Una venenosa política exterior: sobre la ridícula propuesta del New York Times
Si uno ha estado leyendo los principales periódicos y revistas en los Estados Unidos...
Si uno ha estado leyendo los principales periódicos y revistas en los Estados Unidos a lo largo de las últimas semanas, la serie de artículos y análisis que proponen que el presidente ruso Vladimir Putin es una suerte de versión moderna de Lucrecia Borgia será imposible de evitar. Putin, quien en simultáneo ha sido caracterizado como un monstruo totalitario, en apariencia no anda por ahí cercenando cabezas. En lugar de ello, prefiere recurrir a venenos desarrollados por científicos militares, para que aquéllos sean vertidos en tazas de té o desparramados por las manijas de las puertas. El caso del ex espía ruso Sergei Skripal en Inglaterra ha sido citado como evidencia de que el envenenamiento sería un formato rutinario para limpiar los armarios -por así decirlo-, junto con el caso de Aleksandr Litvinenko, quien falleció en el Reino Unido en 2006 bajo misteriosas circunstancias, luego de -según se informara- ingerir un isótopo radiactivo que había sido volcado en su taza de té, mientras cenaba sushi en un restaurante londinense. En apariencia, el pescado crudo nada tuvo que ver con su dolencia.
Existen, naturalmente, porciones del relato que sencillamente no encajan, sin importar cuánto uno se esfuerce. Los Skripal, padre e hija, vivían en Salisbury, a escasa distancia del laboratorio de armamento químico y biológico de Porton Down, una vía alternativa para explicar el envenenamiento que jamás se tuvo en consideración. Y tampoco había motivos genuinos para matarlos en 208, conforme ellos ya no representaban una amenaza para los intereses rusos, habiendo escapado a Inglaterra doce años antes. En rigor, no fallecieron; lo cual ya parece extraño, siendo que el agente letal Novichok fue eventualmente informado por los británicos, el cual pudo haber sido adherido a una manija. El Novichok, en realidad, fue diseñado para su empleo en teatros de operaciones bélicas, y tiene la reputación de matar al instante.
Como es lógico, el envenenamiento es un atajo conveniente cuando uno no está en capacidad -o bien no tiene la predisposición- para insistir con el principio fundamental de la política entre naciones, el cual es referido comúnmente como Diplomacia I. La primer regla en Diplomacia I exige que Usted priorice sus intereses, de tal suerte que Usted no pierda tiempo ni energía persiguiendo objetivos que sean esencialmente poco consecuentes o incluso poco significativos, a expensas de intereses nacionales vitales. Bajo cualquier referencia, Vladimir Putin es un político astuto que comprendería que el homicidio de opositores políticos es contraproducente. Es en todo preferible permitirles vivir, para demostrar que Rusia es una nación que tolera el disenso.
Al mismo tiempo, si uno desea proponerse como testigo de la ignorancia y el hubris combinados en el reportaje de las noticias, solo basta con repasar las historias sobre Rusia y Putin que provienen del extraño mundo de los opinadores, en periódicos como el New York Times y el Washington Post.
Bret Stephens, autoproclamada voz conservadora en el New York Times, ni siquiera se preocupa por ocultar su hostilidad contra países como Rusia, China e Irán. Su última incursión en lo desconocido consistió en respaldar una legislación del congreso que tiene por meta reprender al presidente Vladimir Putin. A esto, Stephens le llamó 'Acta Navalny'. La referencia remite a Alexei Navalny, principal disidente ruso que actualmente se encuentra en Alemania, tratado por lo que ha sido descrito como una acción de envenenamiento perpetrada por personas desconocidas, utilizando un veneno no identificable para un propósito ignorado, presumiendo que se intentó asesinar a Navalny solo por ser un crítico del régimen de Putin.
Stephens defiende una legislación en el Congreso de los Estados Unidos que habilitaría al gobierno americano a iniciar e incrementar sanciones, al tiempo que interpondría prohibiciones contra aquellos implicados en el pretendido envenenamiento de Navalny. Se trata, en efecto, de una acción de interferencia en perjuicio de las actividades domésticas de un gobierno extranjero, el cual podría comportar la consecuencia de invitar a los gobiernos de terceros países a que, desde Naciones Unidas, se inclinen por avergiuar cómo los EE.UU. conducen negocios. Stephens va más allá de las sanciones y los viajes, vinculando su Acta Navalny a DASKA, Acta para la Defensa Americana contra la Agresión del Kremlin, que es patrocinada nada menos que por Lindsey Graham. Ello requeriría inter alia que las agencias de inteligencia liberen al público informes sobre la riqueza personal de Vladimir Putin.
Inevitablemente, emerge una serie de problemas con la narrativa anti-Putin. Conforme Israel Shamir observara poco después del hecho de referencia, no queda para nada claro si Navalny fue efectivamente envenenado. El referente político ruso cayó enfermo mientras volaba desde Siberia hasta Moscú, y su plasma fue testeada para detectar venenos previo a que se determinara que padeció un coma diabético. Al arribar a Alemania para recibir tratamiento, una misteriosa botella de agua fue entregada por su familia; sobre la botella, los laboratorios del Bundeswehr ahora afirman que contenía rastros de Novichok. Si realmente hubiese sido detectado Novichok en el recipiente, Navalny, su propia familia y la tripulación de la aeronave hubiesen perecido, y lo propio hubiese ocurrido con los técnicos laboratoristas del Bundeswehr.
Si Putin hubiere estado detrás del envenenamiento de un prominente opositor, ello no hubiese servido a propósito alguno, más que para liberarse de una molestia política, de tal suerte que no hay muchos motivos en el ínterin. Más bien al contrario, conforme Rusia se encuentra, de hecho, en las fases finales de la puesta en marcha del gasoducto Nord Stream 2 junto con los alemanes, el cual será altamente beneficioso para los dos países -y es ampliamente criticado por el régimen Trump.
La Casa Blanca se ha esmerado notablemente para aniquilar ese proyecto -basándose en argumentos de 'seguridad nacional'- para beneficiar a potenciales ofertantes de gas estadounidense, de tal suerte que Trump difícilmente funcione como un instrumento de Putin. Antes, bien; esto sugiere que Estados Unidos contaría con más motivos que el Kremlin para envenenar a Navalny, acaso para construir una cause celebre que perjudique a Putin. Al momento, la Canciller germana Angela Merkel, de hecho, ha informado sus dudas a la hora de completar el proyecto energético, debido al furor por Navalny y a presiones que parten de Washington.
Lo que resulta interesante es que Stephens cita a su gran amigo Bill Browder, quien ha mostrado entusiasmo en relación a los prospectos para emitir una nueva legislación contra Putin. Browder, primigenio protegido por el partido de la guerra, y que ha sido descrito como 'el enemigo número uno de Putin', fue la fuerza motora detrás de la legislación original que busca reprender a Rusia, aún cuando el relato tiene más agujeros que un queso suizo.
Browder es ciertamente amado por el Congreso, órgano que corporiza una marcada rusofobia. Es una prominente figura de los hedge funds quien, inter alia, también es nativo de los Estados Unidos. Renunció a su ciudadanía en 1997, a cambio de la ciudadanía británica, para evitar tributar impuestos sobre sus ingresos netos en todo el mundo. Personifica a la proverbial figura del oligarca, estableciéndose originalmente en Rusia en 1999 con la firma Hermitage Capital Management Fund, fondo de cobertura registrado en los paraísos fiscales de Guernsey e Islas Caimán. La agenda del grupo es la 'inversión' en Rusia, tomando ventaja inicial del esquema créditos-por-acciones bajo la gestión del beodo presidente ruso Boris Yeltsin, y luego cosechó importantes ganancias en los primeros años de Putin. Hacia 2005, Hermitage era el mayor inversor extranjero en la Federación.
Similar a la propuesta Acta Navalny, y central en el relato que versa sobre lo que en realidad representa Browder, es el Acta Magnitsky, que el Congreso de los Estados Unidos aprobara en forma de ley, a efectos de sancionar a funcionaraios individuales del Kremlin debido al tratamiento obsequiado al supuesto informante Sergei Magnitsky, arrestado y enviado a prisión en Rusia. Browder ha comerciado una narrativa que, fundamentalmente, afirma que él y su 'abogado' Sergei Magnitsky revelaron un masivo fraude impositivo y que, cuando intentaron reportarlo, fueron reprimidos por una corrupta fuerza de policía y por obscuros magistrados, quienes en rigor se robaron el dinero. Magnitsky fue arrestado y perdió la vida en prisión, pretendidamente asesinado por la policía -para silenciarlo.
El Acta Magnitsky enaltece los 'derechos' estadounidenses a la hora de investigar y reprender a autores de delitos en cualquier parte del mundo, derecho que no es reclamado por tercer país alguno. A partir de esa legislación, Estados Unidos ha reafirmado su predisposición para castigar a gobiernos extranjeros en virtud de eventuales violaciones contra los derechos humanos. El Acta, inicialmente limitada a Rusia, ha sido ampliada en sus alcances, merced al Acta Global Magnitsky, que habilita sanciones de los EE.UU. en todo el globo. La propuesta Acta Navalny, potenciada por la DASKA de Lindsay Graham, irán más allá que cualquier otra legislación draconiana.
El argumento central del Acta Magnitsky fue fraudulenta desde su esencia, tal como está evidenciándose con el relato Navalny. La narrativa que se contrapone al relato de Browder certifica que en efecto hubo un masivo fraude impositivo -que involucró hasta US$ 230 millones en impuestos no percibidos por Rusia-, pero que el acto no fue perpetrado por funcionarios corruptos. En lugar de ello, fue deliberadamente sancionado e ingeniado por Browder junto al propio Magnitsky, que en realidad era contador y que desarrolló e implementó el esquema personalmente, recurriendo a múltiples firmas y a modelos de evasión de impuestos con miras a ejecutar el engaño.
La legislación pendiente y soñada por Stephens en el Times ha sido tutelada, innegablemente, por un odio extremo contra Vladimir Putin y contra Rusia, echándose mano de escenarios carentes de evidencias con el objeto de condenar al gobierno ruso por delitos que no tienen sentido, para cualquier perspectiva de costo-beneficio. Tomada aisladamente, el Acta Magnitsky ya ha hecho más que el delirio Rusiagate, a la hora de propiciar una novedosa y peligrosa Guerra Fría entre los Estados Unidos y Rusia, ambos regentes de armamento nuclear.
Quizás no sea exagerado sugerir que el envenenamiento de Navalny porta el aroma de una probable operación de falsa bandera o false flag, ejecutada por los Estados Unidos, en igualmente probable connivencia con elementos anti-rusos en Alemania. Moscú no contaba con motivos reales para ultimar a Navalny, mientras que la Casa Blanca ciertamente los tenía de sobra para poner fin al gasoducto Nord Stream 2. El hecho de que los medios de comunicación estadounidenses insistan en mostrarse atraídos por formatos como el de Stephens es síntoma de la amplificación del sentimiento rusofóbico en EE.UU. y en Europa, evento que ha privado a muchas personas de su capacidad de atender a lo importante, sin importar que lo importante esté bajo sus narices. El mantener buenas relaciones con Rusia es más central que cualquier intento por involucrarse en la política de Moscú, que validar al circuito Navalny, o que comercial gas natural. El hecho de propiciar una mayor interferencia en el extranjero -como lo hacen Brent Stephens y el New York Times- bien podría llevarnos a todos hacia una tragedia, y esta afirmación tendría sabor a poco.
Artículo original, en inglés, en éste link. Traducido y republicado con permiso del autor, tras su publicación original en The American Herald Tribune (Estados Unidos)
Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.