Rehenes frente a Captagon, el narcótico que prolifera en Oriente Medio
La palabra Captagon remite, de algún modo, a la designación de una substancia salida de...
La palabra Captagon remite, de algún modo, a la designación de una substancia salida de una novela de ciencia ficción.
Originalmente desarrollada como una píldora para combatir la narcolepsia y los desórdenes emparentados con el déficit de atención y la hiperactividad, Captagon -conocido como fenetilina- es un compuesto narcótico prohibido en los años ochenta pero que, desde entonces, vio su popularidad incrementarse en Oriente Medio.
El comercio de la substancia se calcula en unos US$ 5 mil millones anuales, y financia en forma directa al régimen de al-Assad en Siria, y al grupo Hezbolá en el Líbano.
Captagon está convirtiendo a Siria en un narcoestado. De acuerdo al Centro de Análisis Operacional e Investigativo, con base en Chipre, las autoridades fuera de Siria han confiscado un total de US$ 3.4 mil millones en Captagon, sólo en 2020.
Resulta complejo identificar los ingresos totales que representan beneficios para Basher al-Assad, sin embargo. Pero una cosa es clara: el Captagon es tan lucrativo como peligroso.
Este subconsorcio del narcotráfico es tutelado por hombres de negocios vinculados al régimen de al-Assad, por socios íntimos del hombre fuerte de Siria, y también por integrantes de su circuito familiar. Mahar Assad, el más joven entre los hermanos del mandatario sirio, y el Mayor General Ghassan Bilal emplean en fuerzzas de élite de la Cuarta División del Ejército Sirio para proteger las factorías del producto, y para garantizar salvoconducto para el mismo en el seno de Siria y a lo largo de las fronteras de este país.
Siria, no obstante, no está sola al momento de propiciar la exportación de la droga, notoriamente adictiva. Funestos actores como el Estado Islámico y Hezbolá también producen y contrabandean Captagon hacia sus clientes en los Estados árabes del Golfo y hacia Europa, para financiar actividades terroristas.
En Italia, se confiscó -durante 2020- una carga de Captagon con un valor al menudeo de EUR 1.6 mil millones. Se creyó entonces que la substancia había sido producida en suelo sirio por el régimen de al-Assad, y por el Hezbolá libanés.
Por lo general, las píldoras son contrabandeadas confundiéndose con saquitos de té y despachos de indumentaria. En mayo de 2020l las autoridades sauditas detectaron frutas que habían sido vaciadas para insertar las pastillas en su interior. Ese fue apenas uno de los seis operativos de confiscación exitosos ejecutados por las autoridades de Arabia Saudí, cada mes.
En lo que consignó un esfuerzo oficial para combatir el flagelo, Riad prohibió los envíos de frutas y verduras desde el Líbano en diciembre pasado. Arabia Saudí es el segundo destino más importante para las exportaciones libanesas, y un nodo crítico para el tránsito hacia otros mercados del cuadrante del Golfo. La prohibición de estos productos libaneses provocará un notable perjuicio a la economía de Beirut, ya de por sí inmersa en un estado de colapso.
Asimismo, el Captagon está propiciando desestabilización entre socios de los Estados Unidos que comparten fronteras con Siria y el Líbano. Jordania, por ejemplo, se ha encontrado en la poco confortable posición de ser un inevitable nodo de tránsito para el contrabando de la substancia, desde Siria hasta el Golfo Arabe.
En enero pasado, 27 contrabandistas de nacionalidad siria fueron asesinados por fuerzas fronterizas jordanas; ello sucedió al registrarse un tiroteo con armas de fuego, en oportunidad de intentar los malhechores ingresar a territorio del reino.
No obstante, no fue ese el primer incidente vinculado al contrabando de estupefacientes, para los guardias fronterizos jordanos. Desde 2020, Jordania ha informado una cifra creciente de enfrentamientos con contrabandistas que se vuelven cada vez más sofisticados, empleando éstos tecnología con drones para evitar cruzar las fronteras, y recurriendo también a los oficios de grupos armados para garantizar el movimiento de la peligrosa mercadería.
En tal sentido, el contrabando de Captagon consigna una marcada preocupación de seguridad para Jordania; aunque también representa un impacto sumamente negativo para comunidades cuya proximidad con las rutas del contrabando del producto permiten un acceso más sencillo.
Toda vez que las estadísticas disponibles son escasas, funcionarios del gobierno en Jordania e Irak han advertido que la cifra de casos de adicción a Captagon evidencian un impactante crecimiento, particularmente entre jóvenes árabes.
Quienes abusan de Captagon van desde adultos jóvenes que se proponen bailar toda la noche sin dar señales de cansancio -en las denominadas fiestas electrónicas-, hasta milicianos que combaten para el Estado Islámico.
Existe, sin embargo, otro estrato societario que abusa del Captagon entre otras drogas como el khat o el cannabis, a efectos de lidiar con la recurrente fractura de clases y con las condiciones socioeconómicas cuyo deterioro es hoy inocultable.
Amén de las motivaciones, los niveles crecientes de consumo de Captagon entre árabes jóvenes observan un impacto perdurable en la región, misma que hoy lleva adelante un duro combate contra la inestabilidad económica -propiciada por la guerra civil siria y por la pandemia de COVID-19.
Así las cosas, la epidemia de opiáceos en los Estados Unidos de América se ha cobrado ya la vida de casi un millón de personas, desde fines de los años noventa. Numerosos consumidores, sobre todo quienes desarrollan tolerancia ante esas drogas, complementan su dosis mezclándola con otros productos de alta peligrosidad. Fenómeno con capacidad para evidenciar una amplificación en Oriente Medio, en cualquier momento.
La citada región ha experimentado distintos desafíos desde acontecida la Primavera Arabe en 2010; hoy, se encuentra en una posición sumamente vulnerable.
La guerra de Rusia en Ucrania ha provocado un incremento significativo en los precios del trigo en la región. El pan es hoy casi un artículo de lujo en Oriente Medio, de tal suerte que nuevos y violentos incrementos en los precios podrían motorizar aún más inestabilidad política. En 2011, por ejemplo, los altos precios del pan fueron uno de los factores planteados por quienes engrosaron las multitudes de manifestantes durante la Primavera Arabe.
Una eventual amplificación del consumo epidémico de drogas sólo contribuirá a un mayor concierto de inestabilidad en este cuadrante geográfico, al tiempo que servirá de lubricante para el accionar de actores negativos -hiriendo, finalmente, a sociedades que siguen esforzándose para lidiar con la crisis social, política y económica propiciada por el COVID-19.
En los EE.UU., miembros del Congreso han presentado proyectos de ley que tienen por fin asistir al combate contra las actividades de narcotráfico tuteladas por Basher al-Assad. Sin embargo, la aprobación de cualquier legislación en tal sentido apenas es un paso.
Washington habrá de redoblar esfuerzos a la hora de monitorear las actividades de la creciente industria del tráfico de drogas en Siria y en el Líbano, en razón de que la misma financia a organizacios y grupos armados que amenazan, en forma directa, los intereses de los Estados Unidos y de sus socios en todo Oriente Medio.
Artículo original, en inglés
Robinson se desempeña como asistente en investigaciones para el Centro Allison para Política Exterior, en el think tank estadounidense The Heritage Foundation, en Washington, D.C.