Argentina: certamen entre candidatos reticentes
La República Argentina asiste al tsunami perfecto: con los comicios presidenciales a poco más de un ...
La República Argentina asiste a lo que algunos podrían calificar como el tsunami perfecto: con los comicios presidenciales a poco más de treinta días de distancia, la opinión ciudadana suma una colección de pistas que, al ser ponderadas éstas objetiva y criteriosamente, certificarán la dimensión del extravío que aqueja a su dirigencia política.
En pocos meses, un conjunto de desaciertos de la Administración Macri en materia macroeconómica motorizó una aguda crisis cambiaria que, aún cuando ella comparta lapsos de relativa calma, ha terminado por acentuar el precipicio -para muchos, definitivo- de la credibilidad ciudadana en la moneda nacional, el peso. La escapatoria generalizada hacia el dólar estadounidense, sin embargo, consigna apenas un aspecto marginal de una problemática que comporta mayor profundidad, a saber, que la ciudadanía asiste como testigo al desmoronamiento del Sistema. En tal perspectiva, el verdadero alcance de la crisis se verifica contundentemente en una plétora de circunstancias:
- El consabido derrumbe de las economías provinciales, con los matices que corresponden a cada caso. La volatilidad cambiaria ha aniquilado en cuestión de semanas el promocionado 'superávit' fiscal de ciertos distritos. La propuesta oficial de reducir el IVA para alimentos de primera necesidad y la consiguiente protesta de gobernadores ha revelado el carácter obscenamente ficticio de aquéllos comentados superávits. En la práctica, se asiste a ecosistemas provinciales respaldados en una participación estatal promedio en la economía doméstica del 80% o superior, apalancados en un esquema de coparticipación que, como mínimo, comporta una naturaleza injusta para el resto del país. En aquellas provincias donde esa inviabilidad es patente, se suceden estallidos sociales -o bien el desenlace remite a la proverbial olla a presión (ejemplos: Chubut, Chaco, Formosa, Tierra del Fuego, Santa Cruz, Corrientes). El contexto ha propiciado que cierto liderato político irresponsable haya comenzado a agitar la eventualidad de una emisión de cuasimonedas que, en todo concepto, se trata de un instrumento de último recurso, que lleva por meta disfrazar el ostensible saqueo de una economía dada, en donde los gobernadores son los únicos responsables.
- El desequilibrio macro ha detonado una explosión inflacionaria que ha alterado todos los términos del intercambio, y profundizado el concierto recesivo, proporcionalmente. El resultado es una coyuntura de retroceso que ha transportado al país al status de 2016, oportunidad en la que el Presidente Mauricio Macri exploraba la incipiente morigeración de los perjuicios de la herencia recibida por vía de la negociación de paritarias racionales. Naturalmente, la debacle devaluacionista-inflacionista resultante adquiere un aspecto cuantitativo, aunque también cualitativo en el espectro de relaciones: rige un costumbrismo colectivo de la extorsión, en donde sindicalistas, piqueteros, intendentes, gobernadores y/o punteros explotan el desconcierto para obtener más beneficios para sus arcas, al tiempo que activan servomecanismos de violencia y agitación para fogonear ese apriete. Sin embargo, el efecto retroalimentador de su éxito en la maniobra extorsiva es, en todo concepto, negativo: los miles de millones de pesos volcados por el Estado a esos menesteres son hoy el principal factor devaluatorio, arrojando combustible al pozo sin fondo del gasto público. El dinero que se regala pierde valor cada día; el índice de precios al consumidor en agosto fue del 4%.
-La organización doctrinaria y de organigrama que supo caracterizar a los partidos políticos de orden tradicional se ha estrellado. En la vereda del oficialismo, convergen peronistas del centroderecha; cambiemitas (desde ahora, juntocambistas); progresistas acomodados del centroizquierda; y radicales semipuros. En la estructura opositora de Alberto Fernández, dirimen sus diferencias justicialistas de pendulante convicción; ultracristinistas; nestoristas; y una izquierda profusamente radicalizada, cuyas acciones callejeras en muchos casos emulan sin pudor el comportamiento del crimen organizado -o, si se quiere, que blanquean agendas que llevan por fin el atentar recurrentemente contra el sistema republicano y sus instituciones. Las conclusiones no admiten mayores matices: si bien la República transita un calendario electoral programado, no es menos cierto que se halla bajo ataque. Los engranajes cuyo mandato es reforzar su resguardo y protección, sencillamente se han diluído, o no funcionan; lo que, a su vez, conducirá al siguiente ítem;
-El quiebre institucional -como ya se mencionara en reiterados capítulos en este espacio- ha ganado particular empuje en el ámbito de la administración de justicia, cuyos integrantes no fallan ya conforme a derecho, sino que lo hacen con la mirada puesta en los eventuales resultados de las urnas. Si bien el fenómeno nada tiene de novedoso, lo cierto es que se ha acentuado marcadamente desde 2015, cristalizándose este prolegómeno en la inocultable inacción de magistrados y fiscales de la Nación frente a resonados casos de corrupción o defraudación pública. En tal proscenio, disfuncionalidad y suicidio institucional han contaminado por igual a la Corte Suprema de Justicia, que por estas horas dirime mecánicas que buscan eximir de prisión a ex funcionarios corruptos y a empresarios que, alegremente, repartieron sobornos por doquier. Este infortunado apartado que ilustra sobre la disfuncionalidad institucional es examinado con preocupación en el exterior; la evaluación predominante en circuitos diplomáticos y de entendidos sobre temáticas argentinas en Washington y en importantes capitales europeas es que el virus político ha convertido al sistema judicial en un activo comanditario de actividades criminales a escala.
Hasta aquí, una condensación de elementos que sirven a efectos de edificar un diagnóstico situacional preliminar, de corte realista. El tratamiento de la arena estrictamente político-electoral es harina de otro costal.
Sin necesidad de inmiscuírse en extensas comparativas, a diferencia de la Crisis de 2001 -oportunidad en la varios presidentes casi literalmente se trenzaban a golpes de puño por hacerse del poder-, la Argentina de 2019 asiste a una competencia entre candidatos renuentes a sentarse en el sillón de Bernardino Rivadavia; sobran apreciaciones, migajas y apuntes que permiten entrever que el trámite de campaña se ha vuelto tan grisáceo como anodino.
El Presidente Mauricio Macri ha modificado bruscamente su impronta, tras el resultado negativo de las PASO. Hoy, Marcos Peña Braun -su otrora hijo putativo, y quien solía ser presentado como su eventual sucesor, hace ya casi una eternidad- ha sido barrido del escenario; lo cual conduce a un reconocimiento implícito de sus obvias responsabilidades en el desmadre oficialista. Una suerte de mix de operaciones de fiscalización electoral en el terreno y de presentación ante los medios de comunicación ha sido depositado ahora en las manos de Guillermo Dietrich (Transporte) y Patricia Bullrich (Seguridad), respectivamente. A la luz de ciertas evidencias, el jefe de Estado ha abandonado su pasiva soberbia, y ha comenzado a aceptar consejos y a ponerlos en sana práctica. Su súbito silencio, irónicamente, dice mucho; acaso pergeñado intuitivamente con el objetivo de no avivar la confusión, ni de enredarse en polémicas o interdictos innecesarios; cuando lo hace, escoge a easy targets o personajes menores. La reciente presentación de Macri en Salta -tras ser vilipendiado por el arzobispo Cagnello- comienza a reportarle beneficios, mientras que el sacerdote experimenta hoy una ruidosa polémica intestina, conocidos sus dichos en perjuicio de la investidura presidencial. El episodio no es menor, por cuanto potencia en ciertos segmentos del inconsciente ciudadano que la Iglesia Católica, con Su Santidad Francisco tras bambalinas, concibe -subterráneamente- modos para asestarle una dolorosa derrota a Juntos por el Cambio en octubre próximo. La consolidación de esa hipótesis suma adeptos ante cada oportunidad en que Juan Grabois -cuyo sospechoso financiamiento aún nadie se ha decidido a explorar siquiera elípticamente- se dispone a arriar a miles de supuestos desposeídos (en abrumadora mayoría, ciudadanos extranjeros) con el fin de ejercitar operativos del tipo cerrojo en perjuicio de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, entorpeciendo su funcionamiento y fumigando fractura social.
Para el reducido núcleo de forjadores del milagro electoral juntocambista, la estratagema consiste en adoptar el rol del underdog, apelando al sentimiento de simpatía que, entre indecisos e independientes, puede inspirar aquel que se presume alejado de las preferencias. Naturalmente, sin dejar de azuzar con la amenaza de la consolidación de una potencial Argenzuela. En este terreno, acaso sin proponérselo, los más radicalizados consorcistas del Frente de Todos terminan aportando al relato épico del Presidente. Prisioneros de la ingenuidad, algunos personeros de la política les han exigido a esos grupos que abandonen paros y protestas y cooperen en una inasequible pax socialis. Pero el intento es fútil: desconocen que la motivación fundante de Grabois y de sus alter egos son la coerción y la reproducción de la narrativa del caos; incurriendo en esa metodología marginal, se han anotado el éxito de la aprobación, por parte del Congreso, de la trillada 'emergencia alimentaria'. Inequívoco resultado: habrá más dinero público para fugaces intermediarios, mientras que las soluciones de fondo para sus representados continuarán postergándose.
En la esquina del cuadrilátero de Alberto Angel Fernández, el desconcierto se percibe más intenso de lo que notables analistas políticos y columnistas dominicales están en condiciones objetivas de escrutar. Evaporada la capciosa euforia post PASO, todos sus componentes del FdT -con independencia de sus intereses- comienzan a caer en cuenta del gravoso proscenio con el que, de llegar a imponerse en los comicios, su postulante deberá lidiar. A prima facie, ese ambiente se verá severamente afectado por una abundante colección de expectativas negativas que el propio Fernández arrastra, en función de lo que su aglomeración partidaria representa. Desde el inicio, la sola posibilidad de una victoria del albertismo alimentará oscilaciones violentas en el tipo de cambio, empujando hacia arriba la cotización del dólar estadounidense, a modo de cobertura. Precisamente, en un nicho en el que hombres de empresa y ciudadanos de a pie observan una única posición común, y que coincide con el resguardo preventivo de sus tenencias.
Adicionalmente, las firmas petroleras con operaciones locales acaban de dar inicio a un recorte en la provisión de combustibles a estaciones de servicio del interior del país, aduciendo que el precio del litro en surtidores exhibe un atraso nunca menor al 40%. A tal efecto, y en una medida de corte perentorio, el Gobierno Nacional ha hecho a un lado el congelamiento, permitiéndoles descomprimir el delicado contexto, lo cual remató en incrementos del orden del 4%. Fernández sabe perfectamente que ese dato es un prólogo, y que los capítulos centrales de esa obra de literatura inflacionista comenzarán, en rigor, a escribir sus páginas centrales durante una eventual presidencia suya. Una contrariedad complementaria está ganando fuerza por estas horas; la misma remite al ataque perpetrado por aeronaves no tripuladas de origen iraní contra instalaciones petroleras sauditas dedicadas a refinación. Hace horas, el respetado geopolítico George Friedman (hoy, Geopolitical Futures; antes, STRATFOR) declaró a la cadena estadounidense Bloomberg: 'El presidente estadounidense Donald Trump está siendo llevado a un sitio al que no desea ir, y que lo obligaría a lanzar un ataque contra Irán (...), ataque que no será pequeño'. No sería necesario justipreciar el impacto que una refriega de esas características en Oriente Medio comportaría para una Argentina con una moneda de la que sus propios ciudadanos huyen, y con una impetuosa retracción de la confianza en pleno proceso, provisto que la advertencia sobre el 'atraso del 40%' en los combustibles fue anterior al ataque sancionado por Teherán. Nuevamente, contratiempos que están terminados a acopiarse sobre el escritorio de un atribulado Alberto, ni bien empiece a acomodarse en su despacho de Balcarce 50. Como es lógico, la marejada de contrariedades albertianas se verá igualmente enriquecida por la bola de nieve de LELIQs y de variopintos instrumentos financieros legada por Macri, los vencimientos de intereses de los créditos gestionados ante el Fondo Monetario Internacional -con la espada de Damocles de la declaración de una inminente y categórica cesación de pagos-, la eminente peligrosidad de la brecha, las ya mencionadas expectativas megainflacionistas y devaluatorias... y el cruento efecto multiplicador negativo que emerge, necesariamente, de la interoperabilidad de todas esas variables en pugna. En su rústica sabiduría, el irreverente ex jefe de Estado uruguayo José Mujica sentenció, pocos días atrás: 'La Argentina tendría que elegir no a Fernández; a Mandrake tendría que elegir. Se precisa un mago, no un político...' (sic erat scriptum). Difícil será rebatirlo.
De tal suerte que el Armagedón Albertiano contabiliza un sinnúmero de jinetes ajenos, aunque también propios. Felipe Solá se refirió abiertamente a la posible reimplementación de una Junta Nacional de Granos. La ineludible circunspección de Cristina Fernández de Kirchner también viene al caso, a criterio de rubricar la pésima relación que mantiene con su candidato, y que no es secreto para nadie. Mientras Alberto Angel pone empeño en presentarse como un contendiente bienintencionado y comedido, a las pocas horas surgen allegados a la Señora Viuda, para aniquilar esa invectiva de moderación; por ejemplo, arengando a la vendetta en la forma de una persecución implacable contra jueces, periodistas, clasemedieros, y 'enemigos' de toda categorización imaginable. En el orden doméstico, esa contingencia de apercibimientos, como ya se dijo, se ve personificada en la faena de 'luchadores sociales' que perciben a Alberto Fernández como enclenque y apretable. Pero esa percepción sobre el aspirante del Frente de Todos también rige en el extranjero: el presidente venezolano Nicolás Maduro Moros no dudó en calificar de 'estúpido' a A.F., por haber calificado éste a su régimen de 'autoritario'.
Son los hechos: Fernández manifiesta serias dificultades a la hora de disciplinar a su frente interno (allí donde tampoco habría que soslayar las exteriorizaciones de su propio hijo, Estanislao) y al momento de cimentar credibilidad local e internacional. En el desarrollo, y si bien se encuentra capacitado para dimensionar apropiadamente la trascendencia del atolladero que potencialmente tendrá delante de las narices, voces autorizadas consignan que el postulante alimenta un cúmulo de perturbadoras suspicacias. Entre ellas, Alberto Angel Fernández presagia que Mauricio Macri -acaso anticipando la derrota de su frente Juntos por el Cambio- trabaja fervorosamente en dejarle una bomba de relojería como encomienda de bienvenida. De ahí que players del mercado y de la política atiendan con particular temor y caudalosos reparos a las fechas inmediatamente posteriores al 27 de octubre, ya con el resultado en mano. En tal razón, no sería extraño que Fernández se haya preguntado, en más de una ocasión, por el sentido de involucrarse a todo o nada en una insustancial lid en la que el ganador podría, rápidamente, mutar en perjudicado.
Esa premisa podría, en lo inmediato y en primer término, redirigir las miradas hacia la impostura y posibilidades del taciturno Roberto Lavagna. Hace cuatro días, el anciano compañero de fórmula de Juan Manuel Urtubey declamó ser 'candidato para entrar en el balotaje'. No pareció tratarse de una declaración inocente, ni parsimoniosamente voluntarista.
Un segundo oficio, no obstante, permitiría a los ciudadanos colegir que asisten a un certamen entre candidatos reticentes, ninguno de los cuales porta genuino interés en cercenar la cabeza de Medusa.
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.