Washington no puede tratar a Rusia como lo hace con Corea del Norte
La política estadounidense de cara a la guerra en Ucrania se caracteriza hoy por un excesivo sentimentalismo...
La política estadounidense de cara a la guerra en Ucrania se caracteriza hoy por un excesivo sentimentalismo y estridencia. En rigor, la hostilidad hacia Rusia ha alcanzado niveles tóxicos.
El gobierno del presidente Joe Biden se ha embarcado en una cruzada para reclutar a sus aliados de Europa y el este de Asia a efectos de constituír un bloque sólido, dedicado a implementar una serie de severísimas sanciones contra la Federación Rusa, y para asistir a la defensa de Ucrania con envíos de armamento sofisticado. Los funcionarios estadounidenses, asimismo, presionan a la comunidad internacional para que distintos gobiernos cooperen en su guerra económica contra Moscú.
En el ínterin, Washington y sus socios de la OTAN casi se muestran indiferentes frente al impacto adverso de sus medidas punitivas sobre el pueblo ruso, o sobre la economía global. Peor aún: su estrategia no parece tener un destino final identificable. Ni Biden ni otros funcionarios de la Administración han intentado definir qué es lo que constituiría un 'éxito'. Los líderes políticos en los EE.UU. y la OTAN no han aclarado si se levantarán (o incluso aliviarán) las sanciones, si acaso Rusia retirara sus fuerzas militares del suelo ucraniano. No se conocen indicios de que la guerra económica de Occidente contra Rusia llegaría a su fin, incluso si Kiev y Moscú convinieran la firma de un acuerdo de paz. En los hechos, la Administración Biden parece estar presionando al presidente ucraniano Volodymyr Zelenskyy para que no realice concesiones. El portavoz del Departamento de Estado, Ned Price, enfatizó que la guerra es 'más grande' que Rusia y Ucrania: 'El punto central es que hay principios que están en juego aquí, que tienen aplicabilidad universal en todas partes'.
La implicancia de las declaraciones políticas de parte de los EE.UU. y la OTAN es que el enfoque punitivo continuará indefinidamente, a menos que Rusia ceda. De hecho, dada la reciente acusación de Biden, calificando a Vladimir Putin como un criminal de guerra, parece un indicativo al respecto de que sólo la destitución del mandatario ruso extinguirá la sed occidental de venganza.
Sin embargo, semejante actitud es profundamente imprudente. La insistencia en la capitulación y humillación de Rusia prácticamente garantiza que la guerra en Ucrania se prorrogue, arrojando un saldo de creciente de bajas en ambos lados. A la postre, el Kremlin tendrá pocos incentivos para llegar a un compromiso de paz si no se obtienen beneficios tangibles y significativos. Por el contrario, la promesa de que el status internacional y político de Rusia se restaurará tan pronto como termine la lucha crearía un incentivo para que Moscú se comprometa y busque una tregua temprana. Eso es particularmente cierto, conforme la invasión ha demostrado ser mucho más lenta y costosa de lo que supo anticipar el liderato político ruso.
Más allá de las consideraciones sobre cómo poner fin al trágico conflicto de Ucrania más temprano que tarde, existe otra razón de peso para que los Estados Unidos y sus aliados adopten un enfoque más flexible y conciliador. Seguir una estrategia de aislar a Rusia diplomática y económicamente a largo plazo equivale a intentar replicar la política dirigida por Washington en torno de Corea del Norte, posición que ha retornado resultados declaradamente insatisfactorios.
Francamente, ha sido miope y contraproducente incluso tratar a Corea del Norte como Corea del Norte. Aislar a un país que está desarrollando gradualmente, pero con éxito, un pequeño arsenal nuclear y un sistema de lanzamiento efectivo es extremadamente peligroso. El nuevo lanzamiento de prueba de Corea del Norte de un misil que, en apariencia, exhibiría el alcance suficiente como para alcanzar territorio continental de los Estados Unidos es la más reciente evidencia de que la estrategia de aislamiento no está funcionando. Aplicar el mismo enfoque rígido y equivocado a un país que también es una potencia de primer orden -con miles de ojivas nucleares bajo su control- sería mucho peor. Por enfadados que estén, ni los Estados Unidos de América ni sus aliados deberían insistir en tratar a Rusia como un paria internacional.
La buena noticia es que incluso semejante intento, con toda probabilidad, rematará en un fracaso. Washington y sus aliados occidentales hoy reaccionan con desazón y molestia, porque otros países con peso específico -como es el caso de China, la India y Sudáfrica- se han rehusado a sumarse a la cruzada anti-rusa. Algunos de ellos incluso se han abstenido de condenar explícitamente la invasión. Cuando se trata de implementar sanciones tangibles, la resistencia se vuelve más sólida y generalizada. El académico del Instituto Hudson, Walter Russell Mead, ofrece una síntesis acertada de las respuestas marcadamente diferentes:
A medida que las consecuencias de la guerra ruso-ucraniana repercuten en la política global, Occidente jamás se ha mostrado tan estrechamente alineado. Asimismo, rara vez se ha encontrado en el actual estado de soledad. Los aliados en la Organización del Tratado Atlántico del Norte -sumados a Australia y el Japón- están unidos en rechazo a la guerra de Vladimir Putin, en tanto cooperan con el sistema de sanciones más abarcativas implementadas contra una nación desde la Segunda Guerra Mundial. El resto del mundo, no tanto.
Los Estados Unidos de América y sus aliados en la OTAN habrán de tomar aire, y desarrollar una estrategia a efectos de restaurar los vínculos de Occidente con Rusia a la normalidad, lo antes posible. Con toda probabilidad, la modificación de ese curso de acción habrá de incluír el alivio de algunas de las sanciones, incluso previo a verificarse el final de los combates. Fundamentalmente, los gobiernos de los Estados-miembro de la OTAN habrán de transmitir un mensaje al Kremlin, al respecto de que la estrategia a largo plazo de Occidente no equivale a una suerte de Guerra Fría 2.0. Un enfoque motivado por la miopía un perpetuo ánimo confrontativo no solo le inflingiría un perjuicio duradero a la economía mundial, sino que incrementaría significativamente la probabilidad de una colisión militar eventualmente catastrófica entre potencias.
Guste o no, Rusia es –y seguirá siendo– un actor de importancia en el sistema internacional. No es factible tratarlo como Occidente trata a Corea del Norte.
Ted Galen Carpenter es Académico Distinguido -distinguished fellow- en el think tank estadounidense Cato Institute, y autor o editor de numerosos libros sobre asuntos internacionales, incluyendo Bad Neighbor Policy: Washington's Futile War on Drugs in Latin America (Cato Institute, 2002). Publica regularmente en el sitio web en español de Cato.