Alberto Asseff: ¿es posible gobernar sin plan?
El Presidente de la Nación ha dicho que tiene 'un plan, pero es secreto'.
15 de Febrero de 2020
El Presidente de la Nación ha dicho que tiene 'un plan, pero es secreto'. Triplemente inédito. El carácter arcano, la ausencia de planificación – tan cara al fundador del justicialismo, más allá de su real efectividad -y el prematuro desgaste- que despilfarra ese tiempo de ‘oro’ que son los primeros cien días de gobierno- del flamante jefe del Estado.
Ignoramos si el plan secreto se limita a la reestructuración de la deuda - ¡qué lástima que hayan desechado el verbo reperfilar, bastante más garboso!- o si abarca al conjunto de la economía. En este interrogante está implicada una duda crucial: si para pagar hay que crecer, ¿para esto no es necesario un plan previo o a lo sumo simultáneo con la negociación de la deuda? Es de manual que, cuando los acreedores tienen a la vista un plan de gobierno consistente planteado por funcionarios confiables, se allanan a prórrogas, reducción de tasas y hasta quitas. Empero, con el secretismo que confesó el presidente, da la sensación que las conversaciones sufrirán contratiempos.
Ignoramos si el plan secreto se limita a la reestructuración de la deuda - ¡qué lástima que hayan desechado el verbo reperfilar, bastante más garboso!- o si abarca al conjunto de la economía. En este interrogante está implicada una duda crucial: si para pagar hay que crecer, ¿para esto no es necesario un plan previo o a lo sumo simultáneo con la negociación de la deuda? Es de manual que, cuando los acreedores tienen a la vista un plan de gobierno consistente planteado por funcionarios confiables, se allanan a prórrogas, reducción de tasas y hasta quitas. Empero, con el secretismo que confesó el presidente, da la sensación que las conversaciones sufrirán contratiempos.
A su vez, existe un enorme inconveniente para este andar sin plan: desalienta al país entero, el que votó por el presidente y el que sufragó por su antecesor. Cunde, aumenta el pesimismo. Se vuelve a escuchar aquí y allá, por doquier, que 'A esto, no lo arregla nadie', por el simple y sombrío motivo de que 'No tiene arreglo'. Paralela y consecuentemente, se incrementan las inversiones en Montevideo y el este oriental – del Uruguay, claro -, en Asunción, en Santa Cruz de la Sierra y en Miami. Y, lo más alarmante, suben las residencias físicas de argentinos en esos lares. Los ciudadanos que invierten afuera o emigran, son quienes poseen capitales y, sobre todo, actitud emprendedora y conocimiento. A este ritmo, ¿cómo crecer para pagar – y mejorar nuestra vida, obviamente -si cada vez menos argentinos están dispuestos a invertir y generar empleos y bienes?
Cualquier principiante sabe que, a los efectos de desarrollar una economía, la presión impositiva debe descender. No hay que estudiar en Harvard para saberlo. Igualmente, es imposible crecer con inflación, máxime si supera el 50%. El primer capítulo de un plan económico es la estabilización de los indicadores básicos.
Por otra parte, suele soslayarse que el éxito de un plan como el que necesitamos -que debe ser explícito- radica en el plano cultural, que en la Argentina está peligrosamente irresuelto o, peor aún, en proceso de retrogradación. Entre nosotros, existen muchos ciudadanos y sectores organizados que creen -me atrevería a decir que hasta de buena fe- que el modelo de máxima regulación, de las políticas públicas cada vez más abundantes, del incremento del gasto fiscal, de la suba de impuestos, no sólo a los ricos, sino también a la clase media -¿castigo de paso para los ‘contreras’?-, de la ampliación incesante de derechos -sin ninguna obligación correlativa- y del cuestionamiento progresivo a la libertad económica es el que pondrá a la Argentina de pie, siguiendo el eslogan de la campaña. No reflexionan al respecto de hacia qué lado cayó el Muro de Berlín, ni que la creación de riqueza no es magia, sino trabajo y creatividad, que la prosperidad no deviene de un decreto del Superior Gobierno, sino de la actividad libre y emprendedora de los habitantes. Con este regulacionismo creciente pasamos del ‘país-promesa’ que vaticinaba Ortega y Gasset hace un siglo, al pueblo pobre y mendicante que hoy somos y sufrimos.
La tarjeta alimentaria puede tener noble inspiración, pero su instrumentación exhibe nula innovación y lamentable reiteración de los mecanismos clientelares de los nuevos punteros, los ‘gerentes de la pobreza’. Como nunca, se aplica ‘pan para hoy (escaso), hambre para mañana (abundante)’.
El nuevo gobierno está en lo cierto cuando pretende estirar los plazos de la deuda, aunque parece una intención excesiva eso de que ‘pague el que viene’. Sin embargo, lo inaceptable es que no comprenda que hay que alentar la inversión, clave para crecer. No es hora redistributiva, sino productiva. Si se apela a persistir en ensanchar lo público y estrechar lo privado, inexorablemente avanzará la pobreza para todos.
Nadie está autorizado a extraer conclusiones falaces de la frustración del presidente Macri en erradicar el flagelo de la inflación, la madre de todas nuestras calamidades. Puede ser que hubo la concurrencia de impericia, falta de política territorial, excesiva apuesta a las redes. Poca ‘rosca’ y también paradojalmente demasiada ‘rosca’ que resultó estéril y contraproducente. Porque los que ‘rosquearon’, a la postre fueron desairados por los virajes electorales de último momento de sus interlocutores.
Pudiera ser también que no se haya luchado contra las mafias con la cirugía mayor que exige su erradicación. Pero el modelo de la libertad, de un capitalismo inteligente con vocación social que fuera planteado en 2015, sigue incólume como la única solución de fondo para el empobrecimiento argentino.
Si erramos en este angular punto, la decadencia será ineluctable.
* Alberto Asseff (@AlbertoAsseff) es Diputado de la Nación, por Juntos por el Cambio (Partido UNIR).