Chocar la calesita
Circulan próceres circunspectos de la marroquinería política por un edificio de la calle Tucumán, más cerca del río que de Alem.
21 de Julio de 2010
A los amigos V, I y C
Aunque probablemente no exista, el señor Galera es un pilar fundamental de la nueva política.
Actúa, el acaso inexistente señor Galera, entre las inmediaciones espaciales de la amplísima jurisdicción del ministro De Vido.
Pero supuestamente Galera se encuentra vinculado a uno de los principales dependientes de Julito De Vido.
Trátase del Lopecito infinitamente menos interesante que aquel inflamado López Rega que cautivaba los extremos de aquellos intolerantes esoterismos juveniles.
El neolopecito tiene que ver con las obras públicas.
Con los ladrillos que regresan de las obras públicas.
Base sustantiva del keynesianismo electoral que potencia el fantástico crecimiento económico del país en serio.
El desconcertante señor Galera sería uno de los encargados de recibir los aportes entusiastas de los enviados de beneficiados empresarios que pugnan solidariamente por participar con el predominio de la moralidad del nuevo país que se pone en marcha y se dispone a chocar la calesita.
Al respecto, circula la paráfrasis de un slogan superador que se inspira en cierta publicidad pegadiza, cual jingle de Rodolfo Sciamarella.
"Con Lopecito y Galera le cobramos a cualquiera".
Patria Techinista
En aquellos primeros años fastidiosos del menemismo diabolizado, existía una mítica oficinita en un piso alto de Florida y Paraguay, por donde circulaban determinados aventureros ansiosos por participar de la transformación económica de los noventa.
En la plenitud del kirchnerismo bolivariano, existe otro reducto con similares fundamentaciones filosóficas.
Trátase de una estación filosófica del positivismo precisamente instalada en los albores iniciáticos de la calle Tucumán.
La cercanía del río instiga posiblemente a pensar que aún existe la alternativa de partir y seguir las contingencias nacionales bolivarianas de la Patria Techinista a través de la gloria de Internet.
Marroquinería
En un departamento de un edificio debidamente custodiado, paulatinos individuos muñidos de portafolios vulgares, de sobres heterodoxos y de attachés de última generación, expresiones de la nutrida gama de la marroquinería política, suelen registrarse en la mesita de entrada.
Y suben a consultar filosóficamente al idealmente construido señor Galera.
Pudo constatarse en la foja de servicios que hay visitantes de Galera que registran una diferencia de sólo cinco minutos entre el ingreso y la salida.
Un trámite de sabiduría rápida, por misterios de la transferencia de conocimientos.
Hay visitantes de quince minutos. Y algunos consultores, acaso inclinados a las disquisiciones impuestas por Descartes, de una hora.
No se va/ Galera no se va
Con poderoso teleobjetivo, desde el pretexto ambiguo de una plaza cercana, fueron sigilosamente filmados los patrióticos constructores de la nueva política que ingresaban.
Acaso para entregarle, al señor Galera, el testimonio sublime de la confianza moralmente inalterable en el país que se obstina en chocar la calesita.
De todos modos, distante está la intención de asustarlo al señor Galera.
Ni preocuparlo en exceso al neolopecito.
Como para decidir el inmerecido traslado del irreemplazable señor Galera pacientemente construido como concepto positivista, y a los efectos de recibir, en otra dependencia, a los oralmente incontinentes próceres, eternos lenguaraces inventariados.
Podría tal vez generarle al ministro De Vido otro síntoma para su justa preocupación. Sería entonces desviado de la fervorosa instrumentación de la Patria Techinera y la calesita, en todo caso, se estrellaría más rápido.
De perturbarse la paciencia con el módico cinismo de la presente greguería, podrían mejor trasladarlo, al metafísico señor Galera, a la habitación indiscretamente eficaz de algún hotel cercano.
A los efectos de no cambiar de sujeto filosóficamente construido y continuar con la firme recepción de los visitantes solidarios.
Del mismo modo que el señor Galera suele recibirlos, en un triste cuarto de hotel, cuando se traslada en patota la banda positivista para acompañar al presidente, al conductor de la calesita que invariablemente se choca, a la efectivización de los repartos anunciados de obras intrascendentes que nos puedan brindar paz, generar trabajo genuino y atormentarnos con tanta posteridad.
Sería entonces una pena que, por el malditismo inclaudicable del lenguaje de esta greguería, decidieran trasladarlo al señor Galera del edificio custodiado de la calle Tucumán. Más cerquita del río que de la Avenida Alem.
No se va/ Galera no se va.
Después de todo, el señor Galera apenas puede convertirse en un producto perverso de la enardecida imaginación de un intelectual afiebrado por los arrebatos de una indignidad que en el fondo lo divierte.
Jorge Asís Digital