Si los EE.UU. desean respaldar a Taiwan, he aquí lo que deberían hacer
El pasado 15 de marzo, Honduras anunció planes con miras a establecer relaciones diplomáticas con...
El pasado 15 de marzo, Honduras anunció planes con miras a establecer relaciones diplomáticas con la República Popular China.
Dada la insistencia de Pekín en su principio de 'Una Sóla China', la maniobra exigirá que el país centroamericano ponga fin a su vínculo con Taiwan, dejando a la isla con apenas trece socios diplomáticos en el concierto internacional. Esto consignaría no solo un golpe contra el status internacional de Taipei, sino también una victoria para China -en pleno 'patio trasero' de Washington.
Difícilmente sea Honduras la primera nación que, en años recientes, ha abandonado a Taiwan bajo la promesa china de que se vean ampliadas sus perspectivas comerciales y de inversión desde Pekín.
Cuando la decisión se torne oficial, Honduras será, en los hechos, el noveno país en cercenar relaciones diplomáticas con Taiwan, desde que Tsai Ing-wen se convirtió en la primera presidente de la isla en 2016. Cinco de esas nueve naciones se encuentran en el hemisferio occidental.
Pekín entiende que su estratagema de perturbar a los socios diplomáticos de Taiwan es una manera eficaz de desacreditar el liderazgo de Tsai y de su espacio político, el Partido Demócrata-Progresista local. El liderato político chino desconfía de ese partido, y preferiría lidiar con el espacio opositor -el Kuomintang que, a pesar de ser un enemigo histórico del Partido Comunista Chino, porta su propia versión del principio 'Una Sóla China' y que ha optado por una aproximación menos confrontativa en el territorio de los vínculos con Pekín.
Siendo que los comicios en Taiwan tendrán lugar en apenas diez meses, Pekín podría rastrear otros países con el objeto de convencerlos para que terminen con su vínculo diplomático con Taipei.
En concreto, el impacto de este desarrollo sobre la seguridad y la posición internacional taiwanesa es limitado. Poco puede hacer Honduras para proteger a Taiwan ante una acción militar china, en tanto tampoco puede la nación centroamericana amplificar el alcance diplomático de Taipei.
Lo propio sucede con la República del Paraguay, con Haití y con el resto de otros países pequeños -mayoritariamente, pertenecientes al concierto de naciones en desarrollo- que aún reconocen la soberanía taiwanesa. El respaldo más consecuente a Taipei proviene de sus vínculos no-oficiales con potencias globales como los Estados Unidos, el Japón, Australia y otros países europeos. Esta colección de relaciones extraoficiales han florecido durante los siete años en que Tsai ocupó el despacho presidencial.
No obstante, las relaciones diplomáticas oficiales de Taiwan desempeñan un rol simbólicamente importante que no debería ser ignorado. Esas son naciones que reconocen oficialmente que Taipei debilita todo reclamo de Pekín sobre la isla, otorgándole al principio de soberanía taiwanesa un pequeño grado de respaldo legal.
Si todos los socios diplomáticos de Taiwan eventualmente abandonaran el barco, la sentencia china que reza que Taiwan es universalmente reconocido como parte de la República Popular, ganará fuerza de realidad en el plano técnico.
Hace al interés de los Estados Unidos de América asistir a Taiwan a la hora de preservar sus relaciones diplomáticas. Washington sólo puede acercarse a Taipei de modo extraoficial: innumerables expresiones oficiales con origen en Pekín han referido que, probablemente, Pekín responda a cualquier reconocimiento diplomático oficial de Taiwan por parte de Washington con el empleo de fuerza militar y, dadas las variables en juego, ninguno de los principales partidos políticos taiwaneses respaldarían semejante reconocimiento.
Toda vez que las consecuencias no serían tan obscuras, si pequeños Estados se abrazaran a un reconicimiento de Taiwan -como es el caso de Micronesia, que hoy considera hacerlo-, las probabilidades de que cifras suficientes de naciones hagan lo propio es sumamente baja, en función de las reprimendas políticas y económicas que seguramente Pekín desplegará contra quienes se atrevan.
El único sendero efectivo para ayudar a Taiwan a mantener cierto status de reconocimiento formal es asistir a la isla para que preserve el estado diplomático con sus socios del que hoy disfruta.
Poco puede hacerse en el caso de Honduras. Aún si un esfuerzo diplomático de último minuto lograre comprar algo de tiempo, el reconocimiento a China fue, en el pasado reciente, una de las promesas de campaña de la actual presidente hondureña, Xiomara Castro. Mismas presiones que llevaron a la decisión de Castro tienen lugar hoy en perjuicio de muchos de los socios diplomáticos de Taiwan y, aún cuando la mayoría de ellos no piensen de momento en abandonar a Taipei, en algunos casos, el cambio de rumbo podría darse ante los primeros comicios en puerta.
Una vez que se procede con la decisión de reconocer a China, será muy difícil para Washington persuadir a las autoridades de un país para que modifique el rumbo. En ese punto, las oberturas diplomáticas tienden a sonar vacías, especialmente cuando provienen de una nación que puso fin a sus vínculos con Taiwan -para reconocer a Pekín- décadas atrás.
Estas naciones en desarrollo exhiben necesidades económicas y políticas que necesitan de la presencia activa de una potencia de magnitud -rol que China alegremente se propone cumplir. Mientras que Taiwan cuenta con la capacidad para otorgar créditos y otras clases de asistencia a sus socios diplomáticos, China ofrece infraestructura de inversiones, mercados de exportación y respaldo político en organizaciones internacionales que estos países necesitan, a efectos de cumplimentar con sus objetivos de desarrollo.
Con frecuencia, esos gobiernos desconfían de China pero, cargando sobre sus hombres incontables obligaciones -nuevamente, vinculadas a metas de desarrollo-, sienten que cuentan con pocas opciones, y ceden ante Pekín.
Si Washington en realidad se propone respaldar a Taiwan, lo primero que habrá de hacer es reformular su acercamiento con el mundo en desarrollo, y particularmente con naciones que hoy reconocen aún a Taipei. Sólo asistiendo a estos países a aproximarse a sus objetivos de desarrollo, infraestructura y necesidades comerciales, podrán los Estados Unidos llenar los espacios que podrían compeler a líderes políticos a acercarse a la República Popular China.
Siendo que, en los EE.UU., proliferan las conversaciones en torno de 'alejar de Pekín las cadenas de valor', no deberían escasear oportunidades.
De particular importancia es, como ya se ha dicho, el hemisferio occidental. Desde que la Doctrina Monroe fuera anunciada doscientos años atrás, el hemisferio ha sido -en principio, al menos- elegido posicionarse bajo la esfera de influencia estadounidense. No obstante, décadas de desinterés han abierto las puertas para que China, adversario y competidor de los EE.UU., ingrese.
China ya es el principal socio comercial de numerosas naciones en el hemisferio, y observa un rol recurrentemente activo en materia de desarrollo de infraestructura e inversiones.
Al incrementar el comercio y la inversión en el hemisferio occidental, los Estados Unidos no sólo pueden combatir para consolidar la manutención de su influencia frente a la aproximación china. También puede ayudar a Taiwan a acercarse aún más a sus socios diplomáticos -más de la mitad de los cuales se sitúan en el hemisferio de referencia.
En efecto, el involucramiento estadounidense en Occidente nunca ha sido tan crucial, tanto para preservar el liderazgo de los Estados Unidos, como para garantizar el status internacional de Taipei.
Artículo original, en inglés
El autor, Michael Cunnningham, es fellow de investigaciones en el Centro de Estudios Asiáticos, en el think tank estadounidense The Heritage Foundation, en Washington, D.C.