Estados Unidos: en busca de los criminales de guerra
... los cuales están más cerca de lo que Usted cree.
Los Estados Unidos insisten hoy en que el presidente ruso Vladimir Putin debe ser sentado en el banquillo, para ser juzgado por 'crímenes de guerra' cometidos en Ucrania.
Conforme Putin continúa insistiendo en que asistirá a la próxima cumbre del G20 en noviembre en la isla de Bali, Indonesia, ello consignará una buena oportunidad para que elementos del Servicio de Alguaciles de los Estados Unidos (US Marshals) lo remuevan del atril y lo transporten hacia una corte federal en Virginia, para que se haga justicia. O, al menos, una variante de justicia, en razón de que los Estados Unidos carecen de jurisdicción en el sitio donde pretendidamente se perpetraron esos supuestos delitos, con lo cual será imposible probar que, en rigor, el mandatario ruso dio orden alguna de cometer los denominados 'crímenes contra la humanidad'. Veremos, finalmente, cuál es el desenlace del particular.
En efecto, no existe otro término que haya sido peor interpretado y sometido al recurrente abuso como el de 'crímenes de guerra' o 'criminales de guerra'. A estos se los asocia con otros, del estilo de 'armas de destrucción masiva' y 'delitos contra la humanidad', empleados para expresar que un adversario en particular ha cruzado toda frontera de lo tolerable, y que es tan deplorable que cualquier cosa que se haya hecho contra él en cualquier combate, será completamente aceptable. Al retrotraernos a las épocas de los griegos y los romanos, siempre se ha entendido que, aún en tiempos de guerra, ciertas acciones son inaceptables. Sin embargo, la calificación de 'crímenes de guerra' como concepto es mayormente una creación del siglo XX, utilizada para inflingir un daño o un castigo adicional a los perdedores, luego de finalizado un conflicto. El Tratado de Versailles, que puso fin a la Primera Guerra Mundial, reprendió a Alemania mucho más allá de lo que podría considerarse como razonable, en gran parte porque las potencias que emergieron como victoriosas podían hacerlo sin tener que hacer frente a las consecuencias... hasta que dio inicio la siguiente gran guerra. De igual modo, los conceptos emparentados que versan sobre crímenes de guerra y delitos contra la humanidad surgieron fundamentalmente tras los Juicios de Nuremberg a posteriori de la Segunda Guerra Mundial; estos dieron forma a los argumentos técnico-legales en torno del comentado comportamiento germano; pero nunca sobre el de los Aliados.
La Segunda Guerra Mundial ciertamente involucró atrocidades de varios tipos, incurridas por ambas partes beligerantes; pero el bombardeo deliberado de los Aliados angloamericanos contra centros urbanos alemanes resultó ser notablemente desproporcionado. Cuarenta y dos mil civiles perecieron en Hamburgo tras los bombardeos de 1943, y tras el bombardeo de Dresde en 1945, en un punto en el que Alemania se encontraba ya a la vera de la derrota. El aspecto más importante es que la ciudad nada tenía de objetivo militar, incluso habiendo sido poblada con refugiados provenientes del cuadrante oriental. Al menos doscientas mil personas murieron en aquella oportunidad. El juez estadounidense Andrew Napolitano ha sugerido que el peor crimen de guerra en la historia humana, si uno ha de pensar la construcción de un caso a partir del sufrimiento humano, fue el ataque atómico sancionado por el presidente Harry Truman contra Hiroshima y Nagasaki, el cual ciertamente se cobró la vida de más de doscientos mil ciudadanos japoneses -civiles-, cuando el Japón preparaba su rendición. En función de que Truman se hallaba del lado de quienes ganaron la guerra y, en consecuencia, se hicieron del control del proceso fiscalizador-acusador, jamás hubo consecuencias legales ni castigos relativos a tamaña acción -aún cuando, desde 1945, los críticos han criticado el novedoso empleo de armas nucleares.
Si el asesinato innecesario de civiles es la definición estándar de cualquier crimen de guerra, pues entonces, los últimos cinco presidentes de los Estados Unidos han sido criminales de guerra. En otras palabras, e históricamente hablando, la acusación de crimen de guerra, que carece de cualquier significado genuino en la ley, y suele ser infinitamente elástico y sujeto a interpretaciones, siempre ha dependido del lado de la verja en la que uno se para cuando la guerra llega a su fin. Y, luego de eso, todo se vuelve más complicado, en virtud de lo que la política suele llamar 'orden internacional basado en reglas', que en teoría surgió de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial. En Naciones Unidas, la supremacía estadounidense fue reforzada con la creación del Consejo de Seguridad que, por propio empeño, es capaz de autorizar el uso de fuerza militar contra un Estado paria. El Consejo de Seguridad cuenta con cinco miembros permanentes, cada uno de ellos armado con poder de veto, lo cual significa que ninguna acción efectiva contra ellos podrá tener lugar jamás, sin importar lo que estas naciones hagan. Y así ha venido sucediendo, en razón de que los Estados Unidos, más China, Rusia, Gran Bretaña y Francia siempre son inmunes frente a la censura del empleo de acción militar por parte de Naciones Unidas.
Es de particular interés, el observar que la Corte Penal Internacional de La Haya fue organizada para lidiar con los 'crímenes de guerra y los delitos contra la humanidad' que, de otro modo, serían ignorados. Ni los Estados Unidos, ni los rusos ni los israelíes reconocen la autoridad de ese tribunal, en tanto los EE.UU. han expresado que jamás se le permitirá ingreso a su territorio a investigadores de la Corte. Tomando esto en consideración, se vuelve posible comprender cómo cobra forma la gigantesca farsa en torno de los crímenes de guerra y de otras vilaciones que el nuevo orden mundial ha llevado, por costumbre, a la práctica.
En la actualidad, los Estados Unidos y sus aliados están ejecutando una guerra económica contra Rusia sin mediar una declaración genuina de guerra, incluyendo en la misma una avalancha de sanciones -más acciones confiscatorias contra la propiedad de ciudadanos rusos. Asimismo, bloquea a Moscú la posibilidad de recurrir a convenciones monetarias y sistemas internacionales a los que previamente tenía acceso. La publicitada intención consiste en destruir la economía rusa, tras ser acusada Moscú por la comisión de lo que se denomina crímenes de guerra, en la invasión de Ucrania. A su vez, Vladimir Putin argumenta que la aparente intención ucraniana de unirse a la OTAN, que es una alianza militar hostil dirigida contra la Federación Rusa, es una amenaza directa y flagrante contra su país, y que la misma ya se corporiza en acciones ejecutadas contra distritos separados del territorio ucraniano -habitados por ciudadanos rusos étnicos.
Existen otros asuntos tras bambalinas, pero resulta que son los más importantes. Debería observarse también que las cuestiones en disputa eran, de alguna manera, negociables, previo al inicio de los combates en febrero. En esa instancia, Putin buscó hacerlo, pero ni Joe Biden ni la OTAN se mostraron interesados. De tal suerte que, finalmente, la guerra, dicho a vista de pájaro, está afectando a un interés vital de los rusos -mientras que ni los EE.UU. ni la OTAN tienen un interés genuino allí, amén de provocar al oso ruso y de derribar a su gobierno, acaso como contramedida para impedir que nadie envíe al banquillo al propio sistema internacional basado en reglas.
Dado que la realidad objetiva simplemente no tiene cabida en la política exterior estadounidense, resulta interesante atender al modo en que los Estados Unidos se ven a sí mismos y cómo analiza a terceros países y lo que éstos hacen, a la hora de definir que lo que hace Rusia es peor. Cuando se trata de realidad autopercibida, los pretendidos líderes políticos americanos creen que su rol en el liderazgo global les ha sido obsequiado por propio derecho y que, por virtud, nunca pueden equivocarse. A esto, han decidido llamarlo 'excepcionalismo estadounidense'. Naturalmente que se trata de un atributo mítico, creado para habilitar a los Estados Unidos a salirse con la suya, aún recurriendo a homicidios masivos y cambios de régimen -sin hacer frente a las consecuencias.
Uno de los principales beneficiarios de esta tolerancia financiera y política americana es, por cierto, el Estado de Israel, integrado primigeniamente por personas 'elegidas' por Yavé pero también por los medios de comunicación, por la Cámara de Representantes de los EE.UU. y por la Casa Blanca. Una comparativa con lo que hace Rusia podría nutrirse de lo que los EE.UU. e Israel han perpetrado para, como ya se dijo, salirse con la suya.
Rusia invadió Ucrania, tras meses de advertencias al respecto de que el status quo era insostenible en términos de seguridad nacional, en gran medida debido a las poco fructíferas negociaciones con unos sordos Estados Unidos y OTAN. Israel, mundialmente conocido como un Estado fundado en un apartheid, hoy bombardea Siria casi con rigor diario, detalle que ha pasado desapercibido para los Estados Unidos, sus medios de comunicación y la Administración Biden. En el pasado, Tel Aviv ha atacado a todos sus vecinos, contabilizando también aquí la Guerra de los Seis Días de 1967 -con el ataque sorpresa en perjuicio de Egipto, Siria y Jordania. Acto seguido, Israel ocupó todo lo que antes había sido Palestina. Asimismo, se hizo de los Altos del Golán -que pertenecían a Siria- y, recientemente, ha obtenido el beneplácito de Washington para anexar esa zona. Subsisten allí 700 mil violentos colonos judíos armados, en 261 afincados sobre tierras robadas a Palestina y en Cisjordania.
Y, ¿qué han hecho los Estados Unidos y sus aliados para disuadira Israel? Pues, nada. Existe una regla para Israel y para los Estados Unidos, y otra muy diferente cuando Washington habla de un sistema internacional 'basado en reglas' para todos los demás -en particular, si uno es ruso. En rigor, mientras Israel se comporta con mayor beligerancia, más dinero obtiene, aportado por contribuyentes estadounidenses, y le es entregado más armamento Made in the USA. De igual modo, Israel ha sido siempre un destino favorito de criaturas congresistas últimamente, porque se transita hoy un año electoral y los aportantes financieros en Israel suelen ser perseguidos con fragor. Recientemente, un amplio grupo de legisladores del Partido Demócrata ha partido hacia allí, justo antes de que el ex vicepresidente Mike Pence arribara a Tel Aviv -viajó en el jet privado de Miriam Adelson, así que pudo besar tranquilamente el anillo del primer ministro Naftali Bennett, y pasar tiempo de calidad con el ex premier Benjamin Netanyahu.
Irónicamente, mientras que Joe Biden le quitaba tornillos a la maquinaria rusa, el Congreso de los EE.UU. se dedicaba a compartirle obsequios a Israel, en miles de millones de dólares en 'asistencia' que el vibrante Estado judío ya recibía. Alison Weir, de la web IfAmericansKnew, ha examinado el reciente proyecto de ley sobre gasto federal, identificando numerosas instancias en donde se remiten partidas de fondos directamente a Israel, para el apoyo de causas que benefician a su gobierno, en múltiples sentidos. Estima Weir que la economía israelí, que es perfectamente capaz de financiar la asistencia médica gratuita y la educación universitaria de todos sus ciudadanos, hoy se beneficia con el envío de US$ 22 millones diarios -nuevamente, cedidos por los contribuyentes estadounidenses-, llegando la cifra a US$ 8 mil millones anuales, aunque podría ser bastante superior. Y luego están las otras fuentes de ingreso, aportadas en forma directa por el Departamento del Tesoro, vinculado este aspecto a la capacidad de entidades sin fines de lucro israelíes de contribuir con dinero exento de impuestos a fundaciones y grupos con base en Tel Aviv. Gran parte de esas instituciones son fraudulentas, financian los asentamientos ilegales, el terrorismo doméstico y otras actividades anti-palestinas. Cada uno de esos artificios es empleado por grupos específicos de aportantes multimillonarios para mantener los dólares estadounidenses fluyendo hacia Israel, mientras que nadie de importancia en el gobierno federal se queja del doble estándar vigente para comparar a Israel con Rusia. Los medios de comunicación, mientras tanto, se mantienen en completo silencio sobre el particular.
La hipocresía que pervierte la política exterior estadounidense no puede ser ignorada, aunque Washington ha logrado manipular exitosamente sus instrumentos financieros para mantener en línea a aliados y amigos. Si los EE.UU. sobreviven al inevitable contraataque que provendrá de Rusia, de China y de una colección de países no-alineados, eso aún está por verse. Como mínimo, el alineamiento de la Guerra Fría que fuera quebrantado en 1991, y que hoy parece volver a ganar color en torno de Ucrania, parece haberse excedido en su fecha de caducidad. Ucrania bien podría terminar consignando un duro golpe para la economía rusa, pero es muy plausible que el resultado también comporte la caída de las fantasías hegemónicas americanas, y de la OTAN.
Artículo original, en inglés
Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.