¿Busca la Administración Biden prolongar la guerra en Ucrania?
La invasión de Rusia a Ucrania ha provocado una tragedia humanitaria para ese país...
La invasión de Rusia a Ucrania ha provocado una tragedia humanitaria para ese país, y cualquier persona razonable debería desear que ese conflicto -cada vez más sangriento- finalice lo antes posible. Las políticas que persigue la Administración Biden en los Estados Unidos de América, sin embargo, amenazan con prolongar la guerra y su sufrimiento.
Surge la inquietante pregunta al respecto de si acaso las políticas de Washington son simplemente ineptas, o si reflejan una estrategia deliberada para desangrar a las fuerzas rusas e infligir una derrota geoestratégica a una gran potencia adversaria, sin importar el costo para Ucrania. Las señales que certifican el segundo escenario se multiplican.
Incluso la decisión estadounidense y de otros miembros de la OTAN de ingresar armas a Ucrania, incluídas armas antitanque Javelin, misiles antiaéreos Stinger y drones Switchblade, ha tenido el efecto inherente de prolongar el conflicto armado. Sin esos envíos de armamento, es probable que la invasión rusa hubiera sido más rápida, y decisiva. Sin embargo, los líderes occidentales tenían motivos comprensibles para querer negarle al invasor una victoria fácil. Desde su punto de vista, no asistir a Ucrania significaría ver recompensado un caso de agresión militar contra un Estado soberano. Debido a que la agresión ocurrió en Europa, los EE.UU. y sus aliados de la OTAN tenían un incentivo aún mayor para infligir daño a Rusia por crear la mayor perturbación de la paz del continente en casi ocho décadas.
Algunas otras acciones occidentales, especialmente estadounidenses, son menos comprensibles. Los funcionarios de la Administración se han mostrado notablemente poco entusiastas con las declaraciones del presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, expresando éste su voluntad de renunciar a las ambiciones de su país de unirse a la OTAN y, en cambio, aceptar un status neutral con garantías multilaterales. Un compromiso firme y por escrito de que Ucrania nunca se convertirá en miembro de la OTAN fue la exigencia rusa de hace mucho tiempo, incluso desde antes de iniciarse las hostilidades de febrero. La novedosa receptividad de Zelensky ha aumentado las perspectivas de un acuerdo de paz. También lo ha hecho la decisión de Moscú de reducir las operaciones militares en torno a Kiev y a otras áreas en el norte de Ucrania.
Los líderes estadounidenses deberían expresar su apoyo explícito a dicha diplomacia y los compromisos que ha comenzado a reflejar. Adicionalmente, Washington debería declarar explícitamente que respetará los términos de cualquier acuerdo de paz que los dos beligerantes puedan alcanzar. Sin embargo, hasta el momento, la reacción de la Administración Biden a las conversaciones de paz bilaterales ha sido, en el mejor de los casos, tibia, e incluso sigue siendo incierto si acaso los EE.UU. se abstendrán de desalentar o debilitar un acuerdo.
Sin embargo, la aparente ambivalencia de Washington con respecto a las conversaciones de paz no es el aspecto más preocupante del comportamiento de la presente Administración. Mucho más preocupantes han sido los comentarios públicos, indiscretos y combativos del presidente. Biden sorprendió a los observadores de todo el mundo con una declaración aparentemente improvisada cerca del final de su discurso en Varsovia, Polonia: “¡Por el amor de Dios, este hombre [Putin] no puede permanecer en el poder!”. El comentario fue ampliamente interpretado como una adopción de una nueva política estadounidense de cambio de régimen con respecto a Rusia. Tanto el presidente como sus asesores intentaron insistir en que no hubo cambio de política, pero sus confusas explicaciones carecían de credibilidad.
Además, el comentario del presidente Biden (y su posterior afrenta contra Putin en una conferencia de prensa) bien puede haber sido más que el último error verbal del presidente propenso a las meteduras de pata. La Administración está repleta de funcionarios que han sido fanáticos de las iniciativas de cambio de régimen por la fuerza durante más de dos décadas. La esencia de la política estadounidense, especialmente las amplias sanciones que Washington y las potencias europeas han impuesto a Rusia tras la invasión, ciertamente parece estar diseñada para lograr ese objetivo. La lógica subyacente del enfoque de Washington es ejercer una presión tan insoportable sobre la economía de Rusia, de tal suerte que los oligarcas poderosos y otros miembros de la élite del país tomen medidas para eyectar a Putin del poder. El llamado público de Biden para un cambio de régimen puede haber sido indiscreto, pero no fue inexacto. También se trata de un enfoque que personas influyentes en la comunidad de política exterior y los medios de comunicación adoptan abiertamente.
La tesis de que Washington tiene la intención de cambiar el régimen nuevamente ganó credibilidad cuando la Administración respaldó los llamados para acusar a Putin de crímenes de guerra. Aprovechando videos que indican que las tropas rusas pueden haber ejecutado sumariamente a civiles en la ciudad ucraniana de Bucha, Biden declaró el 4 de abril que el líder ruso “es brutal, y lo que está sucediendo en Bucha es indignante, y todos lo han visto”. Luego, el presidente pidió reunir más pruebas para “un juicio por crímenes de guerra”.
Dado el historial de brutalidad de los EE.UU. contra civiles en los Balcanes, Afganistán, Irak, Libia, Siria y otros lugares, el llamado de Biden para enjuiciar a un jefe de estado extranjero por crímenes de guerra es más que hipócrita. Si ese principio se aplicara con algún grado de consistencia, Clinton, Bush, Obama, Trump y Biden tendrían que estar en el banquillo justo al lado de Putin. Pero la realidad es que los líderes de las naciones poderosas (o incluso los líderes de los países más pequeños que tienen patrocinadores poderosos en el sistema internacional) nunca deben preocuparse por ser responsabilizados por crímenes de guerra.
En consecuencia, la única forma en que Putin tendría que temer tal procedimiento sería si fuera derrocado (y siguiera con vida después de ese episodio). Y la única forma probable de que lo derroquen es si Rusia es derrotada en Ucrania o acepta un tratado de paz que parece ser una derrota para los objetivos políticos de Moscú. La perspectiva de un golpe y posterior juicio por crímenes de guerra crea un incentivo muy poderoso para que Putin continúe la guerra indefinidamente, si no se puede lograr un éxito a través de la diplomacia. De hecho, crea un incentivo para escalar si es necesario, tal vez incluso hasta el empleo de armas nucleares tácticas.
El postureo moral estridente de la Administración Biden puede prolongar innecesariamente la guerra de Ucrania, a un gran costo tanto en dinero como en sangre para el pueblo ucraniano. Los llamados a un cambio de régimen y a un juicio a Vladimir Putin por crímenes de guerra son peligrosamente irresponsables.
Ted Galen Carpenter es Académico Distinguido -distinguished fellow- en el think tank estadounidense Cato Institute, y autor o editor de numerosos libros sobre asuntos internacionales, incluyendo Bad Neighbor Policy: Washington's Futile War on Drugs in Latin America (Cato Institute, 2002). Publica regularmente en el sitio web en español de Cato.