Y, ¿qué hay de los laboratorios?
'Debemos reprimir la narrativa contraria a nuestros intereses'.
El gobierno semi-oficial de los Estados Unidos de América y la maquinaria de mentiras vinculada a los medios de comunicación entienden perfectamente que la construcción de un relato en torno de un argumento plausible para bombardear a quien ellos quieran, comienza por definir dónde comienza la narrativa.
Si Usted comienza con sus acusaciones en una instancia en la que el objetivo ha hecho algo malo, entonces todo lo que Usted tiene que hacer es repetir sentencias una y otra vez, a efectos de silenciar cualquier dato alternativo que contradiga a sus opiniones. Y, si Usted se propone genuinamente pulverizar cualquier narrativa contraria, basta con emparentar al líder del objetivo con Adolf Hitler, e insistir con la repetición. Esa misma táctica fue empleada contra Saddam Hussein en Irak y, ahora, está siendo replicada en perjuicio de Vladimir Putin -y lo cierto es que siempre funciona.
Dado el presente contexto del conflicto bélico entre Ucrania versus Rusia, el truco ha consistido -desde hace cuatro semanas- en vincular a todo lo hecho por las fuerzas armadas de Putin como un acto de agresión. Una vez que Usted ha definido ese punto de partida, cualquier argumento previo queda inutilizado. ¿Quién toma nota de las promesas estadounidenses vinculadas a no ampliar hacia Oriente la OTAN, luego de que la URSS se desmoronara en 1991? Y, ¿qué hay del rol desempeñado por Washington a efectos de consolidar un cambio de régimen en Ucrania en 2014? ¿Qué hay de la recurrente demonización de Rusia, país al que se emparentó con una supuesta interferencia en las elecciones presidenciales americanas de 2016, evento que siguió al total rechazo de Washington a la hora de negociar siquiera frente a las más razonable de las exigencias planteadas por Moscú? Olvídese Usted de todo aquéllo. Asimismo, haga Usted a un lado cualquier posibilidad de sopesar si acaso existe algún interés nacional para los EE.UU. en ir a la guerra por Ucrania. En la práctica, en los Estados Unidos sólo Tucker Carlson y Tulsi Gabbard se han ocupado de desafiar la premisa oficial, sintetizada en la pregunta: 'Dado que Rusia no nos amenaza, ¿por qué estamos haciendo esto? ¿En verdad queremos ir a una posible guerra nuclear contra Rusia?'.
Bastará con leer el New York Times, y tomará Usted nota de que nada se trata, en los hechos, de lo que es bueno para los Estados Unidos. Todo tiene que ver con amenazar a un país que ataca a un 'vecino democrático', mientras que Washington y sus valientes aliados defienden con firmeza el 'orden internacional basado en reglas' diseñado por los estadounidenses. Ahora mismo, los EE.UU. duplican la apuesta, insistiendo en que Rusia está perpetrando crímenes de guerra. Pero convencer al mundo sobre esa prerrogativa es algo bastante más complicado de lograr. Si uno comenzara por preguntarse: '¿Qué país en el mundo comete más crímenes de guerra?', cualquier réplica en el concierto internacional referiría: 'Los Estados Unidos e Israel'. Parte del problema invitaría a elaborar una definición adecuada de crimen de guerra, al tiempo que habría de diseñarse una metodología para definir a 'la mayoría' de quienes perpetran esa clase de delitos. Si Israel ataca Siria cuatro veces en una semana, pues entonces eso representa apenas una porción de un crimen de guerra recurrente. Conforme los Estados Unidos mantienen bases militares tanto en Siria como en Irak -no autorizadas por los gobiernos de ambos países- y, de hecho, le han solicitado al personal estadounidense que se retiren del lugar, ¿remite ello acaso a un crimen de guerra como parte de una invasión ilegal, o estrictamente a eventos vinculados con tropas americanas aniquilando a unos pocos ciudadanos de esas geografías?
En cualquier caso, resulta difícil 'sentenciar' a Rusia, en razón de que jamás los EE.UU. ni Israel han sido tomados por responsables en la comisión de crímenes de guerra confirmados, en donde ha de contabilizarse también el haber disparado y bombardeado a civiles, atacado hospitales y escuelas a discreción y de modo azaroso, para terminar bombardeando fiestas de casamiento y otros encuentros sociales. El ex presidente George W. Bush incluso dio inicio a guerras en sitios tales como Afganistán e Irak como resultado de información de 'inteligencia' prefabricada, en tanto el benemérito Barack Obama supo hacer lo propio en Libia y Siria. Ambos son hoy celebrados como veteranos estadistas, aún cuando deberían estar en prisión, y hoy se conoce de conversaciones entre miembros del Partido Demócrata que proponen candidatear a Obama y a su Señora esposa nuevamente en 2024. Entre bambalinas, ¿espera Hillary Rodham Clinton para ensayar otro intento de cara a la presidencia? Como fuere, todo representaría un mal día para cualquier persona que busque construir un modus vivendi con la meta de trabajar junto a Rusia.
El desenfreno estadounidense por más derramamiento de sangre vis-à-vis Rusia es en todo bipartidista, con unas pocas voces dotadas de sensibilidad en el Congreso, pero que son convenientemente asfixiadas por el batir de los tambores que sobreviene con la avalancha de propaganda emitida desde los medios de comunicación. Se ha vuelto axiomático el afirmar que la primera víctima de la propaganda es la verdad, aunque a los EE.UU. simplemente les basta con la posibilidad de ocurrencia de un conflicto, para dar inicio a su patrón de mentiras. Y, tal como lo ilustra el presente cuadro, Washington está siempre bien preparado para designar enemigos que, en realidad, no ejercitan amenaza concreta contra suelo estadounidense. Así sucedió con el compromiso ampliado de los Estados Unidos en Vietnam, y lo propio sucedió a lo largo de la Guerra Fría -con la CIA sobreestimando el poder y el alcance de la ex Unión Soviética. Desde el 11 de septiembre de 2001, se han sucedido una colección de presidentes que han mentido prácticamente todo lo que han podido, particularmente frente a eventos relacionados con la seguridad nacional y con la política exterior; ese concierto condujo a invasiones, asesinatos, intervenciones varias, y a gobiernos bien predispuestos a 'sancionar' al liderato de terceros países -mientras niega alimentos y medicinas a sus poblaciones, y deja intactos a sus referentes políticos.
Una de las más recientes mentiras remite a la reiteración del vetusto librillo que en el pasado invitaba a 'deshacernos de Saddam Hussein'. Recuérdese a aquellos salvajes soldados del ejército iraquí que quitaban a bebés de incubadoras y los arrojaban al suelo. Por cierto, ese relato no fue más que una mentira confeccionada por la familia real kuwaití, junto a sus secuaces neoconservadores en el gobierno estadounidense de entonces. Hoy, hemos aprendido que los villanos rusos han bombardeado un hospital de maternidad. Exceptuándose, naturalmente, que el dato resultó ser completamente falso. Adicionalmente, los medios de comunicación refieren ahora que 'Rusia está llevando al planeta al borde de una Tercera Guerra Mundial', al tiempo que el matutino New York Times acusa a referentes políticos conservadores como ejecutores de propaganda rusa. En rigor, fueron los Estados Unidos y la propia OTAN que abrieron las puertas a un probable holocausto nuclear, aún cuando uno insista en disputar lo que, en apariencia, es un relato muy provechoso desde lo económico.
No obstante, la mejor pieza de propaganda fue la que replicó a la información que versaba sobre los más de veintiséis laboratorios para el desarrollo de agentes biológicos en Ucrania, en parte financiados por el Pentágono. 'No hay nada que ver aquí', afirma la Casa Blanca de Biden, mientras que Moscú responde: 'Amigos, esperen un minuto...'. En el ínterin, el guión se torna brumoso, tras la irrupción de una serie de correos electrónicos que remiten al hecho de que Hunter Biden, hijo del presidente estadounidense, se vio involucrado en la obtención de fondos provenientes del gobierno en Washington, para financiar los laboratorios -y que el propio hijo presidencial se benefició financieramente de ello.
La controversia alrededor de los laboratorios comenzó cuando la número tres del Departamento de Estado americano, Victoria Nuland, admitió frente a una comisión legislativa la existencia de los mismos, agregando la funcionaria que Ucrania contaba con armamento químico y biológico. A la postre, Nuland se percató del error, y deshizo sus propias declaraciones: 'Emm, Ucrania cuenta con, emmm, instalaciones para desarrollo de vectores biológicos y, ahora, nos preocupa que las tropas rusas podrían buscar, emmm, hacerse del control de los laboratorios, de tal suerte que estamos trabajando con los ucraniaaanos... para evaluar cómo puede impedirse que ese material de investigación caiga en manos de fuerzas rusas, a medida que se aproximan...'.
Esas afirmaciones son en todo absurdas, en razón de que -sin lugar a dudas- los rusos ya cuentan con su propio stock de armas biológicas. La existencia per se de los laboratorios podría emparentarse con el legado surgida tras el desmembramiento de la URSS en 1991 cuando, al menos de acuerdo a un informe, los EE.UU. ofrecieron asistencia a través de su 'Programa Cooperativo para la Reducción de Amenazas' (Cooperative Threat Reduction Program), con miras a administrar la existencia de laboratorios de pruebas para componentes químico-biológicos, de forma tal que esos activos no cayeran en las manos equivocadas. Sin embargo, los Estados Unidos han hecho mucho más que eso, conforme Ron Unz observó la manera en que, 'a lo largo de décadas, los EE.UU. han invertido más de US$ 100 millones en "biodefensa", eufemismo para el desarrollo de vectores biológicos para la guerra, y cuenta con el más antiguo e importante programa a nivel mundial, uno de los pocos que ha sido probado en combates en la vida real'.
En la actualidad, el gobierno estadounidense afirma sin tapujos que los laboratorios, tutelados por el Departamento de Defensa, continúan activos, decidados a 'la investigación pacífica y al desarrollo de vacunas'. La Embajada de los Estados Unidos en Kiev ha descrito la actividad con mayor detalle, según informara, 'para consolidar y resguardar la seguridad de patógenos y toxinas que comportan una preocupación de seguridad, y a efectos de garantizar que Ucrania pueda detectar e informar sobre brotes provocados por peligrosos patógenos, previo a que tales brotes representen amenazas para la seguridad o la estabilidad'.
No obstante, algunos ciudadanos ucranianos portan sospechas sobre el verdadero propósito de esas instalaciones, en particular debido a que sus actividades son secretas y administradas por el Pentágono -en lugar de ser tuteladas por alguna agencia de orden civil. Y, si el objetivo originario consistía en impedir el desarrollo de armas biológicas, ¿por qué los EE.UU. continúan moviéndose por allí, diecisiete años después? Mykola Azarov, ex primer ministro ucraniano, quien se desempeñó en el puesto bajo la gestión del ex presidente Viktor Yanukovych, se refirió al modo en que la decisión de comenzar a colaborar con los estadounidenses fue tomada entonces por la oficina de la primer ministro Yulia Tymoshenko, para ser implementada luego por el ex mandatario Viktor Yushchenko en 2005. En general, el gobierno en Kiev creía que el convenio tenía puesto el foco en aspectos de bioseguridad para Ucrania, pero todas sus actividades fueron clasificadas -mientras que jamás se permitió a ciudadanos ucranianos trabajar junto a los estadounidenses.
Se conoció algún tipo de réplica contra los laboratorios, contabilizándose el caso de una inspección durante el lapso transcurrido entre 2010 y 2013, momento en que el gobierno ucraniano despachó una misiva a través de un funcionario, en donde se exigía la clausura de las instalaciones. En cualquier caso, poco después tuvo lugar el cambio de régimen de 2014, y el nuevo gobierno jamás puso en práctica la decisión.
Complementariamente, debe tomarse en consideración que, si uno se propone optimizar un sistema de protección contra toxinas y patógenos, primero es necesario crearlos, a efectos de poder manipularlos -e impedir su amplificación. Si uno se remite al episodio del ántrax -Estados Unidos, 2001-, un grupo de investigadores determinó en su oportunidad que la letal cepa del patógeno había sido, en rigor, desarrollada en los propios Estados Unidos, por un laboratorio de armas biológicas del Ejército, situado en la localidad de Fort Detrick, estado de Maryland. De igual modo, alguien podría considerar al COVID y el extendido convencimiento de que el Instituto de Virología de Wuhan supo manipular distintas variantes de coronavirus, para volverlas más contagiosas y letales de lo que eran originalmente.
Con contundente claridad, Nuland reconoció la existencia de laboratorios destinados al desarrollo de armas biológicas -financiados por los EE.UU.- en suelo ucraniano, al expresar su preocupación de que Rusia podría ocupar algunos de esos sitios, y caer presa de la tentación de hacerse del material para luego emplearlo en perjuicio de Kiev. La Administración Biden, notablemente avergonzada por aquella confesión, ha intentado dar vuelta el partido, rechazando los comentarios rusos al respecto de que los laboratorios de referencia bien podían estar desarrollando patógenos con el fin de poner en la mira a determinados grupos étnicos, razón por la cual tales instalaciones existen en todo el globo, incluyendo Ucrania. Ya en 2017, el presidente ruso Vladimir Putin había expresado sus preocupaciones frente al hecho de que los EE.UU. estaban recolectando material biológico de ciudadanos rusos de distintas etnias, en tanto Unz recordó en su oportunidad: 'Actividad que, naturalmente, forma parte de un proyecto muy sospechoso, en el que se ha involucrado nuestro gobierno'.
Si esos laboratorios -financiados por el Pentágono- en efecto se han involucrado en la propagación de cepas mutadas de patógenos como ántrax y otros en la forma de armamento biológico, tal como bien pudo haber sucedido en Wuhan, pues ello conduciría de inmediato a los contenidos tipificados en el Artículo Primero de la 'Convención de Naciones Unidas sobre Armas Biológicas'. Inevitablemente, este desarrollo convertiría a los Estados Unidos de América en un indisputado criminal de guerra, con sus líderes sujetos a la pena de muerte bajo la Legislación de Nuremberg -en gran medida, establecidas por el gobierno estadounidense en 1946. Haciendo este detalle a un lado, ahora mismo, la más genuina preocupación invita a considerar la probabilidad de que los EE.UU. o la OTAN escenfiquen alguna suerte de incidente del estilo false flag, que lleve luego a arengas para una intervención militar directa. Al atenderse a los groseros errores discursivos y las acciones de encubrimiento plasmados por Joe Biden, podría presuponerse que no hay nada que Biden y Blinken no estén dispuestos a hacer, a efectos de obsequiarse una guerra administrable -para propalar el índice de aprobación de un presidente que se hunde.
Hoy, Biden profiere discursos duros; será difícil imaginarlo apeándose del caballo sin ingresar en algún formato de conflicto armado. Tal como sapientemente lo observara en su oportunidad Paul Craig Roberts, ex funcionario de la Administración Reagan: 'El mal que hoy reside en Washington no tiene antecedentes en la historia humana'.
Artículo original, en inglés
Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.