada final del mes, y a sentirse seguros respecto de su futuro, y del futuro de sus familias. Pero incluso el ciudadano estadounidense más apolítico asocia ciertas características clave con cada participante de la brecha política americana.
La izquierda es percibida como titular y monopolista de la compasión y la preocupación por aquellos individuos que más necesitan ayuda. Hoy día, la derecha es identificada solo por valores negativos: falta de compasión, codicia, y grandes negocios en donde prima la explotación. Incluso el capitalismo es interpretado como un concepto contaminado, portadora de amiguismo y de ganancias poco escrupulosas que nunca son informadas.
Para aquellos que no solo creen sino que saben perfectamente que los mercados libres y la democracia han empoderado a cientos de millones de personas para que puedan vivir en libertad y se alejen de la pobreza (y, de hecho, mucho más de lo que ayudó a hacerlo ninguna otra filosofía política), hemos de retornar a foja cero, o al inicio. Nuestro desafío no solo se compone de cifras y datos duros, sino también de emociones, de hablarle a las personas de forma tal que pueda uno conectar con sus almas -almas que hoy se encuentran rehenes de panaceas y utopismos edificados por ídolos y falsos profetas.
Los antiguos griegos, quienes esculpieron las piedras fundacionales de nuestra civilización futura, inventaron la filosofía política, escribieron casi exclusivamente sobre una cuestión: '¿Qué es el 'bien'?'. ¿Qué es una 'sociedad buena', y qué hace 'buenos' a un hombre o una mujer? En los años transcurridos desde el final de la Guerra Fría y la presidencia de Ronald Reagan, los conservadores toleraron que el ideario letal y pernicioso de la izquierda terminara asociándose casi exclusivamente con el 'bien'.
Nuestro trabajo es sencillo, pero duro. Hemos de demostrar -no equivale a decir- a nuestros hermanos estadounidenses que el bien se encuentra inextricablemente vinculado a la libertad, al Estado reducido, al libremercado, al éxito conseguido por propia cuenta -y que la restricción de la propia vida, el agigantamiento del Estado, las economías restringidas y las limosnas federales, destruyen el alma y contaminan la sangre de las sociedades sanas.
A partir de la capacidad demostrada en conectar con los hombres y mujeres que habían sido olvidados en los Estados Unidos, o con los trabajadores del acero americano en el Rust Belt desempleados, con su capacidad de ganarse a las comunidades de afroamericanos (en cifras que jamás se habían visto antes), Donald Trump ha abierto una ventana de oportunidad para el movimiento conservador del siglo XXI.
Ahora, es nuestro trabajo convencer a nuestros hermanos estadounidenses de que los principios compartidos por nuestros Padres Fundadores puede ayudarlos mejor de lo que lo haría cualquier formato de socialismo, que el excepcionalismo estadounidense es real y 'bueno', y que todos nosotros podemos ser parte del Sueño Americano -sin importar quiénes seamos.
Artículo original, en inglés, aquí
El autor, Sebastian Gorka (@SebGorka), se desempeñó en el pasado reciente como subdirector en el equipo de estrategias del presidente estadounidense Donald Trump, y actualmente es anfitrión en el programa radial 'America First', en Salem Radio Network. También es consultor para temáticas de seguridad nacional en la señal televisiva Fox News, y colaborador en el sitio web The Hill.