Ataques contra Arabia Saudita: el gran tablero de Oriente Medio
Los eventos de los últimos dos decenios han modificado las relaciones de poder en el concierto...
21 de Septiembre de 2019
Los eventos de los últimos dos decenios han modificado las relaciones de poder en el concierto internacional. No se trata de una afirmación obvia para entendidos y analistas por cuanto, a menudo, muchos de aquéllos interpretan los acontecimientos actuales con la mentalidad estratégica de la Guerra Fría. En rigor, debe subrayarse que el contexto económico, político y energético global se han vistos maracadamente modificados, con una rapidez tal que el manual de instrucciones del siglo XX ya no resulta útil a la hora de comprenderlo. De este modo, aún cuando los actores más relevantes sean, por lo general, los mismos, ya su forma de actuar es distinta, en razón de que las circunstancias los han condicionado y obligado a adaptarse.
Así, pues, los ataques contra la mayor refinería de petróleo de Arabia Saudita, que se atribuyeron inicialmente el régimen de la República Islámica de Irán y la facción hutí de Yemén, parecerían un episodio más de la era bipolar, teniendo en cuenta que Irán, el epicentro del Islam chiíta, continúa intentando ampliar su esfera de influencia hacia el oeste del Golfo Pérsico, prácticamente hasta el Mediterráneo, tal como lo hiciera durante los años ochenta y noventa. Y lo hace con una estructura de alianzas de la que también forman parte el régimen de Basher al-Assad, en Siria, o Hezbolá, en Líbano; cosmos que le permite contener a Israel, Arabia Saudita y, desde luego, a los Estados Unidos. Sin embargo, un examen más profundo del escenario resalta las diferencias fundamentales, tanto en el comportamiento de las grandes potencias como de los poderes regionales de Oriente Medio, desde dos puntos de vista.
En primer término, el de los recursos empleados, que dan cuenta del salto cuantitativo y cualitativo que ha dado la tecnología militar: aeronaves no tripuladas (drones) de gran precisión, capaces de provocar daños de magnitud, como para afectar la producción petrolera de Arabia Saudita por un tiempo considerable. Se asistió a una demostración indiscutible de la eficacia de los medios no convencionales para conseguir una ventaja importante en el plano de la guerra. El régimen iraní puso a prueba la debilidad y la vulnerabilidad de los saudíes, su mayor oponente en el Golfo, sin recurrir a un despliegue de fuerza mayor.
En segundo orden, la posición estadounidense frente a los ataques, y esto, asociado a la cuestión energética. En el pasado, la reacción de los Estados Unidos habría sido inmediata, probablemente en la forma de un ataque aéreo contra intereses o territorio soberano iraní, dada la importancia que para la superpotencia tenía el acceso al crudo del Golfo, igual que para los países europeos. Pero, desde que Estados Unidos confirmó su autosuficiencia energética, hace alrededor de siete años ya, las prioridades respecto a Medio Oriente han cambiado, y aún cuando el petróleo no deja de ser un recurso estratégico de relevancia, el objetivo crucial de la política exterior estadounidense en la zona se sintetiza hoy en la contención del yihadismo, y en la meta de evitar la consolidación de un poder hegemónico, siendo este último el interés preponderante de Irán. A la postre, el fortalecimiento de la coalición antiiraní y la puesta en marcha de acciones indirectas en Líbano y Siria, son algunas de las opciones que tendría ahora el mandatario estadounidense sobre su escritorio.
No obstante, el punto de inflexión actual se encuentra determinado por la preferencia del uso del poder económico sobre el militar. Ciertamente, las medidas económicas impuestas por Washington han debilitado notablemente a la economía iraní, mucho más de lo que lo hubiese logrado una serie de réplicas militares contra su infraestructura productiva. Lo que definitivamente no constituye alternativa alguna es la indecisión o la inacción. La ausencia de respuestas adecuadas y contundentes ante los ataques significarían una victoria para la República Islámica de Irán.
Así, pues, los ataques contra la mayor refinería de petróleo de Arabia Saudita, que se atribuyeron inicialmente el régimen de la República Islámica de Irán y la facción hutí de Yemén, parecerían un episodio más de la era bipolar, teniendo en cuenta que Irán, el epicentro del Islam chiíta, continúa intentando ampliar su esfera de influencia hacia el oeste del Golfo Pérsico, prácticamente hasta el Mediterráneo, tal como lo hiciera durante los años ochenta y noventa. Y lo hace con una estructura de alianzas de la que también forman parte el régimen de Basher al-Assad, en Siria, o Hezbolá, en Líbano; cosmos que le permite contener a Israel, Arabia Saudita y, desde luego, a los Estados Unidos. Sin embargo, un examen más profundo del escenario resalta las diferencias fundamentales, tanto en el comportamiento de las grandes potencias como de los poderes regionales de Oriente Medio, desde dos puntos de vista.
En primer término, el de los recursos empleados, que dan cuenta del salto cuantitativo y cualitativo que ha dado la tecnología militar: aeronaves no tripuladas (drones) de gran precisión, capaces de provocar daños de magnitud, como para afectar la producción petrolera de Arabia Saudita por un tiempo considerable. Se asistió a una demostración indiscutible de la eficacia de los medios no convencionales para conseguir una ventaja importante en el plano de la guerra. El régimen iraní puso a prueba la debilidad y la vulnerabilidad de los saudíes, su mayor oponente en el Golfo, sin recurrir a un despliegue de fuerza mayor.
En segundo orden, la posición estadounidense frente a los ataques, y esto, asociado a la cuestión energética. En el pasado, la reacción de los Estados Unidos habría sido inmediata, probablemente en la forma de un ataque aéreo contra intereses o territorio soberano iraní, dada la importancia que para la superpotencia tenía el acceso al crudo del Golfo, igual que para los países europeos. Pero, desde que Estados Unidos confirmó su autosuficiencia energética, hace alrededor de siete años ya, las prioridades respecto a Medio Oriente han cambiado, y aún cuando el petróleo no deja de ser un recurso estratégico de relevancia, el objetivo crucial de la política exterior estadounidense en la zona se sintetiza hoy en la contención del yihadismo, y en la meta de evitar la consolidación de un poder hegemónico, siendo este último el interés preponderante de Irán. A la postre, el fortalecimiento de la coalición antiiraní y la puesta en marcha de acciones indirectas en Líbano y Siria, son algunas de las opciones que tendría ahora el mandatario estadounidense sobre su escritorio.
No obstante, el punto de inflexión actual se encuentra determinado por la preferencia del uso del poder económico sobre el militar. Ciertamente, las medidas económicas impuestas por Washington han debilitado notablemente a la economía iraní, mucho más de lo que lo hubiese logrado una serie de réplicas militares contra su infraestructura productiva. Lo que definitivamente no constituye alternativa alguna es la indecisión o la inacción. La ausencia de respuestas adecuadas y contundentes ante los ataques significarían una victoria para la República Islámica de Irán.
Seguir en
@JuanDavidGR82
Sobre Juan David García Ramírez
Columnista regular en el periódico El Colombiano (Medellín) y en El Quindiano (Armenia, Colombia). También se desempeña como analista político para diversos programas radiales y televisivos en América Latina, compartiendo apuntes y notas sobre temas políticos vinculados a Colombia, y asuntos internacionales.