Negociación en España: la política, como arte de lo posible

La negociación es una de las artes más practicadas en la política. El acceso al poder, su ejercicio y conservación, como la distribución o repartición del mismo, no pueden abandonarse al azar o a expensas del conflicto violento, como sería lo propio de sociedades prepolíticas. El Estado político, en conformidad con la descripción compartida por Francis Fukuyama en Orden y Decadencia de la Política, logra consolidarse tras arduas deliberaciones y arreglos entre los actores con capacidad de decisión. Es la historia del Estado nación moderno, que resultó de los acuerdos de Münster y Osnabrück, con los cuales se obtuvo la Paz de Westfalia y se puso fin a la Guerra de los Treinta Años. También es parte de la historia de la nación estadounidense, cuyo proceso de formación fue más intenso durante todo el siglo XIX, con la Guerra de Secesión y el surgimiento de los partidos Republicano y Demócrata.

Esto significa que los grandes acuerdos solo tienen lugar entre personas y grupos relevantes, poderosos, que cuentan con los medios y recursos suficientes para modificar el escenario, siendo la democracia liberal es el filtro para los intereses en disputa, el árbitro que define las reglas, los límites y los procedimientos para la competencia civilizada por gobernar.

Hoy en día, la opinión pública, la intelectualidad light y masas de jóvenes despistados, se llevan las manos a la cabeza cuando los partidos políticos y sus representantes, bien en Colombia, Brasil, la Unión Europea o Estados Unidos, pasan semanas y hasta meses en largos procesos de negociación para impulsar proyectos de importancia, o para definir la composición del gobierno.

A primera vista, y desde su perspectiva maximalista del orden social y político, la izquierda no debería sentarse con la derecha ni viceversa, como tampoco los empresarios deberían tener la mínima incidencia en las medidas tributarias o sobre comercio internacional. Idealmente, a criterio de resolver los problemas de la vida pública, bastaría con sentarse frente al espejo y hablar consigo mismo, excluyendo a todos los demás. Pero resulta ser que esta manera de ver el mundo es la más cercana al totalitarismo, característico de los sistemas de partido único, en donde no se requiere discusión alguna con otros partidos o movimientos políticos (porque no los hay), ni se da espacio a la ciudadanía para cuestionar lo decidido.

Desde las elecciones generales celebradas en abril pasado, y las municipales de fines de Mayo, las principales fuerzas políticas de España se encuentran en un proceso complejo para la formación del gobierno nacional, de igual modo que el de comunidades como Madrid y Murcia. Tal es el tema central de los debates en Televisión Española, Antena 3, La Sexta, Cadena Ser, Es Radio u Onda Cero, de lunes a domingo. Unicamente alternan con el fútbol y los especiales de verano, pero esa es la esencia de la democracia, con sus defectos y problemas. De un lado, Pedro Sánchez se entrevista con Pablo Iglesias, el líder de Podemos, quien ha planteado la alternativa de ingresar a un gobierno compartido. Del otro, el tripartito conformado por el Partido Popular, VOX y Ciudadanos, se reúne cada día para diagramar posiciones claves que les permitan componer unas mayorías efectivas y útiles en sus regiones de influencia. Pablo Casado, Santiago Abascal y Albert Rivera, son perfectamente conscientes de las diferencias ideológicas que existen entre los tres, pero también del rival que tienen en común y, en democracia, es más importante identificar los puntos de desacuerdo que los de entendimiento.