Qatar, Catar y Acatar: velo y engaño
Qatar no existe. Es decir; no puede pronunciarse en castellano como Catar.
11 de Noviembre de 2022
Qatar no existe. Es decir; no puede pronunciarse en castellano como Catar. La letra 'q' está condenada a sonar seguida de los diptongos ue y ui como en querida y en quinto. A esto se reduce su miserable protagonismo ortográfico. Ergo, escribir Qatar implica incorporar una nueva letra a nuestro alfabeto si a esa 'q' la hacemos sonar como 'ka'.
¿Tratamos aquí sobre una disquisición prodigiosamente inútil, un entretenimiento de individuos hartos de la vida vacía que arrastran penosamente? A nuestro entender, no es así -y sabrá el lector excusar a quien escribe, en razón del atrevimiento de la mayéutica.
En primer lugar, hemos de consignar que el respeto por el idioma es una manfiestación más de la preocupación por la preservación de la identidad de esa comunidad mayor que llamamos Nación. Adivinamos las primeras objeciones a esta afirmación: que el mundo es una aldea global; que ese maravilloso artefacto inventado en el siglo XIX llamado Estado-Nación está hoy en vías de extinción; que la tolerancia y la aceptación de las diferencias determinan el signo de estos tiempos, y que son la única garantía de subsistencia de la especie humana.
Hace ciento ochenta años, Domingo Faustino Sarmiento había propuesto una reforma radical del alfabeto castellano: la 's' sonaría como sa, se, si, so y su. La c sonaría como ka, ke, ki, ko y ku. Para qué habríamos de querer la enigmática h,la prescindible z, la extrajerizante w, la complicación de v y b, la fastidiosa y que no sobreviviría ni siquiera como procaz copulativa, la infiltrada k, y algo más. Sarmiento incluso profundizó su propuesta, para solaz de los editores que -años después- debieron traducir al lenguaje centenario la audaz iniciativa.
Sin embargo, con Qatar sucede otra cosa. La aceptación sin reparos de una q bárbara (así llamamos a las voces o influencias foráneas) puede significar un aspecto del ritual mayor de resignación al derecho de sostener una cultura diferenciable, preñada de rasgos propios e inconfundibles. La recepción sin objeciones no sería más que una manifestación de la preeminencia de la cultura de los Estados centrales que, en Occidente, controlan y administran los límites soberanos de los Estados periféricos. En Oriente, se detecta una menor homogeneidad: la República Popular China, la Federación Rusa, la República de la India y numerosos Estados árabes nutren una relativa preocupación por la amenaza concreta de la despersonalización. En cualquier caso, resultó curioso observar, durante el desarrollo del reciente Congreso del Partido Comunista Chino que, por debajo del giganteco cartel que presidia el evento, podía leerse -en letras apenas menores- el mismo texto, pero en idioma inglés. Ahora, bien; un detalle no habrá de pasar desapercibido: en la mayoría de los Estados de Oriente, no se practica versión alguna de la democracia liberal que, con notas más o menos diferenciadas, caracterizan a las naciones de la otra mitad del orbe. A esta altura del planteo, el paciente lector podrá, lícitamente, formular una duda hamletiana: ¿en qué quedamos, maestro?
A lo largo de los últimos años, la Real Academia Española se aferró a la sensatez, planteando que las palabras originadas en idiomas extranjeros -o bien en terminologías técnicas- que comiencen con la letra q se escriban con c. Tal es el caso del quasar (astro de luminosidad equivalente a un billon de soles), en donde lo correcto sería escribir cuásar. Nuestro parlamento debería dejar el vetusto latín y, en todo caso, pelear por el cuórum, toda vez que los Señores magistrados deberán pensar en el cuántum de la pena.
Acto seguido, Qatar o Catar, ¿sólo merecen ese tipo de disquisiciones que se acompañan haciendo girar el hielo de un on the rocks con el imputador dedo índice? Todo indica que, por debajo de megaevento deportivo, se mueve sigilosamente la serpiente luciferiana que invita a los Estados a distraer a sus siervos y a llevar sus fatigadas mentes al remanso de un tiempo sin crisis económicas, éticas, militares, religiosas y, como se dice en el café, Que se vaya todo al carajo.
La Argentina integra el selecto número de países que viven el Mundial con espectativas concretas de ganarlo. No sólo porque cuenta con un equipo altamente competitivo sino, y muy especialmente, porque el argentino medio alberga la sólida esperanza de repetir la hazaña de 1986. Hace años, un spot de Revista Noticias lo reflejaba cabalmente: 'En Revista Noticias de esta semana, sepa por qué siempre nos creímos los mejores pero, esta vez, pueda ser verdad'.
Todo gobierno en apuros espera ansiosamente un acontecimiento capaz de suspender la atención pública en los temas de martirio cotidiano, y crear un oasis de tiempo que logre fomentar el necesario relax -mismo que el urólogo nos solicita en ocasión de inspeccionar el estado de nuestra próstata. Así como los varones en ese momento miran inquietos las falanges del facultativo, falanges que súbitamente adquieren un amenazante parentesco con los de un orangután, también el ciudadano atento espera que ciertas correciones referidas a la marcha habitualmente suicida de la economía se pongan en sigilosa práctica y se consoliden, un minuto después del pitazo que cierre el magno certamen.
El artefacto estatal nacional requiere de ciertos ajustes impuestos por la cruda realidad de su ruinoso balance y monitoreados con disimulada severidad por su acreedor estrellla, el siempre denostado Fondo Monetario Internacional -organismo que, más allá de su presunta perversidad genética, refinancia una y otra vez un saldo deudor que bien sabe no reembolsará jamás. Al plantearse la distinta realidad económica de nuestros vecinos hispanoamericanos, suele consignarse que la inflación es, en casi todos, la décima parte de la argentina, y que cuentan con inversores particulares e institucionales que les prestan a una tasa que es un 20% de la que conseguiría el país, de contar con prestamistas temerarios que le confiaran algún denario. La explicación se caracteriza por una simplicidad tan brutal que, en general, se la esconde; para evitar la ruina de los programas de tevé en los que sesudos especialistas abordan la compleja temática. En efecto, en todos ellos, sus Bancos Centrales son entidades estatales pero autónomas, por cuanto deciden las estrategias de emisión, el volumen del circulante y las tácticas temporarias de absorción del mismo, con la premisa mayor de poner a buen resguardo el valor de la moneda, misión que también -entre nosotros- le fue conferida al Banco Central de la República en la normativa que decidió su creación, y aún su posterior nacionalización.
¿Tratamos aquí sobre una disquisición prodigiosamente inútil, un entretenimiento de individuos hartos de la vida vacía que arrastran penosamente? A nuestro entender, no es así -y sabrá el lector excusar a quien escribe, en razón del atrevimiento de la mayéutica.
En primer lugar, hemos de consignar que el respeto por el idioma es una manfiestación más de la preocupación por la preservación de la identidad de esa comunidad mayor que llamamos Nación. Adivinamos las primeras objeciones a esta afirmación: que el mundo es una aldea global; que ese maravilloso artefacto inventado en el siglo XIX llamado Estado-Nación está hoy en vías de extinción; que la tolerancia y la aceptación de las diferencias determinan el signo de estos tiempos, y que son la única garantía de subsistencia de la especie humana.
Hace ciento ochenta años, Domingo Faustino Sarmiento había propuesto una reforma radical del alfabeto castellano: la 's' sonaría como sa, se, si, so y su. La c sonaría como ka, ke, ki, ko y ku. Para qué habríamos de querer la enigmática h,la prescindible z, la extrajerizante w, la complicación de v y b, la fastidiosa y que no sobreviviría ni siquiera como procaz copulativa, la infiltrada k, y algo más. Sarmiento incluso profundizó su propuesta, para solaz de los editores que -años después- debieron traducir al lenguaje centenario la audaz iniciativa.
Sin embargo, con Qatar sucede otra cosa. La aceptación sin reparos de una q bárbara (así llamamos a las voces o influencias foráneas) puede significar un aspecto del ritual mayor de resignación al derecho de sostener una cultura diferenciable, preñada de rasgos propios e inconfundibles. La recepción sin objeciones no sería más que una manifestación de la preeminencia de la cultura de los Estados centrales que, en Occidente, controlan y administran los límites soberanos de los Estados periféricos. En Oriente, se detecta una menor homogeneidad: la República Popular China, la Federación Rusa, la República de la India y numerosos Estados árabes nutren una relativa preocupación por la amenaza concreta de la despersonalización. En cualquier caso, resultó curioso observar, durante el desarrollo del reciente Congreso del Partido Comunista Chino que, por debajo del giganteco cartel que presidia el evento, podía leerse -en letras apenas menores- el mismo texto, pero en idioma inglés. Ahora, bien; un detalle no habrá de pasar desapercibido: en la mayoría de los Estados de Oriente, no se practica versión alguna de la democracia liberal que, con notas más o menos diferenciadas, caracterizan a las naciones de la otra mitad del orbe. A esta altura del planteo, el paciente lector podrá, lícitamente, formular una duda hamletiana: ¿en qué quedamos, maestro?
A lo largo de los últimos años, la Real Academia Española se aferró a la sensatez, planteando que las palabras originadas en idiomas extranjeros -o bien en terminologías técnicas- que comiencen con la letra q se escriban con c. Tal es el caso del quasar (astro de luminosidad equivalente a un billon de soles), en donde lo correcto sería escribir cuásar. Nuestro parlamento debería dejar el vetusto latín y, en todo caso, pelear por el cuórum, toda vez que los Señores magistrados deberán pensar en el cuántum de la pena.
Acto seguido, Qatar o Catar, ¿sólo merecen ese tipo de disquisiciones que se acompañan haciendo girar el hielo de un on the rocks con el imputador dedo índice? Todo indica que, por debajo de megaevento deportivo, se mueve sigilosamente la serpiente luciferiana que invita a los Estados a distraer a sus siervos y a llevar sus fatigadas mentes al remanso de un tiempo sin crisis económicas, éticas, militares, religiosas y, como se dice en el café, Que se vaya todo al carajo.
La Argentina integra el selecto número de países que viven el Mundial con espectativas concretas de ganarlo. No sólo porque cuenta con un equipo altamente competitivo sino, y muy especialmente, porque el argentino medio alberga la sólida esperanza de repetir la hazaña de 1986. Hace años, un spot de Revista Noticias lo reflejaba cabalmente: 'En Revista Noticias de esta semana, sepa por qué siempre nos creímos los mejores pero, esta vez, pueda ser verdad'.
Todo gobierno en apuros espera ansiosamente un acontecimiento capaz de suspender la atención pública en los temas de martirio cotidiano, y crear un oasis de tiempo que logre fomentar el necesario relax -mismo que el urólogo nos solicita en ocasión de inspeccionar el estado de nuestra próstata. Así como los varones en ese momento miran inquietos las falanges del facultativo, falanges que súbitamente adquieren un amenazante parentesco con los de un orangután, también el ciudadano atento espera que ciertas correciones referidas a la marcha habitualmente suicida de la economía se pongan en sigilosa práctica y se consoliden, un minuto después del pitazo que cierre el magno certamen.
El artefacto estatal nacional requiere de ciertos ajustes impuestos por la cruda realidad de su ruinoso balance y monitoreados con disimulada severidad por su acreedor estrellla, el siempre denostado Fondo Monetario Internacional -organismo que, más allá de su presunta perversidad genética, refinancia una y otra vez un saldo deudor que bien sabe no reembolsará jamás. Al plantearse la distinta realidad económica de nuestros vecinos hispanoamericanos, suele consignarse que la inflación es, en casi todos, la décima parte de la argentina, y que cuentan con inversores particulares e institucionales que les prestan a una tasa que es un 20% de la que conseguiría el país, de contar con prestamistas temerarios que le confiaran algún denario. La explicación se caracteriza por una simplicidad tan brutal que, en general, se la esconde; para evitar la ruina de los programas de tevé en los que sesudos especialistas abordan la compleja temática. En efecto, en todos ellos, sus Bancos Centrales son entidades estatales pero autónomas, por cuanto deciden las estrategias de emisión, el volumen del circulante y las tácticas temporarias de absorción del mismo, con la premisa mayor de poner a buen resguardo el valor de la moneda, misión que también -entre nosotros- le fue conferida al Banco Central de la República en la normativa que decidió su creación, y aún su posterior nacionalización.
El Mundial abrirá las puertas a los variados programas de gobierno tendientes, fundamentalmente, a aspirar en el futuro mediato al equilibrio fiscal. Desde luego que no será sencillo de instrumentar, aún cuando el cuerpo social reciba dosis del estupefaciente catarí. En primer lugar, 2023 -en tanto año electoral- requerirá no alterar dos tumores que han hecho metástasis en el atribulado cuerpo de la República: a) el tamaño elefantiásico del Estado, utilizado para pagar favores a punteros, dirigentes formales, amantes y favorecedores, o a prometer conchabo en el mismo si la fortura comicial resultare venturosa; y, b) la obra pública, histórica y preciada fuente de financiamiento de la política criolla, afición que requiere, paralelamente, de la subsistencia de empresas públicas deficitarias y técnicamente irrecuperables. En el epílogo, la conclusión parece obvia: el ajuste será mundial, y será pagado por la actividad privada.
Trátese de Qatar o Catar, cierto es que el orden establecido de cualquier manera tiene una sola receta: acatar. Ni el oficialismo ni la oposición expectante acusan interés alguno en una reestructuración profunda. Sólo la misma, tras arrancar de raíz las lacras de la Argentina moribunda, podrá liberar energías suficientemente poderosas como para desatar el tsunami que la clase política teme.
En la perspectiva del Poder, cualquier profundización de la crisis representará siempre un costo menor que la catarsis (o la qatarsis) que ponga fin a su jungla de privilegios.
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@Atlante2008
Sobre Sergio Julio Nerguizian
De profesión Abogado, Sergio Julio Nerguizian oficia de colaborador en El Ojo Digital (Argentina) y otros medios del país. En su rol de columnista en la sección Política, explora la historia de las ideologías en la Argentina y el eventual fracaso de éstas. Sus columnas pueden accederse en éste link.