Por el bien del Islam, Paquistán debería poner fin a su obsesión con la blasfemia
El 29 de marzo pasado, en Dera Ismail Khan, ciudad situaa al noreste de Paquistán...
El 29 de marzo pasado, en Dera Ismail Khan, ciudad situaa al noreste de Paquistán, se registró un espantoso asesinato en una escuela religiosa de mujeres llamada Jamia Islamia Falahul Binaat. Una maestra, Safoora Bibi, fue emboscada por otra maestra y dos estudiantes, quienes la agarraron en la puerta principal y le cortaron la garganta con un cuchillo. Su razón fue que Safoora Bibi había cometido una 'blasfemia' contra el Profeta Mahoma.
En rigor, los asesinos no habían escuchado ninguna palabra blasfema de su propia víctima. Como declaró la policía a los periodistas, solo habían escuchado a uno de sus familiares ver la blasfemia... en su propio sueño.
Suena extravagante, como realmente lo es. Para empeorar las cosas, Safoora Bibi es solo la última v[ictima de la obsesión con la blasfemia en Paquistán, que acaba con una nueva vida casi todos los meses. En febrero, un enfermo mental fue linchado hasta la muerte por una turba enfurecida que creía que él había quemado las páginas del Sagrado Corán. En enero, una mujer de 26 años fue llevada a juicio, por compartir caricaturas de profetas en un chat privado en su teléfono, solo para ser sentenciada a muerte. El diciembre pasado, el gerente de una fábrica de Sri Lanka retiró algunos carteles que no entendió –y que tenían versículos del Corán– solo para ser quemado vivo por otra turba enardecida.
El número total de tales víctimas es sombrío, como informó recientemente el abogado de derechos humanos Akmal Bhatti. En las últimas cuatro décadas, más de 1.865 personas han sido acusadas de blasfemia, la mayoría de ellas sentenciada a años de cárcel. Entre ellos, se encontraba la trabajadora agrícola cristiana Asia Bibi, madre de cuatro hijos, que pasó ocho años en el corredor de la muerte, en régimen de aislamiento, hasta que fue absuelta en 2018. Mientras tanto, más de 130 personas han sido asesinadas por turbas, cuyas víctimas son a menudo minorías –Cristianos, Ahmadis, Chiitas– acusados con frecuencia de falsos cargos.
Como muestra esta oscura imagen, hay dos problemas interrelacionados en Paquistán. Uno es la ley sobre la blasfemia (Código Penal, Sección 295) que tenía raíces coloniales, pero tornóse bastante más draconiana en la década de 1980, en una ola de “islamización” bajo la dictadura militar. Esta ley decreta la pena de muerte, o cadena perpetua, para cualquiera que “directa o indirectamente profane el sagrado nombre del Santo Profeta”. El otro problema es que hay islamistas militantes que toman la ley en sus manos, con orgullo y ferocidad, para matar a los blasfemos a la vista. Todo un partido político llamado Tehreek-e-Labbaik está dedicado a la causa, glorificando a los asesinos y movilizando a las masas.
Como un musulmán también observa un profundo respeto por el Profeta Mahoma (la paz sea con él), el Corán y otras sacralidades del Islam, he estado observando todo esto con dolor. Esto es así porque, como la mayoría de los musulmanes de todo el mundo, creo que matar o atormentar a personas inocentes en nombre de mi religión no le otorga ningún honor. Solo trae deshonra.
A su favor, las autoridades paquistaníes también han estado señalando lo mismo. Entre ellos se encuentra el clérigo Tahir Ashrafi, “representante especial para la armonía religiosa” del primer ministro Imran Khan, quien condenó un incidente reciente de linchamiento y agregó: “Esta no es la religión de mi Profeta; matar personas bajo su propia interpretación de la religión”.
Si bien tales llamados a la ley y el orden son bienvenidos, solo abordan el lado más externo del problema: la violencia a cargo de justicieros, que también es un gran problema en la India, donde turbas hindúes extremistas han aterrorizado a las minorías musulmanas y cristianas. Esta cultura del linchamiento debe ser desafiada, a ambos lados de la Línea Radcliffe.
Sin embargo, Paquistán –y otros estados de mayoría musulmana con severas leyes contra la blasfemia, desde Arabia Saudita hasta Irán– necesitan una discusión más profunda: ¿necesitan acaso los musulmanes criminalizar la blasfemia?
Para muchos conservadores, y muchos menos para los militantes, la pregunta en sí misma puede ser una blasfemia. “¿Cómo nos atrevemos a permitir que alguien ofenda nuestra Escritura y nuestro Profeta?”, pueden preguntarse. La respuesta está en atender tanto a la Escritura como al Profeta, con mayor detenimiento.
Primero, el Corán, la fuente principal del Islam, de hecho no tiene base para ningún castigo terrenal por blasfemia, o apostasía, también, que es otro tema candente. Muy por el contrario, el Corán ordena a los musulmanes que contrarresten las blasfemias solo con una retirada civilizada. “Si escuchas a personas que niegan y ridiculizan la revelación de Dios”, dice el versículo 4:140, “No te sientes con ellos, a menos que empiecen a hablar de otras cosas”. No sentencia que se debe asesinarlos, encarcelarlos ni silenciarlos. Sencillamente, aconseja: aléjate.
La segunda fuente del Islam, la Sunna (ejemplo) del Profeta, es reconocidamente más compleja. Aquí, en fuentes escritas más de un siglo después del hecho, tenemos historias de ciertos “poetas” ejecutados por los primeros musulmanes durante su guerra de supervivencia con los politeístas hostiles. Los juristas medievales tomaron estos informes como base de las leyes contra la blasfemia, pero una lectura cuidadosa sugiere que esos poetas fueron ejecutados no por mera ofensa verbal, sino también por enemistad activa, como la incitación a la guerra o la violencia física. No es de extrañar que haya otros informes que muestran que el Profeta respondió a meros insultos con indulgencia, incluso con misericordia.
Con tales argumentos, recientemente afirmé en mi libro Reopening Muslim Minds, que todas las leyes sobre la blasfemia deben ser abolidas, conforme no son más que una carga medievalista para el Islam, al igual que la esclavitud, que fue parte de la ley islámica durante siglos pero que, afortunadamente, hoy es historia. Otro libro reciente, Freedom of Expression in Islam: Challenging Apostasy and Blasphemy Laws, volumen editado por prominentes eruditos musulmanes, ofrece perspectivas similares.
El espacio público de Paquistán necesita abrirse a puntos de vista así de actualizados, ya que está demasiado dominado por fanáticos que piensan que ishq-e-Rasul, o “amor por el Profeta”, exige asesinar personas en su nombre. No; el amor por el Profeta requiere mostrar amor, misericordia y gentileza en su nombre.
Y será esa madurez ética, y no el fanatismo despiadado, lo que traerá la paz social a Paquistán y un respeto genuinamente universal por el Islam.
Es académico titular del think tank estadounidense The Cato Institute en Washington, D.C., y desarrolla sobre política pública, Islam y modernidad. También es autor de Islam Without Extremes (2011) y The Islamic Jesus (2017). Sus artículos son publicados en español en ElCato.org.