Chile: para retomar la senda del progreso, no alcanza con la reactivación
A pesar de un IMACEC de junio algo mejor a lo esperado, con una caída de 12,4%...
18 de Agosto de 2020
A pesar de un IMACEC de junio algo mejor a lo esperado, con una caída de 12,4% en 12 meses, la economía chilena se encuentra sumida en una profunda recesión. Formalmente, según los últimos datos del INE, el desempleo ha alcanzado al 12,2% de la población activa pero, si consideramos que existen cerca de 710 mil personas acogidas a los programas de protección del empleo, la cifra real se acerca al 21%. Hay pocos precedentes de situaciones tan críticas como la actual.
Las consecuencias humanas de esta realidad, de mantenerse en el tiempo, serán devastadoras. No es extraño, a la postre, que aparezcan voces buscando una pronta salida a esta situación. Es indispensable, eso sí, considerar que los seres humanos son increíblemente adaptables y generalmente encuentran forma de superar las condiciones difíciles que les afectan. Pero, que exista un repunte luego de estar sumidos en un contexto crítico, no es lo mismo que reiniciar un progreso sostenido.
A pesar de años de violencia, los habitantes del Líbano han sido capaces de continuar -de alguna manera- su vida. Sin dudas, se recuperarán de la terrible tragedia que Beirut acaba de sufrir. Infortunadamente, se encuentran hoy lejos de ser el país pujante y amable que era hace no tantas décadas, con raíces en una historia milenaria.
La Argentina, por su parte, es un ejemplo cercano de una sociedad que se precipita al abismo económico con cierta periodicidad. Finalmente, la reactivación llega, y la economía se recupera y con seguridad también superará los graves problemas que hoy vive. Sin embargo, con una mirada de más largo plazo, ya no es siquiera la sombra de la vibrante sociedad que atraía inmigrantes y que se exhibía entre las más ricas del planeta.
El mundo desarrollado, fundamentalmente en el hemisferio norte, inició hace unos meses su reactivación, en tanto el impulso de crecimiento se ha mantenido firme durante las últimas semanas. El ímpetu se ha moderado, especialmente en algunas áreas geográficas que debieron tomar una pausa ante la circulación del virus. Parece tratarse de regiones cuyos países no habían sido antes azotados por la epidemia, por lo tanto no resulta posible prever si las medidas que se adopten afectarán la fortaleza de su recuperación.
En la economía mundial, se asiste a una rotación, desde el gasto iniciado por una nueva disposición de los consumidores, hacia una recuperación de la industria de bienes y del comercio global, provocados por la disminución de inventarios fruto del nuevo entusiasmo de consumo. A título de ejemplo, la producción automotriz y la venta de vehículos experimentan ahora un fuerte repunte. No es extraño, dado ese contexto que la recuperación del empleo en los sectores productores de bienes esté siendo mucho más vigorosa que en el sector servicios.
Existen al menos tres factores que evidencian que esta tendencia no se modificará en el futuro cercano, en virtud de la evolución de la epidemia. En sociedades libres y democráticas, parece agotarse la capacidad de los gobiernos para nuevas intromisiones masivas en la vida de los ciudadanos. A su vez, existe mucho más conocimiento al respecto de cómo manejar clínicamente a los afectados por el virus y, finalmente, la opción de una vacuna es ya una promesa real y cercana.
Como toda crisis de magnitud, es factible que alguna sociedad salga de ella perdiendo el curso de la que hasta ahora pudo haber sido una trayectoria estable. Naciones pequeñas, como Suecia y Noruega, aunque recurrieron a estrategias diferentes, están claramente incluidos en el grupo de aquellos países que no verán alterado su rumbo de convivencia. De hecho, Suecia parece ser la excepción que evitará una recesión técnica este año. Entre los países más grandes, China, que con los datos conocidos parece haber tenido un control eficaz del virus, muestra signos –por ejemplo, en Hong Kong– de haber reforzado su vocación de control estricto de la población. Nadie espera que copie modelos de democracia occidental, con sus ventajas y bemoles. Pero, si realmente Pekín se propone pasar al liderazgo del progreso mundial, habrá de hallar un modo, como lo hizo en lo económico, de descentralizar y ofrecer más espacios de libertad a sus ciudadanos. De no hacerlo, nunca logrará el sitial de primera potencia que parece añorar y que más de alguno le augura.
Estados Unidos, mientras tanto, se caracteriza por una tendencia histórica de saber adaptarse a las nuevas situaciones. Sin embargo, enfrenta en pocas semanas un proceso electoral, con una economía que aún no se habrá recuperado del todo, sumado ello a la fuerte presencia de un sector político con propuestas agresivas y a la existencia de episodios de violencia a lo largo del país. Es difícil que pierda definitivamente el rumbo, aunque es probable que, al menos, se detecte un bache en su camino. Dada su relevancia, ello afectaría a todos, incluída la América Latina.
Si Chile desea lograr una reactivación que no sea una mera recuperación –que como ya vimos sucede aún entre las sociedades más devastadas– sino el inicio de avance acelerado, habrá de considerar que, al menos, requiere resolver tres aspectos relevantes.
El primero es encontrar en forma rápida un nuevo y mejor equilibrio entre el control de daños por la epidemia y el perjuicio de los confinamientos. De nada sirve imaginar un programa de obra pública como factor de reactivación, si la construcción es uno de los sectores más afectados -no por falta de empresas ni inversionistas dispuestos a seguir adelante, sino que por el encierro.
Es comprensible que una población asustada espere soluciones mágicas y tolere por un tiempo medidas que no debieran ser aceptables en ninguna sociedad libre –ciudadanos que enfrentan un posible castigo penal por salir de su casa sin haber cometido ningún delito previo-, pero las autoridades debieran saber mejor que nadie que este virus posiblemente no desaparecerá, y finalmente se deberá convivir con él. De lo que se conoce, afortunadamente es mucho menos mortal que otros como el Ébola. Asimismo, el organismo humano, con las excepciones de los adultos mayores y quienes tengan ciertas patologías, sabe defenderse bien de él y no está inerme como cuando enfrenta el virus del SIDA. Como contracara, conforme muchos de los patógenos que generan enfermedades respiratorias, parece difícil de erradicar. Hace cincuenta años, en una base del Sector Antártico Británico, y luego de diecisiete semanas de aislamiento en medio del invierno del continente helado, emergió un brote infeccioso que afectó a una gran parte de los que la habitaban. El agente no pudo determinarse, pero uno de los candidatos era un coronavirus.
Si la autoridad no desea que cuando opte por avanzar hacia la normalidad ya sea tarde por el daño humano y económico, incluso en cuanto a la estabilidad macroeconómica futura de Chile, no debe perder tiempo. Un año sin que los niños asistan al colegio, ¿es irrelevante? ¿Por qué se le da tanta importancia a la escuela entonces? ¿O acaso el riesgo de un desenlace fatal por no concurrir a controlarse a tiempo en patologías tan diversas como el cáncer o la hipertensión no importa?
El segundo problema a enfrentar es la violencia que busca legitimarse con argumentos de reivindicación o justicia, pero que simplemente trata de imponer por la fuerza una visión ideológica. Aún con la violencia crónica se vive, pero el daño es enorme. Para no mencionar al Líbano nuevamente basta recordar Perú durante el apogeo de Sendero Luminoso. No existe modo de conseguir una recuperación vigorosa y permanente si no se desea enfrentar ese flagelo. Sin dudas, se trata de una tarea compleja, pero es obligación de quienes buscaron ser líderes políticos asumirla, aunque no haya atajo ni salida fácil.
Finalmente, y lo más importante, si Chile desea que una reactivación sea el inicio de un nuevo impulso de progreso, es reencontrar el sentido común que imperó por algunas décadas en el país. Líderes políticos respetuosos de las decisiones voluntarias de los ciudadanos y de la Constitución y las leyes. Que entendían que no existen soluciones mágicas y no las proponían, aunque les podían dar ventajas temporales. Emprendedores orgullosos de su aporte al bienestar y que con sus trabajadores generaban cada vez más bienes y servicios, mejores y más accesibles. Una sociedad que entendía que la hacía más próspera el esfuerzo, y no los cambios normativos.
El desvío de esta senda fue paulatino, pero se aceleró violentamente en el último tiempo. Autoridades del Congreso chileno, dispuestas hoy a no respetar sus límites. Jueces inclinados a crear la ley y no a seguirla. Congresistas que se sienten sobre el bien y el mal. Un festival de iniciativas legales y constitucionales que parecen basarse en que basta dictar una ley para que los problemas se resuelvan.
Conviene recordarles a aquellos que creen en esta nueva forma voluntarista de hacer política, que lo que el país avanzó en el pasado no ha sido un espejismo. No es espejismo los cientos de miles de niños que lograron vivir o los que no sufrieron el flagelo de la desnutrición. Los millones de personas que viven una vida más larga y más humana. Las innumerables familias que por primera vez dispusieron de un refrigerador o una lavadora para aliviar la tarea diaria o que contaron con agua potable en su vivienda. O los cientos de miles de jóvenes que son la primera generación profesional de su familia. Tampoco será un espejismo que todo ello se verá truncado si los líderes no recapacitan.
El último gobierno de Michelle Bachelet fue prácticamente de estancamiento económico en términos per cápita, y por distintas razones, el actual gobierno va por el mismo camino. El riesgo que se corre es que ocho años sin progreso, se transformen en varias generaciones perdidas.
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@ElCatoEnCorto
Sobre Hernán Büchi
Es ex ministro de Economía y Finanzas de la República de Chile. Publica regularmente en el diario El Mercurio. Sus artículos también pueden consultarse en el sitio web en español del Instituto Cato.