Affaire Ameri: sacrificio ritual del pecador negligente, o la insoportable exhibición de la realidad
En la madrugada, el Diputado Ameri recibió la oportunidad de elegir.
27 de Septiembre de 2020
En la madrugada, el Diputado Juan Emilio Ameri recibió la oportunidad de elegir. Un texto breve y escasamente asociable al lenguaje jurídico lo conminaba: 'O renunciás, o te echamos'. Horas antes, el reo había suplicado la piedad inquisitorial para manifestar arrepentimiento, falta de voluntad para ofender con su acto los preceptos del Tribunal, y firme propósito de enmienda.
Finalmente, eligió. La renuncia, quizás pensó, no le acarrearía mayores perjuicios económicos a la hora del apreciado retiro y, a su vez, mitigarían la dimensión del escándalo y el desprestigio adicional de su partido. En una nota que concedió cuando estalló el bochorno, había llorado con bastante verosimilitud. Lo que estaba en juego era más que suficiente para quebrar a cualquiera, y para arrastrarlo hacia la ciénga de la congoja.
Naturaleza del delito
Ameri, como la mayor parte de los varones, siente atracción por los senos femeninos. Los de su pareja requirieron de una actualización artificial para simular la lozanía que el mero paso del tiempo o alguna cirugía suelen demandar. El legislador sabe que la común devoción no puede asumir la forma de una exhibición pública, menos aún si se arroga la representación de miles de conciudadanos en un Parlamento nacional. Pero nada impide que, cuando su pareja parece solicitarle una opinión fundada sobre los méritos turgentes del implante, él proceda, en la intimidad, a una delicada maniobra tendiente a ejercer el control de calidad y emitir, en consecuencia, una opinión razonada. No lo sabe, pero la Constitución nacional le asegura que las acciones privadas de los hombres que no ofendan la moral y las buenas costumbres están reservadas a Dios y exentas de la autoridad de los magistrados.
Hasta aquí, nada permite inferir que Ameri se proponga violentar la ley y generar el escándalo. Pero, en plena sesión via internet, en la que se tratan asuntos de trascendencia, no parece ser el momento pertinente para realizar la maniobra a la que se lo invita. Sin embargo, la pulsión verificadora puede más, y Ameri comete una minúscula negligenci, la cual habrá de terminar con su carrera política: no se desconecta de la red. Cree que ha desaparecido de la pantalla, mientras miles de compatriotas comparten asombro, sonrisas, citas procaces, y alguna que otra reaccíon intempestiva.
A las tres de la mañana, el Presidente de la Cámara de Diputados exhala su alivio: la cabeza de hereje ha rodado bajo el modesto arbitrio de un escueto telegrama de renuncia.
Es muy probable que la mayoría de los miembros del Parlamento compartan la afición ameriana. La sentencia no se funda en la repugnancia del acto, sino en hacerlo visible. El mantenimiento del orden establecido implica la defensa de un cúmulo numeroso de prevenciones y limitaciones a la voluntad personal. Se trata de un esfuerzo legitimado por la opinión colectiva como medio idóneo a criterio de fomentar loa cohesión social, la comunión del sistema de inhibiciones y el encauzamiento de algunas energías como las generadas por la libido, cuya eclosión desordenada haría tambalear el frágil equilibrio en que se debate nuestra sociedad.
Idea de la Honorabilidad
Finalmente, eligió. La renuncia, quizás pensó, no le acarrearía mayores perjuicios económicos a la hora del apreciado retiro y, a su vez, mitigarían la dimensión del escándalo y el desprestigio adicional de su partido. En una nota que concedió cuando estalló el bochorno, había llorado con bastante verosimilitud. Lo que estaba en juego era más que suficiente para quebrar a cualquiera, y para arrastrarlo hacia la ciénga de la congoja.
Naturaleza del delito
Ameri, como la mayor parte de los varones, siente atracción por los senos femeninos. Los de su pareja requirieron de una actualización artificial para simular la lozanía que el mero paso del tiempo o alguna cirugía suelen demandar. El legislador sabe que la común devoción no puede asumir la forma de una exhibición pública, menos aún si se arroga la representación de miles de conciudadanos en un Parlamento nacional. Pero nada impide que, cuando su pareja parece solicitarle una opinión fundada sobre los méritos turgentes del implante, él proceda, en la intimidad, a una delicada maniobra tendiente a ejercer el control de calidad y emitir, en consecuencia, una opinión razonada. No lo sabe, pero la Constitución nacional le asegura que las acciones privadas de los hombres que no ofendan la moral y las buenas costumbres están reservadas a Dios y exentas de la autoridad de los magistrados.
Hasta aquí, nada permite inferir que Ameri se proponga violentar la ley y generar el escándalo. Pero, en plena sesión via internet, en la que se tratan asuntos de trascendencia, no parece ser el momento pertinente para realizar la maniobra a la que se lo invita. Sin embargo, la pulsión verificadora puede más, y Ameri comete una minúscula negligenci, la cual habrá de terminar con su carrera política: no se desconecta de la red. Cree que ha desaparecido de la pantalla, mientras miles de compatriotas comparten asombro, sonrisas, citas procaces, y alguna que otra reaccíon intempestiva.
A las tres de la mañana, el Presidente de la Cámara de Diputados exhala su alivio: la cabeza de hereje ha rodado bajo el modesto arbitrio de un escueto telegrama de renuncia.
Es muy probable que la mayoría de los miembros del Parlamento compartan la afición ameriana. La sentencia no se funda en la repugnancia del acto, sino en hacerlo visible. El mantenimiento del orden establecido implica la defensa de un cúmulo numeroso de prevenciones y limitaciones a la voluntad personal. Se trata de un esfuerzo legitimado por la opinión colectiva como medio idóneo a criterio de fomentar loa cohesión social, la comunión del sistema de inhibiciones y el encauzamiento de algunas energías como las generadas por la libido, cuya eclosión desordenada haría tambalear el frágil equilibrio en que se debate nuestra sociedad.
Idea de la Honorabilidad
La Cámara de Diputados es Honorable. Es decir, merece que se le considere con honores. El hecho de que cientos de legisladores hayan aprovechado su paso por la representación pública para enriquecerse o vivir una larga y placentera existencia navegando entre legislaturas, ministerios y organismos del Estado, no es considerado un hecho criminal. Pero lamer un pezón implica la excomunión implacable.
La ejecución de Ameri se funda haber cometido un acto estúpido. No sancionarlo haría menos honorable a la Cámara, y constituiría un baldón más a la larga cadena de razones que señalan a la clase dirigente como la franja social más desprestigiada de Argentina. La ejecución del infeliz repone la gruesa lápida que sepulta la retahíla de historias verdaderamente inconfesables, cuya emergencia a la superficie del conocimiento público terminaría por liquidar la penosa puesta en escena de nuestra realidad política.
Perfil del reo
Ameri fue mozo de bar y fuerza de choque de club de futbol. Es porteño, pero hace algunos años recaló en Salta. Se dice que dormía en los fondos de una unidad básica. Pero es astuto y pícaro. Sabe sumar acólitos, la virtud excelsa que entre nosotros abre a patadas cuanta puerta se interponga. 'Te lleva gente' y 'Podés pedirle lo que quieras, porque es de fierro', son dos de las condecoraciones más apreciadas en el medio. Perseverancia, intuición para detectar el momento justo para manifestar lealtad o el exacto para la traición, y una vocación por el goce narcisista del Poder constituyen todo el cursus honorum requerido para destacar en la dura faena.
Ameri ha sido expulsado del círculo que alguna vez lo alentó. No fue un pecho femenino su perdición. En rigor, cometió delito de negligencia, en dos vertientes distintas: olvidó oprimir la tecla que lo evaporaría de una pantalla nutrida de rostros y, en especial, puso en el aire la llaga purulenta que el buen gusto vigente entre nosotros enseña a disimular.
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@Atlante2008
Sobre Sergio Julio Nerguizian
De profesión Abogado, Sergio Julio Nerguizian oficia de colaborador en El Ojo Digital (Argentina) y otros medios del país. En su rol de columnista en la sección Política, explora la historia de las ideologías en la Argentina y el eventual fracaso de éstas. Sus columnas pueden accederse en éste link.