Joe Biden ignoró las lecciones compartidas por Irak
El presidente estadounidense Joe Biden defendió su decisión de ordenar un retiro completo...
El presidente estadounidense Joe Biden defendió su decisión de ordenar un retiro completo de las tropas americanas desplegadas en Afganistán, exprensando: 'Nuestro interés nacional en Afganistán sigue siendo el de siempre: impedir un ataque terrorista en territorio de los Estados Unidos'.
Toda vez que la afirmación del presidente es acertada, no deja de ser certero el afirmar que los Estados Unidos tienen un interés vital en el resguardo de vidas estadounidenses.
El discurso ofrecido por el presidente Biden el pasado lunes se circunscribió a los riesgos de corto plazo para los civiles estadounidenses varados en Afganistán derivado del retiro militar total, así como también a los riesgos de largo plazo que ese retiro consigna para la política contraterrorista en el combate global contra el terrorismo islamista.
La raíz fundante que dio lugar a la invasión estadounidense de Afganistán en 2001 -esto es, el estrecho vínculo del Talibán al componente terrorista de al-Qaeda decididos a asesinar a ciudadanos de los EE.UU. masivamente- no deja de mantener una importancia central, con los peligros que ello implica.
Ahora, el Talibán ha regresado al poder, sin haber interrumpido su vínculo con al-Qaeda, conforme lo exigía cierto ilusorio 'acuerdo de paz', el cual fue, en rigor, condicionado a un retiro eventual de las tropas de la coalición liderada por Washington.
La debable en Afganistán potenciará y envalentonará a los militantes islamistas en todo el orbe, muchos de los cuales se habían desalentado con la derrota del 'califato' de ISIS. En tal sentido, la victoria del Talibán es la más importante que este grupo ha consolidado, desde el 11 de septiembre de 2001.
Tal como la generación anterior de yijadistas había visto engrandecer su fortaleza tras la derrota soviética en suelo afgano, los milicianos de tiempos presentes se verán energizados por la victoria del Talibán. Al-Qaeda, íntimamente asociada con el Talibán, verá que es más sencillo reclutar, obtener fondos y entrenar a su elemento para ejecutar operaciones futuras -y lo propio sucederá en otros múltiples núcleos dedicados al terrorismo internacional.
El Talibán liberó a centenares de milicianos de distintas cárceles, incluyendo a miembros de al-Qaeda e ISIS, y esas cifras rápidamente se incrementarán. Afganistán se convertirá en un imán gigantesco para combatientes y yijadistas extranjeros, que aspiran a reconvertir Afganistán en una suerte de Disneylandia del terrorismo.
Para empeorar las cosas, un estimado de 10 mil ciudadanos de los Estados Unidos continúan hoy varados en torno a Kabul, sin capacidad para acercarse a la terminal aérea. Un aproximado de 30 mil podrían estar desplegados en la periferia de la capital afgana.
Según se ha informado, el Talibán acordó un período de gracia de dos semanas, para que naciones extranjeras evacúen a sus ciudadanos desde el aeropuerto de Kabul -pero, con frecuencia, el Talibán suele romper sus promesas.
Los líderes del Talibán, con toda probabilidad, buscarán ampliar la humillación de los Estados Unidos, en medio del caótico proceso de evacuación. Aún si respetaran su promesa de garantizar un salvoconducto a ciudadanos americanos, probablemente el Talibán poco pueda hacer para impedir que al-Qaeda y sus aliados tomen rehenes a esas personas, a efectos de consolidar sus propias agendas.
Asimismo, una plétora de grupos criminales podrían explotar el caos reinante, para secuestrar a otros ciudadanos y hacerse de importantes sumas en concepto de rescate.
Amén de buscar impedir la ejecución de actos terroristas contra ciudadanos de los EE.UU. en territorio afgano, Joe Biden debería trabajar también con miras a impedir que Afganistán vuelva a ser el epicentro de ataques perpetrados contra estadounidenses y aliados -que podrían producirse fuera de la región.
Paralelos con Irak
Ya que la caída de Kabul ha sido comparada con la debacle de Saigón en 1975, quizás otra comparación válida plantee similaridades con el derrumbe del ejército iraquí frente al avance de ISIS.
Ambas crisis fueron precedidas por políticas de retiro erróneas, planeadas por los Estados Unidos. Y, a diferencia de la caída de Vietnam del Sur, estas crisis fortalecieron a los grupos terroristas cuyo foco coincidía con el asesinato de ciudadanos estadounidenses.
Oficiando entonces como videpresidente, Biden tuvo un rol crítico al presionar por el retiro de tropas americanas de Irak, contra el consejo ofrecido por funcionarios militares y de inteligencia. Los resultados del retiro total de Irak, acontecido en 2011, eran fáciles de anticipar y, de hecho, fueron previstos.
El retiro del componente militar estadounidense torpedeó las capacidades iraquíes en sus plataformas militar, de inteligencia y de antiterrorismo; ello garantizó margen para la creación de un vacío luego aprovechado por Irán. Teherán explotó hábilmente las tensiones sectarias vigentes, escenario que potenció el crecimiento de ISIS.
Aún cuando, tiempo más tarde, la Administración Obama fue forzada a revertir la decisión tomada en 2014, debiendo desplegar nuevamente fuerzas militares para derrotar a ISIS en Irak y Siria, el surgimiento de ISIS inspiró la ejecución de sangrientos ataques terroristas por parte de militantes extremistas en todo el globo.
Entonces, para impedir un resurgimiento de ISIS, Washington mantuvo una fuerza residual de 2.500 tropas en Irak. Una cifra idéntica había sido desplegada en Afganistán, previo a que Biden decidiera poner fin a esa presencia castrense.
Al igual que en Irak, Biden prestó oídos sordos al consejo ofrecido por funcionarios militares, quienes argumentaron que una pequeña fuerza residual era una opción sustentable para colaborar en la estabilización de la situación a una costo relativamente bajo -tal como los pequeños contingentes militares estadounidenses ayudaron a estabilizar Irak y el cuadrante oriental en Siria.
La debacle a la que hoy se asiste es un perjuicio autoinflingido en la reputación de los Estados Unidos. Es también una catástrofe humanitaria, y un retroceso de magnitud en el combate contra el terrorismo. El movimiento yijadista global, con gran probabilidad, se verá envalentonado por la victoria del Talibán -tal como sucediera con los éxitos iniciales de ISIS.
La Administración Biden afirma que está en capacidad de monitorear, disuadir y plantear una defensa efectiva frente a las amenazas terroristas con base en Afganistán y fuera de los EE.UU. Sin embargo, la credibilidad que motoriza esa afirmación se ha visto seriamente devaluada, dada la sorprendente cadena de errores de la Administración a la hora de anticipar la seriedad de los riesgos inherentes, en la desprolija salida de suelo afgano.
Ahora mismo, el Pentágono está advirtiendo que las redes terroristas podrían reconstruírse en territorio afgano, más rápido que lo esperado, frente a la rauda victoria del Talibán.
El desastroso retiro estadounidense multiplica preguntas ciertamente perturbadoras, vinculadas al sano juicio del presidente y al nivel de competencia que caracteriza a la presente Administración.
Infortunadamente, es ahora demasiado tarde para revertir la situación en curso en Afganistán. A lo mucho, puede aspirarse a una evacuación veloz de los ciudadanos estadounidenses y de otros extranjeros -así como también proceder a la evacuación de aliados afganos. Todos ellos, están hoy a tiro de ser asesinados o de ser tomados como rehenes por el Talibán o por sus cómplices en el submundo del terrorismo.
Una vez más, el Talibán ha tomado a Afganistán como rehén, para remitirlo a una agenda extremista de confesión medievalista. Tarde o temprano, sus elementos serán sorprendidos al fraguar o respaldar ataques terroristas contra ciudadanos estadounidenses.
En esa instancia, Estados Unidos verá que sus opciones contraterroristas serán limitadas. Sólo entonces, los costos absolutos de la mala decisión de Joe Biden se verán en toda su magnitud.
Biden se propuso poner fin a la guerra en Afganistán rápidamente, tal como había prometido retirarse por completo de Irak. Sin embargo, la manera más rápida de 'poner fin' a una guerra, es perdiéndola.
Biden ha subestimado tremendamente los riesgos de seguridad de perder la guerra en suelo afgano. Y ha hecho lo propio al sopesar los costos humanitarios que comporta una nueva llegada del Talibán al poder. A la postre, el presidente terminará haciendo frente al tóxico legado de este retiro desordenado de Afganistán.
Artículo original, en inglés
Analista senior en el Centro Douglas y Sarah Allison para Estudios de Política Exterior en la Fundación Heritage. Ha desarrollado numerosos trabajos sobre asuntos relativos al Medio Oriente y sobre terrorismo internacional desde 1978. Es columnista en medios televisivos norteamericanos y ha testificado en comités del congreso estadounidense en relación a temáticas de seguridad internacional.