El absurdo de la política monetaria moderna
Conforme la campaña electoral en los Estados Unidos de América de cara al 2020...
Conforme la campaña electoral en los Estados Unidos de América de cara al 2020 comienza a recalentarse, lo propio sucede con las promesas, con cada nuevo candidato esforzándose en proponer beneficios por doquier. Pero lo cierto es que tales beneficios no son gratuitos. Muchas de las promesas que la campaña americana está exhibiendo podrían volverse ciertamente onerosas a la hora de verificarse su implementación efectiva. Las implicancias para la economía deberían, para muchos, ser bastante obvias.
Los expertos en política fiscal no pueden dejar de ponderar un conjunto de preguntas de alta relevancia:
- ¿Debería el gobierno federal de los Estados Unidos crear dinero fiduciario adicional para, directamente, financiar el gasto público y, luego, emitir bonos federales o bien incrementar los impuestos si acaso esa flamante moneda creada comienza a generar inflación?
- ¿Debería el Congreso habilitar al Tesoro para que unilateralmente este último modifique la política tributaria, a efectos de impedir que la inflación se dispare a consecuencia de la extensión obsequiada para gastar, y para administrar el ciclo de negocios?
- ¿Puede, en rigor, otorgarse una cuota de confianza a los políticos para que las decisiones impopulares (como ser: recortes en el gasto o incremento de impuestos) necesarias para impedir consecuencias desastrosamente inflacionarias que emergerán de la expansión de la impresión de dinero fiduciario, sean descartadas?
- ¿Deberían contemplarse a los billones de dólares de la deuda gubernamental como si se trataran de un activo público, es decir, como algo que el público se debe a sí mismo?
Para los simpatizantes de la moderna teoría monetaria, la respuesta para todo lo planteado arriba es 'Sí'. Este abierto desafío a la realidad económica y política rivaliza con el absurdo de la los ponentes del terraplanismo. El hecho es que el dinero fiduciario (en inglés, fiat money) representa valor; nunca crea valor. Un incremento en la oferta de dinero fiduciario, sin que se registre un correspondiente retroceso en la escasez de recursos disponibles, llevará al incremento en el precio de tales recursos (un ejemplo: la inflación).
Las prensas de impresión de la Reserva Federal de los EE.UU. no puede, mágicamente, transformar bytes digitales en tesoros invaluables. La alquimia es hermosa para la ficción, pero horrenda en sus efectos frente a la política pública.
Al valor absoluto de cada unidad existente de moneda declinará, perjudicando a consumidores y a inversores por igual. Un sistema inflacionario inducido por el gobierno, asimismo, le quitará riqueza a los grupos de ahorristas, para remitirla al gobierno federal -mientras que el valor real de los ahorros acumulados se verá reducido.
Siglos atrás, reyes y emperadores exigían que las transacciones comerciales fueran llevadas a cabo, utilizando moneda acuñada por la monarquía. A los efectos de enriquecer a la Corona sin recurrir a violentos esquemas impositivos, la élite devaluó la moneda, diluyendo oro y plata con metales más económicos, como bronce y cobre. A ello le siguió el desastre económico y político. La sobreimpresión de papel moneda y la emisión de moneda digital en forma de dinero fiduciario es mucho más sencillo que diluir metales como se hacía en tiempos pasados. Los resultados se vuelven desastrosos, cada vez más rápidamente.
Obsérvese a la actual inflación anual de Venezuela, que ha alcanzado el 80 mil por ciento. Tómese nota de la destrucción del marco alemán durante la Segunda Guerra Mundial, o la inflación anual de Zimbabue (del 1.730% anual en 2007), o el crecimiento de precios al consumidor registrado en la Argentina en los años ochenta (que fue del 1.100%). De hecho, desde el lapso transcurrido entre 1980 y 2005, dos docenas de países experimentaron episodios hiperinflacionarios de al menos 1.000% en el período de un año.
La advertencia lanzada en su oportunidad por Rudyard Kipling, al respecto de los falsos profetas económicos, fue clara: 'Hemos prometido abundancia para todos, robando al Pedro promedio, para pagarle al Pablo colectivo; pero, aún cuando teníamos exceso de dinero, nunca el dinero alcanzaba para comprar nada'.
Tal como lo explicara el economista Henry Hazlitt, 'La inflación desequilibra, reduce el valor, y ordena la producción hacia los objetivos equivocados. Lleva el desempleo hacia el subempleo'.
Sin importar el perjuicio empíricamente demostrable, los gobiernos se esmeran en negarse a sí mismos los beneficios de temporadas políticas momentáneas, a través de la manipulación de la oferta de dinero.
Aquí, en los Estados Unidos de América, nuestro propio banco central se ha esforzado en consolidar un curso inflacionario casi constante, a lo largo del siglo anterior -aunque no tan negligentemente como en los ejemplos precisados. Los episodios más recientes de maniobras distorsivas incluyen la compra multibillonaria de deuda gubernamental y garantías hipotecarias.
A criterio de impedir que este dinero recientemente creado inunde la economía -y, por ende, generando inflación-, la Reserva Federal comenzó a pagarle a los bancos para que almacenen reservas excesivas en la bóveda de la Fed. Los bancos cedieron.
Aún cuando esto impidió que se desatara un proceso inflacionario masivo, el experimento monetario resultó en que cifras relativamente menores de fondos estuviesen disponibles para otros sectores, probablemente contribuyendo a la lenta recuperación económica registrada luego de la Gran Recesión. En tal sentido, los teóricos monetaristas modernos reconocen el riesgo inflacionario inherente a la creación de nuevo dinero fiduciario que financia al gasto del gobierno federal. Pero, aún cuando sus propuestas de emitir deuda gubernamental y subir impuestos recortaron exitosamente la inflación, las conclusiones persisten: mientras más se entromete el gobierno en la economía, menos riqueza quedará en manos del pueblo.
No existen los almuerzos gratis. Hemos de pagar las consecuencias, ya sea a través de la carga visible de los impuestos, del disimulado impuesto inflacionario, o de costos más altos a la hora de pedir prestado (provisto que, como se ve, el gobierno compite con las firmas privadas a la hora de buscar créditos en forma de capital).
Estas realidades ciertamente no caerán en el agrado de muchos pero, si se hace frente a ellas ahora, ello podría ahorrarnos muchísimos dolores de cabeza a lo largo del camino.
Artículo original, en inglés, aquí
* El autor, Joel Griffith (@JoelGriffith) es fellow en investigaciones en el Instituto Roe del think tank estadounidense Heritage Foundation, en Washington, D.C. Publica periódicamente en el sitio web estadounidense The Daily Signal.