Estados Unidos: ejemplo en tiempos de turbulencia
Los períodos de bonanza y esplendor económico de las naciones...
27 de Marzo de 2020
Los períodos de bonanza y esplendor económico de las naciones suelen tener lugar tras evidenciarse la implementación de importantes y ambiciosas reformas por parte de los gobiernos -por lo general, al registrarse una gradual recuperación, luego de procesos recesivos.
Por estas horas, el ciclo económico parece dar la vuelta con mayor rapidez que en las décadas anteriores. En La Era de las Turbulencias, el economista y ex presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos (la Fed), Alan Greenspan, plantea que los Estados Unidos experimentaban una crisis cada doce años, aproximadamente, desde el colapso global de 1929, y que, a partir de 2001, comenzarían a tener lugar cada siete u ocho años. Greenspan compartió este diagnóstico en 2007, justo cuando el mundo se vio arrastrado por el tornado que edificó el precipicio del sistema financiero estadounidense. En ese entonces, los grandes bancos, las firmas de bienes raíces, la construcción, y muchas de las industrias más representativas del país -como ser Ford y General Motors- marcharon directamente a la quiebra. De manera automática, y dada la interrelación del mercado europeo con el estadounidense, los mismos sectores en la Unión Europea reflejaron cifras macro históricamente negativas, disparándose el índice de desempleo en España, Francia, Alemania, Italia y otros países miembros con economías más pequeñas.
El plan de rescate lanzado en febrero de 2009 por el entonces presidente estadounidense Barack Obama, presentado al Congreso con el nombre de Acta Americana de Recuperación y Reinversión (American Recovery and Reinvestment Act, o ARRA), y rápidamente aprobado, apuntó hacia bancos públicos y privados, y por supuesto, a las grandes ensambladoras de automóviles del país -otrora fulgurante símbolo del progreso y el poderío estadounidense durante casi un siglo. Asimismo, el paquete observaba el propósito de reactivar la confianza del consumidor. Aquel plan, de US$ 787 mil millones, implicó una reducción de US$ 288 mil millones en impuestos, y la reasignación de US$ 224 mil millones desde el presupuesto federal hacia beneficios o subsidios de desempleo, educación y salud. Durante el segundo semestre de 2009, comenzó a evidenciar resultados positivos, consolidándose un crecimiento del PBI, desde el 1.7% al 3.8%, tras haber compartido una furiosa contracción del 6.7% en el primer trimestre de ese año.
Once años después -precisamente, cuando el país disfrutaba de épocas felices y auspiciosas, con un índice de desempleo de 3.4%, o pleno empleo en la jerga de los economistas-, EE.UU. regresará a un proscenio recesivo, como efecto inexorable de la pandemia global propiciada por el vector COVID-19. A estas alturas, el país es el foco principal de propagación del virus, con 80 mil personas infectadas -hecho que, sin lugar a dudas, condicionará negativamente el desempeño de la mayor economía del mundo, junto con la de la República Popular China. Las previsiones de Goldman Sachs y Morgan Stanley reflejan que el PIB de Estados Unidos se contraerá entre un 25% y un 30% entre abril y junio, en tanto que el índice de desempleo se incrementará a casi un 13%. Lejos ya de la fría realidad del porcentual, esto significa que poco más de veinte millones de ciudadanos podrían perder sus puestos de trabajo en los meses venideros, sobre una fuerza laboral de 160 millones de personas.
Sin embargo, y de forma similar a la crisis de 2009, las dos firmas anticipan una recuperación para el segundo semestre, hacia los meses de septiembre u octubre. Aún en tiempos caóticos, Estados Unidos no deja de demostrar una notable capacidad a la hora de sobreponerse a difíciles contextos. Acaso allí resida uno de los principales atractivos que ejerce esa nación -factor que quizás sea material envidiable para no pocos intelectuales europeos y latinoamericanos, lo cual revelan en su recurrentemente infantil exteriorización antiestadounidense.
Por estas horas, el ciclo económico parece dar la vuelta con mayor rapidez que en las décadas anteriores. En La Era de las Turbulencias, el economista y ex presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos (la Fed), Alan Greenspan, plantea que los Estados Unidos experimentaban una crisis cada doce años, aproximadamente, desde el colapso global de 1929, y que, a partir de 2001, comenzarían a tener lugar cada siete u ocho años. Greenspan compartió este diagnóstico en 2007, justo cuando el mundo se vio arrastrado por el tornado que edificó el precipicio del sistema financiero estadounidense. En ese entonces, los grandes bancos, las firmas de bienes raíces, la construcción, y muchas de las industrias más representativas del país -como ser Ford y General Motors- marcharon directamente a la quiebra. De manera automática, y dada la interrelación del mercado europeo con el estadounidense, los mismos sectores en la Unión Europea reflejaron cifras macro históricamente negativas, disparándose el índice de desempleo en España, Francia, Alemania, Italia y otros países miembros con economías más pequeñas.
El plan de rescate lanzado en febrero de 2009 por el entonces presidente estadounidense Barack Obama, presentado al Congreso con el nombre de Acta Americana de Recuperación y Reinversión (American Recovery and Reinvestment Act, o ARRA), y rápidamente aprobado, apuntó hacia bancos públicos y privados, y por supuesto, a las grandes ensambladoras de automóviles del país -otrora fulgurante símbolo del progreso y el poderío estadounidense durante casi un siglo. Asimismo, el paquete observaba el propósito de reactivar la confianza del consumidor. Aquel plan, de US$ 787 mil millones, implicó una reducción de US$ 288 mil millones en impuestos, y la reasignación de US$ 224 mil millones desde el presupuesto federal hacia beneficios o subsidios de desempleo, educación y salud. Durante el segundo semestre de 2009, comenzó a evidenciar resultados positivos, consolidándose un crecimiento del PBI, desde el 1.7% al 3.8%, tras haber compartido una furiosa contracción del 6.7% en el primer trimestre de ese año.
Once años después -precisamente, cuando el país disfrutaba de épocas felices y auspiciosas, con un índice de desempleo de 3.4%, o pleno empleo en la jerga de los economistas-, EE.UU. regresará a un proscenio recesivo, como efecto inexorable de la pandemia global propiciada por el vector COVID-19. A estas alturas, el país es el foco principal de propagación del virus, con 80 mil personas infectadas -hecho que, sin lugar a dudas, condicionará negativamente el desempeño de la mayor economía del mundo, junto con la de la República Popular China. Las previsiones de Goldman Sachs y Morgan Stanley reflejan que el PIB de Estados Unidos se contraerá entre un 25% y un 30% entre abril y junio, en tanto que el índice de desempleo se incrementará a casi un 13%. Lejos ya de la fría realidad del porcentual, esto significa que poco más de veinte millones de ciudadanos podrían perder sus puestos de trabajo en los meses venideros, sobre una fuerza laboral de 160 millones de personas.
Sin embargo, y de forma similar a la crisis de 2009, las dos firmas anticipan una recuperación para el segundo semestre, hacia los meses de septiembre u octubre. Aún en tiempos caóticos, Estados Unidos no deja de demostrar una notable capacidad a la hora de sobreponerse a difíciles contextos. Acaso allí resida uno de los principales atractivos que ejerce esa nación -factor que quizás sea material envidiable para no pocos intelectuales europeos y latinoamericanos, lo cual revelan en su recurrentemente infantil exteriorización antiestadounidense.
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@JuanDavidGR82
Sobre Juan David García Ramírez
Columnista regular en el periódico El Colombiano (Medellín) y en El Quindiano (Armenia, Colombia). También se desempeña como analista político para diversos programas radiales y televisivos en América Latina, compartiendo apuntes y notas sobre temas políticos vinculados a Colombia, y asuntos internacionales.