Se sabe que el Internet fue originariamente diseñada como herramienta militar, destinada a reformular de raíz los sistemas de enlace entre los componentes y activos de las organizaciónes para la Defensa. Era 1969 cuando el Departamento del rubro en los Estados Unidos de Am'erica desarrolllaba el Sistema ARPANET, de veloz desarrollo y posterior implementacion. En Francia, hace ya décadas,circulaba un apotegma que caracterizaba a la innovación: Internet será en el futuro un sorprendente espacio de confrontación, regido por los mismos principios de la guerra.

Todo lo que sucedió después está hoy tan difundido en el concierto planetario, que resulta ocioso rememorarlo. No obstante, el presente rol de las comunicación entre internautas en la política doméstica puede ameritar alguna meditación, tanto por alguna modalidad que eventualmente responda a la realidad argentina, como por la expansion que explica su peso específico.
A tal efecto, nos atendremos a la confección de una lista tentativa de los componentes que dan forma a este peculiar cuadro de situación:
1. La reunión de simpatizantes y militantes abandona, a paso firme, el carácter histórico que cumplió en la actividad política nacional. La presencialidad es estigmatizada desde el nuevo sentido común del buen ciudadano que la asocia con muchedumbre, alienación de masas, liderazgos con tufillo fascistoide, e instalación teatral que preanuncia -generalmente- experiencias autoritarias.
2. Occidente redescubre al individuo, sujeto al que alienta a desmasificarse, al tiempo que lo convierte en blanco del sistema de colonización psicológica que lo despersonaliza. Las fuerzas que operan responden a organizaciones trasnacionales, en el vértigo de un proceso notoriamente irreversible. La paradoja se consolida: al resurgimiento de los nacionalismos, se acopla una concentración inédita de la riqueza en un modelo que atraviesa naciones y modelos de representación política. Es más: el ciclo de revalorización de la libertad convive con la restauración de modelos de control social, en los que el sujeto es, a la postre, objeto.
3. Las agresiones entre los actores de la política, especialmente los cuadros medios generalmente rentados o que albergan aspiraciones de hacerse de beneficios directamente materiales en la contienda, dejan ya de ser físicas: son ahora virtuales. Esa virtualidad, que podría suponer el carácter ficcional o imaginario y eventualmente inofensivo, exhibe la materialidad de la amenaza del perjuicio físico, corporiza la descalificación grosera que supera a la injuria y se atreve a la calumnia y, en fin, a la recuperación del principio que estimula la mentira -por el saldo residual que la justifica.
4. Desde todos los puntos del arco politico, se considera al Presidente de la República como un modelo del fenómeno comunicacional. Nadie pone en duda que su carrera política fue labrada en agitadas jornadas como panelista en tevé, espacios en los que exhibió su vocación para la polémica y materializó el superlativo y enfático tono de sus convicciones. De igual modo, nadie duda de que, desde el primer día de gobierno, el titular del Ejecutivo -en compañía de un grupo de acólitos igualmente entusiastas- salió a rastrillar cuanta opinión relevante encontraban en las redes, procediendo de inmediato a castigar con descalificaciones (a cual más ácida y cruel) toda forma de discrepancia o crítica al modelo en gestación.
5. La oposición ha terminado por aceptar el traslado de la contienda a la arena de los medios: la discusión programática declina y pierde espesor, con el paso de los días. Ahora, confrontan personajes de la política que desesperan por conocer las preferencias del electorado, y preparan mensajes a la medida de la demanda instalada. A la derecha y a la izquierda del espectro ideológico, se escuchan expresiones del tipo 'Alguna forma de ajuste era inevitable', o bien, 'No discutimos el ajuste sino los métodos adoptados para realizarlo'; rematando en el 'Hubiéramos hecho el ajuste, pero gradualmente', lo que revela las dificultades con que se encuentra el polo opositor a la hora de discutir el centro de la cuestión y, correlativamente, el empeño en descalificar a la persona, atacando aspectos de su estilo comunicacional. Ahora, bien; dado que algo menos de la mitad del electorado está convalidando el proceso en marcha, cabe concluir que la primera minoría acepta y legitima las opiniones frecuentemente arbitrarias e intolerantes del Presidente.
6. En la red, un carácter decisivo de su uso apunta a la virtual inexistencia de responsabilidad. El hecho de que los agresores puedan, sin mayor dificultad, preservar el anonimato y emplear discrecionalmente la publicación de archivos personales, o bien emitir calumniosos juicios de valor -con indiferencia respecto a su veracidad o falsedad deliberada- lleva a la actividad a una etapa superior de la idea de la guerra protagonizada por ejércitos estatales. Es este punto donde el seductor paralelismo antre ambas formas de violencia debe estudiar a la beligerancia internauta como un formato recientísima de terrorismo.
7. En el teatro de operaciones cibernético, un individuo puede ser muchos otros, contemporánea o sucesivamente, sin que resulte sencillo identificar la estratagema de multiplicación. Este recurso amplía la productividad del combatiente, fácilmente imaginable como mercenario y, en consecuencia, la paulatina reducción de costos deducida de la escala en que opera termina por hacer crecientemente atractivo el arma para la clase política a la que sirve.
6. La batalla que enfrentará en pocos meses más al libertarismo con el resto del arco ideológico, incuídos la desvalida UCR, el fracturado peronismo y el debilitado liberal-conservadurismo de cuño macrista permitirá apreciar el progresivo abandono de las mínimas reglas de pudor que aún sobreviven. Flujos de capital privado se lanzarán a la aventura de financiar parte de los gastos de guerra, aún a sabiendas de que colaboran con la puesta en marcha de un proceso de compleja y desafiante prospectiva.
La energía que se aprestan a liberar los actores del conflicto puede concluir con un ritual de autodestrucción del sistema, allanando el camino para la subsiguiente fagocitación de los restos de democracia agónica, a manos de quienes aguardan, junto al altar, el sacrificio de la República.