Más allá de las marchas contra la "inseguridad"
En el transcurso de los últimos días, se suceden cada vez más manifestaciones de ciudadanos que gritan a viva voz su derecho no ya de vivir en paz, sino de vivir. He aquí un modesto tratamiento de las cuestiones no tan obvias que rodean a la falta de seguridad y al reclamo público.
21 de Julio de 2010
A horas de la puesta en marcha de una probablemente masiva demostración pública en Plaza de Mayo convocada desde distintos sectores, los medios tradicionales continúan sin reflejar la noticia con la importancia que el tema requiere.
Se animó, finalmente, el matutino La Nación, aunque la modesta mención tiene que ver con la variable tecnológica de la red social Facebook, desde la cual un trío de ciudadanos convocan a manifestarse pacíficamente no solo en la Ciudad de Buenos Aires sino también en lugares públicos de todo el país.
En medio del fragor de las discusiones referidas a la importancia de dar el presente, se cuelan elementos ideológicos y a todas luces políticos que terminan por desvirtuar o al menos desacreditar los objetivos de la futura demostración.
Desde luego, el esfuerzo de la provocación proviene mayormente de sectores de la juventud kirchnerista que, como ya es bien sabido, operan desde afiches callejeros hasta la propia Internet para criticar con dureza a aquellos ciudadanos que desean hacerse oír.
Dejando de lado la esencia legítima de la protesta, ciertos sectores intentan trasladar la discusión hacia el simple hecho de que, por mencionar un caso, la conductora Susana Giménez hace las veces de organizadora o madrina de la movilización. ¿Tiene derecho un personaje light de la tevé a hablar de inseguridad?, se preguntan los trasnochados de siempre.¿Acaso Marcelo Tinelli sabe algo de lo que es vivir en un asentamiento?, braman otros.
En las postrimerías del debate, otros intentan distraer sometiendo a escarnio a aquellos que reclaman pena de muerte para violadores y homicidas seriales.
Variables todas ellas que terminan cumpliendo a rajatabla con la agenda secreta de ciertos oscuros promotores, muchas veces provenientes del núcleo del oficialismo.
Pero las discusiones mencionadas párrafos arriba no hacen más que desvirtuar el verdadero sentido del reclamo. Luego de la demostración -que se espera observe una notable concurrencia-, los ministros Aníbal Fernández y Florencio Randazzo harán los cálculos de rigor, a los efectos de minimizar el número de ciudadanos presentes en los sitios elegidos para la protesta. Dirán que "fue un fracaso", porque solo concurrieron algunos pocos miles (si este es el caso). El ex presidente Néstor Carlos Kirchner mirará la transmisión de Todo Noticias y también sacará sus propias conclusiones en perjuicio de los ciudadanos furiosos.
Pero así como también los medios tradicionales omiten informar, con el fin de no enfurecer al poder de turno, le esquivan el bulto a la representación de lo que verdaderamente impulsa a porciones importantes de la opinión pública a mutar en manifestantes.
Cualquier expresión ciudadana en relación a la falta de seguridad urbana persigue otro fin que no termina de ser captado por las cámaras ni por los cálculos de la Policía Federal, y mucho menos por ningún gobierno.
En definitiva, quien toma la calle lo hace para reclamar soluciones, pero sin lugar a dudas, en el "espacio tomado" se encuentra presente un sentimiento, no ya de odio contra el delincuente, sino de recuerdo para con las víctimas.
Tal vez los medios masivos de comunicación debieran abandonar su necesidad de ratings, aunque más no sea por un breve instante, y considerar que el espíritu del reclamo que la sociedad viene motorizando tiene que ver con homenajear, o al menos recordar, a las personas que hoy ya no están porque han perdido la vida a manos de malvivientes.
Habrá que tener en consideración que este próximo miércoles 18 saldrán a la calle muchos de aquellos que, con el alma desgarrada, solo tienen la intención de expresarse en función de algún padre, madre, abuelo, hermano, nieto o amigo que han dejado de existir.
Los muertos ya no están, pero su testimonio persiste en la memoria de aquellos que aún viven. Este es el legado de las víctimas. De alguna manera, nos pasan la posta para que tomemos la responsabilidad de pedir por ellos. Para que su desaparición no haya sido vana.
Las estadísticas con las que responde Aníbal Fernández bajo ningún punto de vista engloban el desconsuelo de una madre de cuyo hijo solo quedan unos cuantos juguetes para recordarlo.
Mucho menos tienen en cuenta el llanto desgarrador de la familia del agente de policía caído en cumplimiento del deber.
El delincuente -al igual que los funcionarios del gobierno a cargo de la seguridad- jamás se detiene a pensar en los sueños destrozados de su víctima.
Se dice, casi en forma de cliché, que no existe nada peor que perder un hijo. El problema es cuando este tipo de frases comienzan a repetirse como lo que finalmente suenan : frases hechas. Sin considerar el contenido en toda su extensión y significado.
Desde luego, muchos padres estallan en llanto cuando ven a sus hijos morir en sus brazos. Pero también se dice que un dolor todavía más insoportable se abalanza sobre un papá que, meses después, visita el cuarto de su hijo muerto y contempla, silencioso, los muñecos con los que aquel jugara en vida.
El problema de responder a las voces críticas con estadísticas solo logra generar una suerte de confortable indiferencia no solamente entre quienes las comunican, sino también entre quienes las reciben.
Nos hemos vuelto una sociedad envuelta en una insana resignación, que ya ni siquiera reacciona cuando se entera de las últimas muertes a manos del delito en las portadas de los periódicos de tirada masiva.
Todavía persiste esa sensación de que ese tipo de noticias está reservada para otros. Que la Muerte jamás vendrá a golpear a nuestras puertas.
Pero la peor característica de la personalidad de la Muerte -si acaso se puede uno permitir el lujo de otorgarle alguna forma de entidad- es que aquella posee un sentido del humor no solo irónico sino que también es lo suficientemente retorcido y kafkiano.
Al lector le propongo el siguiente ejercicio. Imagínese que la próxima víctima de un delito puede ser Ud. Por un momento, imagínese con qué tipo de sentimientos reaccionaría su propia familia -si acaso la tiene-. De qué manera impactaría la noticia de su propio deceso entre sus amigos y conocidos. De seguro, Ud. exhibiría destellos de incomodidad si, pudiendo observar a todos desde otro plano, se enterara de que muchos piensan frases tales como : Y bueno... él se lo buscó por caminar por calles tan oscuras a esa hora. O : ¿Y qué querés? Si tuvo la mala suerte de quedar atrapado en medio del tiroteo....
Hay momentos del día en que quien esto escribe reflexiona acerca de la remota posibilidad de que, en alguna parte y en algún lugar, un lector de esta u otra columna de nuestro medio pueda haber fallecido a manos de la falta de seguridad.
La empatía, o el simple y sincero acto de ponerse en el lugar del otro, muchas veces nos ayuda a percibir realmente y bajo nuestra propia piel el daño al que otras personas se ven sometidas.
Tome el lector estas humildes líneas en consideración, y propóngase llevar adelante este ejercicio.
Unos cuantos minutos después -a algunos puede llevarles más tiempo- Ud. llegará a la conclusión de que el único camino que queda es salir y expresarse.
Aquellos que critican y nada aportan, seguramente no se han ocupado de poner en práctica esta iniciativa.
Por ello es que fracasan a la hora de comprender la verdadera esencia del que se manifiesta.
Fracasan irremediablemente aquellos que carecen del menor rasgo de empatía, al igual que otros que solo recurren al número para intentar desarrollar la explicación a un problema.
Después de todo, ¿qué actitud podría ser más cobarde que la de aquel que tilda al manifestante de golpista?
Súmese a la marcha del miércoles 18, sin importar dónde resida. Sin dudas, otros se le sumarán. Pero cuando se encuentre a sí mismo en medio de otros como Ud., reflexione unos instantes y recuerde a aquellas personas que ayer respiraban el mismo aire... y que ya no están.
Por Matias Ruiz, para El Ojo Digital Sociedad.
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