Este 4 de Julio, Estados Unidos recordó la importancia de la libertad económica
Con frecuencia, me gusta pensar que existe algo providencial en torno a la Declaración de la Independencia...
Con frecuencia, me gusta pensar que existe algo providencial en torno a la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos, que fuera redactada y promulgada a lo largo de las colonias americanas el mismo año en que fuera publicado el libro de Adam Smith, 'La Riqueza de las Naciones'.
Después de todo, ambos textos fueron revolucionarios. Y, fundamentalmente, ambos se preocuparon por la protección y la promoción de la libertad.
La Declaración de la Independencia se preocupó notoriamente por las libertades políticas, mientras que 'La Riqueza de las Naciones' puso énfasis en la libertad económica. Sin embargo, y como bien supo comprenderse en aquella instancia, las libertades políticas y la libertad económica no sólo se refuerzan la una a la otra; la ausencia de una de ellas tiende a debilitar a la otra.
No es coincidencia, por ejemplo, que la declaración enumere los distintos modos en que el Congreso Continental creía que la Gran Bretaña había violado las libertades económicas de las colonias.
La mayoría de nosotros conoce las consecuencias de los tributos sin representación (en inglés, la sentencia 'Taxation without representation'). No obstante, hemos de recordar que la declaración también acusó al Rey Jorge III y al parlamento británico de haber 'interrumpido nuestro comercio con todas las geografías del mundo'.
Aquí, la declaración remite a lo que fue conocido como Actas Coercitivas, una de las cuales fuera el Acta de Puertos de Boston (Boston Port Act). Aprobada por el parlamento de la Gran Bretaña el 31 de marzo de 1774, la medida clausuró el puerto de Boston a las importaciones, y prohibió las exportaciones tras el evento del Boston Tea Party en 1773.
Aquel famoso desarrollo replicó al esfuerzo del parlamento británico en pos de obsequiar a la Compañía de las Indias Orientales privilegios impositivos que hicieron difícil, para los importadores coloniales, competir en su esfuerzo por llevar té a las colonias.
Es importante reconocer que los colonos americanos ya estaban comerciando extensivamente con el mundo desde la década de 1760. Más aún, lo hacían más allá del largo alcance del mundo imperial británico. Antes que cerrarse económicamente al resto del mundo, los mercaderes americanos comerciaban incluso con China y con la América del Sur.
Sin que ello representare sorpressa, los comerciantes americanos vieron que las restricciones en perjuicio de su libertad para comerciar eran notoriamente costosas, así como también lo era infringir lo que ellos entendían como un derecho natural para involucrarse en el intercambio económico donde quisieran -y con quien quisieran hacerlo.
En un sentido, los colonos americanos estaban haciendo lo que Adam Smith pensaba que todos eran libres de poder hacer: comerciar dentro de las propias fronteras y fuera de ellas, libres de restricciones gubernamentales, y en economías desprovistas de privilegios otorgados por gobiernos que disfrutaban de sus vínculos entre líderes políticos y legisladores.
En más de una perspectiva, el trabajo publicado de Smith consigna una devastadora crítica contra los intentos de los gobiernos de tutelar el coemrcio y de crear riqueza a través de aranceles, subsidios y acuerdos impositivos especiales -como el que se convino, por ejemplo, con la Compañía de las Indias Orientales.
La ausencia de marcos regulatorios, afirmaba Smith, 'puede incrementar la cantidad del output de la industria, en cualquier país, más allá de lo que su capital puede mantener'.
En lugar de ello, las regulaciones desviaron parte del capital nacional, 'hacia una dirección en la que, de otro modo, no se hubiese desviado'.
Pero, agregó Smith: 'no era seguro, en modo algunom, que este redireccionamiento artificial probablemente fuera más ventajoso para la sociedad, que frente a un formato surgido de su propio acuerdo'.
James Madison se hizo eco de estos conceptos trece años más tarde, al llevarse a cabo los primeros debates legislativos en torno de los aranceles.
'También es una verdad' -acusó Madison- 'que, si a la industria y a la mano de obra se les permite definir su propio curso de acción, generalmente destinarían sus recursos a objetivos más productivos; y esto es más certero y directo que el iluminado elemento de la legislatura pudiera determinar'.
Madison y Smith subrayaban entonces el error -sin mencionar el evidente síndrome de hubris- de políticos y tecnócratas que asumen que, de alguna manera, podrían saberlo todo, si pudieran determinar la localización óptima de recursos escasos de capital y mano de obra.
Este es el aspecto central de las razones que llevaron a Smith y a Madison a depositar su fe en la libertad de los emprendedores y los comerciantes, al respecto de su propio criterio en pos de qué crear, dónde y cómo invertir, y con quién deseaban comerciar.
Hoy día, los Estados Unidos de América se han alejado de aquellas sanas perspectivas, así como también de su compromiso con la libertad económica. De acuerdo a la Edición 2023 del Indice de Libertad Económica -desarrollado por el think tank The Heritage Foundation-, la libertad económica en los EE.UU. ha retrocedido desde 2007. En efecto, se encuentra en su más bajo escalafón desde que Heritage publicó su primer índice, en 1995.
El mencionado Indice también consigna que el promedio de gasto público en tres años de gobierno alcanza el 41.1% del PBI estadounidense. Este guarismo es, en esencia, similar al porcentaje que evidencian numerosas naciones en la Europa Occidental -algunas de las cuales, según se entiende, son más libres económicamente hablando que los propios Estados Unidos.
El Cuatro de Julio, así las cosas, es un motivo para que la ciudadanía estadounidense celebre muchas cosas. Pero también es una oportunidad para preguntarnos qué tanto nos acercamos a las aspiraciones cifradas en la Declaración de la Independencia.
Puesto en limpio, cuando de libertad económica se trata, aún nos queda mucho trabajo por hacer.
Artículo original, en inglés
Es Director de Investigación en el Instituto Acton (Estados Unidos). Sus artículos son también publicados en español en la web del Instituto Acton Argentina.