Turquía y la deriva antioccidental de Recep Tayyip Erdogan
Días atrás, se cumplió el tercer aniversario del fallido intento golpe de Estado...
Días atrás, se cumplió el tercer aniversario del fallido intento golpe de Estado -acontecido el 15 de julio de 2016-, episodio que dejó como resultado centenares de muertes, y que estuvo a punto de tener éxito en su propósito de derrocar al presidente Recep Tayyip Erdogan.
Desde registrada la fallida intentona, Erdogan logró consolidar su control sobre el país -en lo particular, de sus fuerzas armadas y de la prensa-, convirtiendo al aniversario del golpe en una fecha patria para los turcos.
Este año, mientras Erdogan desparramaba una serie de declaraciones en tono poético sobre el orgullo nacional turco, el presidente exhibió un símbolo concreto de independencia: concretó los primeros envíos de unidades del controvertido sistema de defensa aéreo S-400, de fabricación rusa, desde Moscú, dando un paso adelante en un convenio comercial que funcionarios y analistas en Washington han criticado en reiteradas oportunidades, por cuanto ha comprometido seriamente las relaciones diplomáticas entre Ankara y Washington.
Se llega, de esta manera, a un amargo final para una extendida serie de señales de parte de Ankara, en el sentido de que postergaría la recepción de ese material -y también ha sido el fin para conversaciones bilaterales que perseguían ese objetivo. Erdogan, tras oír las objeciones del congreso estadounidense, de numerosos funcionarios del Pentágono, y del Secretario de Estado Mike Pompeo, conscientemente se ha inclinado por Moscú, haciendo a un lado las preocupaciones de OTAN.
El sistema ruso S-400, diseñado por Moscú con el objeto de derribar aeronaves militares de OTAN, consigna un riesgo evidente para la seguridad nacional de los Estados Unidos, en el caso de que fuera desplegado en suelo turco, conforme expondría las capacidades antirradar o stealth de los jets americanos F-35 -los cuales también Turquía ha firmado para adquirir.
Correctamente, el presidente estadounidense Donald Trump replicó, el pasado 17 de julio, que Estados Unidos suspendería en lo inmediato la comercialización del F-35, procediendo a resguardar uno de los instrumentos más destacados del poderío de las fuerzas armadas americanas.
Adicionalmente, Washington podría implementar un sistema de sanciones, conforme lo tipificado en el Acta de Sanciones para Contrarrestar los Esfuerzos de los Adversarios de EE.UU. (Countering America’s Adversaries Through Sanctions Act; de 2017), cuyos considerandos ofrecen un amplio menú de opciones potenciales para penalizar a naciones que adquieran armamento de origen ruso.
Sin embargo, Estados Unidos no está sólo, en su frustración con Erdogan. La pasada semana, el mandatario turco volvió a poner en marcha un extenso conflicto territorial que mantiene sobre el status de Chipre, enviando navíos turcos para dedicar esfuerzos a la exploración petrolera en aguas chipriotas -en representación del gobierno de Ankara, en una isla cuyo control turco carece de reconocimiento internacional.
La Unión Europea, la cual también ha compartido señales claras frente a una decisión confrontativa de semejante calibre, suspendió inmediatamente el otorgamiento de un paquete de ayuda por US$ 154 millones para Turquá, y exigió a instituciones financieras que revisen futuros préstamos, y los que estén en curso para favorecer a Ankara.
En rigor, estas son apenas las más recientes muestras del sentimiento antioccidental que caracteriza a Erdogan, catalogado en numerosos círculos de los Estados Unidos como un 'amienemigo' ('frenemy').
El repudio que Recep Tayyip Erdogan ejercita contra intereses críticos y valores de Occidente, no obstante, no es una mera herramienta retórica: con recurrencia, Turquía ha frustrado objetivos estratégicos de los Estados Unidos en Siria, incluso complicando los esfuerzos tendientes a la construcción de una campaña internacional que logre contener a la República Islámica de Irán. Es probable que Erdogan esté evaluando que un abierto desafío a los Estados Unidos y la UE le sea útil para ampliar sus índices de popularidad en el orden doméstico, así como también a sus espectros de respaldo político -que se verifica en el partido que regentea, el Partido AK, en su atalaya proselitista principal de Estambul.
Las decisiones de Recep Tayyip Erdogan, de romper públicamente con sus aliados, EE.UU. y OTAN, aún cuando Turquía continúa siendo un aliado al menos referencialmente y cuando mantiene su petición para convertirse en Estado-miembro de la UE, han llevado a Washington y a la Unión Europea a contemplar sistemas de sanciones contra Ankara. La ya muy complicada economía del país continuará por una senda de retrocesos, mientras Erdogan insista en aislarse de sus socios internacionales.
La expulsión de Turquía en lo que se relaciona con el acuerdo por los F-35 (decisión tomada por Donald Trump) es sólida y apropiada, como clara advertencia hacia Ankara, y que marginalmente también resguarda los intereses estadounidenses. La Administración Trump podría eventualmente implementar sanciones contra Turquía, bajo los considerandos del Acta mencionada en párrafos anteriores; pero la discusión en torno de medidas punitivas sigue su curso. En tal sentido, la Administración estadounidense debería equilibrar la necesaria penalización de Turquía, con una potencial ruptura de vínculos en OTAN -aspecto que debe evitarse.
Amén del imprevisible y antioccidental liderazgo político de Erdogan, Turquía continúa siendo un aliado destacado de los Estados Unidos en una plétora de asuntos vinculados a la seguridad; en paralelo, la base aérea estadounidense situada en Incirlik no deja de consignar un invaluable activo militar en Oriente Medio.
Pero Erdogan no gobernará por siempre. Sin importar que se esmere en permanecer en el poder mientras viva, la dramática derrota de su partido en los comicios de Estambul prueban que su respaldo político se exhibe en franca declinación; lo cual vuelve probable que sufra nuevas derrotas en elecciones futuras.
Toda vez que es ciertamente infortunado que Ankara haya decidido alejarse de Occidente bajo el liderazgo de Recep Erdogan, eventualmente el mandatario dejará de tener el control. Una eventual Era post-Erdogan contará con la oportunidad de retomar sus alianzas y compromisos con Occidente, en lugar de buscar desesperadamente el visto bueno de Moscú.
Artículo original, en inglés, aquí
Artículo desarrollado con la colaboración de Michael Johns, Jr.
Analista senior en el Centro Douglas y Sarah Allison para Estudios de Política Exterior en la Fundación Heritage. Ha desarrollado numerosos trabajos sobre asuntos relativos al Medio Oriente y sobre terrorismo internacional desde 1978. Es columnista en medios televisivos norteamericanos y ha testificado en comités del congreso estadounidense en relación a temáticas de seguridad internacional.