Narcotráfico y pandemia, el peor escenario
Antes de la pandemia, los consumidores de cocaína en los Estados Unidos de América y Europa...
09 de Abril de 2020
Antes de la pandemia, los consumidores de cocaína en los Estados Unidos de América y Europa la disfrutaban por placer, por recreación. Ahora, deben estar utilizándola como alivio. Porque, a pesar de la crisis, el narcotráfico persiste, y lo hace en medio de sus actuales dificultades de transporte, distribución y entrega, esta última a través de tecnologías disponibles, redes y domicilios.
En Colombia, principal proveedor de cocaína en el mundo, no sobra recordarlo, la violencia y la corrupción, colateralidades fundamentales de este comercio, no paran. Mientras la cuarentena se promueve y en gran parte se cumple en las ciudades, en el campo, los cultivos, cocinas, laboratorios y tránsito continúan imparables; persisten los asesinatos de personas vinculadas a las buenas o a las malas al negocio. Y la adquisición sin mayor control de elementos urgentes y necesarios para lidiar con la peste, abre el apetito de la corrupción y la oportunidad para el lavado de dinero.
La violencia se vislumbra como una confluencia de urgencias alimentarias, sanitarias y de seguridad con las provisiones que facilitan el narco y microtráfico en barriadas, favelas, villas miseria, comunas y periferias citadinas pobres.
Un nuevo ejemplo lo vimos hace pocos días en el municipio de Bello, en donde, contra todo sentido común, recomendación y orden, una multitud sin mascarillas, abigarrada y con disparos al aire, acompañó el féretro de alias 'Oso' uno de los cabecillas de la banda 'Niquía-Camacol'. Alias 'Marcola', encarcelado capo del Primer Comando Capital del Brasil, en una polémica entrevista de 2016, describe un futuro casi surrealista: “Nosotros somos una empresa moderna, rica. (…) Ustedes son el Estado quebrado, dominado por incompetentes. Nosotros tenemos métodos ágiles de gestión. Ustedes son lentos, burocráticos. Nosotros luchamos en terreno propio. Ustedes, en tierra extraña. Nosotros no tememos a la muerte. Ustedes mueren de miedo. Nosotros estamos bien armados; ustedes tienen calibre 38. Nosotros estamos en el ataque. Ustedes en la defensa. Ustedes tienen la manía del humanismo. Nosotros somos crueles, sin piedad. Ustedes nos transformaron en 'superstars' del crimen. Nosotros los tenemos de payasos. Nosotros somos ayudados por la población de las comunas, por miedo o por amor. Ustedes son odiados. (…)
'Nuestras armas y productos vienen de afuera, somos “globales”. Nosotros no nos olvidamos de ustedes, son nuestros “clientes”. Ustedes nos olvidan cuando pasa el susto de la violencia que provocamos', sentencia.
En Colombia, principal proveedor de cocaína en el mundo, no sobra recordarlo, la violencia y la corrupción, colateralidades fundamentales de este comercio, no paran. Mientras la cuarentena se promueve y en gran parte se cumple en las ciudades, en el campo, los cultivos, cocinas, laboratorios y tránsito continúan imparables; persisten los asesinatos de personas vinculadas a las buenas o a las malas al negocio. Y la adquisición sin mayor control de elementos urgentes y necesarios para lidiar con la peste, abre el apetito de la corrupción y la oportunidad para el lavado de dinero.
La violencia se vislumbra como una confluencia de urgencias alimentarias, sanitarias y de seguridad con las provisiones que facilitan el narco y microtráfico en barriadas, favelas, villas miseria, comunas y periferias citadinas pobres.
Un nuevo ejemplo lo vimos hace pocos días en el municipio de Bello, en donde, contra todo sentido común, recomendación y orden, una multitud sin mascarillas, abigarrada y con disparos al aire, acompañó el féretro de alias 'Oso' uno de los cabecillas de la banda 'Niquía-Camacol'. Alias 'Marcola', encarcelado capo del Primer Comando Capital del Brasil, en una polémica entrevista de 2016, describe un futuro casi surrealista: “Nosotros somos una empresa moderna, rica. (…) Ustedes son el Estado quebrado, dominado por incompetentes. Nosotros tenemos métodos ágiles de gestión. Ustedes son lentos, burocráticos. Nosotros luchamos en terreno propio. Ustedes, en tierra extraña. Nosotros no tememos a la muerte. Ustedes mueren de miedo. Nosotros estamos bien armados; ustedes tienen calibre 38. Nosotros estamos en el ataque. Ustedes en la defensa. Ustedes tienen la manía del humanismo. Nosotros somos crueles, sin piedad. Ustedes nos transformaron en 'superstars' del crimen. Nosotros los tenemos de payasos. Nosotros somos ayudados por la población de las comunas, por miedo o por amor. Ustedes son odiados. (…)
'Nuestras armas y productos vienen de afuera, somos “globales”. Nosotros no nos olvidamos de ustedes, son nuestros “clientes”. Ustedes nos olvidan cuando pasa el susto de la violencia que provocamos', sentencia.
El narcotráfico es una realidad socioeconómica, y la agudización de la discusión sobre la legalización de la droga, el replanteamiento ético y político acerca del consumo y una revisión, oficial o no, a la historia del fenómeno, serán consecuencias post-virus.
Cualquier Estado exhausto por la guerra contra el COVID-19, puede llegar a que las fronteras invisibles actuales se conviertan en intentonas de ciudades-regiones o ciudades-estados que reten a un gobierno centralista y alejado. Un retorno a una lucha neofederalista bajo la tutela del Crimen Organizado Transnacional, que ya se observa en alguna regiones rurales y sectores urbanos de varios países de la región y en la que China y sus Tríadas (mafia) tendrían mucho que ver.
Este es solo uno de los posibles peores escenarios de la desglobalización post-pandemia, que abonaría el terreno para nuevas-viejas modalidades de gobierno. Ya pueden imaginarse a qué me refiero.
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@JohnMarulandaM
Sobre John Marulanda
Licenciado en Filosofía e Historia de la Universidad Santo Tomás de Aquino, y Abogado de la Universidad de la Gran Colombia, Marulanda se desempeña como consultor internacional en seguridad y defensa. Es Coronel (R) del Ejército de Colombia.