Cocaína: desaparecidos 'sin nombre'
Esteban -paciente- llega a nuestra consulta luego de seis meses de una frenética carrera....
02 de Junio de 2019
Esta sociedad del padecimiento se organiza en "ghettos" de felicidad ilusoria.
G. Maci
* * *
Esteban -paciente- llega a nuestra consulta luego de seis meses de una frenética carrera con el consumo de cocaína como protagonista de su historia. Es traído con riesgo de vida por una ambulancia, mediando orden judicial. Su arribo comporta ribetes que acercan al asombro: neutralizado por un sentimiento de omnipotencia, y registrándose cierta complicidad de parte de su propia familia. Previamente, había decidido autoobsequiarse el alta, sin apelar a terceros; esto es, un equipo profesional. En estas pocas líneas, Esteban sintetiza la estructura de la personalidad del consumidor de sustancias, conforme el ego cobra fuerza propia, destruyendo toda posibilidad de intervención de un tercero, quien por lo general es el garante de una sensatez que comienza a desvanecerse. Con un profundo sentimiento de pena, quien esto escribe asiste a la 'indigencia' alucinatoria del paciente.
Esteban residió durante varios meses en esa indigencia alucinatoria, motorizado por sus delirios omnipotentes, y alimentado por un 'tónico', que era el clorhidrato de cocaína. Los cómplices en su historial de secuestro no fueron pocos, constituyendo aquéllos los que a los profesionales nos gusta llamar 'socios en la desolación' -a saber: figuras de la noche, expertos del sexo en toda posición imaginable (allí donde también el género es 'intercambiable'), y dealers de todo lo que haga falta. En definitiva, un mundo de artefactos ilusorios/alucinatorios en donde esos secuaces son, en rigor, compañeros en la desgracia.
Esa realidad individual de garantes frágiles evidencia formaciones sociales degradadas, con multitud de funcionarios de lo perverso y emisarios de lo psicótico, todos los cuales contribuyen a transformar al otrora homo sapiens en 'homo incipiens' -un individuo que jamás termina de hacerse, tomándose prestada la magistral definición de Ortega y Gasset, para llegar al 'homo demens' de Edgar Morin. En esta última descripción, el progreso hacia lo demencial se presenta como la ruta más segura con la que la persona terminará tropezándose.
En tal escenario, el ser humano pierde toda subjetividad, para pasar a formar parte de una masa/tribu en donde el anonimato (dado el ya referido extravío de la subjetividad) lo envuelve, depositándolo en una realidad de nuevos 'desaparecidos'. Son los ya citados nameless (sin nombre) quienes, hacia el final de ese destructivo sendero, ni siquiera cuentan con la dignidad de un cementerio.
Otro caso que viene al caso mencionar es el de Rodrigo, paciente que arribó a nuestra consulta en un estado similar al de Esteban y que, tras varias semanas de desintoxicación, se esmera en retomar un área de creatividad -recuérdese que la rehabilitación será imposible sin que emerja un escape creativo. En Rodrigo, entonces, comienza a asomar el poeta. Y hemos de subrayarlo: sus poesías son excelsas, y denotan una gratamente sorprendente sensibilidad. Rodrigo describe como nadie a los socios de la desolación ya comentada:
Soledad,
Antigua compañera
De madre o de niñera,
Astuta espía
De dársela en la pera...
Fiel en los momentos de sustancia [droga]
Y mala consejera.
Soledad,
Mendiga con quien sea,
De malas juntas
Es una odisea;
Entrar es fácil;
No sale cualquiera
De tus barrotes;
Deprimente y mala Yegua.
Entrar es fácil...
No sale cualquiera.
En suprema poesía, Rodrigo nos relata su realidad pasada. Algo sabrá de todo aquéllo.
Alienación creciente
En el proceso que hace al adicto, se desmoronan tres estructuras clave de la existencia humana.
Esteban residió durante varios meses en esa indigencia alucinatoria, motorizado por sus delirios omnipotentes, y alimentado por un 'tónico', que era el clorhidrato de cocaína. Los cómplices en su historial de secuestro no fueron pocos, constituyendo aquéllos los que a los profesionales nos gusta llamar 'socios en la desolación' -a saber: figuras de la noche, expertos del sexo en toda posición imaginable (allí donde también el género es 'intercambiable'), y dealers de todo lo que haga falta. En definitiva, un mundo de artefactos ilusorios/alucinatorios en donde esos secuaces son, en rigor, compañeros en la desgracia.
Esa realidad individual de garantes frágiles evidencia formaciones sociales degradadas, con multitud de funcionarios de lo perverso y emisarios de lo psicótico, todos los cuales contribuyen a transformar al otrora homo sapiens en 'homo incipiens' -un individuo que jamás termina de hacerse, tomándose prestada la magistral definición de Ortega y Gasset, para llegar al 'homo demens' de Edgar Morin. En esta última descripción, el progreso hacia lo demencial se presenta como la ruta más segura con la que la persona terminará tropezándose.
En tal escenario, el ser humano pierde toda subjetividad, para pasar a formar parte de una masa/tribu en donde el anonimato (dado el ya referido extravío de la subjetividad) lo envuelve, depositándolo en una realidad de nuevos 'desaparecidos'. Son los ya citados nameless (sin nombre) quienes, hacia el final de ese destructivo sendero, ni siquiera cuentan con la dignidad de un cementerio.
Otro caso que viene al caso mencionar es el de Rodrigo, paciente que arribó a nuestra consulta en un estado similar al de Esteban y que, tras varias semanas de desintoxicación, se esmera en retomar un área de creatividad -recuérdese que la rehabilitación será imposible sin que emerja un escape creativo. En Rodrigo, entonces, comienza a asomar el poeta. Y hemos de subrayarlo: sus poesías son excelsas, y denotan una gratamente sorprendente sensibilidad. Rodrigo describe como nadie a los socios de la desolación ya comentada:
Soledad,
Antigua compañera
De madre o de niñera,
Astuta espía
De dársela en la pera...
Fiel en los momentos de sustancia [droga]
Y mala consejera.
Soledad,
Mendiga con quien sea,
De malas juntas
Es una odisea;
Entrar es fácil;
No sale cualquiera
De tus barrotes;
Deprimente y mala Yegua.
Entrar es fácil...
No sale cualquiera.
En suprema poesía, Rodrigo nos relata su realidad pasada. Algo sabrá de todo aquéllo.
Alienación creciente
En el proceso que hace al adicto, se desmoronan tres estructuras clave de la existencia humana.
a. La degradación de la vida cerebral y del conjunto de sus redes neuronales, químicas, eléctricas y de transmisión de información. Consecuencia del apagado de las funciones más evolucionadas (frontales y temporales), y liberándose luego el cerebro automático. El automatismo del consumo repetitivo termina por reemplazar al pensamiento, y la descarga a la espera.
b. La subjetividad se entrega a un proceso de alienación, y el sujeto cede frente al objeto. El 'dealer' pasa ser su Todo; la sustancia es lo que hay que devorar. El sujeto se transforma gradualmente en un 'desaparecido', que pasa a engrosar la 'sociedad sin sujetos' que hoy conocemos. Bastará con deambular por ciertos barrios para contemplar esa mustia realidad de vagabundos de traje o en zapatillas; estos buscan el instrumento que los mortifica, pero que les resulta necesario. Son titulares de un cerebro que no ha extraviado funcionalidad, pero que reproducen una y otra vez la búsqueda de lo alunicatorio, todo lo cual garantizará un consumo sin límites.
c. Se precipitan los ordenamientos socio-parentales. Emergen las sociedades paralelas, cómplices, compuestas por familiares co-dependientes y familias consumidoras -socios en la desgracia. La tribu suplanta a los grupos que nutren al individuo de salud y cultura; la barbarie suplanta a todo proyecto de civilización. Todos los protagonistas tienen un hilo conductor que les es común: la moneda/mercancía que compra y vende, y que consolida el vínculo consumidor/dealer. En el epílogo, se trata de núcleos sociales que anulan todo potencial y capital humano, por cuanto constituyen mercados cautivos de un mercado consumidor.
¿Qué significa 'tratar' hoy?
La complejidad de la problemática convoca hoy, más que nunca, a los profesionales. Hemos de lidiar con cerebros cuyas funciones se caracterizan por una marcada alteración; estos pacientes han perdido todo principio de dimensión simbólica, para terminar rehenes de una literalidad de consumo como 'quitapenas' ante la frustración y el dolor. Al mismo tiempo, estas personas se ven rodeadas de pactos familiares y sociales criminosos, vínculos comunitarios degradantes y de alto riesgo en todo concepto. Sin importar se trata de integrantes de clases opulentas como en los circuitos de mayor pobreza.
El tratamiento -conforme lo explicita la experiencia- ha de atender a la restitución de lo humano por vía de la palabra y el diálogo, para coadyuvar a la recuperación del pensamiento. En otras palabras, pasar de la lógica que le impone al sujeto la acción de lidiar con sus problemas tapándolos con químicos, y -si todo va bien- llegar a una locución simbólica. Este es el desafío; tal es la tarea.
Tratar es, asimismo, ofrecer ante la sociedad un testimonio que aleje a las personas de la vía química como tratamiento ante los dolores y padecimientos. La presente era hipertecnológica y motorizada a base del marketing del consumo ha olvidado estas importantes lecciones. Con el tiempo, las estructuras educativas habrán de retomar su responsabilidad como transmisoras de notas de vida.
Habrán de diseñarse planes y programas maestros, que tomen como punto de partida a las cuadrículas socioeducativas, procediendo a la inauguración de una gama amplia e integral de centros de tratamiento. La República Argentina precisa pasar de una creciente sociedad de esclavos, a una sociedad de palabra y diálogo.
La voz de la prevención debe recuperar fuerzas en todos los andariveles de la sociedad mediática actual. No debe seguir ocultándose la desgracia bajo la alfombra; y ha de ponerse el foco en la esperanza -que siempre está al alcance.