Sergio Massa: ¿La vida que me alcanza?
Adolfo Canitrot, viceministro del Plan Austral y estudioso de la economía argentina...
11 de Agosto de 2022
Adolfo Canitrot, viceministro del Plan Austral y estudioso de la economía argentina durante muchos años, decía sobre las políticas de José Alfredo Martínez de Hoz (1976-1981) algo que vale la pena traer al presente. La reflexión de este distinguido y agudo economista graduado en Stanford –que invoco en versión desmemoriada- señalaba más o menos lo siguiente: Martínez de Hoz era liberal, pero no era monetarista; los militares terminaron convirtiéndolo en monetarista, en razón de que el tipo de cambio era una de las pocas variables que podía controlar: no lo dejaban privatizar, por razones de seguridad nacional; no lo dejaban ir contra los sindicatos, para no enemistarse con el peronismo; no querían gente en la calle, para no avivar a la subversión; etcétera.
Con independencia del detalle histórico, la idea ilumina poderosamente un aspecto clave de cualquier gestión pública de alta complejidad: el diagnóstico técnico y la estrategia de intervención mediante políticas están siempre –leyó bien Usted: siempre- subordinados al paraguas político del que se dispone. Una vez más: las políticas públicas dependen de la política.
En tal virtud, poco interesa conocer lo que Sergio Tomás Massa haría en el ministerio si tuviera –por ejemplo- el 51% de los votos del Frente de Todos. Eso lo sabrán él, su equipo de terapeutas, Malena Galmarini, los empresarios que lo bancan y, eventualmente, Moria Casán. Sin embargo, el hecho es que no cuenta con esos sufragios. En consecuencia, 'su' diagnóstico económico (esto es, el que termina asumiendo como propio) no es muy distinto del que previamente supieron adoptar Martín Guzmán y Silvina Batakis, conforme la matriz política en la que están insertos no ha cambiado. En todo caso, la 'buena' noticia es que el dirigente tigrense está adquiriendo un poco más de poder que sus antecesores; la mala es que, cada día que pasa, nos encontramos en una situación peor.
De estar bien encaminado el presente análisis, entonces será menester bajarle fuertemente el precio a dos afirmaciones que se vieron amplificadas durante las últimas semanas con demasiada facilidad, esto es que, en el oficialismo, habría 'un nuevo sistema de poder político' y que nos encontraríamos hoy ante a un 'cambio de rumbo económico'. En el primer caso, lo que tenemos –más bien- es una mutación en el mismo sistema de poder que había antes sólo que, ahora mismo, Massa y Cristina Fernández de Kirchner comparten la primera línea, y el Presidente ha sido relegado a la retaguardia de la coalición. En el segundo rubro, tal parece que asistiremos a la aceleración y la profundización del programa de parches/ajustes, pero, hasta nueva orden, no habrá nada referido a un cambio de visión de nuestra problemática socioeconómica.
En este marco, las tensiones entre los intereses políticos –presentes y futuros- de CFK y Massa irán determinando el compás de las principales decisiones en materia de política económica. No obstante, y debido a que los demás también juegan, mercados y actores sociales (desde sindicatos hasta organizaciones piqueteras) aceptarán, resistirán o impugnarán esas medidas, y el resultado agregado se configurará a partir de la dinámica propia que cobre el inter-juego de dichas variables.
De esa matriz de intereses políticos, la más clara es la de Cristina: a) evitar en lo inmediato el abismo económico que se abre a pocos pasos (acelerando ahora el ajuste, a efectos de compensar los desbarranques de la primera parte del año); b) avanzar contra la justicia independiente para lograr impunidad en todas las causas en las que está imputada; c) derramar 'platita', principalmente en el AMBA, para garantizar que la Provincia de Buenos Aires quede en manos del Frente de Todos (incluyendo la estratégica elección de renovación en el senado nacional); y d) dejar una bomba de tiempo recargada al nuevo gobierno nacional que asuma en el 2023. Parece un horizonte muy lejano en términos socioeconómicos, y es cierto, pero cada jugador define su posicionamiento frente a las políticas económicas -aquí y ahora-, atendiendo de reojo su propio menú de opciones electorales de cara al año próximo.
Sergio Massa, en cambio, seguramente guarda objetivos personales más ambiciosos y, por ello, su matriz de incentivos se presenta bastante más compleja. Mientras va de un lado a otro intentando extinguir incendios, vuelve a escuchar una vieja canción de Celeste Carballo, y se pregunta: a) ¿Alcanza el poder político que tengo, para enfrentar la magnitud de los actuales desafíos económicos?; b) ¿Alcanzan los parches y ajustes recargados de esta nueva gestión ministerial, con miras a evitar un descalabro económico mayor?; y c) ¿Alcanzan los módicos resultados socioeconómicos a los que podemos aspirar, con la meta de alimentar mi sueño presidencial en el 2023?
En cualesquiera de los casos, quienes miramos la película desde un ángulo diferente, observamos otra realidad a contraluz: la variopinta coalición de gobierno se ha visto forzada a modificar algunos nombres en la superficie pero, en el fondo, sigue exhibiendo los mismos problemas políticos de siempre.
Con independencia del detalle histórico, la idea ilumina poderosamente un aspecto clave de cualquier gestión pública de alta complejidad: el diagnóstico técnico y la estrategia de intervención mediante políticas están siempre –leyó bien Usted: siempre- subordinados al paraguas político del que se dispone. Una vez más: las políticas públicas dependen de la política.
En tal virtud, poco interesa conocer lo que Sergio Tomás Massa haría en el ministerio si tuviera –por ejemplo- el 51% de los votos del Frente de Todos. Eso lo sabrán él, su equipo de terapeutas, Malena Galmarini, los empresarios que lo bancan y, eventualmente, Moria Casán. Sin embargo, el hecho es que no cuenta con esos sufragios. En consecuencia, 'su' diagnóstico económico (esto es, el que termina asumiendo como propio) no es muy distinto del que previamente supieron adoptar Martín Guzmán y Silvina Batakis, conforme la matriz política en la que están insertos no ha cambiado. En todo caso, la 'buena' noticia es que el dirigente tigrense está adquiriendo un poco más de poder que sus antecesores; la mala es que, cada día que pasa, nos encontramos en una situación peor.
De estar bien encaminado el presente análisis, entonces será menester bajarle fuertemente el precio a dos afirmaciones que se vieron amplificadas durante las últimas semanas con demasiada facilidad, esto es que, en el oficialismo, habría 'un nuevo sistema de poder político' y que nos encontraríamos hoy ante a un 'cambio de rumbo económico'. En el primer caso, lo que tenemos –más bien- es una mutación en el mismo sistema de poder que había antes sólo que, ahora mismo, Massa y Cristina Fernández de Kirchner comparten la primera línea, y el Presidente ha sido relegado a la retaguardia de la coalición. En el segundo rubro, tal parece que asistiremos a la aceleración y la profundización del programa de parches/ajustes, pero, hasta nueva orden, no habrá nada referido a un cambio de visión de nuestra problemática socioeconómica.
En este marco, las tensiones entre los intereses políticos –presentes y futuros- de CFK y Massa irán determinando el compás de las principales decisiones en materia de política económica. No obstante, y debido a que los demás también juegan, mercados y actores sociales (desde sindicatos hasta organizaciones piqueteras) aceptarán, resistirán o impugnarán esas medidas, y el resultado agregado se configurará a partir de la dinámica propia que cobre el inter-juego de dichas variables.
De esa matriz de intereses políticos, la más clara es la de Cristina: a) evitar en lo inmediato el abismo económico que se abre a pocos pasos (acelerando ahora el ajuste, a efectos de compensar los desbarranques de la primera parte del año); b) avanzar contra la justicia independiente para lograr impunidad en todas las causas en las que está imputada; c) derramar 'platita', principalmente en el AMBA, para garantizar que la Provincia de Buenos Aires quede en manos del Frente de Todos (incluyendo la estratégica elección de renovación en el senado nacional); y d) dejar una bomba de tiempo recargada al nuevo gobierno nacional que asuma en el 2023. Parece un horizonte muy lejano en términos socioeconómicos, y es cierto, pero cada jugador define su posicionamiento frente a las políticas económicas -aquí y ahora-, atendiendo de reojo su propio menú de opciones electorales de cara al año próximo.
Sergio Massa, en cambio, seguramente guarda objetivos personales más ambiciosos y, por ello, su matriz de incentivos se presenta bastante más compleja. Mientras va de un lado a otro intentando extinguir incendios, vuelve a escuchar una vieja canción de Celeste Carballo, y se pregunta: a) ¿Alcanza el poder político que tengo, para enfrentar la magnitud de los actuales desafíos económicos?; b) ¿Alcanzan los parches y ajustes recargados de esta nueva gestión ministerial, con miras a evitar un descalabro económico mayor?; y c) ¿Alcanzan los módicos resultados socioeconómicos a los que podemos aspirar, con la meta de alimentar mi sueño presidencial en el 2023?
En cualesquiera de los casos, quienes miramos la película desde un ángulo diferente, observamos otra realidad a contraluz: la variopinta coalición de gobierno se ha visto forzada a modificar algunos nombres en la superficie pero, en el fondo, sigue exhibiendo los mismos problemas políticos de siempre.
* El autor, Antonio Camou, es profesor-investigador del Departamento de Sociología (Universidad Nacional de La Plata) y docente de postgrado de la Universidad de San Andrés. Las opiniones son a título personal. Sus artículos en El Ojo Digital pueden leerse en el siguiente link.