INTERNACIONALES: TED GALEN CARPENTER

Frente a Rusia y China, la rutina estadounidense como justo 'defensor' comienza a cansar

Una llamativa característica en la política exterior de los Estados Unidos de América...

15 de Febrero de 2022

 

Una llamativa característica en la política exterior de los Estados Unidos de América, tanto en las administraciones republicanas como demócratas, a lo largo de las décadas, es la frecuencia con la que los diseñadores de la política parecen ignorar la realidad de que otros países podrían ver, legítimamente, algunas iniciativas americanas como amenazantes.

Joe Biden y Jake Sullivan, Estados Unidos, EstablishmentEn cambio, una suposición implícita reza que las políticas de Washington son siempre nobles y bien intencionadas, con la intención de beneficiar tanto a los EE.UU. como al mundo entero. Un pretendido corolario es que estas virtudes son tan evidentes que ningún gobierno extranjero puede, en plena conciencia, tener una opinión diferente. Si un régimen se atreviese a objetar, criticar o tratar de socavar una de tales políticas, ese comportamiento se consideraría como evidencia definitiva de malas intenciones. Los principales medios de comunicación en los Estados Unidos reflejan, por lo general, idéntica actitud, al igual que la mayoría de los personajes operativos en la comunidad de think tanks.

Una franca incapacidad a la hora de analizar las posiciones y la conducta de Washington -desde el punto de vista de otros partidos- es un desperfecto generalizado y, con frecuencia, fatal en los tratos de los EE.UU. con el resto del mundo, especialmente con naciones a las que los líderes estadounidenses consideran adversarias. Definitivamente, este factor le ha dado color a las políticas excesivamente rígidas hacia Corea del Norte e Irán. Sin embargo, el desperfecto ha sido más evidente en las políticas de Washington hacia China Rusia. Los líderes estadounidenses, en apariencia, esperan que la República Popular China acepte alegremente el surgimiento de una política de contención estadounidense flagrante y hostil. La torpe gestión de Washington en sus relaciones con Rusia, desde la caída de la Unión Soviética, es aún peor. Hoy, ha producido una nueva e innecesaria guerra fría con Moscú, y la deficiente gestión ha culminado en la actual crisis en Ucrania.

Los Estados Unidos adoptan hoy políticas que ignoran las preocupaciones fundamentales de la República Popular China. Desde el punto de vista de Pekín, el crecimiento constante del apoyo político y militar de los EE.UU. a Taiwán es un comportamiento que coquetea con la provocación. Los funcionarios chinos no se cansan de señalar que, a partir del viaje de Richard Nixon en 1972 y la firma del Comunicado de Shanghai, Washington se comprometió con una política de “una sola china”. La ruptura de las relaciones diplomáticas de los EE.UU. con Taipei y el reconocimiento oficial de China a principios de 1979 parecían corroborar esa política. En el comunicado conjunto del 17 de agosto de 1982, tras la reunión de Ronald Reagan con el primer ministro de la RPC, Zhao Ziyang, los EE.UU. incluso acordaron poner fin a la venta de armas a Taiwán, medida que certificaba que Washington aceptaría, finalmente, la reunificación de la isla con el continente.

En cambio, los políticos chinos se quejan de que los EE.UU. incumplieron con sus compromisos relativos a la comercialización de armamento. No solo esas transacciones han continuado, sino que las recientes Administraciones americanas terminaron por adoptar una definición ciertamente flexible frente a lo que constituyen armas “defensivas. Peor todavía, bajo la presidencia de Donald Trump, las limitaciones previas en torno del apoyo político, diplomático y militar de los EE.UU. a Taiwán se erosionaron drásticamente. Funcionarios estadounidenses de la seguridad nacional comenzaron a reunirse ahora con sus homólogos taiwaneses, evento que no tenía lugar desde 1979. El nivel de respaldo verbal y material estadounidense a Taiwán se encuentra hoy en niveles no vistos desde el cambio de relaciones con Pekín. Grandes porciones del contenido que hace al antiguo tratado de defensa recíproca, datado de la era de la Guerra Fría entre Washington y Taipei y que finalizara formalmente en 1979, también han sido restaurados. Ahora mismo, aviones y navíos de guerra estadounidenses operan en las cercanías de Taiwán, con una frecuencia y notoriedad cada vez mayores.

En la perspectiva china, tales acontecimientos reflejan tanto un doble estándar como una intencionalidad agresiva de parte de Washington. El status político de Taiwán es un tema de alta prioridad para Pekín; los líderes de la RPC jamás han aceptado la independencia de facto de Taiwán, e insisten en que nunca lo harán. Ahora, sospechan que Washington busca facilitar una separación permanente de Taiwán frente al continente, y evalúan ese comportamiento como extremadamente hostil. Desde el punto de vista chino, nuevamente, Taiwán fue arrebatado a la fuerza -del resto de la nación- por el Japón, durante el “siglo de la humillación” de China, y los EE.UU. impidieron la reunificación tras la victoria comunista en la guerra civil del país, colocando sus fuerzas navales entre el continente y Taiwán. Las recientes manifestaciones de apoyo estadounidense al gobierno separatista de la isla son vistas como evidencia de una falta de voluntad para acomodar a la República Popular con respecto a su tema más delicado. Las advertencias de Pekín a Washington son cada vez más contundentes.

Con todo, la ira de China contra los estadounidenses va más allá del problema de Taiwán. Los funcionarios de la República Popular observan el intento de Washington de convertir el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (que comprende a los EE.UU., el Japón, la India y Australia) como una alianza militar implícitamente dirigida contra China. Se percatan del esfuerzo exitoso de la Administración Biden en pos de presionar al Japón, en vistas de reconfigurar el problema taiwanés en un asunto de importancia central para la política de seguridad de Tokio. Y protestan tanto por el surgimiento de una sustancial presencia naval americana en el Mar de China Meridional, como por la aparente voluntad de Washington para ponerse del lado de cualquier otro país de la región que cuestione los reclamos territoriales de Pekín. Con frecuencia, los líderes estadounidenses se encogen de hombros ante tales reparos.

La estrategia de Washington a la hora de lidiar con China ha sido sutil y hábil, en comparación con su comportamiento crudamente beligerante hacia Rusia. La evidencia indica que, al desarrollarse negociaciones con miras a contar con la aceptación de Moscú, no solo frente a la reunificación de Alemania, sino de una Alemania unificada en la OTAN, el presidente George H. W. Bush y sus asesores hicieron creer a sus interlocutores que la OTAN no se expandiría más allá de la frontera oriental de una Alemania unida.

Cuando la Administración Bill Clinton, en cambio, trabajó para que Polonia, la República Checa y Hungría fueran admitidas en la Alianza, el presidente ruso Boris Yeltsin se opuso enérgicamente. Las quejas de Moscú se hicieron más notorias tras las ruedas posteriores de expansión durante la presidencia de George W. Bush, que empujaron a varios países nuevos de Europa del Este, incluídos los Estados bálticos, a sumarse al pacto militar. Los funcionarios rusos también se opusieron a la creciente presencia militar estadounidense en los países de la Europa oriental. El presidente Vladimir Putin expresó sus objeciones de manera cortés pero firme, en su discurso ante la Conferencia de Seguridad de Múnich de marzo de 2007; sin embargo, el liderato político estadounidense ignoró esas preocupaciones.

En cambio, Bush y sus sucesores siguieron adelante, intentando asegurar la membresía en la OTAN para Georgia y Ucrania. Los Estados Unidos y sus aliados europeos de mayor peso también asistieron a los manifestantes que derrocaron al presidente pro-ruso electo de Ucrania Yanukovych. En esa oportunidad, la réplica rusa no se limitó a adoptar la forma de protestas ineficaces; el Kremlin anexó la península ucraniana de Crimea, con el objeto de preservar la crucial base naval rusa de Sebastopol y, a posteriori, enviar un mensaje a Occidente.

Las advertencias de Moscú a Washington y sus aliados, al respecto de que insistir en sumar a Ucrania a OTAN cruzaría una línea roja, son hoy contundentes. Los líderes rusos no permitirán que Ucrania se convierta en un escenario para la proyección del poder militar occidental, en razón de que semejante desarrollo amenazaría los principales intereses de seguridad de Rusia. Una vez más, sin embargo, los líderes políticos en los EE.UU. parecen responder con sordera, insistiendo en que Kiev tiene “derecho a unirse a OTAN, si es que cumple con los estándares de membresía de la Alianza. Con múltiples ventas de armas, ejercicios militares conjuntos y otras medidas, Washington ya busca convertir a Ucrania en un aliado de OTAN, en todo menos en el nombre. Rusia ha respondido con un refuerzo de tropas a lo largo de su frontera con Ucrania; aunque en las últimas horas ha retirado algunos elementos.

Uno debe preguntarse cómo es posible que los funcionarios estadounidenses entienden que una expansión de OTAN hacia el oriente -esto es, hacia la frontera con Rusia- y un despliegue de activos militares cada vez mayores en la región no parecería una amenaza para Rusia. No obstante, a lo largo de ese proceso, los políticos estadounidenses han insistido en que el hecho de contar con la alianza militar más letal de la historia retozando en el umbral de otra gran potencia no pretende ser un acto hostil.

¿Son las élites políticas y políticas estadounidenses tan incapaces de comprender cómo ven Rusia y la República Popular de China sus acciones? La otra posibilidad es que lo comprendan, pero que simplemente no les interese. Ni aún cuando sus acciones aumenten considerablemente el riesgo de una escalada, hacia conflictos bélicos terriblemente destructivos

 

Publicado originalmente en Responsible Statecraft (Estados Unidos)
Sobre Ted Galen Carpenter

Ted Galen Carpenter es Académico Distinguido -distinguished fellow- en el think tank estadounidense Cato Institute, y autor o editor de numerosos libros sobre asuntos internacionales, incluyendo Bad Neighbor Policy: Washington's Futile War on Drugs in Latin America (Cato Institute, 2002). Publica regularmente en el sitio web en español de Cato.