Estados Unidos: alguien que sepa explicarlo
Si quiere Usted una guerra con Irán, Rusia, China y Venezuela, sería interesante saber cómo es que ello beneficiaría a los EE.UU.
De tal suerte que 'Honest Joe' Biden está a punto de obsequiarle otros US$ 1.2 mil millones a los ucranianos, cifra que se sumará a los, aproximadamente, sesenta mil millones de dólares ya en camino, particularmente mientras el Congreso se rehúsa a aprobar la designación de un inspector general para que determine qué bolsillos se beneficiarán.
El dinero terminará siendo impreso sin respaldo alguno, o quizás se 'pida prestado' a los contribuyentes estadounidenses quienes, de alguna manera, habrán de lidiar con la carga de esta última tontería que, ipso facto, está acercando al mundo a una recesión. Y, sin lugar a dudas, ese resultado será adjudicado a Vladimir Putin, bajo una modalidad que ya hace tiempo ha cobrado vigencia en los desvaríos del presidente estadounidense. Sin embargo, hemos de tener en cuenta que nadie le dijo a Joe que el ejercicio en cuestión, que está empujando al mundo hacia una guerra catastrófica, es la obra de un demente. Nuevamente, y no obstante ello, los payasos de los que el mandatario americano se ha rodeado, rara vez se dedican a decir la verdad -si es que acaso tienen alguna idea de lo que la verdad significa.
Por mi parte, y tras haber analizado el problema de Ucrania desde que los Estados Unidos y sus caniches se negaron a negociar con seriedad frente a Vladimir Putin en el mundo real, me he preguntado qué es lo que funciona mal en Washington. Previamente, tuvimos al ignorante e impulsivo Donald Trump, respaldado por una colección de personajes que incluyeron a los mentalmente inestables Mike Pompeo y John Bolton, seguidos luego de Biden, con su acostumbrado coro de rechazados del Partido Demócrata. Con esto, me refiero a los notorios pensadores de problemáticas sociales que serían incapaces de administrar un puesto de hot dogs, si acaso alguien los obligara a tener que ganarse la vida. Pero, naturalmente, son buenos a la hora de cacarear sobre 'libertad' y 'democracia', ante cada oportunidad en que uno se propone cuestionar su verdadera agenda y motivaciones.
En efecto, las encuestas sugieren que existe una notable cuota de perturbación social entre ciudadanos estadounidenses de clases medias y trabajadoras, que asisten a un regreso a la era Jimmy Carter en materia de inestabilidad financiera, en su momento provocada por el embargo petrolero. Pues, bien; se asiste hoy a un nuevo embargo energético en proceso, puesto en marcha por el deseo de la Administración Biden de ejecutar una guerra subsidiaria con el fin de 'debilitar' a Rusia. Analistas y entendidos prevén que los costos de todas las modalidades de energía se duplicarán en los próximos meses, mientras que esos incrementos impactarán en los precios de otros productos esenciales, incluyendo los alimentos. A partir de todo ello, el asunto fundamental que acosa tanto a Demócratas como Republicanos es su incapacidad a la hora de explicar, en concreto, a los estadounidenses por qué la política de seguridad nacional y exterior siempre parece ser un hervidero; siempre rastreando enemigos o bien manufacturándolos cuando no existían previamente -aún cuando los resultados son perjudiciales para los verdaderos interesese estadounidenses.
La discusión en torno a la pregunta de por qué los Estados Unidos necesitan contar con unas fuerzas armadas que cuestan casi tanto como lo que gastan los siguientes nueve países en conjunto, ya hace mucho que nos la debemos. Sin embargo, la misma rara vez es planteada por fuera de los medios tradicionales de comunicación. El presupuesto militar de 2023 se ha visto incrementado desde este año, totalizando ya US$ 858 mil millones y, si uno incluye el cada vez mayor despilfarro destinado a Ucrania, el presupuesto se acercará a un inimaginable billón de dólares -en inglés, trillions-. El presupuesto militar se ha convertido en un impulsor primordial para los insostenibles déficits del país. Las muertes de millones de personas, como resultado directo e indirecto de las guerras iniciadas desde el 11 de septiembre de 2001 en adelante, se reflejan en un costo estimado de US$ 8 billones -en inglés, nuevamente, trillions.
La Constitución de los Estados Unidos de América lo deja bien en claro: un ejército nacional sólo era aceptado por los Padres Fundadores, si su objetivo era defender a la nación frente a amenazas externas. ¿Creen realmente los estadounidenses en tener que lidiar con la carga de un aproximado de mil bases militares en todo el mundo? ¿Creen que ese factor los hace sentir más seguros? El reciente y veloz colapso de la situación en Afganistán sugiere que el contar con esas bases convierte a soldados y burócratas en rehenes potenciales y que, por lo tanto, el problema se vuelve una onerosa carga. Uno incluso podría sugerir que la falta de seguridad, que hoy prevalece en los propios EE.UU., en gran parte puede ser atribuída a la enumeración oficial de numerosas 'amenazas', a criterio de justificar tanto el compromiso militar como su gasto.
Tras lo cual, ¿hacia dónde va todo ese dinero? Y, ¿cuáles son esas amenazas? Comencemos por una guerra en la que los Estados Unidos se han involucrado de facto, aunque no de jure. Se trata de Ucrania. ¿Cuál era la amenaza rusa que planteó la necesidad de intervención de parte de Washington? Pues, bien; si uno descarta el sinsentido del 'orden internacional basado en reglas', o el factor de la frágil aunque valiente democracia ucraniana en pugna versus el Oso ruso, lo cierto es que Moscú no había amenazado a los Estados Unidos en modo alguno previamente, hasta que dieron inicio las hostilidades. Putin buscó negociar un acuerdo con Ucrania, respaldándose en una serie de amenazas existenciales contra los intereses nacionales rusos, todo lo cual era negociable, pero los Estados Unidos y sus amigos no mostraron interés alguno en un compromiso, al tiempo que alimentaron al corrupto régimen de Zelensky con armamento, dinero y apoyo político. El resultado final fue un conflicto que, con gran probabilidad, sólo llegará a su fin cuando pierda la vida el último ciudadano ucraniano, escenario que incluye la probabilidad de ocurrencia de errores de parte de Washington que conduzcan hacia un holocausto nuclear. Para ponerlo en palabras sencillas, lo que está sucediendo allí en modo alguno mejora la seguridad nacional americana, como tampoco beneficia económicamente a los Estados Unidos.
Y luego está China. Bien dejó salir al tigre de la jaula, en su reciente periplo hacia Extremo Oriente. Expresó el presidente que los Estados Unidos defenderían a Taiwan, si acaso Pekín buscara anexarla. Al decir eso, Biden certificó que nada entiende sobre la ambigüedad estratégica que tanto los EE.UU. como China prefirieron por sobre la guerra, durante los últimos cincuenta años. Por su parte, la Casa Blanca rápidamente emitió una corrección frente a las afirmaciones de Biden, explicando que no era cierto que Washington portaba la obligación de defender a Taiwan. Algunos congresistas neoconservadores, en apariencia, interpretaron la gaffe presidencial de forma literal, tras lo cual promocionaron un firme compromiso estadounidense para defender Taiwan, -naturalmente, esfuerzo respaldado con una partida extra de US$ 4.5 mil millones de asistencia militar.
También en simultáneo, algunos funcionarios en el Pentágono y los núcleos de siempre en el Congreso, nutren las advertencias sobre la amenaza china, como excusa para potenciar el gasto en Defensa. Más recientemente, se hizo sonar la alarma luego de la participación de Pekín en un encuentro llevado a cabo en mayo pasado, para presentar a Fiji como nueva socia de un pacto de intercambio comercial... En rigor, la única seria amenaza consignada por los chinos tiene que ver con la competencia económica que esa nación asiática representa. Una guerra comercial versus la República Popular sería un desastre para los Estados Unidos, conforme la economía americana es notoriamente dependiente de bienes manufacturados chinos; Pekín, sin embargo, con su relativamente pequeño presupuesto militar, no es en sí misma una amenaza física contra los Estados Unidos de América.
Y tampoco hemos de ignorar a Irán, país que ha sido reprendido con sanciones económicas -en tanto también se ha asesinado de manera encubierta a sus funcionarios y científicos. La guerra israelí-estadouidense contra Irán se ha derramado sobre la vecina Siria, donde Washington cuenta con tropas estacionadas ilegalmente, con el fin de ocupar la región productora de crudo de esta nación -para robarse ese oro negro. La probable expansión del programa nuclear iraní con miras a producir un armar fue, en la práctica, obstaculizada, a partir de un monitoreo diseñado en el convenio multilateral de 2015 -conocido como Plan Abarcativo de Acción Conjunta (JCPOA)- pero Donald Trump, carente de sabiduría y actuando contra los verdaderos intereses estadounidenses, se retiró del acuerdo. Joe Biden fue advertido por Israel para que Washington no reingresara al mism, de tal suerte que, sin lugar a dudas, el presidente cumplirá con la exigencia del premier Naftali Bennett; en consecuencia, Washington continuará aplicando 'máxima presión' contra la República Islámica. ¿Amenazan Irán o su aliada Siria a los Estados Unidos de algún modo? La respuesta es: no. El delito de ambas naciones es encontrarse en el mismo vencidario que Israel, país que ha descubierto que manipular al gobierno estadounidenses para que actúe contra sus propios intereses es sumamente sencillo.
Finalmente, en el propio hemisferio de los EE.UU. se encuentra Venezuela, que ha sido elevada ahora como la nación más odiada por Washington en la región. Los ciudadanos venezolanos han estado sujetos a sanciones recurrentemente punitivas por parte de Washington, incluyendo algunas nuevas -emitidas la pasada semana. Esta política hiere desproporcionadamente a los ciudadanos más pobres del país, al tiempo que no pueden propiciar un cambio de régimen. ¿Por qué, entonces, la animosidad? Porque Nicolás Maduro, líder político del país, se mantiene en el poder; a pesar de la afirmación americana de que el líder de oposición, Juan Guaidó, debería estar a cargo de forma legítima, tras una probablemente fraudulenta elección en 2018. La más reciente terapia implementada por los Estados Unidos contra Caracas consistió en impedir la participación del país, así como también la de Nicaragua y la de Cuba, en la Novena Cumbre de las Américas llevada a cabo en Los Angeles. Un vocero del Departamento de Estado explicó que la maniobra se debía a que esas tres naciones 'carecían de gobiernos democráticos'. El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, protestó, y removió a su propia delegación. Su argumento: 'No puede haber una Cumbre de las Américas si no toman parte todas las naciones del continente americano'. Robert Menéndez, despreciable senador estadounidense -perteneciente al Comité de Relaciones Exteriores del Senado-, criticó al mandatario mexicano, advirtiendo: 'Su decisión de defender a los déspotas y dictadores' le inflingirían un daño a 'las relaciones entre México y los Estados Unidos'. De tal suerte que, ¿cuál es la amenaza que Venezuela, junto a Cuba y Nicaragua, consignan para los Estados Unidos? Pues, vaya uno a saber.
Lo que todo lo aquí apuntado consigna es que no existe, en lo absoluto, un estándar de genuina seguridad nacional que justifique la recurrente e ilegal agresión estadounidense en numerosas geografías del globo. Lo que sucede bien podría tener relación con el deseo de imponer dominio o con un formato de locura en ocasiones caracterizado como 'excepcionalismo' o como 'liderazgo del mundo libre' -ninguna de las cuales tiene que ver con seguridad nacional. En el ínterin, los ciudadanos estadounidenses pagan el precio, lidiando con el retroceso en su calidad de vida a raíz del levantamiento propiciado en Ucrania y otros sitios, perdiendo -comprensiblemente- su fe en el gobierno o en el sistema de los EE.UU. En más de un sentido, hemos de reducir el tamaño de las fuerzas armadas del país, hasta tanto se ajuste verdaderamente al combate contra amenazas identificables. Hemos de elegir a un presidente que siga el sabio consejo del ex jefe de Estado John Quincy Adams, quein supo declarar: 'Los ciudadanos de los Estados Unidos no deben ir al exterior a cazar dragones a los que no puede entender, en nombre de la promoción de la democracia'.
Bajo las actuales circunstancias, uno sólo puede aferrarse a la imaginación para plantearse unos Estados Unidos en paz consigo mismos y con lo que representan, mostrándose amistosos con el resto del planeta.
Artículo original, en inglés
Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.