Los irresponsables Estados Unidos de América
La hipocresía y la mentira son la base de la política exterior de Joe Biden.
Uno podría pensar que la ejecución de un ataque no provocado, contra una nación con la que Washington no está en guerra, y de naturaleza encubierta -con 'negativa plausible'- por parte de las fuerzas armadas estadounidenses cosecharía espacio entre los titulares de la prensa. El hecho de que el ataque provocó un grave perjuicio a un país aliado de los EE.UU. tornaría a esa acción como impensable. Y, quizás lo peor de todo, el hecho de que el ataque fue diseñado por el jefe ejecutivo del país, en uso de un bypass político tendiente a evitar el escrutinio legislativo y la vinculación del hecho con el acta que requiere del Congreso para autorizar a hacer la guerra, es lo más condenable -conforme perturba el equilibrio de poderes establecido en la Constitución. Se trata de una ofensa que ameritaría el impeachment o la destitución del presidente. Y, para aquellos que aún se lo preguntan, 'Sí': Joe Biden y su equipo de simuladores de actos terroristas han hecho todo eso y mucho más, enturbiando su desempeño mediante una colección de evasiones y mentiras, para presentar las cosas como si no hubiesen hecho nada malo.
Mientras tanto, los medios mainstream estadounidenses, tal como lo hicieran durante la peor performance de su historia con la invasión de Irak, han funcionado como cámara de resonancia para todo lo que la Casa Blanca decide filtrar. En virtud de estos desarrollos, quizás era predecible que la prensa adicta al gobierno y las señales de televisión ignoraran casi por completo el devastador informe publicado por el prestigioso periodista investigativo Seymour Hersh el pasado 8 de febrero. La pieza de Hersh fue intitulada 'De cómo los Estados Unidos destruyeron el gasoducto Nord Stream' (How America Took Out the Nord Stream Pipeline), con la bajada del texto refiriendo: 'El New York Times lo llamó "misterio", pero los Estados Unidos de América ejecutaron una operación encubierta en el mar que fue mantenida en secreto -hasta ahora'. El artículo, que el propio Hersh se ocupó de postear en el Internet, describe con considerables detalles la preparación previa y la ejecución del evento a manos del Centro de Salvataje y Buceo de la Armada de los EE.UU. y la División Marítima de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), en coordinación con la Casa Blanca y tutelada por ésta, con el objetivo de sabotear y destruir los ductos de gas del complejo Nord Stream ruso en el Mar Báltico -crimen de guerra y acción terrorista que acerca a los Estados Unidos más aún a un conflicto armado directo con la Federación Rusa.
Dado su potencialmente importante réplica negativa en el concierto político, la historia de Hersh bien podría ser la revelación más importante en llegar al público desde que los combates en Ucrania dieron inicio un año atrás. No obstante, el evento está siendo ignorado por la Casa Blanca, que niega el informe, habiendo comentado un vocero que 'Se trata de una falsedad y de una ficción absoluta'. Tammy Thorp, vocero de la CIA, también replicó al contenido de Hersh, declamando: 'Esta afirmación es completa y totalmente falsa'. Asimismo, la Armada de los Estados Unidos fue consultada, pero jamás ofreció respuestas. Los medios de comunicación, en franca inacción, suscribieron religiosamente a la línea oficial, posiblemente debido a la equivocada presunción de que nuestras fuerzas de seguridad nacional deben ser respaldadas en toda ocasión en que se enfrenten a los rusos, en razón del conflicto ucraniano. Al contrario, es precisamente cuando el gobierno se comporta desaprensivamente y cuando su elemento amplifica una guerra innecesaria, que la prensa debe ir en busca de la historia y de lo que ésta implica. Esto es así, siendo que el conflicto en Ucrania hoy ha escalado, y amenaza con tornarse nuclear -mientras ambas partes se abrazan a posturas incompatibles.
He conocido personalmente a Sy Hersh -reuniéndome con él durante varios años-, e invertido tiempo junto al periodista, además de en compañía de otros colegas de la CIA que lo asistían a la hora de confirmar detalles sobre toda la información que iba publicando en relación a abusos y mentiras del gobierno estadounidense -vinculado esto al rol no del todo creíble de las distintas gestiones como 'guardianas' de nuestra seguridad nacional. Hersh es un investigador minucioso que jamás, de acuerdo a mi experiencia, aceptó de buena gana afirmaciones no corroboradas para construir sus narrativas. Tengo alguna buena noción sobre quiénes son sus fuentes en las agencias de inteligencia y el Departamento de Defensa para este caso, y debería aceptarse que lo escrito por él es en todo verificable y que proviene de individuos que genuinamente se involucraron en las actividades que Hersh detalló. Esto no equivale a decir que no habrá deslices al momento de recordar detalles pequeños en torno de, por ejemplo, el probable involucramiento noruego, algo que los críticos ya están señalando. En cualquier caso, el ímpetu primigenio del trabajo, que remite a la autoría y a las formas de ejecución, evidencia una demostración definitiva.
El informe de referencia es extenso, e incluye una buena dosis de información al respecto de la planificación y del proceso de toma de decisiones políticas que condujeron a la predisposición a destruir el gasoducto -cuestión que describiré brevemente. Sy afirma lo siguiente: no ha sido un secreto que muchos en el gobierno de los Estados Unidos desde hace tiempo evalúan al ecosistema Nord Stream como una amenaza contra la seguridad, conforme la provisión de gas natural ruso relativamente económico a Alemania, como puerta de ingreso para Moscú, habilitaría al Kremlin para crear una dependencia europea frente a su energía -desarrollo que podría ser manipulado para generar dividendos políticos y una clara ventaja de orden estratégico.
Mientras la crisis en Ucrania se profundizaba en 2021, la Casa Blanca de Biden organizó una fuerza especial secreta que sopesó escenarios probables, enfocados en el empleo de recursos militares y de inteligencia para destruir físicamente el gasoducto, bajo una modalidad de negativa plausible con miras a desmentir la participación americana en el proceso; esto último, con el fin de evitar un perjuicio político contra los Estados Unidos proveniente de sus aliados europeos, o bien de impedir una escalada del conflicto. El secreto era necesario, a efectos de resguardar a Biden frente a cualquier acusación de hipocresía, dado que él había prometido en reiteradas oportunidades que los EE.UU. no se involucrarían directamente en ningún conflicto armado con Rusia en su puja por Ucrania.
Jake Sullivan, Consejero de Seguridad Nacional, lideró la fuerza especial interagencias, que convino sus encuentros hacia fines de 2021 e incluyó a jugadores clave de la División Marítima de la Agencia y del Centro de Buceo y Salvataje de la Armada americana, ambos cuerpos localizados en la ciudad de Panama City, en el estado de Florida. Asimismo, se involucró al Departamento de Estado, al Departamento del Tesoro y a los Jefes del Estado Mayor. Originalmente, la operación fue planteada como una acción encubierta que hubiese exigido la aprobación y supervisión legislativa, pero esa variante fue abandonada, para mutar luego en una 'operación de inteligencia altamente clasificada', cuando Biden y otros expresaron públicamente y con claridad sus intenciones de impedir el funcionamiento del gasoducto. Eventualmente, se buscó traducir esa iniciativa en política pública, acaso para enviar una advertencia a los rusos. Se conversaron una serie de opciones con la meta de destruir los ductos. De acuerdo a Hersh, los participantes del cónclave, muchos de los cuales eran declarados halcones que sirvieron bajo la Administración de Barack Obama, comprendieron claramente que estaban proponiendo ejecutar un 'acto de guerra' -evaluado a pesar del potencial derrape político inherente, porque el propio presidente había dado la orden de ejecutar.
Sobraron advertencias al respecto de lo que vendría. En los albores de febrero de 2022, poco antes de la invasión rusa en Ucrania, el presidente Biden pidió, públicamente -en ocasión de celebrar una conferencia de prensa, acompañado por el canciller germano Olav Scholz, taciturno y con el ceño fruncido-: 'Si Rusia invade (...), ya no habrá un Nord Stream 2'. Tras ser consultado sobre cómo lograría eso, replicó Biden: 'Les prometo que estaremos en capacidad de hacerlo'. Tiempo más tarde, luego de confirmarse la destrucción del gasoducto, el Secretario de Estado Blinken expresó que el sabotaje ofrecía una 'tremenda oportunidad para, de una vez por todas, eliminar la dependencia frente a la energía rusa (...) Esto es muy significativo, y ofrece una notoria oportunidad estratégica para los años que vendrán'. No es que hiciera falta nueva confirmación pero, el 22 de enero de 2023, Victoria Nuland -Subsecretaria de Estado-, hizo alarde del particular, al testificar ante un comité del Senado: 'La Administración se siente muy satisfecha al ver lo que el Nord Stream 2 es hoy (...), una colección de desechos de metal, en el fondo del mar'.
Prisionera de su arrogancia, la Administración Biden, ha reconocido -de un modo u otro- que fue la fuerza impulsora del sabotaje y que ciertamente tenía motivos y medios para ejcutarlo, aún cuando se movió con cuidado para no dejar evidencias de su autoría. Tal como se observara líneas arriba, también se esmeró para evitar cualquier involucramiento del Congreso, presuntamente para evitar se conversara sobre autorización de poderes bélicos -o bien para impedir se produjeran filtraciones hacia los medios de comunicación.
La mecánica relacionada con la inserción de explosivos que siguió a la destrucción efectiva de los ductos se condujo del siguiente modo: bajo la cobertura de un ejercicio militar de OTAN en el Mar Báltico, bautizado como BALTOPS-22 y llevado a cabo en el mes de junio de 2022, activos de la Armada de los EE.UU., y posiblemente de la CIA -junto a buzos tácticos noruegos-, descendieron 260 pies hacia un cuadrante en cercanías de la isla danesa de Bornholm -considerada por ser un sitio en donde los ductos convergían en aguas relativamente poco profundas, y aquéllos eran particularmente vulnerables. Los buzos adhirieron explosivos del tipo C-4 (N. del T.: Composition Four) tanto al Nord Stream 1 -que ya operaba- como al Nord Stream 2 -que estaba siendo completado pero que aguardaba la aprobación de técnicos alemanes en seguridad, para confirmar su activación. Los explosivos fueron diseñados para ser detonados a distancia, es decir, por vía remota.
Los dispositivos contaban con temporizador, el cual ofreció margen de tiempo a los ejecutores para huír del sitio y luego iniciar la detonación; la misma fue activada mediante una señal cifrada, enviada por una boya con sonar que fue arrojada en el sitio previamente descrito, por parte de un helicóptero de la armada noruega. Los noruegos fueron decisivos en ese rol, en razón de que mantienen una presencia militar cercana a este cuadrante del Báltico, así como también debido a su notable experiencia en materia de operaciones en aguas gélidas y profundas. Un helicóptero de la Armada de Noruega que circulara el área no llamaría mayormente la atención -ni aún para los siempre atentos militares rusos.
Bajo la autorización o 'Luz Verde' de Washington, el 26 de septiembre de 2022, los noruegos arrojaron la boya con sonar y, pocas horas después, los explosivos C-4 fueron detonados -destruyendo de inmediato tres de los cuatro ductos. A consecuencia del operativo, los Estados Unidos y sus aliados en los medios de comunicación hicieron todo esfuerzo posible para responsabilizar a Rusia, sindicada en reiteradas oportunidades como probable responsable. Filtraciones originadas en la Casa Blanca y el gobierno británico jamás lograron establecer una explicación cristalina sobre por que Moscú incurriría en el autosabotaje de un lucrativo convenio comercial. Pocos meses después, cuando se reveló que las autoridades rusas habían cuantificado en silencio el costo de reparación de ambos Nord Streams, en cifras cercanas a los US$ 10 mil millones, el matutino New York Times describió, sin mayor idea, que el evento disparaba 'complicadas teorías al respecto de quién fue el autor' del sabotaje.
En efecto, jamás quedó claro por qué Rusia buscaría destruir su propio e invaluable ducto, el cual había pensado para fungir como importante fuente de ingresos de aquí a muchos años -propuesta que el ex diplomático británico Craig Murray catalogó de 'locura'. Pero fue el Secretario de Estado de Biden, Blinken, quien ofrecería una explicación más atractiva. Al ser consultado, durante una conferencia de prensa de septiembre pasado, sobre las consecuencias de un eventual empeoramiento de la crisis energética global -que mayormente estaba llamada a sentirse en Europa-, un delirante Blinken describió el evento en términos positivos, consignando la manera en que la destrucción 'privaría a Vladimir Putin de convertir la energía en un arma, como medio para promocionar sus planes imperialistas'.
La historia compartida por Sy Hersh remite a una nueva traición incurrida por el pretendido liderazgo político estadounidense, remarcable ejemplo que ilustra cómo el gobierno de los Estados Unidos -asistido por un ecosistema de medios de comunicación cómplices- una vez más mintió descaradamente a sus ciudadanos y al mundo, con miras a encubrir un acto criminal que en modo alguno logrará que los ciudadanos de su país se encuentren más seguros ni se beneficien con una mayor prosperidad. En los EE.UU., el molesto periodista Tucker Carlson, entre otros prominentes investigadores, se ha atrevido a presentar la tarea de Hersh, en un clip de cinco minutos - en su propio ciclo de Fox. Newsweek también ha publicado una pieza con el objeto de examinar ciertos aspectos constitucionales, mediando la intervención del abogado John Yoo. Quizás más interesante fue la entrevista de media hora de duración realizada al propio Hersh por Amy Goodman (en el ciclo Democracy Now!, de PBS). La misma, sin embargo, fue bloqueada en parte, porque YouTube consideró que el material era 'inapropiado o inofensivo'. De todos modos, la disponibilidad de la entrevista completa a Seymour Hersh interview ha sido restaurada en el canal de Democracy Now!, bajo el siguiente mensaje explicativo: 'ACTUALIZACION: hemos oscurecido algunas imágenes durante treinta segundos del vídeo, en respuesta a una advertencia sobre contenidos de parte de YouTube, que limitó severamente el alcance del material. Lo que Usted ve aquí es una versión editada. Para ver la versión no censurada de la misma, visite nuestra web, democracynow.org.”
Más allá de la revelación, subsisten sin embargo numerosas preguntas de cara a la destrucción del complejo Nord Stream -evento que, sin ambigüedades, consignó un acto de guerra o un acto terrorista que sigue sin tener respuesta. Considérese, por ejemplo, cómo los países de OTAN, los Estados Unidos de América y Noruega, atacaron de facto a Alemania, otra nación de la misma Alianza, que era receptora y socia comercial en el emprendimiento de los gasoductos. Aún cuando se conoció algún involucramiento de los británicos en la operación -también detectado por la inteligencia rusa-, se reveló públicamente que Elizabeth Truss, por entonces primer ministro, declaró 'Ya se ha hecho' (It's done), al enviar un mensaje de texto al Secretario de Estado americano Tony Blinken, sesenta segundos después de la detonación. En apariencia, Berlín no contaba con la confianza requerida para la planificación, aún cuando sus intereses fueron gravemente perjudicados a partir del desarrollo. De igual modo, el Artículo V de la carta de OTAN consigna que un ataque contra una nación de la Alianza exigirá que el resto de los miembros asistan al atacado. Esto resulta intrigante, por cuanto alguien podría deducir que OTAN debería ir a la guerra contra los EE.UU. y contra Noruega. Alternativamente, ¿pueden los 'amigos' de la Alianza atacarse unos a otros sin medir las consecuencias, o debería considerarse a los Estados Unidos y a Noruega como Estados paria? ¿Se mantendrá unida la Alianza en cuestión, siendo que varios de sus miembros proceden unilateralmente para perjudicar seriamente la economía de uno de sus socios? Y, ¿cómo están respondiendo los alemanes frente a su economía y estándar de vida en retroceso, frente al cierre de sus fábricas y al frío de sus hogares sin calefaccionar, a consecuencia del ataque noruego-americano?
La ciudadanía estadounidense, por su parte, también debería reflexionar a consciencia sobre el gobierno que tiene, y sobre la desaprensión con la que se maneja. Quienes redactaron la Constitución de los Estados Unidos sólo otorgaron poderes para declarar la guerra al Congreso -acaso imaginando que, en algún futuro, el presidente podría entrometerse para utilizar a los militares y a las fuerzsa navales del país con el objetivo de reprender y coaccionar a terceros países, confiscar sus territorios, y asesinar a sus habitantes. Y que todo aquéllo sería justificado bajo la frazada de eso que fue dado en llamar 'excepcionalismo' -fenómeno que otorga poder a mentiras de magnitud para abrazarse a guerras recurrentes y a mantener la paz en un 'orden internacional basado en reglas'.
No obstante, y en el epílogo, persiste la pregunta más importante: ¿cómo replicará Rusia frente al evento del Nord Stream? ¿Dará Moscú un paso más hacia una probable guerra nuclear, originalmente iniciada por Joe Biden? ¿Se inclinará el Kremlin por reiterar su pedido en pos de que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas investigue el incidente? Ciertamente, Moscú será cautelosa al momento de seleccionar la hora y el sitio de la réplica, pero su última carta aún debe revelarse.
Artículo original, en inglés
Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.