La otra cara de Alberto Fernández: ceder para lastimar; esperar, para ganar
En su primer discurso ante la Asamblea Legislativa, al asumir la Presidencia de la Nación...
23 de Marzo de 2021
En su primer discurso ante la Asamblea Legislativa, al asumir la Presidencia de la Nación, Alberto Fernandez citó dos veces a Raúl Alfonsín y una a Juan Domingo Perón. Tiempo después, hizo pública una desenfadada declaración: 'Yo sé que los peronistas me van a matar, pero estoy más cerca de la filosofía hippie que de las Veinte Verdades'. Quizás la autora de la astuta maniobra que decidió el resultado electoral haya recibido ambos mensajes como francas manifestaciones de olvido del pasado ríspido que los distanciara y, a su vez, de afirmación de la lealtad prometida de cara al incipiente futuro. Después de todo, el adjetivo 'psicótica' -bien mirado en algunos círculos del progresismo- goza de un sutil perfume laudatorio, probablemente porque es, a los trompicones, emparentado con la idea obsesiva de hacer la revolución posible. Por otra parte, reducir al fundador del justicialismo a un modesto segundo lugar en un mensaje de asunción, debió de complacer a quien definiera a áquel -con notable economía de recursos verbales- como 'un viejo de mierda', conforme lo revelara imprudentemente Antonio Cafiero, luego de fracasar en conseguir una humilde donación.
El 1 de marzo último, al inaugurar las sesiones ordinarias, A. F. puso en escena una representación en la que reiteraba la adhesión incondicional a los postulados básicos del ala cristinista del Frente. Algunos analistas de fuste hablaron al día siguiente de la 'muerte del albertismo' como el prolijo Carlos Pagni, del multimedios La Nación, entre otros observadores inteligentes y detractores del modelo en gestación.
La conclusión se sostiene en dos supuestos dignos de revisión: a) Que el auto de fe de A. F. respondía a un alma sincera atormentada por la sospecha extendida de su veneración por los valores sublimes del establishment. La severa Inquisición lo absolvía del crimen de adorar en secreto a deidades aborrecidas y suspendía la hoguera impaciente, mientras aguardaba por nuevas muestras de la solidez de la conversión y, b) la carencia de un volumen político propio le impediría al Presidente construir autonomía, en razón de que cualquier maniobra en tal sentido sería identificada con el concepto de traición, de vaga significación y antigua prosapia en la historia del Movimiento. Ambos prejuicios -atractivos por la apariencia de su obviedad- pueden, sin embargo, ser sometidos a examen: a) no es la sinceridad una cualidad común en los profesionales de la política: es más, el ejercicio discreto de la hipocresía es condición inescindible para la práctica de la noble gimnasia y, b) no sabremos si A. F. está dispuesto a construir albertismo hasta que no exhiba talento para abandonar lealtades y quebrar juramentos.
Después del urgente guillotinado del Ministro de Salud, el Presidente accedió a la inmolación de la titular de Justicia, mediante el artilugio de atribuirle a la misma la confesión de que 'se hallaba agobiada', más la opinión propia de que el momento actual requería de 'una actitud' ausente en la sacrificada. Arribado a este punto, el Presidente traza una raya en la precaria arena y parece decidido a transformar una debilidad presente en una futura fortaleza. Ahora, cederá complaciente a todas las presiones del ala progresistoide originadas en la Vicepresidencia, previendo para cada situación una puesta en escena que no haga ostensible el secreto recurso. En estos días, ha asistido a algunos actos públicos en los que se procedió a justificar la epopeya de la juventud maravillosa. Aunque el pasado no debería necesariamente obligar a la fosilización de la concepción de la política, A. F. tendrá dificultades para tornar verosímil su sorprendente giro copernicano. Precisamente, este imperioso camouflage es su principal tarea actual.
En las legislativas de este año, es probable que hasta último momento se esté en presencia de un final abierto. El curso del programa de vacunación y el control del índice de inflación, entre otra decena de asuntos clave, perpetuarán la incógnita que mantendrá en vilo a una sociedad desalentada. El titular del Ejecutivo, a su vez, puede incidir en el resultado, acentuado las concesiones al cristinismo -a sabiendas de que el nivel de las mismas hará crecer las chances de una derrota. La ecuación es cínica, mas no delirante: la supervivencia del albertismo, proyecto hoy condenado a la hibernación, depende del fracaso del proceso de izquierdización al uso nostro fomentado por el camporismo. En consecuencia, A. F. habrá de ceder para aumentar las posibilidades de que un revés electoral ubique al peronismo de la moderación que el pretende encarnar sin éxito hasta ahora, como única opción hacia 2023. Como contrapartida, el triunfo del cristinismo determinará el certificado de defunción de un proyecto apenas vislumbrado.
Obvio es que nada garantiza la eficiencia de la hipotética estrategia albertista de forzar una derrota en octubre próximo, pero las fuerzas de la oposición parecen colaborar para jugar un rol decisivo en la suerte de la empresa: las penurias actuales del anticristinismo y su sorprendente incapacidad para ofrecer al electorado algo más que una retahíla de quejas por el curso que el Poder oficial imprime a la República, pueden alentar en el entorno de Fernández, aún minúsculo y frágil, alguna fundada esperanza en la consolidación de un justicialismo alternativo.
Paradójicamente, el fracaso del Ministro de Economía en su intento de firmar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional antes de las legislativas, como lo pretende Cristina según fundados rumores echados a correr en estos días, cerraría el círculo de acontecimientos que deberían darse para que la disparada de inflación, una estampida del tipo de cambio, una mayor agitación social y una crisis terminal de la seguridad lleven una luz promisoria a las aspiraciones del Presidente.
Confinado a la soledad creciente por las intrigas de palacio, Alberto Angel Fernández deja morir al albertismo transitoriamente, mientras espera el incierto día en que pueda apropiarse de la última palabra.
El 1 de marzo último, al inaugurar las sesiones ordinarias, A. F. puso en escena una representación en la que reiteraba la adhesión incondicional a los postulados básicos del ala cristinista del Frente. Algunos analistas de fuste hablaron al día siguiente de la 'muerte del albertismo' como el prolijo Carlos Pagni, del multimedios La Nación, entre otros observadores inteligentes y detractores del modelo en gestación.
La conclusión se sostiene en dos supuestos dignos de revisión: a) Que el auto de fe de A. F. respondía a un alma sincera atormentada por la sospecha extendida de su veneración por los valores sublimes del establishment. La severa Inquisición lo absolvía del crimen de adorar en secreto a deidades aborrecidas y suspendía la hoguera impaciente, mientras aguardaba por nuevas muestras de la solidez de la conversión y, b) la carencia de un volumen político propio le impediría al Presidente construir autonomía, en razón de que cualquier maniobra en tal sentido sería identificada con el concepto de traición, de vaga significación y antigua prosapia en la historia del Movimiento. Ambos prejuicios -atractivos por la apariencia de su obviedad- pueden, sin embargo, ser sometidos a examen: a) no es la sinceridad una cualidad común en los profesionales de la política: es más, el ejercicio discreto de la hipocresía es condición inescindible para la práctica de la noble gimnasia y, b) no sabremos si A. F. está dispuesto a construir albertismo hasta que no exhiba talento para abandonar lealtades y quebrar juramentos.
Después del urgente guillotinado del Ministro de Salud, el Presidente accedió a la inmolación de la titular de Justicia, mediante el artilugio de atribuirle a la misma la confesión de que 'se hallaba agobiada', más la opinión propia de que el momento actual requería de 'una actitud' ausente en la sacrificada. Arribado a este punto, el Presidente traza una raya en la precaria arena y parece decidido a transformar una debilidad presente en una futura fortaleza. Ahora, cederá complaciente a todas las presiones del ala progresistoide originadas en la Vicepresidencia, previendo para cada situación una puesta en escena que no haga ostensible el secreto recurso. En estos días, ha asistido a algunos actos públicos en los que se procedió a justificar la epopeya de la juventud maravillosa. Aunque el pasado no debería necesariamente obligar a la fosilización de la concepción de la política, A. F. tendrá dificultades para tornar verosímil su sorprendente giro copernicano. Precisamente, este imperioso camouflage es su principal tarea actual.
En las legislativas de este año, es probable que hasta último momento se esté en presencia de un final abierto. El curso del programa de vacunación y el control del índice de inflación, entre otra decena de asuntos clave, perpetuarán la incógnita que mantendrá en vilo a una sociedad desalentada. El titular del Ejecutivo, a su vez, puede incidir en el resultado, acentuado las concesiones al cristinismo -a sabiendas de que el nivel de las mismas hará crecer las chances de una derrota. La ecuación es cínica, mas no delirante: la supervivencia del albertismo, proyecto hoy condenado a la hibernación, depende del fracaso del proceso de izquierdización al uso nostro fomentado por el camporismo. En consecuencia, A. F. habrá de ceder para aumentar las posibilidades de que un revés electoral ubique al peronismo de la moderación que el pretende encarnar sin éxito hasta ahora, como única opción hacia 2023. Como contrapartida, el triunfo del cristinismo determinará el certificado de defunción de un proyecto apenas vislumbrado.
Obvio es que nada garantiza la eficiencia de la hipotética estrategia albertista de forzar una derrota en octubre próximo, pero las fuerzas de la oposición parecen colaborar para jugar un rol decisivo en la suerte de la empresa: las penurias actuales del anticristinismo y su sorprendente incapacidad para ofrecer al electorado algo más que una retahíla de quejas por el curso que el Poder oficial imprime a la República, pueden alentar en el entorno de Fernández, aún minúsculo y frágil, alguna fundada esperanza en la consolidación de un justicialismo alternativo.
Paradójicamente, el fracaso del Ministro de Economía en su intento de firmar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional antes de las legislativas, como lo pretende Cristina según fundados rumores echados a correr en estos días, cerraría el círculo de acontecimientos que deberían darse para que la disparada de inflación, una estampida del tipo de cambio, una mayor agitación social y una crisis terminal de la seguridad lleven una luz promisoria a las aspiraciones del Presidente.
Confinado a la soledad creciente por las intrigas de palacio, Alberto Angel Fernández deja morir al albertismo transitoriamente, mientras espera el incierto día en que pueda apropiarse de la última palabra.
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@Atlante2008
Sobre Sergio Julio Nerguizian
De profesión Abogado, Sergio Julio Nerguizian oficia de colaborador en El Ojo Digital (Argentina) y otros medios del país. En su rol de columnista en la sección Política, explora la historia de las ideologías en la Argentina y el eventual fracaso de éstas. Sus columnas pueden accederse en éste link.