INTERNACIONALES : PHILIP GIRALDI | REALPOLITIK

Perspectivas desde la Europa Oriental

Muchos desean asistir a una derrota rusa.

11 de Abril de 2023

 

Durante los años setenta, participé de un curso sobre Espionaje en el Terreno (Field Trade Craft) para flamantes Oficiales de Casos en la principal instalación dedicada a entrenamiento y tutelada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA), localizada en Camp Peary -cerca de la ciudad de Williamsburg, en el estado de Virginia. Aún hoy, a Peary se la denomina 'La Granja', aún cuando poco tenga que ver con animales. En aquel entonces, uno de los instructores había pegado parte de un poema escrito por Rudyard Kipling, en la puerta de su despacho. La pieza rezaba:
 
El sapo, más allá del arado, sabe
Exactamente hacia dónde apunta cada diente:
La mariposa, en la ruta,
Revela su apego al sapo
 
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Algunos de los estudiantes comenzaron a referirse a sí mismos como los 'sapos', conforme esperaban lo peor de parte de los instructores que los llevarían a tolerar las expectativas de la Agencia; asimismo, identificaban a los instructores como las mariposas que les decían que se llamaran a silencio y que se incorporaran al juego, si acaso buscaban contar en el futuro con un empleo en el exterior. Todos sabían que el asunto remitía a un juego de percepciones respecto del rol o status de cada quién, instancia en la que los estudiantes se resignaban a ser castigados -o peor- como los sapos, mientras que los instructores -cuyos puntos de vista y expectativas eran bastante diferentes- podían asegurar a sus víctimas que todo se estaba encaminando exactamente como se había planeado.
 
Siempre habrá sapos y mariposas involucradas en la seguridad nacional; esto es un hecho, toda vez que las percepciones respecto de lo importante o significativo variará, dependiendo de las experiencias individuales y culturales de la persona. O, para decirlo de otro modo, los puntos de vista de cada quién no son predeterminados, y dependerán en gran medida de qué lado del cerco uno tome posición.
 
Dicho esto, recientemente regresé de un periplo de una semana de duración, que incluyó el paso por siete naciones de la Europa Oriental. A efectos de prepararme para el viaje, me contacté con distintos periodistas, políticos y referentes locales de la academia, en los distintos países. A la hora de la selección, me incliné por aquellos que exhibían una postura más conservadora en cada nación, de tal suerte que ello me garantizó permanecer en cierta zona de confort -dada mi propia predisposición. Lo que en realidad me propuse conocer es de qué modo era percibida la guerra en Ucrania, tanto por las élites nacionales como por parte de los ciudadanos de a pie.
 
Esperaba yo contar con respuestas que sintonizarían con mi propia perspectiva, esto es, que la guerra era evitable, pero que había sido traccionada por la Gran Bretaña y por los Estados Unidos con miras a debilitar a Rusia y a su líder Vladimir Putin; que todas las partes involucradas en algún nivel en el conflicto deberían convocar a un cese al fuego para llevar a cabo negociaciones; y que Rusia cuenta con legítimas preocupaciones en materia de seguridad nacional que habrán de ser atendidas, aún cuando uno condene el empleo de fuerza militar en este caso.
 
Mientras que en efecto registré diferencias en las réplicas de mis interlocutores, rápidamente aprendí que la guerra en Ucrania, si bien es impopular, era considerada como un paso necesario para limitar el empeño, supuestamente autocrático (aunque no cleptocrático) de Putin, y su deseo de recrear la ex Unión Soviética, recurriendo a medios militares como instrumento de necesidad. Enérgicamente, disputé esa perspectiva, sobre dos andariveles: en primer lugar, Rusia no cuenta con los recursos como para suscribir a esa agenda (es decir, recrear la URSS), y así lo ha probado el esfuerzo de combate de los ucranianos; en segunda instancia, que los comentarios con frecuencia tomados de Putin al respecto de la 'desastrosa' disolución de la ex Unión de Repúblicas Socialistas claramente se refieren al catastrófico saqueo de la riqueza rusa, que tuvo lugar luego bajo el mandato de Boris Yeltsin. Putin, en rigor, no se estaba refiriendo a una recreación del Pacto de Varsovia, ni a nada que se le parezca.
 
En efecto, el sentimiento anti-ruso evidenciado por personas que innegablemente se encuentran en la primera línea del conflicto me sorprendió -personas que normalmente deberían mostrar cautela. Sólo en Serbia, que contabiliza profundos vínculos culturales, históricos y religiosos con Rusia, un periodista me comentó que la visión que tienen sus compatriotas en torno de Ucrania se muestra dividida '50-50'; con la mitad de la población y algunos de sus líderes incluso respaldando la defensa ucraniana. En otros países del concierto europeo oriental, el punto de vista era más definidamente pro-ucraniano. Un académico de República Checa describió a su liderato político como 'héroes' porque, en conjunto con los presidentes de Polonia y Eslovenia, se habían trasladado hacia Kiev al inicio del conflicto para ofrendar su apoyo personal al presidente ucraniano Volodymyr Zelensky.
 
Otros tantos contactos me aportaron una razón más plausible a la hora de justificar el respaldo a Ucrania: lo que pretenden es impedir que se consolide cualquier tipo de dominio ruso sobre la región; factor que, a su vez, podría conducir a un control más centralizado en Moscú y derivar en la posible adopción de decisiones de Estado más cercanas a los regímenes comunistas moldeados por el Kremlin tras la Segunda Guerra Mundial. Estos ciudadanos se proponen debilitar a Rusia -a cualquier precio-, de tal suerte que Moscú ya no pueda ejercitar un rol dominante en Europa Oriental y en los Balcanes.
 
Yendo más al punto, estos ciudadanos desean que la prosperidad experimentada desde el colapso de la ex URSS, que tuvo lugar ya hace más de treinta años, no se vea modificada en lo más mínimo. El grueso de las naciones de la Europa Oriental son hoy visiblemente prósperas, contabilizando caros restaurantes, hoteles de lujo e hileras interminables de tiendas que comercian productos italianos y franceses, en las zonas céntricas. Aún cuando uno observa los monstruosos bloques de apartamentos de origen estalinista que colorean no pocas áreas urbanas (y mientras atiende a los edificios abandonados y fachadas con agujeros de bala que datan de los años noventa), la impresión es de riqueza. He visto más automóviles lujosos durante mi periplo de lo que jamás he visto en ninguna otra geografía, incluyendo Mercedes Benz clásicos y onerosos BMW -como también exclusivos Maserati y Lamborghini, y algunos cuántos Bentley y Rolls Royce. Bucarest, capital de Rumanía, cuenta menos de tres millones de habitantes, que han registrado un millón y medio de automóviles. Y, según pude observar, las calles y caminos en el cuadrante oriental están mejor mantenidos de lo que se puede ver en muchas zonas de los Estados Unidos de Joe Biden.
 
Téngase presente que muchas personas que hoy residente en la Europa Oriental tienen recuerdos directos y mayormente desfavorables que versan sobre los fracasos económicos y sociales de tiempos en que subsidiarios del Partido Comunista Soviético gobernaban con respaldo de intervenciones militares (como en los casos de Hungría o Checoslovaquia). Por su parte, las generaciones más jóvenes sólo conoce de libremercado y de elecciones relativamente libres; en consecuencia, éste núcleo societario porta una predisposición nula a retornar a los viejos modos que sus padres les han relatado. Todo lo dicho hasta aquí agrega preocupaciones en torno a una Rusia probablemente irredimible.
 
De modo tal que, tras lo que me ha tocado ver, existe temor ante el eventual retroceso frente al 'espectro comunista que acecha a Europa', factor que ha moldeado perspectivas y modificado actitudes -y el comunismo, históricamente hablando, remite a Rusia, guste o no. Naturalmente, argumenté contra la idea de juzgar a la Rusia actual a través del estándar de la culpabilidad por asociación con un concepto socioeconómico ya descartado, particularmente siendo que hoy la Federación Rusa es cuando menos comparable a la mayoría de la Europea Oriental en términos de libertad electorial y otras libertades individuales y colectivas fundamentales. Y también está la cuestión del vínculo con la religión católico-ortodoxa, credo adoptado por el grueso de la región -aún cuando un intelectual eslovaco me describió la religiosidad de sus compatriotas del siguiente modo: 'Todos son paganos'.
 
Finalmente, deviene en razonable sugerir que algún formato de relación multilateral amistosa sería preferible por sobre cualquier otro acuerdo en el que una hostil alianza militar neoconservadora insista en confrontar contra el mayor arsenal nuclear del globo. En cualesquiera de los casos, mi viaje logró abrir mis ojos a la realidad de las genuinas preocupaciones de los europeo-orientales ante lo que Rusia representa, considerándose realidades históricas. Innegablemente, éste es un factor que contribuye a explicar el respaldo por una intervención creciente de parte de Occidente y de OTAN y, en tal contexto, debería tenerse en cuenta que los gobiernos polaco, checho y eslovaco han liderado el empeño de retirar armamento de sus propios arsenales para despacharlo a Ucrania. Uno ha de albergar la esperanza de que, en cierto punto, todos tomarán consciencia del problema, comprendiendo que el homicidio de decenas de miles de ucranianos y rusos ha sido un ejercicio carente de sentido -y que sólo demorará cualquier eventual resolución negociada para el conflicto.


Artículo original, en inglés

 
Sobre Philip Giraldi

Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.