Crisis Venezolana: Objetivo Guaidó y 'R2P'
Durante el pasado mes de febrero, tras los esfuerzos -coordinados por organizaciones no-gubernamentales...
Durante el pasado mes de febrero, tras los esfuerzos -coordinados por organizaciones no-gubernamentales y gobiernos extranjeros- tendientes a ingresar asistencia humanitaria desde Cúcuta (Colombia), el delicado proscenio en la atribulada nación caribeña ha registrado un marcado agravamiento.
Aquel subcapítulo de la crisis consolidó la hipótesis no ponderada apropiadamente por numerosos analistas y entendidos, a saber, que Nicolás Maduro y sus handlers o controladores en La Habana no se permitirían una derrota táctica, tolerando el ingreso de alimentos y medicinas previo al referéndum cubano del domingo 24 de febrero. A contramano de lo consignado por el librillo operativo occidental, que interpreta que, en sus horas finales, los cabecillas de dictaduras criminales suelen evaluar un retiro anticipado o bien la construcción de salvoconductos para los personeros de su nomenklatura, Miraflores decidió redoblar la apuesta. Así, pues, el núcleo duro del madurismo y los consejeros militares despachados por Cuba aceleraron la implementación de medidas drásticas que hoy son de público conocimiento; el secuestro y la desaparición forzada de ciudadanos (que incluyó a hombres y mujeres de la prensa); las ejecuciones extrajudiciales de manifestantes; y la represión generalizada, consignaron una notoria amplificación. Esta combinatoria de iniciativas de corte draconiano se vio coronada por la puesta en marcha de un plan operacional de último recurso, que exigía la interrupción del flujo de noticias negativas que, diseminadas por vía de teléfonos móviles, circulaban hacia el extranjero. En consecuencia, Caracas se aferró al apagado automático de centrales y subestaciones de energía; la sobrecarga del sistema, finalmente, condujo al estallido de las pocas que quedaban en funcionamiento, lo cual obsequió al régimen un recurso de propaganda (efectivo, entre las porciones desinformadas de la ciudadanía) que fue clasificado bajo la etiqueta del atentado terrorista. A la sazón, la estratagema del autosabotaje energético cumplió con el objetivo de obstaculizar el flujo de titulares ya mencionado, y con el fin de dotar a Maduro de una retórica autorreferencial de victimización. En consecuencia, y a prima facie, Venezuela toda se exhibe hoy cual gigantesco árbol de Navidad, que se enciende y se apaga. La escasez de electricidad, a su vez, puso fin a la vida de pacientes en estado crítico en los nosocomios del país (en particular aquellos que no podían prescindir de sesiones de diálisis, ni de respiración asistida); estas personas, a la postre, son considerados por el régimen de Nicolás Maduro Moros como simple daño colateral, meras variables desechables que terminan sirviendo al propósito de ampliar el efecto gubernamental de victimización. El sistema de gobierno venezolano, poco después, sancionó la brutal represión del personal sanitario que denunció aquéllas situaciones -lectura que, a la luz de éste y otros elementos, permite certificar que el usurpador del poder ha terminado por declararle la guerra a su propio pueblo. Una guerra con la escasez como variable central de su estrategia.
Mientras tanto, otro andarivel habrá de prestar especial atención al Factor Tiempo, el cual hoy se vuelve crítico. Es que el autosabotaje energético ha conducido, invariablemente, a la falta de agua. La ausencia del vital líquido auspicia, sin mayores vueltas, que la ciudadanía -sin importar se trate de pobres o ricos- habrá de hacer frente a un futuro plagado de pandemias, allí donde el cólera se presenta como apenas una de las alternativas de ocurrencia plausible (en tanto debe ponderarse que las mayores porciones de los residentes de bajos recursos invierten horas para cargar bidones y botellas con agua contaminada, en los sitios menos aconsejables). En la caída del telón, y en cualesquiera de los escenarios resultantes de la Crisis Venezolana, Nicolás Maduro ha resuelto respaldarse en un combo letal, que cuenta con escasos antecedentes en la historia humana: se trata de un mandatario que -será lícito reiterarlo- le ha declarado la guerra a sus propios ciudadanos, echando mano de la represión indiscriminada, el secuestro selectivo, la ejecución extrajudicial -discrecional o planificada previamente-, la crisis energética autogenerada y, eventualmente, la hambruna y la pandemia.
Estas deliberaciones -que encuentran eco en la realidad inmediata de la nación hermana- invitan a colegir que Maduro Moros no reacciona de esta manera exclusivamente porque los consejeros tutelados por Raúl Castro y Miguel Díaz-Canel así se lo han ordenado. El referente caraqueño de La Habana ha entendido que no cuenta con otra salida, acaso porque el abuso del último recurso le ha granjeado un extendido desprecio (a nivel doméstico e internacional) que ya no le garantiza salvataje posible. Sin importar que, como se ha informado desde diferentes medios de comunicación, Washington trabaje con esmero y tras bambalinas para encontrarle destino; acaso en el Reino de España, en la Turquía de Recep Tayyip Erdogan o, mediando el interpósito accionar de taciturnos dignatarios de la República Popular China, en algún paraje a buen resguardo en Zambia (nación africana que ha mutado en virtual colonia económica de Pekín, por iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda o Belt and Road).
Lisa y llanamente, se asiste a un concierto de particular gravedad geoestratégica, en donde toman parte la ya registrada reconversión de Venezuela de democracia a Estado paria -o en un confeso Estado fallido- con un liderato enteramente dedicado al crimen organizado transnacional; y la puja global entre potencias por los recursos petroleros, auríferos, argentíferos y de metales raros (rare metals, coltan). En exclusivas mesas de negociación, como es lógico, se conjugan los intereses centrales de los Estados Unidos de América, marginalmente los de la Federación Rusa y los de China y, en un tercer espectro, los de la República Federativa del Brasil y los de la República de Colombia. Las derivaciones geopolíticas, por propia cuenta, se verifican en el reciente arribo de consejeros militares rusos a territorio venezolano, oportunamente remitidos para reforzar la posición negociadora de los albaceas diplomáticos del Kremlin ante Mike Pompeo: el staff técnico castrense arribó hace pocos días a Maiquetía para, en la práctica, desentrañar el desafío involucrado en la operatoria de la docena de baterías de misiles S-300 ('Favorit') con que cuentan los militares venezolanos. El aspecto medular del asunto no suele ser tratado de manera acorde por la prensa, ni por los especialistas: el problema es que ese material le ha dado forma a una zona de exclusión aérea de facto con la que el régimen de Maduro Moros pone directamente en riesgo las operaciones aerocomerciales y de aeronaves militares brasileñas y colombianas. El comentado alcance de esas plataformas merodea los 300 kilómetros, y ni Brasilia ni Bogotá cuentan con el poderío aéreo militar mínimamente suficiente como para neutralizar la problemática. A su vez, este rasgo se materializa en argumentaciones ya observadas en teatros de operaciones bélicas, que no terminan de dilucidar qué armamento comporta un carácter inherentemente ofensivo, y cuál adquiere una dimensión defensiva.
Necesariamente, el apartado final que es menester atender tiene que ver con el último nudo que a Nicolás Maduro Moros y a sus consorcistas y partenaires comerciales cubanos les queda aún por desatar; se trata del presidente interino Juan Gerardo Guaidó Márquez. Aniquilada ya la moral contestataria de un pueblo venezolano asfixiado que no se atreve a dirigirse al Palacio de Miraflores para ponerle fin a la aventura castromadurista sin importar los costos, Guaidó Márquez personifica el último foco de resistencia y perturbación para una organización estatal que no ha dudado en sistematizar el genocidio como herramienta política y de control económico-social. Si ha de tomarse nota a los prolegómenos de reciente ocurrencia, Caracas y La Habana han comenzado a percatarse de que la Administración Trump no parece caraterizarse por un ímpetu intervencionista unilateral en territorio venezolano, en tanto que cualquier correlato de orden multilateral fenece en un expresionismo de inoperancia burocrática encarnado por el timorato Grupo de Lima. En tal sentido, el compendio de sentencias y advertencias grandilocuentes en su momento fogoneado y compartido por el eje cuatripartito Guadió/Rubio/Bolton/Pompeo no ha logrado más que solidificar el manual operativo de las tropelías ingeniadas por venezolanos y cubanos en control del régimen. Puesto en limpio: las democracias occidentales han de manejarse con reglas claras; las dictaduras no tienen por qué hacerlo. No obstante ello, y en otro orden, si algún experto aún se viese inclinado a apostar por una intervención americana, esa alternativa dependería estrictamente de la personalidad impredecible de Trump, y del mandato preelectoral de contentar a los votantes de origen venezolano que residen en el estado de Florida, de cara a los comicios presidenciales de 2020. La responsabilidad de equilibrar tales imperativos cualitativos con un mandato operacional de R2P o Responsibility to Protect reposaría, en tal caso, en el USSOUTHCOM.
En el complemento, la breve intifada perpetrada hace poco contra el convoy de Juan Guaidó nada ha tenido de casual y, como tal, debe ser interpretada como un indisimulado globo de ensayo. Ergo, a nadie debería extrañar que, en las próximas semanas, Maduro sancione o bien el secuestro y la posterior desaparición (o bien la ejecución extrajudicial) del funcionario interino. Ya la experiencia del encarcelamiento de su mentor Leopoldo López ha retornado consecuencias probadamente nocivas para las expectativas de permanencia de Maduro; razón por la cual, la alternativa de la eliminación de Guaidó Márquez asoma, por estas horas, como más plausible.
Thomas Jefferson, uno de los más encumbrados integrantes del panteón de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, supo sentenciar alguna vez: 'De tanto en tanto, el árbol de la libertad debe ser regado con sangre de patriotas y tiranos'. Nicolás Maduro Moros lo ha entendido a la perfección.
Resta ver si puede decirse lo propio de Guaidó.
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.