El 'repacking' de la histeria de la Primera Guerra Mundial: una campaña para odiar a todo lo que sea ruso
La invasión rusa de Ucrania ha desatado furia, veneno e intolerancia en los Estados Unidos de América...
La invasión rusa de Ucrania ha desatado furia, veneno e intolerancia en los Estados Unidos de América y en gran parte del Occidente democrático. Se asiste a una atmósfera de intolerancia que supera el período registrado inmediatamente después de la secuencia del 11 de septiembre de 2001 (especialmente aquel previo a la guerra en Irak), e incluso a la cima del macartismo que se viera en los albores de 1950.
En rigor, este periodo recuerda el ambiente ideológicamente tóxico en los EE.UU. durante la Primera Guerra Mundial. Vladimir Putin es presentado ahora no solo como un líder irresponsable que se propone desestabilizar a Europa. En cambio, la imagen que los funcionarios occidentales y sus aliados en la prensa están mostrando es la de Putin como un agresor de carácter monstruoso y, probablemente, loco. La narrativa dominante recuerda a la ofensiva de propaganda durante la Primera Guerra Mundial que presentaba al Kaiser Wilhelm II como “la Bestia de Berlín”, consignándose que sus soldados habían invadido países vecinos sin provocación.
Odiar al Kaiser se convirtió en una campaña de odio en contra de todo lo alemán. El pueblo alemán se volvió estereotipado como “los hunos”, agresores bárbaros que despojaban a Europa. Tal como durante la campaña anterior, la oposición occidental a Putin y su guerra se ha convertido en un ánimo dominante en contra de todo lo ruso. Durante la Primera Guerra Mundial, las manifestaciones de imposturas antigermanas iban desde lo ridículo hasta lo siniestro. Los esfuerzos de prohibir pretzels en los restaurantes, y el movimiento para cambiar el nombre de las cosas que tenían nombres alemanes eran ejemplos destacados dentro de la primera categoría. Por lo tanto, los perros de raza dachshund se convirtieron en “perros de la libertad”, el sauerkraut se volvió la “col libre”, y las hamburguesas se reconvirtieron a “carne de libertad”.
Sin embargo, otros esfuerzos para fortalecer el sentimiento antialemán demostraron ser mucho más preocupantes y destructivos. Las personas eran acosadas e incluso atacadas, por atreverse a hablar alemán, que era el idioma principal de los inmigrantes de primera generación provenientes de ese país. Peor todavía, los críticos de la guerra eran perseguidos y encarcelados simplemente por cuestionar la conveniencia de la cruzada del Presidente Woodrow Wilson para “hacer del mundo un lugar seguro para la democracia” o la constitucionalidad de la nueva conscripción militar.
La resaca de la historia durante la guerra persistió hasta el periodo de la posguerra. Los objetivos, no obstante, cambiaron desde los alemanes hacia los activistas de izquierda. La nueva ola de intolerancia culminó el Red Scare (susto rojo), cuando los izquierdistas (especialmente los inmigrantes sospechosos de tener dichos puntos de vista) fueron acusados de ser terroristas bolcheviques. Varios miles de sospechosos fueron reunidos en las notorias redadas Palmer y arrestados en campos de prisión construidos rápidamente. Los estadounidenses llegaron a encontrarse peligrosamente cerca de perder la Carta de Derechos durante la presidencia de Wilson, en razón de la histeria promovida por el gobierno.
La actual demonización de Rusia también ha ido desde los ridículo hasta lo fastidioso y siniestro. Las tiendas de licores y los supermercados en la mayoría de estados han retirado el vodka ruso de sus góndolas. Los gobiernos de los distintos Estados están proponiendo prohibiciones mucho más extensas sobre un rango de productos rusos. Algo de la intolerancia ha adaptado una característica profundamente personal. Anna Netrebko, la famosa soprano rusa, ya no será invitada a presentarse en la Ópera Metropolitana, tras incumplir con la exigencia de al compañía, esto es, de repudiar en público al presidente Putin.
A un nivel todavía mayor que durante la Primera Guerra Mundial, la actual actitud anti-rusa es al menos tan predominante y desagradable en el resto de Occidente como lo es en los EE.UU. La Orquesta Filarmónica de Múnich despidió a su conductor ruso, también por rehusarse a condenar a Putin. Incidentes similares se han dado en otros sitios. El premio a la intolerancia cruel, no obstante, va a los organizadores de los Juegos Paralímpicos de Invierno, por prohibir que los atletas rusos discapacitados participen en su evento.
Al igual que durante la Primera Guerra mundial, los miembros de la prensa han ayudado y colaborado la actual violento ataque en contra de todo lo ruso. Además, haciendo eco de esa campaña anterior, los fanáticos anti-rusos están demandando que cualquiera que se oponga a sus opiniones sea silenciado, e incluso procesado penalmente. Las conductoras del programa “The View” persuadieron a sus televidentes para que insistan en que el Departamento de Justicia investigue (y acaso acuse) al conductor Tucker Carlos de Fox News y la ex congresista Tulsi Gabbard (Demócrata, por Hawaii) por ser agentes rusos y por haber cometido “traición”. El comentarista Keith Olbermann llamó a las fuerzas armadas a arrestar a Carlson y Gabbard como “enemigos combatientes” y mantenerlos en la cárcel a la espera de un juicio, por “participar en una campaña de desinformación [rusa]”. El Senador Mitt Romney (Republicado por Utah), acusó a Gabbard de circular “traicioneras mentiras” que podrían costar vidas.
Estos pedidos van más allá de las insinuaciones usuales y difamaciones dirigidas en contra de Carlson y otros opositores de la cruzada de Washington en contra de Rusia por parte de personas como Hillary Rodham Clinton y Anne Applebaum. Los desarollos más recientes consignan una amenaza muy específica contra cualquier disidencia, en tanto confiesa un esfuerzo en torno de generar no solo una histeria corriente, sino peligrosa. Haciendo a un lado el punto clave de que Goldberg, Olbermann y otros personajes intolerantes pro-guerra claramente no tienen idea acerca de la definición de traición bajo la Constitución de los Estados Unidos, la actitud que ellos manifiestan es tóxica. Es precisamente la misma mentalidad que condujo a los horribles abusos de las libertades civiles durante, e inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial. Sus llamados a la suprimir los puntos de vista de opositores necesitan ser repudiados de manera enfática y recurrente. Ellos, en lugar de Carlson, Gabbard y otros opositores del involucramiento de los EE.UU. en la guerra de Rusia con Ucrania, encarna una verdadera amenaza contra la paz y la libertad.
Los Estados Unidos no pueden permitirse el costear una repetición de la histeria al estilo Primera Guerra Mundial.
Ted Galen Carpenter es Académico Distinguido -distinguished fellow- en el think tank estadounidense Cato Institute, y autor o editor de numerosos libros sobre asuntos internacionales, incluyendo Bad Neighbor Policy: Washington's Futile War on Drugs in Latin America (Cato Institute, 2002). Publica regularmente en el sitio web en español de Cato.