Mucho antes de que el nuevo coronavirus llegara a los titulares internacionales, el Partido Comunista Chino -que controla los resortes del país sin que se le presente obstáculo alguno- tenía un problema de relaciones públicas.
Esa
imagen ha sido siempre un
factor crítico para
Pekín, a la hora de promocionar su
grandeza en el
concierto mundial. Ha trabajado con esmero para esculpir una reputación de
potencia indetenible, y que se ha acostumbrado a involucrarse en los grandes temas del mundo.
Sin embargo, hoy, esa imagen tan cuidadosamente tallada se ha dañado gravemente. Y se exhibe peor que hace un año atrás, cuando los países que comenzaban a tomar parte de la iniciativa conocida como Nueva Ruta de la Seda (Belt and Road Initiative) veían que la 'asistencia' china era una espada de doble filo.
Nadie le ha hecho peor daño a la reputación internacional de China, que la propia China. Con algo de fortuna, la epidemia del nuevo coronavirus ayudará a que cada vez más gobiernos tomen nota de la verdad que ocultaba aquélla imagen: no es posible confiar en el Partido Comunista Chino.
Con total objetividad, la réplica china a la amenaza del nuevo coronavirus ha sido muy superior a la respuesta brindada desde el Estado a la epidemia de SARS (Síndrome Respiratorio Agudo) de 2002. Sin embargo, esto no dice mucho.
La respuesta ante SARS fue lamentable. China se movió muy lentamente, ocultó durante meses la seriedad que involucraba la enfermedad. Como resultado, la misma se extendió a más de 8 mil personas en más de veinte naciones. Perecieron casi ochocientas personas.
Mientras que China se ha mostrado más receptiva y ha accionado preventivamente a la hora de acorralar al nuevo coronavirus, sus resultados dejan mucho qué desear.
Comencemos por evaluar cómo el virus comenzó a diseminarse.
La epidemia fue rastreada hasta el Mercado de Alimentos de Mar de Hunan, en Wuhan, China. Se trata de un 'wet market', según se le llama en inglés; un laberinto de paredes de las que cuelgan pescados y carnes, y donde abundan animales salvajes vivos en jaulas.
Durante años, las autoridades de salud pública habían advertido a Pekín que esos mercados eran verdaderas incubadoras para la transmisión de nuevos virus. Numerosas especies de la dieta omnívora de los ciudadanos chinos son zoonóticas; transportan enfermedades que fácilmente pueden transmitirse de animales a seres humanos. SARS fue un virus de origen animal. Sin embargo, tras el brote de SARS, Pekín fracasó a la hora de diseñar una respuesta sistemática ante estos riesgos.
Los funcionarios chinos también probaron ser increíblemente ineptos, cuando lo que debía hacerse era compartir información crítica y aceptar todo ofrecimiento de asistencia internacional.
Conforme el nuevo coronavirus se difunde, el pueblo de Taiwan se haya en la periferia -y está en peligro. Sin embargo, China impide que Taiwan participe de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Claramente, Pekín prioriza su esfuerzo de negar legitimidad internacional a Taiwan, en lugar de dedicarse a salvar vidas y a impedir que la enfermedad se amplifique. Esto hace que China no sea percibida como un país con un liderato inteligente.
Si acaso la epidemia de nuevo coronavirus representa otro mal día para la salud en el orden internacional, al Partido Comunista Chino no le va mucho mejor. Sus tropiezos en la administración de la crisis de salud es solo uno entre muchos errores.
En 2017, el décimonoveno Congreso del Partido Comunista celebró una fiesta nacional. El presidente Xi Jinping declaró que comenzaba una 'nueva era' -no solo para China, sino para el mundo. No solo China se hallaba en los primeros escalones de las potencias mundiales, sino que China estaba reconfigurando el mundo, de acuerdo a los dictados de Pekín.
Los críticos evaluaron esta declaración como una señal encubierta al respecto de que China se estaba proponiendo como una fuerza disruptiva para el concierto internacional, y no una influencia benigna -como tampoco una gigantesca chequera, como muchos esperaban.
Aquéllos críticos tenían razón.
La chequera más obvia se hallaba atada a la Nueva Ruta de la Seda, que involucra una red mundial edificada a base de proyectos de inversión y de infraestructura. Pero los países que alegremente se aferraron a esos cheques de Pekín se han percatado ahora de que no existe nada como un 'yuan gratuito'. La Nueva Ruta de la Seda ha sido catalogada como un sistema de corruptela en expansión que conduce a una trampa crediticia de la que es imposible salir.
En el frente de los derechos humanos, las políticas de Pekín no han conducido sino a un desastre de relaciones públicas. Ha acosado al Dalai Lama. Tras la crisis de refugiados de la etnia rohingya, Pekín mostró una absoluta indiferencia ante las reprensibles políticas de expulsión de Mianmar, y no ofreció respaldo ni asistencia para Bangladesh -el más pobre de sus vecinos, que luchaba para, a duras penas, ofrecer refugio a los rohingya.
Ahora, Pekín ha destinado a la prisión a millones de sus propios ciudadanos, los uighur -masivo abuso en perjuicio de los derechos humanos que ha concentrado la más férrea condena mundial.
Y no ha de olvidarse el modo en que Pekín fue incapaz de lidiar con las manifestaciones ciudadanas en Hong Kong. Antes que afirmar su compromiso al modelo 'Un País, Dos Sistemas', firmado cuando el archipiélago fue retornado en 1997 por Gran Bretaña, el régimen prefirió transitar el camino contrario. El comportamiento de Pekín es ampliamente percibido como prueba de incumplimiento frente al pueblo hongkonés.
Nada de esto le aporta a China en el mundo. Las recientes elecciones en Taiwan fueron evaluadas como una certificación del rechazo a Pekín. A pesar de los informes que referían a la interferencia china, los principales críticos contra la China continental llegaron a puestos electivos.
Asimismo, Pekín ha sido criticada por presionar a organizaciones internacionales, para propio provecho. Por ejemplo, ha ocupado posiciones en Naciones Unidas con funcionarios chinos ciento por ciento leales al Partido Comunista Chino, en tanto también ha interferido en organizaciones como Interpol o la Organización Internacional de la Aviación Civil, siempre para promocionar sus propios intereses y para aislar a Taiwan.
En el complemento, el gobierno chino ha puesto en marcha una agresiva campaña con el fin de sobornar y atropellar a naciones en América Latina, para que éstas interrumpan sus vínculos diplomáticos con Taiwan.
El extenso listado que ilustra sobre los comportamientos agresivos de China está haciendo mella en la comunidad internacional. Cada vez con mayor recurrencia, más naciones dejan de confiar en China. Esa carencia de confianza puede tener
serias consecuencias para Pekín -desde cerrar el camino del
5G para
Huawei, pasando por la reducción de dinero e influencia chinos sobre campus universitarios en terceros países.
Artículo original, en inglés, en éste link