Greta Thunberg y los ecoalarmistas nos regañan

La idea de una comunidad internacional -o sociedad internacional, como se le conoce más exactamente en la teoría de las Relaciones Internacionales- se respalda ya en la convicción de que el mundo entero comparte una serie de valores comunes, por el simple hecho de habitar todos los seres humanos el mismo planeta. Loable aunque poco realista, el intento de construir esa comunidad encuentra sus orígenes en el fin de la Primera Guerra Mundial, con la firma del Tratado de Versalles en 1919, oportunidad en que el entonces presidente de los Estados Unidos de América, Woodrow Wilson, impulsó la creación de la Sociedad de Naciones, que se había propuesto fomentar la cooperación entre los Estados con el fin de erigir un mundo seguro y en paz. Aunque obtuvo algunos logros puntuales en los años siguientes, el antecedente de la Organización de las Naciones Unidas no prosperó lo suficiente, como para evitar el estallido de una nueva confrontación bélica, más mortífera y destructiva, en 1939.

Al tomarse nota de algunos programas radiales en la semana que termina, dedicados a informar y analizar la importancia de la Asamblea General de la ONU, así como los debates que han tenido lugar en razón de las declaraciones de algunos líderes globales y tras verificarse la ausencia de otros, se percibe una indocticia pavorosa entre reconocidos comentaristas, reflejada en el consumo cautivo de la moda apocalíptica que el globalismo ha impuesto.

Al conceder una entrevista referida a la relevancia y futuro de un foro global como es la ONU, Marcos Peckel, profesor de la Universidad del Rosario y de la Academia Diplomática Augusto Ramírez Ocampo, del Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia, expresó que ésta posee una importancia simbólica y que, hoy por hoy, las decisiones en la Asamblea General o el Consejo de Seguridad no surten mayores efectos; a lo que una preocupada periodista preguntó: '¡¿Y entonces, qué le espera al mundo?! ¡¿Es posible un mundo sin la ONU, la Unión Europea o la Organización Mundial del Comercio?!'. Con elocuente claridad, el profesor Peckel respondió que el mundo ya existía antes de la aparición de estos artificios, y que durante milenios había podido avanzar sin estas instituciones.

Exposición que contrasta con la intervención de Greta Thunberg, la adolescente de origen sueco que se ha hecho famosa en los últimos años, al inicio de la Asamblea General de este 2019 en curso. Thunberg llamó la atención a los gobernantes de las grandes potencias, avisándoles que toda forma de vida en la Tierra desaparecerá muy pronto, prácticamente en menos de dos decenios, de no detenere ahora mismo el cambio climático. El discurso -de tono emotivo y conmovedor- se ha convertido en la nueva religión y no admite discusión, más que todo, por ser la ideología oficial de la ONU, órgano que resiste su desaparición. Ni siquiera los científicos que cuestionan los postulados principales acerca del cambio climático son escuchados ni acatados por el consumidor promedio de noticias catastrofistas. Tampoco merecen crédito los analistas que se exhiben críticos frente a las organizaciones internacionales.

A pesar de no haber servido para evitar genocidios como los de Ruanda, Sudán o los Balcanes, o de hacerse la de la vista gorda ante el club de tiranías como la de Venezuela, Cuba o Siria, Greta Thunberg y sus amigos insisten en martillar las conciencias de individuos que consideran egoístas e irresponsables, argumentando que Naciones Unidas merece ser la exclusiva depositaria de nuestro futuro y felicidad y que el obstaculizar el funcionamiento de las industrias, abandonar el colegio y no usar más pitillos plásticos, nos garantizarán la supervivencia del planeta.