INTERNACIONALES: PHILIP GIRALDI | REALPOLITIK

EE.UU. y la nueva normalidad: echarle la culpa a los espías, reflejo de la falta de rendición de cuentas

Como regla general, entiendo que las generalizaciones compartidas por los medios de comunicación...

12 de Septiembre de 2021

 

Como regla general, entiendo que las generalizaciones compartidas por los medios de comunicación y los opinadores de oportunidad que se refieren a cualquier tema son, con frecuencia, erróneas. En mi rol de ex oficial de inteligencia, me entretiene leer artículos en los medios tradicionales que flagrantemente informan el modo en que los recientes y perturbadores desarrollos que arroja el concierto internacional son responsabilidad de la CIA o del nutrido alfabeto que compone la seguridad nacional. La recurrente afirmación de que la CIA controla, de alguna manera, al mundo como parte de una conspiración global que involucra a las agencias de espionaje de numerosos países, al tiempo que se abrazan a la extorsión y a otras metodologías para corromper a dirigentes políticos y a comunicadores sociales en apariencia frágiles, es hoy parte del ADN del periodismo en el mundo -con frecuencia, sin plantearse evidencia alguna para argumentar que los espías frente a la realidad, esto es, que aquéllos o bien no son capaces ni tienen interés de llevar a cabo algo tan complicado como lo que se afirma.
 
Milicianos afganos, Estados Unidos, GiraldiRazonablemente, uno podría argumentar que el planteo de administrar el mundo entero, particularmente de manera coercitiva, es un trabajo enorme, y que nadie cuenta con los recursos para atender a los centenares de 'problemas' en simultáneo. Sin embargo, y como quiera el lector dirimirlo, el mito que versa sobre la existencia de una agencia tan poderosa y en extremo malévola se ha extendido, incluyendo el relato de que otros elementos de la seguridad nacional conspiran para, efectivamente, controlar tanto a los presidentes de los Estados Unidos y a los medios de comunicación en general.
 
Los ciudadanos de otros países, por su parte, están incluso más convencidos de que la comunidad de inteligencia americana lo sabe todo, y de que es en parte o completamente responsable de lo que sucede en el plano internacional. Un diplomático turco muy entrenado que supo convertirse en gran amigo de quien esto escribe, me insistió en la existencia de una gigantesca computadora situada en Washington que tenía información completa sobre el planeta en su voluminoso archivo. Irónicamente, esa observación era algo divertido de conocer en 1988, aunque se acerca a la realidad actual, la cual refiere a la masiva intrusión cibernética perpetrada por el gobierno, a manos de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA).
 
Sin lugar a dudas, uno puede -y ciertamente debe- oponerse a toda política pública que exija cambios de régimen y con la que se ha asociado a aquélla agencia en todo el globo, pero existe un contexto para comprender el desorden. En primer término, el cambio de régimen de facto es una práctica hoy muy extendida en el gobierno estadounidense, bajo la dirección del presidente, y de sus allegados más cercanos. Obsérvese, por ejemplo, lo que sucedió en Ucrania y lo que se intenta hacer en Siria. La manipulación a cargo del Departamento de Estado y la agencia USAID, recurriendo a la ONG National Endowment for Democracy (NED) y a la intervención militar directa, son las herramientas preferidas desde 2001, y tales acciones se llevan a cabo de forma relativamente transparente. Uno podría decir que lo que solía hacer la CIA en tiempos pretéritos, hoy se realiza de manera abierta.
 
En efecto, las numerosas interacciones del reglamento conocido como Autorización para el Empleo de Fuerza Militar y las actas Patriota y sobre Comisiones Militares le otorgan al gobierno carta blanca para responder al resto del mundo, y también frente a ciudadanos estadounidenses itinerantes, incluyéndose el homicidio y la preparación de listados en la Casa Blanca y la ejecución por vía de drones a partir de la elaboración de 'perfiles' -en donde mayormente se asesina a civiles inocentes. Recuérdese por un momento al senador John McCain y a Victoria Nuland -neoconservadora y oficial del Departamento de Estado-, quienes distribuyeron galletitas en la Plaza del Maidán en Kiev, como parte de un exitoso programa subversivo de US$ 5 mil millones tendiente a derribar al gobierno pro-ruso de Ucrania. Siria, mientras tanto, fue una intervención militar directa que buscó reemplazar al gobierno de Basher al-Assad. También debería apuntarse que ambas intervenciones tuvieron lugar en tiempos del hábil sofista Barack Obama, y lo propio ocurrió con el desastroso derribo del gobierno libio, que convirtió a uno de los pocos regímenes prósperos del Africa en un infierno. Adicionalmente, estos ejercicios de cambio de régimen tuvieron lugar aún cuando ninguna de esas naciones amenazaron a los Estados Unidos en modo alguno.
 
Aquéllas políticas y otros instrumentos fueron puestos en marcha por el liderazgo civil del país, incluyéndose al presidente, a los secretarios de Estado y al consejo de seguridad nacional y, cuando fue necesario, impuestos a la CIA y a otras agencias vinculadas al gobierno por el liderazgo político de oportunidad -toda vez que los directores más recientes de esas agencias fueron designados políticamente, y jamás fueron oficiales de inteligencia profesionales. La Agencia, sobre la que burocráticamente se dice trabaja para el presidente estadounidense, no evalúa con su personal qué opciones de política exterior son preferidas, del mismo modo en que tampoco reflexionan sobre las órdenes que reciben los soldados que se desempeñan en la Brigada Aerotransportada 101a. Casi la totalidad de los oficiales de inteligencia actuales y retirados que conozco se oponen, de hecho, a la política de supremacía global americana que fuera puesta en marcha desde el 11 de septiembre de 2001.
 
Basándome en mi propia experiencia, la muy comentada maldad de la comunidad de inteligencia rara vez fue visible, aún cuando parece haber cambiado de algún modo desde el 9/11, para involucrar después la optimización del rol paramilitar de la organización, la creación de prisiones en locaciones secretas, y el empleo de la tortura. Dada la presunta invencibilidad de la CIA y el desorden que rodea a sus operaciones, el señalamiento se ha vuelto una práctica común entre miembros del gobierno y en los medios, cuando se busca a quién culpar cuando las cosas salen mal. En rigor, existen dos CIAs diferentes. La primera funciona con un núcleo de veinte mil recolectores de información de inteligencia y de controladores de agentes, analistas, oficiales técnicos y otro staff de respaldo. Se trata, en estos casos, de funcionarios de carrera que recopilan y analizan la información que luego es compartida a quienes la consumen, el más importante de los cuales es el presidente y su equipo de política exterior y seguridad nacional. Los oficiales de inteligencia profesionales trabajan duros en pos de la objetividad; sin embargo, aquellos que rodean a los funcionarios de primera línea se exhiben en extremo politizados, y sirven como filtros para la información compilada inicialmente. Con frecuencia, éstos ignoran o rechazan ciertas piezas informativas, si éstas no cuajan con su idea de lo que es importante. Es el rechazo de esa información lo que luego se traduce en episodios como Vietnam, Afganistán o Irak. En consecuencia, es la brecha existente entre productores y consumidores de información el verdadero problema; cuando existe corrupción genuina en el sistema, la misma se explica a partir de individuos políticamente motivados.
 
Valga la ironía, gran parte del daño tiene lugar cuando los funcionarios con acceso a inteligencia y seguridad se vuelven rebeldes. Las recientes afirmaciones en torno de cierta interferencia de la seguridad nacional en las elecciones deberían ser tomadas con la gravedad que corresponde, conforme amenazan el fundamento democrático del proceso electoral, asunto que, infortunadamente, se verifica en numerosas direcciones. El intento coordinado de parte de John Brennan en la CIA, que incluyó al FBI y a la Oficina del Director de Inteligencia Nacional, remató en una operación clandestina ilegal, organizada y ejecutada por funcionarios de primera línea en la comunidad de inteligencia, con miras a derrotar al candidato del Partido Republicano, Donald Trump. Clapper, Brennan y Jim Comey -ex Director del FBI- parecen haber desempeñado un rol central al momento de poner en práctica ese complot, y jamás pudieron haber operado en soledad. Casi con certeza, lo que hicieron debió contar con la autorización de los jefes de campaña de Hillary Rodham Clinton, sirviendo a los intereses del ex presidente Barack Obama, y los de su equipo de seguridad nacional.
 
Hoy, se sabe que John Brennan, Director de la CIA bajo Barack Obama, creó una Fuerza Especial antiTrump a comienzos de 2016. Este grupo desempeñó un rol de importancia a la hora de nutrir y alimentar al meme que rezaba que Donald Trump era un instrumento de los rusos y un títere de Vladimir Putin, afirmación que aún suele resurgir de tanto en tanto. Al trabajar junto a Clapper, Brennan fabricó la narrativa cuyo eslogan era: 'Rusia interfirió con los comicios de 2016'. Michael Morell, ex Director Adjunto de la CIA, respaldó ese esfuerzo desde una pieza de opinión en el New York Times, describiendo a Trump como agente ruso, sentencia que jamás tuvo evidencia respaldatoria y que obtuvo credibilidad solamente porque Morell solía decir 'Yo dirigí la CIA'. En otras palabras, Morell se abrazaba a sus credenciales en la CIA para validar una narrativa que él sabía, sin lugar a dudas, era una mentira.
 
Como resultado de todo aquéllo, Trump y su personal más cercano fueron objeto de una serie de conspiraciones, primero buscándose que se le negara la nominación por el Partido Republicano, luego para asegurar que fuera derrotado en las elecciones y, finalmente, para deslegitimar su presidencia. Brennan incluso llegó a tomar contacto -ilegalmente- con agencias de inteligencia en Europa, para rastrear información negativa sobre Trump. Los conspiradores tampoco se detuvieron allí: pagaron con dinero con el fin de diseminar un escandaloso informe, elaborado por un oficial de inteligencia británico, y que fuera conocido luego como Informe o Dossier Steele, después de ser elegido Trump. El aspecto más devastador de todo el asunto es la probabilidad de que el entonces presidente Obama estuviera informado sobre todas las acciones, lo cual significó que un presidente en ejercicio estaba utilizando recursos de seguridad nacional para destruir a un político rival.
 
Es importante reconocer que no fue la CIA la que buscó destruir a Trump. Quien lo hizo fue un individuo, el ya mencionado John Brennan, junto a un círculo de jefes del circuito de la seguridad y leales al presidente del momento. El hecho de que ni Obama ni Brennan jamás hayan sido interrogados en persona por el FBI en torno del abuso de poder en que incurrieron es vergonzoso; mientras tanto, las agencias de inteligencia reciben las acusaciones por la manipulación política que no diseñaron. Los recientes problemas en la evacuación de Afganistán son ejemplos muy ilustrativos al respecto de cómo la inteligencia puede ser manipulada, o bien compelida a hacer lo que no compete a su función. En tal sentido, los comentarios en torno de los fallos de inteligencia están políticamente motivados, y también es así cuando se dice que la Casa Blanca y el Departamento de Defensa no conocían las debilidades del ejército afgano, en tanto desconocían la enorme probabilidad de que el gobierno del país cayera tras la presión del Talibán. En rigor, estas afirmaciones son erróneas y cualquier persona en una puesto de carrera así lo entiende. Lo propio puede decirse sobre las afirmaciones de que el Irak de Saddam Hussein contaba con armas de destrucción masiva y de que amenazaba con destruir a los Estados Unidos -piezas informativas prefabricadas por los neoconservadores durante el bienio 2002-2003.
 
Existe, por otra parte, abundante evidencia frente al hecho de que la inteligencia proporcionada por la CIA, por el Departamento de Estado y aún por el Pentágono, así como también por el Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR) era unánime al aterrizar en los escritorios de los principales tomadores de decisión en Washington: el ejército afgano se mostraba saturado de corrupción, y no había entrenamiento que pudiera compensarlo. Estaba plagado de deserciones, con oficiales robándose el sueldo de sus soldados, y de batallones fantasma que no tenían soldados pero que, en efecto, 'percibían' salarios. El gobierno en Kabul era notablemente corrupto, y contaba con un mínimo respaldo popular.
 
Este mensaje fue entregado periódicamente a las agencias de inteligencia durante los pasados quince años o más pero, cuando llegó a la Casa Blanca, sus conclusiones fueron descartadas. Los voceros oficiales le dijeron a los medios y al público estadounidense que todo marchaba bien, que se estaban consolidando progresos, y que el ejército afgano era entrenado por la OTAN, para convertirse en una fuerza capacitada para derrotar al Talibán. Las agencias de seguridad nacional y de inteligencia estaban diciendo la verdad, pero todo fue reconvertido en mentiras -para engañar al público. En efecto, hoy se informa que también el actual presidente Joe Biden estaba íntimamente involucrado en la mentira, habiendo llamado telefónicamente al presidente afgano Ashraf Ghani, e insistiéndole para que dijera públicamente que el combate contra el Talibán iba bien, 'ya fuere esto cierto, o no'.
 
De tal suerte que, ahora, la Casa Blanca vuelve a comunicar que 'La misión ha sido cumplida' en lo que respecta a la evacuación de Kabul, algo que debió hacerse hace ya tiempo pero que fue ejecutado desastrosamente; visiblemente sin planificar y sin anticipación, por parte de una Casa Blanca sorda y muda. Ni siquiera se logró evacuar a todos los ciudadanos estadounidenses de suelo afgano, en tanto se vuelve imaginable la posibilidad de volver a poner al aeropuerto bajo control de fuerzas americanas, por cuanto el Talibán se ha apropiado del mismo. Y, por cierto, agradeciendo éstos a Washington por las armas pesadas obsequiadas.
 
Finalmente, ¿por qué el gobierno y los medios de comunicación insisten en sugerir que la CIA controla al mundo, mientras que, al mismo tiempo, acusan a las agencias de inteligencia de cometer errores cuando algo sale mal, aún cuando la información provistas por las últimas es la correcta? La razón es que la comunidad de inteligencia sirve como conveniente punching bag, dado que la mayor parte de lo que hace es secreto y porque le es exigido por ley resguardar a sus fuentes; en simultáneo, esto implica que no tiene la posibilidad de contraatacar cuando es atacada. Responsabilizar a otros por los propios fracaso es plausible; el hacerlo logra consolidar la idea de que nadie tiene la culpa, lo cual parece ser el principio que rige al gobierno estadounidense. Nadie importante es señalado, jamás. Los informantes que revelan la comisión de verdaderos delitos son los únicos que terminan sentenciados y condenados a prisión.

Cuando se trata de revelar un delito, el lector tendrá bien en claro que los criminales son los que están en control.


Artículo original, en inglés

 
Publicado originalmente en Strategic Culture Foundation (Estados Unidos)
Sobre Philip Giraldi

Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.