Los poderes de la República brillan por su ausencia
En la Argentina de estos días, se da cada vez con mayor frecuencia la ruptura de las reglas morales y jurídicas que deben regir la sociedad en que vivimos. Las bases de la República hace tiempo que han colapsado.
21 de Julio de 2010
¿Quién puede sostener, seriamente, que la población confía en la justicia?,
¿Quién puede pensar sensatamente que existe división de poderes? O que el Parlamento es genuinamente autónomo del ejecutivo.
¿Quién puede creer en un sistema democrático republicano y representativo, que acaso se puede subsistir con listas sábanas, un partido único, una oposición inexistente o declamatoria y sin fuerza por las componendas electorales?
¿Existe acaso una verdadera división de poderes?
Una administración de justicia que no administra ni juzga, excepto a ladrones de gallinas, con resoluciones que llegan, cuando llegan, en forma extraordinariamente tardía o con una velocidad pasmosa, dependiendo de que se trate y de quien las trate, con casos que el ciudadano, de cualquier nivel, no puede comprender.
Los que son percibidos como grandes delincuentes, se encuentran en libertad, mientras que otros purgan cárcel por cuestiones infinitamente menores.
Con una corporación judicial que sólo protesta cuando suponen que se ha violentado una inexistente división de poderes y que nada dice frente a las mayores arbitrariedades que los funcionarios, o la propia justicia se encarga de vulnerar y conculcar cuando se trata de la propia constitución nacional, entrando en violaciones que pueden encuadrarse dentro del delito.
Una corporación política divorciada de la sociedad, preocupada solamente por perpetuar sus privilegios, y haciendo gala de su manifiesta carencia de principios y de su oportunismo sin limites, que hacen que cada día, la gente se sienta mas desalentada a cumplir con cualquier tipo de ley, norma o disposición surgida de autoridades que han perdido legitimidad.
A partir de estos conceptos, se ingresa en un cono de sombra y de riesgo, en el que la sociedad comienza a transformarse y se suceden reacciones imprevistas en los individuos que la conforman, apareciendo entonces, comportamientos inéditos.
Las normas son contestadas, la marginalidad y la disidencia se enriquecen con nuevas fuerzas, la sensación de impotencia, frente a la corrupción percibida y la arbitrariedad ostensible, dan paso a la indignación y ésta, a actos, muchas veces descontrolados o incontrolables, en suma un sentimiento de ruptura de valores y del contrato social entre gobernantes y gobernados.
Esta situación se manifiesta en todo el país, la gente cada vez más sale a la calle a reivindicar sus derechos y sus quejas, piqueteros toman las calles, alumnos secundarios inducen cadenas de cierres escolares, vecinos arrojan residuos a las calzadas hartos de que no se las recojan, ciudadanos fastidiados provocan puebladas contra comisarías o intendentes y una larga lista de acontecimientos y de inseguridad por todos conocidos.
Todo esto nos lleva a encontramos inmersos en una crisis profunda de representación y de responsabilidad en los tres poderes del estado, producto de un modelo que generó la corporación política en su propio beneficio, con una cultura política apática, arbitraria y dirigida, una judicial de privilegios y una económica prebendaría, sustentada, desde hace tiempo, como ya se dijo, en las consabidas listas sábanas, y en los sobornos encubiertos, constituidas por punteros, obsecuentes de turno, adulones, impresentables y de la peor calaña.
Pero la sociedad también es culpable de estas situaciones, porque de una forma u otra no ha tratado ni trata de buscar, por medios valederos una solución que elimine todas estas arbitrariedades.
Esperemos que alguna vez lleguen gobiernos que cumplan con sus promesas, con dirigentes que abandonen la etapa de los discurso y pasen a los hechos concretos y con una sociedad que mire hacia el frente, en una genuina democracia, para vivir en una República, con un presente que merezca ser vivido y con un enfoque hacia el futuro lleno de garantías, seguridad y desarrollo.
General Oscar Guerrero