SOCIEDAD: ALBERTO BENEGAS LYNCH (H)

El círculo nefasto

Está a la orden del día el reclamar con insistencia que los aparatos estatales ayuden, financien...

10 de Julio de 2020

 

Está a la orden del día el reclamar con insistencia que los aparatos estatales ayuden, financien, entreguen bienes, otorguen créditos baratos, y demás parafernalia. La pregunta del millón consiste en saber a ciencia cierta a quiénes se exige que otorguen semejantes aportes. La respuesta no debería ser sorprendente: se trata de reclamar el fruto del trabajo cosechado por el vecino. Los gobernantes jamás contribuyen con nada de su propio peculio; siempre se hace cargo el bolsillo del prójimo.
 
Política corruptaEntonces, de lo que se trata es de una lucha descarnada de todos contra todos. Es como si la sociedad se hubiera convertido en un círculo infernal e insoportable, en donde todos tienen metidas las manos en los bolsillos del vecino; lo cual es insostenible, y macabro. En esto radican, fundamentalmente, los anuncios gubernamentales (por supuesto, costeados compulsivamente por la población) en diferentes medios, que machacan con la mentirosa receta que reza: 'El Estado te ayuda' y otras sandeces equivalentes.
 
Así, bajo esta misma línea argumental, reclaman airadamente el fabricante de tornillos que busca un subsidio, los artistas que piden financiación para sus obras, los piqueteros que marchan para obtener prebendas, el productor que quiere ayudas monetarias, el sindicalista que pide que le otorguen más controles sobre obras sociales, el comerciante que le otorguen un mercado cautivo, el profesional que insiste en asociaciones obligatorias, el banquero que apunta a mayor cobertura por parte de la banca central, el almacenero sugiere que se limite el radio de los supermercados, el empresario que pide mayores aranceles, barrios populares reclaman viandas, médicos apuntan a que se les entregue mejores equipos, estudiantes se manifiestan airadamente para obtener estudios sin cargo, y así sucesivamente. Todo -se subraya- a costa del prójimo.
 
Ahora, bien; en apariencia, a pocos se les ocurre que, como primer principio civilizado, lo que corresponde es respetar la propiedad privada. Las demandas no pueden arengar a propinar un manotazo a lo que otros han obtenido legítimamente. En general, se trata al lugar de trabajo o al lugar donde se abastece la gente como propia, sin percatarse de que se trata de la propiedad privada de un tercero; su comercio es su casa, del mismo modo que condenaríamos que alguien ajeno pretendiera dirigir lo que ocurre en nuestro domicilio.
 
Ilustro lo anterior con lo que acabo de escuchar en la radio. Un periodista señalaba que fulano fue a pedir un crédito, y que quien se lo ofrecía cobraba un interés muy alto, por lo que el periodista en cuestión -con el asentimiento del resto de la mesa- calificó al prestamista como un 'violador serial'. Pero nadie se ha percatado de que el propietario hace lo que le venga en gana con lo suyo y, si al potencial deudor no le agrada la propuesta, pues el primero podrá buscar lo que pretende en otro sitio; si el prestamista no ofrece algo que la gente acepte, no fungirá como prestamista y, por el contrario, si logra su cometido, tendrá éxito. No podemos volver a la era de las cavernas, en la que se condenaba a la llamada 'usura' con la hoguera. Descuento que ninguno de esos periodistas considera que su remuneración es demasiado alta o, para el caso, usuraria. Siempre es el otro el que cobra demasiado.
 
Puesto de otra manera: todos los quejosos y pedigüeños que le exigen a los aparatos estatales que les arranquen recursos a otros, en lugar de plantear esto, deberían ellos mismos constituírse en oferentes de lo que demandan, y hacerlo con el precio y la calidad que airada e injustificadamente reclaman que lo haga otro. Si esas personas alegaren no contar con el dinero suficiente para embarcarse en esos negocios, pues entonces, que ofrezcan su idea a terceros para, así, poder recabar los fondos necesarios con los cuales operar. Pero, si nadie les compra la idea, acaso sea porque la misma no se respalda en un plan de negocios serio y, por ende, habrá de abandonarse.
 
¿No es acaso una demostración palmaria de hipocresía mayúscula conducente con la hilaridad, que gobernantes digan: 'El Estado ha hecho o hace un esfuerzo descomunal' para tal o cual cosa? ¿No sospechan siquiera estos megalómanos que los esfuerzos los hacen los vecinos de modo coactivo?
 
Muchos son los gobernantes que ponen palos en la rueda para que los problemas puedan solucionarse, pues la juegan de hadas madrinas y se toman en serio el rol de entregadores de riqueza (y, por ende, de saqueadores) con lo que las estructuras productivas se desmoronan en perjuicio de todos pero, muy particularmente, en desmedro de los más indefensos.
 
De esta concepción proviene la maldita idea de aplicar la guillotina horizontal al efecto de 'redistribuir ingresos' sin comprenderse que la distribución original y pacífica se lleva a cabo en supermercados y afines cuando la gente compra o se abstiene de hacerlo, según sean los diferentes rubros que necesita. Pero resulta que esa distribución es reemplazada por la referida redistribución que, inexorablemente, se lleva a cabo con el uso de la fuerza, siempre contradiciendo las previas votaciones de la gente. Y, conforme los recursos no crecen en los árboles, esta violencia implica despilfarro, el cual, a su vez, repercute negativamente en los salarios e ingresos en términos reales.
 
Bajo la presente línea argumental, suele procederse a través del impuesto progresivo tan apreciado y aconsejado por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista de 1848. Dicho gravamen se traduce en cuatro efectos. En primer lugar, es regresivo, puesto que el contribuyente de jure, al contraer sus inversiones, reduce los salarios de los marginales que se convierten en contribuyentes de facto. En segundo término, significa un obstáculo para la imprescindible movilidad social, puesto que se perjudica a los que trabajosamente vienen ascendiendo en la pirámide patrimonial vía tasas que progresan a medida que progresa el objeto imponible. Tercero, altera las posiciones patrimoniales relativas, ya que son necesariamente distintas a las que había establecido la gente revelando sus preferencias lo cual acentúa el consumo de capital. Por último, con razón se sostiene que debe incrementarse la productividad y realizar los esfuerzos correspondientes, pero nos encontramos con que la progresividad significa que, cuanto más productivo el agente, se propinan mayores palos fiscales como castigo.
 
La siempre ponzoñosa envidia opaca la bendición de las desigualdades de las personas, en virtud de que, de otra manera, se derrumbaría la cooperación social y la consiguiente división del trabajo. Si todos tuviéramos las mismas inclinaciones y vocaciones, las relaciones sociales serían inviables, dado que todos seríamos panaderos: no habría plomeros; o todos seríamos ingenierons, y no habría médicos. El delta de ingresos y patrimonios en una sociedad libre es consecuencia necesaria de los gustos de la gente; lo importante es que todos mejoren, pero no que sean iguales. La razón es que, como queda dicho, la desigualdad de resultados surge del plebiscito diario del mercado que, a su turno, es debida a las diferencias de talentos de cada cual para servir a su prójimo.
 
En este sentido, para comprobar cómo ha cambiado radicalmente la opinión que hoy se pone de manifiesto en el Vaticano, y sin perjuicio de otros eventuales errores que puedan señalarse, es de interés reproducir un pasaje de lo consignado por el Papa León XIII, en 1891: “Quede, pues, sentado que, cuando se busca el modo de aliviar a los pueblos, lo que principalmente, y como fundamento de todo se ha de tener, es esto: que se ha de guardar intacta la propiedad privada. Sea, pues, el primer principio, y como base de todo, que no hay más remedio que acomodarse a la condición humana; que, en la sociedad civil, no pueden ser todos iguales, los altos y los bajos. Afánense en verdad, los socialistas, pero vano es ese afán y contra la naturaleza misma de las cosas. Porque ha puesto en los hombres la naturaleza misma grandísimas y muchísimas desigualdades. No son iguales los talentos de todos, ni igual el ingenio, ni la salud ni la fuerza; y a la necesaria desigualdad de estas cosas le sigue espontáneamente la desigualdad de la fortuna, lo cual es por cierto conveniente a la utilidad, así de particulares como de la comunidad, porque necesitan para su gobierno la vida común de facultades diversas y oficios diversos, y lo que a ejercitar esos oficios diversos principalmente mueve a los hombres es la diversidad de la fortuna de cada uno'.
 
A continuación, el asunto que estimamos de la mayor importancia. Hace muchas décadas, venimos insistiendo en que deben eliminarse de cuajo todas la reparticiones cuyas funciones son inútiles y contraproducentes, con lo que se podrá reducir impuestos, la deuda y atenuar la siempre perniciosa manipulación monetaria. Pero, en estos momentos en que la pandemia nos abarca a todos, resulta inaudito que ni siquiera se comprenda que no es posible seguir cobrando gravámenes como si nada hubiera ocurrido cuando la inactividad fruto del COVID-19 hace estragos. ¿Cómo es posible, aún sin comprenderse el significado de un sistema republicano, que no se entienda que es un atropello doblemente mayúsculo que los burócratas pretendan cobrar emolumentos en medio de la catástrofe? Y no estoy en modo alguno sugiriendo recortes en remuneraciones; estoy proponiendo eliminación de cargos para que, por lo menos, exista una ventaja en esta situación desafortunada, al efecto de aprovecharla para hacer algo por el bien de las personas y aliviarla de algunos tormentos tributarios.
 
Por último, y para cerrar esta nota periodística, subrayo que, como si todo lo dicho fuera poco, hay gobernantes trasnochados que sostienen que la solución a los problemas es el aumento del consumo, sin entender que la clave para todo es el incremento de la producción. Si un grupo de náufragos llega a una isla deshabitada, y uno de los sujetos proclama que lo que deben hacer es consumir para resolver sus problemas, seguramente los colegas no se molestarían en contestar semejante sugerencia (si es que no amenazan con ahogarlo en represalia por tamaña obscenidad).

En esa isla imaginaria -y en cualquier otra circunstancia-, el comentado círculo nefasto destruye la concordia y las relaciones entre las personas.


 
Sobre Alberto Benegas Lynch (h)

Benegas Lynch (h) es es académico asociado en el think tank estadounidense Cato Institute, y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina. Publica regularmente en el sitio web en español del citado instituto, como también en medios internacionales.